jueves, febrero 26, 2009

¡Animales!

¿Se puede administrar justicia cuando se tiene poca o ninguna sensibilidad?
Bermejo: referido al pelo, rubio rojizo, más claro que el pelirrojo.
Del latín vermiculus (gusanillo, cochinilla, que se usaba para producir el color grana o bermellón).
¿Se referirá al color de la vergüenza?




Ber-mejo y dopo morire...




Hoy mismo, en La Contra del diario La Vanguardia, André Bonnaure, cocinero especialista en foie gras, declaraba que "el pato es docilísimo: un animal fácil, generoso, bueno. Le das de comer, ¡y ya te toma por su papá y te adora! Yo amo a los patos."

¿Un amor desinteresado? Nada más lejos de la verdad: "Han sido tantos miles de patos, pobres... He cocinado sus muslos, sus alas, sus pechugas (magret), sus lenguas, sus tripas, sus cuellecitos... Y, sobre todo, sus ricos foie gras. ¡Divina víscera (el hígado de pato), cuánta felicidad procuras!"

¡Vaya amor de padre! Un consejo: si por casualidad el señor Bonnaure dice amarlos, denunciénlo a la policía y exijan de inmediato su alejamiento preventivo. Por mí, Monsieur André, puede usted meterse su amor en el buche, con o sin embudo, y si le crece el hígado...¡comáselo! Es que sólo con ver cómo sus productores alimentan a estos pobres animales para lograr un foie gras más "apetitoso", dan ganas de cambiar nuestra supuestamente humana por cualquier otra especie:

Gracias a Ana Sáez por esta imagen de El Roto.

lunes, febrero 23, 2009

¡Ganamos! (La estrella de la semana)

El 13 de enero, martes además, pedía desde este blog (Milk, la buena leche) un Oscar para Sean Penn por su composición, encarnación podríamos llamarla, de Harvey Milk, el militante gay de San Francisco asesinado a tiros durante los años setenta del siglo pasado. Anoche la Academia de Hollywood concedió ese merecido premio a este hombre, y al hacerlo premió también una película de temática comprometida y candente. ¡Aramos!, exclamaba la mosca (¿o el mosquito?)aposentada sobre el lomo del buey. Permitan que esta vez me una a la irracionalidad habitual de los forofos del fútbol y sienta que de alguna manera sesgada, tangencial, una parte mínima de esa estatuilla también la hemos ganado los que en algún momento de nuestra vida decidimos enfrentar la vida más abiertamente, sin (tantos) ocultamientos ni mentiras.

viernes, febrero 20, 2009

My name is Dante (2)

