lunes, diciembre 31, 2007

Yves Tanguy en Barcelona


Pilar y José Luis, José Luis y Pilar, nos llaman para que vayamos a ver juntos la exposición retrospectiva de Yves Tanguy en el MNAC. Decimos "sí" sin dudar porque en realidad ni siquiera nos habíamos enterado de que estaban haciéndola. Demasiadas fiestas. Demasiadas felicidades, demasiadas bombillas de colores y deseos de bienaventuranza. Hay que subsanar tanta superficialidad con un poco de Gran Cultura. Café con leche en Habaluc y a ponerse en marcha. No sé si es que necesitaba dormir un poco más, pero me da cierta cosa tomar un metro en la estación Passeig de Gràcia, pleno centro de Barcelona, y bajarme en otra que se llama Espanya a secas. Es como si nos propusieran cambiar de país con sólo diez minutos de viaje. ¿Hay vuelos tan rápidos? ¿Hay aves, perdón, Aves, que nos trasladen en tan poco tiempo de un país a otro? No espero respuesta. Si alguien contestara mis preguntas, posiblemente perdería toda su gracia el más que gracioso paseo. Jejé.
El M(u)NAC:
En su momento no me gustó casi nada el acondicionamiento de Gae Aulenti, sin embargo el tiempo ha ido acomodando las cosas. Limó algunas asperezas, quitó el color de recién acabado a los "inserts" de la diseñadora italiana y, sobre todo, hizo crecer las palmeras que adornan las terrazas. El verde siempre ayuda. Encontré muy agradable entrar a aquel recinto. La librería tiene mucho material interesante a precios bastante más altos que los de mi barrio, aunque me pareció relativamente lógico porque este edificio está ubicado muchos metros más arriba. Jejé. Siempre que voy a un museo, entro primero al shopping. Es una forma de acercarme desde los márgenes, desde las reproducciones, a lo que voy a ver dentro. Antes, cuando vivía en Buenos Aires, no podía hacerlo. Si veía un buen libro de arte que casi nunca podía comprar -Mr Maravilla Taschen todavía no editaba- y en él alguna reproducción respetuosa de una obra que me gustaba, solía pensar: "¡cómo me gustaría ver el original!" Si al original lo tienes allí, muy cerca de la copia, resulta sumamente fácil cumplir tus deseos.
Yves Tanguy:
Tuvo dos esposas y muchísimos buenos amigos. No eran gente común. Esos amigos se llamaban Benjamin Péret, Man Ray, Dalí, Tzará, Breton, Jacqueline y Pierre Matisse, Paul Elouard, René Crevel, Max Ernst, Peggy Guggenheim o Jacques Prévert. Afortunado y/o exquisito, compartirá vivienda con varios de ellos en uno de los primeros edificios diseñados por Pierre Chereau. La divertida y enriquecedora etapa de bohemia juvenil parisina acabaría con el principio de la guerra. Su segunda mujer Kay Sage, estadounidense, lo arrastra primero (1939) a Nueva York y de allí a una hermosa granja en Connecticut, donde acabaría sus días en enero de 1955, a los recién cumplidos cincuenta y cinco años. No tuvieron hijos, pero si dos gatos siameses, un gran estanque artificial fabricado por el mismo Yves, un taller para sus pinturas, una casa anexa para alojar a los tan prestigiosos como queridos invitados y otra muy acogedora donde colgar los originales de Calder, Masson o Miró, leer y charlar, inventar a dúo christmas únicos, ingeniosos y divertidos, o tomar con despaciosa delectación los daikiris que tanto les gustaban. Muerto Yves -mientras dormía, de una trombosis cerebral- Kay Sage (¿llave de la sabiduría?), se dedicó a catalogar la obra de su marido durante los ocho años siguientes. Terminado este arduo y complicado trabajo, se quitó la vida con un revólver que él le había regalado cuando se mudaron a la granja. Las cenizas de la pareja fueron esparcidas en la costa de la Bretaña francesa por su amigo y marchand Pierre Matisse.
La exposición:
Hay tres etapas muy diferentes en la vida y obra de Yves Tanguy. Se dice que comenzó a pintar impactado por un cuadro de Giorgio de Chirico. Sin embargo no hay rastros notables de este pintor onírico en sus primeras obras. Sí las hay del expresionismo alemán, cargado de sátira costumbrista y aguda crítica social. Su obra posterior, la de mayor difusión, la más conocida, es la de su juventud europea, enmarcada en la corriente surrealista, en el automatismo y los "cadáveres exquisitos", en los impulsos supuestamente descontrolados de un inconsciente pre-freudiano. A partir de su llegada a Estados Unidos, la pintura de Yves Tanguy se vuelve más clara, menos visceral, y sus dibujos con lapicera Rotring, despojados de aquel fantasmal inconsciente manipulador, muestran una limpieza y contención que, sin restarle misterio, añaden elegancia y madurez a su obra.
¿Me ha quedado un poco académico? Puede que sí, pero lo otro sería contarles cómo me gustaron hasta la emoción las fotos de familia, con él y sus amigos payaseando. O las de su casa en Woodbury, USA , con la pareja de gatos siameses durmiendo sobre los sillones. Si lo pienso un momento, probablemente me guste más el personaje y su entorno que toda su pintura. Sin embargo vale la pena ir con tiempo y detenerse en los detalles. También en el último cuadro que pintó, inteligentemente adquirido por el MOMA neoyorquino. Y guardarse una hora y media para el espléndido documental francés sobre su vida y su obra fechado en un todavía cercano 2006.
ilustran : dos obras de Tanguy y su retrato por Man Ray.

