lunes, septiembre 26, 2011

misterios, muertes, cajas cerradas


Cuando se estrenó Belle de Jour, en el cada día más alejado Siglo Veinte, los críticos y especialistas de cine se preguntaban sobre el contenido de la pequeña caja que el actor Pierre Clementi (1942/1999), en un personaje cargado de sadismo, voluptuoso y vil como él mismo, mostraba con gesto amenazante a la atemorizada, aunque sin duda muy gozosa, Catherine Deneuve.
¿Qué demonios había allí adentro? Todos pretendían tener la verdad, conocer el secreto, y el tema, un detalle más en una película cargada de imágenes ambiguas, inquietantes, daba para llenar columnas y columnas de periódicos y atraer abundante público a sesudas mesas redondas, entre cinéfilas y psicoanalíticas.
Reconozco que nunca me preocupó demasiado el contenido de la pequeña caja, subyugado hasta la náusea por las manos morbosas, enfermizas, corrupt(or)as del por aquel entonces joven actor francés. Ahora mismo veo a Clementi, que pasado mañana hubiera cumplido 69 años, como un desperdiciado y económico conde Drácula, ya que no hubiera necesitado maquillaje, vestuario ni atrezzo alguno para hacer creíble su papel de maitre del vampirismo universal.
(...Horas después de colgar el post, Alfredo e Isabel aclaran mi confundida memoria: gracias por ello. Preferí otorgar la propiedad de la misteriosa caja a Clementi cuando en realidad su dueño era un señor algo obeso que preferí olvidar. Supongo que mi memoria, selectiva y sobrecargada, algo estrecha para aceptar según qué humillaciones, prefirió las uñas largas del actor francés a los pliegues sebosos del para mí desconocido actor oriental...)
Agobiado con un calor que a pesar de lo que dice el calendario se niega a abandonar la escena, impactado por los vaivenes de la cada día más crí(p)tica economía mundial, aburrido hasta lo indescriptible por unos políticos carentes de cualquier propuesta medianamente honesta y/o esperanzadora y bastante más que indignado, enardecido por los que exigen libertad para seguir torturando animales en nombre de una supuesta cultura que no todos compartimos, buceo por la red buscando imágenes, músicas, historias que me saquen de esta inopia que empiezo a suponer virósica y, rodando, rodando como Santa ¿Eulalia? dentro del tonel, me encuentro a la última chica mala del pop:



(lo dice ella, lo aúlla en realidad: tú lo sabes, no soy buena) domesticada al fin, vestida de absoluto, riguroso luto, en medio mismo de un cementerio decadente y rodeada de otros deudos que la observan compungidos.
Mientras su voz en off nos cuenta una historia vulgar, mil veces contada:
He left no time to regret
Kept his dick wet
With his same old safe bet
Me and my head high
And my tears dry
Get on without my guy
You went back to what you knew
So far removed from all that we went through
And I tread a troubled track
My odds are stacked
I'll go back to black
We only said good-bye with words
I died a hundred times
You go back to her
And I go back to...

la vemos arrojar con gesto indolente algunas flores blancas sobre una caja cuadrada que contiene...¿qué demonios contendrá esta caja?
Yo tengo respuestas; más que algunas, varias, pero quizás entre todos ustedes, los que a veces me leen, alguno conozca "La Precisa", que decíamos en mi barrio.



Y como no hay dos sin tres y una trashumante Mary Poppins me envía dos días después este magnífico regalo, lo comparto con ustedes. En Cuerpo, en estos momentos bastante maltrecho, y en Alma, dolorida pero aún entera.

martes, septiembre 20, 2011

temores, miedos, todas esas cosas...