Tal vez porque ya había otro Dante en la casa y se trataba del padre de familia -un auténtico carácter, un italiano de verdad- mi parentela en su totalidad prefería llamarme Quique. En la escuela fui siempre Bertini, un alumno distraído que ponía cara de no estarlo nunca y por eso se salvaba de pasar al frente cada día. Durante mis años de estudiante tuve algunos profesores realmente especiales: la de Castellano, María Esther Cometta, el de Historia, un atildado y algo rijoso señor Pujol y...¿cómo se llamaba la espectacular rubia con apellido polaco que nos daba clases de artes plásticas durante el primer curso de bachillerato? Sin embargo no voy a contar nada sobre ellos porque después algún llanero solitario con pocos escrúpulos relata esas anécdotas como si fueran suyas. Fue en mi barrio, y recién cuando logré tener amigos que fumaban, donde comenzaron a llamarme Quique Bertini. En el día a día yo era Quique a secas, por supuesto, salvo cuando nos peleábamos por alguna tontería y pasaba a convertirme en un vulgar hijo de puta o en un maricón de mierda más. Mi apellido acompañaba al sobrenombre solamente cuando se me nombraba estando ausente o en caso de presentaciones más o menos formales. Para que quede claro, aquí van dos ejemplos:
-Rodolfo, vení. Te quiero presentar a Quique Bertini.
O:
-¿Sabés lo que le pasó anoche a Quique Bertini?
Yo nunca me quejaba de haber perdido mi nombre con itálica alcurnia literaria a cambio de un sonsonete mántrico de nivel bastante bajo, pero apenas llegar a Madrid me di cuenta de que la gente no se llamaba Mecha, Cholo, Pichi o Chuchi. Tampoco Quique, por supuesto, y mucho menos Gorda, Amor, Queridito, Escuerzo o Flaca. Se hacia necesario volver al nombre que constaba en el pasaporte, el mismo que, a juzgar por los comentarios de algunas empleadas públicas, dependientas de tiendas de ropa y cajeras de supermercados, "molaba maso cantiduvi". Durante muchos años de peregrinaje europeo mi nombre resultaba muy original, de uso poco frecuente. "En Italia no", dirá más de uno. Pues están equivocados. No hay muchos Dantes en Italia, tal vez por la misma razón que no abundan los Napoleones en Francia o los Quijotes en España. Las cosas empezaron a cambiar cuando "el flaco" Spinetta, un famoso músico pop argentino, bautizó como Dante a uno de sus hijos. Años después llegó Martín Hache, la película argentina donde el español Eusebio Ponsela interpreta a un actor de teatro que se llama Dante, y casi al mismo tiempo, a fines del siglo pasado, Pierce Brosnan tuvo un sinfín de problemas en Un pueblo llamado Dante's Peak. Además de que siguen naciendo Dantitos aquí y en Argentina, hace nada aparecieron un cómic, un club y una cala con el nombre del tano Alighieri. Esta última, a juzgar por las fotos y el epígrafe conque se publicita, poseídos y desnudos, podría estar en algún lugar de la actual, supersiliconada, isla de Ibiza. Para rizar un poco más el rizo -aunque no sé que tendrá que ver el peluquero Llongueras con la historia de mi nombre- el mismo día que decidía escribir este post en dos actos -ya sé, ya sé, ¡es sólo una casualidad!- pasaron por televisión una bienintencionada película para las sobremesas donde el testosterónico Don (Miami Vice) Johnson, interpretaba con su habitual lascivia a un algo parco adiestrador de caballos llamado Dante Longpre.
En fin, que estoy pensando seriamente volver a ser el Quique Bertini que fui alguna vez.
Posdata: Lucía, que había hecho un comentario sobre el parecido de mi foto adolescente con la más célebre escultura de Rodin, me envía este artículo de El País que yo no había leído. En él, publicado el día 21 de este mes con ocasión de la muestra de esculturas del artista francés en el Paseo del Prado, se dice:
Originalmente, iba a ser una pequeña pieza de 71 centímetros. Una figura de Dante que meditaba sobre el desarrollo de su Divina comedia. En 1880, el escultor Auguste Rodin recibió el encargo de realizar una puerta para el Museo de Artes Decorativas de París y decidió inspirarse en el poema. El proyecto, La puerta del infierno, nunca llegó a materializarse en vida del artista. Pero esa pequeña escultura, llamada en un principio El poeta, adquirió vida propia hasta convertirse en El pensador, la obra más conocida de Rodin. El propio escultor explicaba en 1904 cómo evolucionó el proyecto que culminó en esta obra: "En días ya lejanos ideaba La puerta del infierno. Frente a la puerta, sentado en una roca, Dante, absorto en una meditación profunda, concebía el plan de su poema. Detrás de él están Ugolino, Francesca, Paolo, todos los personajes de La Divina Comedia". Cuando el proyecto se malogró -la puerta no se fundió hasta 1926-, el artista pensó que ese Dante, separado del conjunto, no tenía sentido: "Siguiendo mi primera inspiración, ideé otro pensador, un hombre desnudo, sentado sobre una roca y retorciendo los pies. Con el puño contra los dientes, está pensando. El pensamiento fecundo se elabora lentamente en su cerebro. No es en absoluto un soñador, es un creador. Hice mi propia estatua". Hélène Marraud, comisaria de la exposición, resume la imponencia de un cuerpo en tensión que "parece haberse convertido en cerebro".
Sólo queda agregar ¡Cáspita! y agradecer a Lucía por ser como es.