miércoles, diciembre 26, 2007

Soy Leyenda

Isolda, lírica, desenfrenada, heroica, canta hasta su muerte. Hace horas que Wagner está sonando en la radio y, lamento contradecirte, mi estimado Woody, todavía no tengo ganas de invadir Polonia. Baremboim, ese compatriota de la No Patria, dirige Gran Ópera Alemana desde la muy cercana Italia. La noche es tan desapacible que ni siquiera quise ir a ver la nueva versión de Soy Leyenda junto a la pareja de amigos que llamó por teléfono para proponérmelo. La veré otro día, por supuesto. En ella, Will Smith es Robert Neville, un flaneur apocalíptico con la única compañía de un perro ovejero y de la música del Rey del reggae, Bob Marley. Alguna vez, durante el cada día más antiguo siglo pasado, lo ví tocar en la plaza taurina de Ibiza. A Bob Marley, digo. ¿Se atreven a imaginarlo? Pocos lugares podían ser peores. Era imposible no bailar con el ritmo y la voz de ese candente y al mismo tiempo introvertido rastafari jamaiquino. Todos, mal o bien, bailábamos. En realidad habíamos ido especialmente a eso. Lo único que daba pena era la superficie sobre la que nos veíamos obligados a hacerlo: un fino polvo ¿de ladrillo? que se te metía en la garganta, en los ojos, en la piel y los huesos. Asqueroso, aunque a nadie le importara demasiado. Éramos muy jóvenes y estábamos descubriendo el paraíso terrenal junto a un buen puñado de amigos. ¡Amigos! Hoy desayuné con algunos, almorcé con otros. Fue nuestra manera particular, soslayada, sobria, sin gritos, cigarros ni cava, de festejar estas fiestas que en muchos momentos se me antojan ajenas. Amigos. Un poco de calor humano en medio de este tiempo gris, apenas destemplado, apenas húmedo. "Señores pasajeros, si este clima otoñal es el crudo invierno, estamos atravesando Barcelona." De haber tenido un destino menos incierto, más aquietado y barrial, un día como hoy debería estar sudando con los calientes, malos, pocos aires de la Ciudad Autónoma de los Buenos Aires y posiblemente lo hiciera junto a un pesebre tan falso como ridículo, con su nieve de algodón hidrófilo, sus animales de barro cocido y sus pequeños lagos de espejo. Festejábamos un nacimiento en medio del desierto decorándolo con una nieve extranjera que tampoco allí, en la auténtica Belén, habrá existido nunca.
Si nuestra vida fuera una cinta de moebius sin principio ni fin, donde nos viéramos obligados a repetir siempre las mismas situaciones de unos días precisos -como en la novela El perjurio de la nieve, de Adolfo Bioy Casares, transformada en la película El crimen de Oribe por Leopoldo Torre Nilsson y su padre- yo estaría deambulando por mi casa paterna, y sobre la gran mesa de madera oscura, desplegada totalmente para la ocasión, habría pavo al horno, puré de manzanas, frutos secos, panettone italiano -hecho por mi madre a partir de la receta de otra señora argentina llamada Petrona C. de Gandulfo-, ensalada de frutas variadas, auténtica sidra asturiana ("El gaitero, famosa en el mundo entero") y algún falso champán francés de procedencia mendocina: el menú de un invierno europeo del siglo pasado en una tórrida ciudad latinoamericana enceguecida por la tozudez de no aceptar su condición de tal. Supongo que estoy hablando del pasado. Supongo que hoy todo será distinto. Han sucedido demasiadas cosas como para que podamos seguir negando ciertas contundentes realidades. Ya en los setenta y pico, antes de la gran estampida, se proponían menús más acordes con el verano sudamericano e inclusive algunos pesebres mostraban paisajes calientes, parecidos a los del norte argentino.
También por aquí las costumbres han cambiado bastante. Hay muchos más consumidores y muchos menos nacimientos. No sé qué nos contará la película de Will Smith, pero al final del libro de Richard Matheson, escrito hace algo más de medio siglo, Robert Neville, único superviviente de un desastre planetario, acosado por un ejército de criaturas mutantes ansiosas de sangre, decide darse por vencido, deponer las armas. Reconociéndose como último exponente de una raza extinguida, acepta convertirse en "una nueva superstición que invade la fortaleza del tiempo" poco antes de poner punto final a su vida y al libro. En mi primera adolescencia, aquella frase final, la misma que da título al film, a la novela y a este post, resonaba con esperanzadores aires de victoria: un renunciamiento heroico convertía a aquel ser relativamente común en un héroe de bronce y peana. Pasada la ilusionada, ilusoria, ilusa pubertad, dejaron de interesarme los monumentos post mortem. Será porque a pesar de todos los horrores circundantes, de todos los idiotas con sus discursos sin sentido, del ruido y la furia, sigo prefiriendo esta desprolija, insensata, tumultuosa vida, a la silenciosa y sombría paz del cementerio.

lunes, diciembre 24, 2007

la estrella de esta semana: Charles Aznavour


la bohème, la bohème,
quiere decir éramos felices...
la bohème, la bohème,
quiere decir teníamos veinte años...

No creo que esté descubriendo a Charles Aznavour. Sin embargo lo he visto nuevamente, y con nuevos-buenos ojos, gracias al músico y compositor Jorge Sarraute, que me mostró estas dos versiones de La bohème, con muchos años de vida y escenario de por medio. En ambas, el feo, canijo, entrañable Aznavour, pinta un cuadro que sólo él puede ver, se cuida las mangas de la camisa, se limpia las manos sucias de pintura, arroja, o abandona, ese pañuelo supuestamente usado, ya inútil. Una preciosa voz acompañada de intención, sentimiento y clase. Aplausos sostenidos y a ser posible un bis.
http://it.youtube.com/watch?v=jPjXSwz30TM&feature=related
http://it.youtube.com/watch?v=P7fjH-YZ43Y&feature=related
¿Soportará los años, de la misma manera, el film de Truffaut(1960)?

viernes, diciembre 21, 2007

¡FELICIDAD!