...gira que gira la basura espacial... hasta allí hemos llegado, convirtiendo toda nuestra herencia cultural en este futuro legado arqueológico de basuras y residuos, en un LP hediondo con música de catástrofe... un trozo de satélite de ciento cincuenta kilos puede caer sobre tu, nuestra cabeza, y los bustos parlantes lo anuncian así, alejados de toda preocupación, con una sonrisa clásica de telediario... se supone que no tocará tu cuerpo: la posibilidad es de una entre 3000 personas, pero como tal vez no tienes algo mejor en qué pensar se te ocurre calcular cuántos espectadores hay en un estadio de fútbol, cuánta gente pasa por un punto preciso de las ramblas durante una cierta cantidad, escasa, de tiempo, entonces la probabilidad no te parece tan lejana y ya te imaginas aplastado contra el suelo: un gesto pictórico sobre la baldosas dibujadas de Gaudí, tus pulpas formando parte de un dibujo sangriento que cambiará, tiñéndola, la gris, beige, verdosa monotonía de su muy transitada superficie...da igual te dices, de algo hay que morir, y entonces piensas en las veces que te han asustado, amenazado, coartado con este tipo de noticias: la gripe asiática, el mosquito tigre, la bomba de neutrones, las enfermedades venéreas, la invasión de los piojos escolarizados, las vacas locas, los pepinos radioactivos, la debacle económica mundial... y el sida, por supuesto... no todas fueron falsas alarmas y lo demostraron llevándose a un montón de amigos, por tanto continúas prestando atención a las noticias, sigues divagando sobre la posibilidad de que alguna vez te toque a ti, superviviente... ¿qué cuánto tiempo le dedicas a ese ejercicio malsano? nadie debe preocuparse: sólo unos escasos segundos de tu día, ya que después tienes que ocuparte del gato Federico que pide su cepillado diario, de tu estómago que demanda comida, de tus blogs y tus faces, de tu trabajo cotidiano y tus placeres esporádicos... y a veces, no muchas, tienes la suerte de asistir al acto de entrega de los premios Terenci Moix -sí, el escritor catalán ya fallecido, ese mismo tipo que alguna vez te entregara un premio vertical y erótico-, y encontrarte allí, entre cristales, azulejos y piedras modernistas, con algún que otro amigo, con varios conocidos, con la presencia imponente de un mito del periodismo, Jean Daniel, creador y director de Le Nouvel Observateur, con la voz magnífica y el porte aniñado de Miguel Poveda, con el discurso irreverente de la fotógrafa Colita, con la anécdota divertida de Carles Santos y la música fragmentada de Mauricio, de Olvido... y finalmente, aunque no deberías decirlo, con todas las notables ausencias de tu vida...










Fotos: Miguel Poveda, Colita con Ana María Matutes y Teresa Gimpera, Jean Daniel, el poeta Adonis y su intérprete susurrante, la violinista Olvido, el escenario vacío; todas por Bertini

domingo, septiembre 18, 2011

Un cielo de color metálico


La plata, así, en letra pequeña, es el dinero de los argentinos; un sinónimo culto de esa guita porteña que ahora se muestra en todo el mundo tan esquiva y fluctuante, tan ligera y mobile como una voluble dama -más verde que verdiana- de gran ópera clásica.
La Plata, en este caso con notables, enfatizadas mayúsculas, nombra a la amplia ciudad capital de la provincia de Buenos Aires, entre dueña y tocaya de ese río color de león, (poético eufemismo para enmascarar su condición fangosa, tan alejada de las familiares transparencias mediterráneas) que resulta ser el mismo río de sueñera y de barro por donde llegaron los barcos ¿fundadores? de la mítica, eterna patria borgeana.
Cuna y refugio de algunos amores, de muchos familiares y amigos, La Plata con mayúsculas esconde entre sus pliegues marmóreos tesoros como este que encontré hoy mismo, hace apenas unos minutos, mientras buscaba los cortos animados del sudafricano William Kentridge.
Joya, que no taxi, dirían los vendedores argentinos de autos usados. Melodiosa y sencilla, búdica sin bar, ideal para una tarde lluviosa, casi otoñal, en la todavía veraniega Barcelona, esta muchacha se llama Fer López Camelo y cubre con esponjosa cadencia mi provisional, al menos esto espero, ausencia de palabras. Que la disfruten tanto como yo.