martes, febrero 17, 2009

My name is Dante (1)

Nací en una ciudad donde los nombres supuestamente "normales" no existían. Poblada por inmigrantes de todo el mundo, nadie se extrañaba frente a una Ruth, un Osvaldo, un Walter, una Gertrudis o un Claudio Patricio. Mi nombre sin embargo siempre provocaba algo de asombro y, aunque con mínimos matices, el mismo comentario.
Si cierro los ojos todavía puedo ver las caras de muchas señoras "de cierta edad", maquilladas en plan interpretar Giselle o El lago de los cisnes, acercándose peligrosamente a la mía para decirme con un tono de profunda delectación y en voz muy baja, como si estuvieran develando algún secreto de alcoba que sólo ellas conocían:
-¡Aaaaah, sí! Dante...¡Como el del infierno!
Yo era un chico tímido que deseaba agradar a todo el mundo, así que solamente me era dado sonreír, mientras asentía con otro sí, suspirado y apenas audible.
Las Odettes-Odiles envejecidas, ya sin capacidad para pirueta alguna, eran muy sensibles a mi forma de ser:
-¡Qué amor de chico!
Ni siquiera se daban cuenta de que el amoroso chico se quedaba trastocado por aquello que escuchaba como una premonición catastrofista. Por suerte mis padres se ocuparon de aclarar el porqué de aquella frase apenas tuve posibilidad de entender sus explicaciones. Mamá decía:
-¡Es un nombre precioso! Tu papá se llama igual, aunque la gente lo llama siempre por el apellido.
No era suficiente. Daba igual estar acompañado por mi progenitor si mi destino más probable era asarme como un churrasco durante toda la eternidad.
-Dante Alighieri fue el más grande poeta italiano. El creador de nuestra lengua.
Esta última línea de diálogo, fundamental en el desarrollo de mi personalidad, pertenece a mi padre. He preferido traducirla a un idioma más legible que el suyo, plagado de errores de construcción y lleno de palabras en auténtico, aunque muy personal, cocoliche.
Con los años conocí muchas cosas más respecto a aquel personaje delgado y enjuto que, además de haber escrito La divina Comedia, descendió a los infiernos con su fantasmal amigo Virgilio y hasta se atrevió a pasear por el paraíso, amando con mucha ilusión y sin demasiada esperanza a una, según él, inigualable Beatrice Portinari. A pesar de que en la infancia me llamaban Quique -seguramente para diferenciarme del otro Dante de la casa- el signore Alighieri siempre me resultó familiar, tal vez porque llevaba en la cabeza un gorro muy parecido al que nuestra Patria Argentina lucía en algunas monedas y en todas las ilustraciones de los libros de estudio. Allá me enseñaron a llamarlo frigio, sin embargo al llegar a Cataluña me enteré que con algunos pequeños cambios en el diseño podía convertirse en una barretina... (continuará)

sábado, febrero 14, 2009

¡Amor, Amor, Amor!

Un todavía vivito (y pescando) Patrick Dewaere y el aún no tan robusto Gerard Depardieu les desean en mi nombre un Feliz Día de San Valentín. Quizás les parezca extraño, pero no encontré ninguna imagen más afable para ilustrar esta entrada. Ellos al menos están juntos, dedicados a la misma tarea y vestidos exactamente igual. Según monsieur Chapuis, si dos personas se visten de la misma manera es porque entre ambos existe un lazo sentimental muy profundo. Y para terminar este brevísimo post, un ruego/deseo: no desperdicien el día leyendo blogs y dedíquense con febril entrega al ¡Amor, Amor, Amor!
posdata: en este día de Cupidos desatados, Zbelnu me deja como regalo un fragmento de Some like it hot, protagonizado por dos auténticos ángeles...

martes, febrero 10, 2009

¡Perfopoesía!