Mi mejor amigo es Jimmy:
No tiene chimenea.
Así que, ¿cómo pasara la navidad?
Cuando Santa Claus vuela sobre las casas
Y se detiene en cada chimenea,
¿Se saltará a Jimmy
porque no tiene chimenea?
(Yo espero que todos vosotros tengáis una, y si no es así, a no preocuparse. Estos señores maduros de barba blanca saben como apañársela para que recibáis vuestros bien merecidos regalos)
POEMA DE CARSON MCCULLERS, ILUSTRACIÓN DE DANTE BERTINI
DEL LIBRO "DULCE COMO UN PEPINILLO Y LIMPIO COMO UN CERDITO"
EDITORIAL LA POESÍA, SEÑOR HIDALGO, 2007

martes, diciembre 18, 2007

Virginia Luque, la estrella de la semana

Preocupado porque Google me informa de que hay una joven guitarrista clásica con el mismo nombre, he decidido colgar en este blog un video de la para mí única e inolvidable Virginia Luque. Cantante de tango, actriz de cine y televisión, esta auténtica estrella argentina cumplió ochenta años el pasado mes de octubre. A pesar de que la Wikipedia nos informa de su retiro, no me extrañaría que aún siguiera cantando. Aquí interpreta un clásico del compositor Mariano Mores: Adiós. La escena es de la película "Vivir es formidable" (1966) y en ella aparecen también algunos jóvenes actores de la época: +Gilda Lousek, +Enzo Viena y el uruguayo Walter Vidarte, que vive y trabaja en España.
Con este post inauguro una nueva sección que llevará por título: "La estrella de la semana". Y será semanal, por supuesto.



lunes, diciembre 17, 2007

Encadena(dos)