jueves, septiembre 08, 2011

Pantano florido



Un tipo muy joven de apellido Pantano, hijo de un subcomisario de la policía bonaerense argentina, mató a tiros a un adolescente de 17 años cuando este salió en defensa de una joven amiga a la que el tal Pantano intentaba atracar.
El muerto, un chico "de buena familia", muy apreciado por todos sus conocidos, era estudiante de cine e hijo de una prestigiosa filósofa argentina. Se llamaba Ezequiel, un nombre que en hebreo significa Dios fortalece y remite a un antiguo sacerdote judío de Babilonia, famoso por sus profecías.
Después de cometer el asesinato, el joven Pantano se refugió en su casa y por temor a ser reconocido cambió de identidad. En el nuevo documento se apellidó Flores.
Un tan tardío como inútil intento de escapar de ese pantano familiar que al final, supongo, lo tragó para siempre.

Fotografía de Letizia Battaglia

viernes, septiembre 02, 2011

Poco o mucho té


Ese tipo tiene poco té, dicen los japoneses amantes de esta infusión cuando alguien es desvaído, ignorante, poco sutil, nada refinado, zafio, iletrado o simplemente tonto.
Por el contrario, si resulta que el sujeto está demasiado metido en sí mismo, es poco afecto a conectarse con todo aquello que sienta ajeno a sus intereses personales, afirman que está excedido de té.
Hoy, recién levantado de la cama, me preparé un té rojo para, como cada día, sentarme frente al ordenador, abrir el correo, contestar algunos emails, desechar otros y hacer el solitario al que adjudico propiedades de despertador de mis neuronas.
Distraído con el plumbago florecido del balcón de mi estudio -en Argentina lo llaman jazmín del cielo por el color luminoso, realmente celestial, de sus flores- volqué un poco de ese té golosamente endulzado con miel y apenas aclarado con una nube de leche de soja, sobre la mesa sobrecargada -aunque siempre con cierto orden que José Luis Giménez Frontín encontraba admirable- de papeles, libros de consulta, chirimbolos variados y diversos objetos de uso cotidiano.
Mi dosis de té diario (tres o cuatro vasos altos, de los de refresco o agua) debe estar muy equilibrada: en vez de desentenderme del enchastre o castigarme por la torpeza de mi gesto, decidí que era una buena oportunidad para ordenar, limpiar, poner al día la mesa desde donde trabajo, y también me entretengo, con el ordenador.
La anécdota no importa demasiado, lo sé, pero me hizo pensar que hoy debía hablarles de este libro tan breve como fundamental: El libro del té de Okakura Kakuzo. En diferentes ediciones siempre estuvo en mi casa, cerca de la mano y los ojos, salvo en los momentos, varios, en que lo presté y no me fue devuelto, o aquella otra vez en que descubrí que unas polillas, tal vez gourmets, no necesariamente japonesas, habían devorado gran parte de sus, supongo, aromáticas y revitalizantes hojas.
Y, con mis disculpas, dejo esto aquí. Bulle el agua en la pava eléctrica, llamándome con insistentes silbidos de repartidor de barrio. Quiere recordarme que había decidido tomar otro gran vaso de té; esta vez un ahumado, fragante y chino Lapsang Souchong.

"Un extranjero se sorprenderá de que hagamos tanto ruido por tan poca cosa. ¡Qué tormenta en una taza de té!, dirá.




















Pero si consideramos cuán pequeña es la taza del goce humano, qué deprisa se llena a rebosar de lágrimas, con qué facilidad la vaciamos hasta las heces en nuestra inextinguible sed de infinito, no nos reprocharemos el hecho de dar tanta importancia a una simple taza de té. La humanidad ha hecho cosas peores. Hemos realizado demasiados sacrificios en el culto a Baco e incluso hemos transfigurado la sangrienta figura de Marte. ¿Por qué no consagrarnos a la reina de las camelias, deleitándonos con la cálida corriente de simpatía que fluye de su altar?" Okakura Kakuzo, El libro del té.


Ilustran: Jazmines del cielo en el balcón y Las teteras peregrinan a su fuente, fotos de Bertini.