Muchos de mis visitantes, sabedores de mi habitual modestia, se sentirán profundamente conmovidos por esta desembozada promoción.
-¿Cómo se atreve a publicitarse así, por toda la cara?
Pido perdón y de inmediato me explico. Pasa que mi contrato con Nike Godess, Sony Poetry e Inca Cola está a punto de expirar. ¡Necesito urgentemente una renovación! La crisis aprieta y hace más de medio año que dejé de recibir los suculentos dividendos aportados en otra época por mi último libro de poemas, amorimás, desgraciadamente agotado. Si el público no abarrota la pequeña, adorable Aula de Escritores de ACEC, dudo que este sensible cacho de pan siga siendo un fichaje interesante para sus promotores, mecenas, sponsors.
Solamente por este jueves y en la función de las 19.30 horas, la entrada es libre y gratuita.
No se venderán camisetas.
Posdata: Darth Tater me conmina a comentar la perfomance (presentación, diríamos en castellano) Lo haré con pocas palabras: sala llena, muchas caras amigas, lectura amable, aplausos cálidos, sostenidos, y alguna emoción inesperada. Misión cumplida.

viernes, febrero 06, 2009

una Caja dentro de otra

Telecinco estrena un nuevo reality show. Lleva por título La caja y, según dicen sus gacetillas publicitarias, se trata de la exhibición televisiva de una serie de "terapias psicológicas personalizadas". En la primera entrega -que para mí será también la última- un familiar (padre, suegro, abuelo) de cuatro de los muertos en el último accidente de Spanair-Barajas, decide prestarse al experimento como primer "paciente" del grupo de seis psicólogos que se supone supervisan este largo y repetitivo programa.
El invento no es nuevo. Cualquiera de los talks shows de la misma cadena tiene como meta hacer que sus nada desprevenidos invitados sufran, insulten, mientan, exageren, confiesen viejas culpas o pidan perdón por ellas, todo esto, de ser posible, entre abundantes lágrimas y sollozos. En La caja consiguen lo mismo y mucho más, aunque, quizás simplemente por abaratar costos, en este programa han decidido eliminar a todos esos desagradables "periodistas" entrevistadores, habitualmente encargados de guisar las carroñas ajenas hasta convertirlas en alimento de masas, dejando sólo una voz que, de no ser femenina, podríamos suponer como la del mismísimo Dios. El engendro, extraído de los anales de la ciencia ficción más premonitoriamente catastrofista (ver La naranja mecánica, Blade Runner, Brazil o las novelas Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984, de George Orwell, a quien ya plagiaron, girándole el sentido, desde la idea hasta el nombre de Gran Hermano) ha provocado la ira, justa, por cierto, de diversas sociedades y grupos de psicólogos y psicoanalistas, que acusan al programa de intrusismo y se alarman por la manipuladora frivolización de métodos y conceptos inherentes a su profesión.
Ya sea porque no son espectadores habituales de televisión o porque prefieren que las respuestas lleguen directamente de los implicados en el asunto, muchos de ellos se preguntan cómo es posible que haya personas dispuestas a ejercer de cobayas para experimentos que podrían ser más dañinos que beneficiosos para su ya, por lo mostrado y visto en la pantalla, algo maltrecha salud mental.
No creo que sea necesario esperar respuesta alguna de los participantes en el programa. Hay mucha gente necesitada de dinero, ocupación, reconocimiento, fama. Además de eventuales perversiones exhibicionistas, destaparse "frente a toda España" podría hacer bastante más accesible cualquiera de esas metas.
Vivimos tratando de esquivar una crisis que no es solamente económica y que, al margen de caídas y repuntes eventuales, parece propia de nuestra condición humana. Cierta vez, refiriéndose a un famoso personaje histórico y con su ironía habitual, Jorge Luis Borges dijo: ¡Pobrecito! Le tocó una época muy difícil, como a casi todos los hombres.
A finales de los años sesenta, cuando muchos soñábamos con el poder de las flores, Sidney Pollack adaptó para el cine una sombría y dolorosa novela del autor estadounidense Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos? (en España: Danzad, danzad, malditos)
Se las recomiendo. En ella podemos ver que, salvo algunos notables inventos tecnológicos, hay muy poco realmente nuevo bajo nuestro impasible y dorado astro rey.