El sábado por la noche fuí con un grupo de amigos a ver la última película de Ang Lee. Éramos cinco, y aunque ninguno de nosotros dijo "no me gustó", "me aburrí como un cochino" o "¡vaya bodrio!", me parece que no hemos salido del cine especialmente satisfechos.
Lust, caution, que de ella se trata, fue traducida al castellano como Deseo, peligro, una decisión que sin ninguna duda le restará una buena cantidad de posibles espectadores. Casi cualquier otra traducción hubiera sonado mejor que esta. Desde alguna con onda muy latina, del tipo Peligro carnal o Abismos de pasión, hasta una de andar por casa en plan "transición aperturista", como Ojos oblicuos, entrepiernas calientes o La China se pone cochina. Para mi gusto, la traducción mas sugerente y respetuosa del original sería Cuidado: lujuria, aunque tampoco resulte un título fácil de decir y aún menos de retener en la memoria.
Ang Lee me cae bien, sus películas me gustan. Voy a verlas porque son suyas, de la misma manera que veo las de Scorsese, Woody Allen o Paul Thomas Anderson y en otras épocas esperaba con ansiedad el estreno de un Fellini, un Hitchcock o un Bergman. Lee es un director con una filmografía extraña, donde podemos encontrar desde vaqueros gays luchando contra sus impulsos sexuales o jóvenes inglesas debatiéndose ardorosamente entre sense y sensibility, hasta airados hombres mutantes con complejo edípico y notable propensión al verde intenso. Tal vez en otra época se lo hubiera llamado "un hábil artesano", pero de ser así no hubiese recibido leones de oro venecianos ni estatuillas doradas del tío Oscar con tanta profusión. Tampoco, supongo, se hubiera atrevido a hacer declaraciones tan personales y categóricas como estas que hizo hace nada a un periódico español:
«El amor es tortura. Si no hay dolor se trata de un sentimiento superficial. Sólo cuando sientes dolor sabes que es amor de verdad. Por eso nos dedicamos a torturarnos los unos a los otros».
En este momento no me importa discutir semejante generalización. Tal vez lo que Ang Lee llama amor es ese goce del que suelen hablarme algunos lacanianos: un caramelo de placer envuelto en piel de látigo.
No puedo decir que su película me haya dejado indiferente, sin embargo tampoco puedo dejar de pensar que, sin abandonar algunos temas recurrentes en toda su obra, Lust, caution es un producto pensado para el actual mercado chino, con una pequeña burguesía ascendente deseosa de consumir todos esos productos occidentales que hasta hace poco tiempo no estaban a su alcance. Hay algo errático en la narración de este largo film -casi tres horas- que me dejó gran parte del tiempo fuera de su juego, pensando en parecidos aparentes y parentescos cercanos, como si yo también me hubiera perdido por las calles de esas ciudades chinas dominadas por los japoneses, con rubias prostitutas europeas ofreciendo su servicio por las esquinas y camareros occidentales atendiendo a los clientes de bares elegantes con marcada estética vienesa o londinense. Por allí, entre los pliegues de este amor en tiempos de guerra y bruscos cambios sociales, se asomaban el Doctor Zhivago y Casablanca, Senso, El puente de Waterloo y Arco de triunfo, Si no amaneciera y un más que "notorius" Encadenados, magnífico exponente de la síntesis narrativa y el romanticismo más apasionado. Tanto en aquellas antiguas películas como en esta recién estrenada, hay verdaderos ejércitos de gente desesperada buscando algún lugar donde aposentar sus hambrientos y maltratados cuerpos, hermosas mujeres que ansían algún tipo de ternura y hombres hoscos de mucha acción y poquísimas palabras, recortándose todos ellos como frágiles figuritas de papel sobre desoladores paisajes de amenazas, destrucción y muerte.