miércoles, febrero 04, 2009

dudando con La Duda

Veo La Duda, Doubt, y quizás por influencia del título y de su temática, no me atrevo a decir si me ha gustado o no. Como a Meryl Streep en su personaje de la película, la duda ajena me hace dudar también a mí y no me satisface nada. Por el contrario, una de estas noches volví a devorar, por el canal CTK y en versión original subtitulada, Ocho y medio (1963), de Federico Fellini. No había vuelto a ella desde la primera vez que logré verla, y en aquella ocasión lo hice acurrucado entre las crujientes butacas de un casi siempre vacío superpullman, temeroso de ser descubierto por los acomodadores del Gran Cine Roca, la sala estrella de mi barrio bonaerense. Me "colaba", sí, lo confieso. Todos los de mi grupo entrábamos de rondón, subrepticiamente, sin pagar ni un centavo, en aquel precioso cine de estética art decó. No me culpo. Por aquel entonces yo era casi un niño y debía ingeniármelas para poder entrar a las salas donde se proyectaban las películas que me interesaban, habitualmente prohibidas para menores de 18 años. Tal vez el castigo para aquel crimen juvenil haya sido convertirme en un adicto a las pantallas, condenarme a no poder vivir ya nunca más sin las películas.
Y volviendo al subject de este post, debo decir que con usted no tengo dudas, maese Fellini, y eso a pesar de que siempre me despierta un montón de preguntas. ¿Cómo se puede, en medio de una producción tan complicada, voluptuosa y exquisitamente recargada de personajes, vestuarios, ambientaciones y atrezzos, seguir haciendo cine con la misma libertad de un niño que se entretiene con su juguete preferido, bien lejos de la mirada de los adultos? ¿Cómo se puede sacar tanto y tan extraordinario material de una supuesta falta de ideas? ¿Cuál es el secreto para ser un artista de semejante hondura y originalidad, sin abandonar en ningún momento la gozosa, intensa vitalidad que se desprende de su trabajo y de su vida?
Veo La Duda, Doubt, y sigo preguntándome si esta historia de curas y monjas traspasa los límites de ese conventual colegio para transformarse en un conflicto que debiera incumbirme. Me entretiene su factura clásica, el relativo suspenso de una narración inteligentemente pensada para atrapar al público, su desfile de ajustadas, aunque al mismo tiempo histriónicas y oscarizables interpretaciones, sin embargo, después de haber visto nuevamente la "vieja" película de Don Federico, me resulta dudoso que esta Doubt sea en realidad posterior a ella, más nueva, recién estrenada.
En la foto: Sandra Milo (Carla) y Marcello Mastroianni (Guido),
en una escena de Otto e mezzo.

domingo, febrero 01, 2009

estrellas del pasado, hoy

Carlos S., el de la mano en la barbilla, fue el que me envió esta foto desde su casa de Murcia. La encontró entre otras muchas de la misma época cuando estaba preparando su última mudanza. Es que hasta hace un mes o dos vivía, rodeado de campo, árboles y perros, en Old Harlow, un pequeño pueblo muy cerca de Londres. Del tipo moreno de gafas, Adolfo T., no tengo noticias recientes. Las ultimas las recibí en vivo y en directo, durante uno de mis viajes cortos a París, ciudad en la que él supo vivir muy feliz los últimos treinta años. El tercero, primero por la izquierda, soy, o era, el que escribe este post. El local se llamaba 676 porque estaba situado en ese número de la calle Suipacha, en el centro mismo de la mismísima Ciudad de Buenos Aires. Si pudiera reconstruir aquel día minuto a minuto creo que empezaría a preocuparme, pero sin embargo no me cuesta nada recordar que estábamos esperando la aparición en "escena" de la cantante italiana Ornella Vanoni, famosa por esta melancólica balada, que, muchísimos años después, vuelve a cantar para todos nosotros en una presentación teatral de su gira 2005 junto a Gino Paoli.
fotografía de Nacho Corvalán