Según se apresuraron a adelantarnos las gacetillas antes del estreno, este film se diferenciaba de muchos otros por sus más que explícitas escenas de sexo. Quizá estas escenas sean demasiado fuertes para espectadores que jamás hayan visto un porno puro y duro, algo casi increíble a esta altura de los tiempos, pero para mí, que sólo puedo presumir de haber dejado de fumar hace bastantes años, resultó mucho más impactante la fruición conque casi todo los personajes se zampan un cigarrillo tras otro durante las casi tres horas de película.
Quizá la clave esté en la banda sonora, salpicada de voces oscuras como la de Marlene Dietrich y de tangos dramáticos de la más rancia escuela clásica. Esta es una historia de otra época, contada con todos los guiños necesarios para atrapar a un público que recién ahora puede darse el lujo de soñar con rutilantes estrellas de cine; siempre rodeadas de glamour, siempre envueltas en esas sinuosas volutas de humo que, tras su tan fascinante como estudiada fotogenia, esconden desvastadoras propiedades adictivas.
Posdatas:
1) dado que ya adjunto trailer de Lust, caution, preferí ilustrar este post con una imagen del hoy casi cincuentón Chistopher Meloni. ¿Razones? Además de otras muy notables a simple vista, hoy mismo me enteré que su hijo más pequeño se llama Dante Amadeo y, buscando, buscando, descubrí a este contundente papá italoamericano interpretando escenas de amor torturado y pasional en una serie del siglo pasado (1997) nunca emitida en España: OZ. Como supongo que todos sois mayores con criterio propio y probablemente este video será censurado en los próximos días (pasó con el del Ercole de Vivaldi en Spoleto), invito a verlo lo antes posible.
2) toda la trama de la llave oculta y la botella de cava Freixenet en el anuncio-homenaje realizado por Scorsese, también refiere de forma muy directa a Notorius (Encadenados). Mr Hitch, imitando a sus oscuros y amenazadores pájaros, sigue entre nosotros.

viernes, diciembre 14, 2007

primera reseña (diario El Mundo de hoy)

Hoy por la tarde me trajeron un ejemplar recién salido del horno (del encuadernador, en realidad) del libro de poemas infantiles de Carson McCullers: Dulce como un pepinillo y limpio como un cerdito. No es la primera vez que hablo de él, lo sé. Pero es que estoy bastante contento con los resultados. Esta misma mañana salía la primera reseña periodística (los diarios recibieron el libro en versión digital). Si quieren leer lo que dice Matías Néspolo, piquen sobre el recorte de periódico, arriba de este texto. Si les interesa ver algún dibujito más, serán muy bienvenidos a mi blog de dibujos y trabajos gráficos: CRACKFAKE, aquí al ladito mismo. Pueden pasar directamente, sin llamar ni concertar cita con anterioridad, picando sobre las letras lilas en mayúscula.

martes, diciembre 11, 2007

sin motivo aparente

Hoy no tengo nada interesante para decir, sin embargo quería poner una foto que saqué ayer en Paseo de Gracia y necesitaba alguna excusa. Recién estuve visitando el blog de Fanmakimaki. Él no para de viajar por los lugares más diversos. Yo casi siempre me muevo por los alrededores de mi casa. No viajo, vagabundeo. Un paseo de unas horas por esta ciudad de límites precisos, me deja exhausto, me carga de información y a veces también de peso. Soy lo más parecido a un hombre de las cavernas. Merodeo un rato, y algunas veces hasta cazo. Sin armas de fuego ni proyectiles especiales. Como ellos, nuestros antepasados más peludos, lo hago a puro y duro golpe, aunque los míos son de billetera, tarjeta Visa, talonario. Demasiada información, demasiada oferta, el poder adquisitivo necesario. Al margen del consumo imprescindible con algo del superfluo -alimentos espirituales y terrestres- a esto que suelo hacer desde siempre, practicamente desde que tengo uso de razón y autonomía-¿tendría cinco, seis o siete años?-, a este deambular sin razón ni destino preciso, algunos lo llaman "flanear". Es traducción libre; no pierdan tiempo buscando en el diccionario. Flâner, dicen los franceses, inventores del término. Para Baudelaire, el autor de Las flores del mal, este personaje, el flâneur, representaba el arquetípico paseante ciudadano; un voyeur vagabundo, un observador despreocupado con una pizca de dandy y otra pizca de niño. Mucho después, Walter Benjamin -imposible no estremecerse frente a su monumento recordatorio de Portbou (gracias, Pilar), apedreado un día de cada dos por facistas y neonazis-, usaría el término y la imagen del flâneur como ejemplo del individuo distanciado de la masificación alienante de aquel, "su" enceguecido y homicida, mundo moderno. Ayer mismo por la tarde, durante una reunión de trabajo, alguien preguntaba por qué "nuestro" mundo moderno no se preocupaba más, como había hecho en otras épocas, por lo que nos deparaba el futuro. Me atreví a decir que quizá fuera así porque ese futuro que nos preocupaba tanto antes, finalmente ha llegado. Y no hay otro imaginable más allá de mañana. Explotan demasiadas bombas, se derrama demasiada sangre, se grita demasiado. Nuestros sentidos están saturados de ruidos estridentes, de olores y sabores corrosivos, de imágenes dolorosas y por demás obscenas. Y cuando digo obscenas no estoy hablando de desnudos ni sexos. Me refiero a la obscenidad de la tortura, de la violencia, del exterminio y la ignorancia; a la de las metálicas y huecas carcajadas mediáticas y a la de la publicación coloreada y brillante de los detalles más íntimos y menos interesantes de un puñado de vida privadas sin demasiado interés.
Por suerte todavía hay otros mundos y están en este. Sin siquiera esperar nada semejante, puedes salir a flanear un rato y encontrarte con un sueño surrealista nada más doblar la esquina, y, con sólo sacar del bolso que llevas a un costado de tu cuerpo ese pequeño aparato mágico captador de imágenes, arrastrar contigo hasta tu guarida a esa giganta soñada por Apollinaire, digna de Robert Desnos o Tristan Tzara. Para tenerla cerca de tí y mirarla cuantas veces quieras; para colgarla de tu blog, y después, hoy mismo, obligarte a acompañarla con palabras.
Photo : Dante Bertini.

sábado, diciembre 08, 2007

¿todo el año es navidad?

"Navidad, navidad, dulce navidad..." Aunque desde hace unos días esa cancioncita resuena en el interior de mi cabeza sin dar tregua, debo reconocer que mis humores no parecen demasiado navideños. O al menos no son como los que desplegaba el Papá Noel de un serial argentino de los años sesenta, con un título que durante mi infancia me producía ilusión y hoy encuentro sencillamente amenazador: "Todo el año es Navidad". Aquella telenovela tenía muchísimo éxito de público y tanto los niños como los adultos adoraban a ese Santa Claus bonaerense de traje y corbata, experto en arreglar todo tipo de entuertos, en acercar paz y felicidad a cuanto desgraciado encontraba en su camino. A pesar de tal despliegue de bondad, los Savonarola de la época descubrieron que Raúl Rossi, el actor maduro, calvo y con bigotes que interpretaba a Santa Claus, tenía apetencias sexuales "algo desviadas", hundiendo su carrera y hasta borrándolo, según pude comprobar hoy mismo, de la historia oficial del espectáculo televisivo en Argentina.
Y hablando de desviaciones, ahora mismo caigo en la cuenta de que también yo me desvié un poquito de lo que pensaba contarles acerca de mis humores poco festivos. Es que estoy particularmente picajoso (has visto, Isabel: he logrado colar la palabrita). Muy picajoso, sí, y aunque me reconozco algo ciclotímico, no lo soy tanto como para pasar sin razón alguna de la euforia de la semana pasada al malhumor de estos dos últimos días. Tengo razones valederas, al menos dos, para estar bastante agrio de carácter. La primera es que ha cerrado definitivamente el Vips de Plaza Cataluña, uno de los pocos lugares barceloneses donde me sentía acogido en los horribles atardeceres de domingo. Allí conseguía magníficos libros de arte a precio de revista y películas interesantes y muy baratas en medianoches de solitaria tristeza ciudadana. Un nuevo tsunami para mi corazón, y este casi más devastador que aquellos que convirtieron los dos Happy Books del ensanche en comercios abacanados donde nunca querré entrar. La segunda razón es más pesada y al mismo tiempo menos concreta.
Resulta que el lobo de la censura aparece donde uno menos se lo espera y a mí me sorprendió en la página "literaria" de un prolífico y premiado escritor de Barcelona. Algún desorientado dijo en ella, porque sí, sin dar razones ni acercar ejemplos, que el binomio Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares era un absoluto timo, y que, tanto juntos como por separado, sólo habían sabido copiar a otros escritores. El dueño de la página aplaudió la libertad y valentía del supuesto detector de plagiarios, animando a esas masas -masitas más bien, teniendo en cuenta los demoledores resultados del último informe PISA- a esas masitas, repito, de interesados en el tema literario, a tirar abajo, cual devaluadas estatuas de Mao, Lenin o Stalin, al aburrido Shakespeare, a ese coñazo llamado Joyce, al infumable Proust y a unos cuantos escritores más de la misma calaña, todos ellos pedantes defensores de la literatura con mayúscula. Hubo algunos quisquillosos decididos a no aceptar estos asertos, mientras un habitual de la página aprovechaba la movida para decir que Harold Bloom se podía meter sus cánones literarios por la contratapa. Una frase nada elegante, aunque, reconozco, relativamente ingeniosa. Si en lugar de contratapa hubiera escrito abierta y simplemente culo, muchos podríamos haberlo tachado de grosero, y hasta, ¡diosnosguarde!, de machista. Después de aguantar durante varios días los denuestos desaforados en contra de, básicamente, Bioy y Borges -el señor Walt Disney también cayó en la voleada, pero eso daría para al menos otras tres entradas diferentes de este blog- decidí contestarle al detector de plagiarios lo que realmente pensaba de él y de su agresiva e irracional actitud. Pero no tuve suerte. El amo y señor del lugar rechazó la publicación de mi envío porque, según parece, " no quería propiciar los ataques frontales". ¡Venga ya! "¡Por qué no se calla señor Bertini!" O peor: tú me pegas con la olla a presión y cuando yo paro el golpe con la tabla de picar carne, me dices que soy un tipo de lo más agresivo. Un concepto muy especial, tal vez desconstructivista, de la democracia. La historia es más larga y seguramente no terminará aquí. Un amigo cercano dice que soy una persona muy tenaz y tal vez tenga razón. Sin embargo, aquí y ahora, sólo puedo confesarles mi desazón frente a los embates de la más cruda realidad. Cuando cosas como estas me suceden estando fuera de casa, corro a refugiarme en ella, pero si los golpes llegan del exterior, atravesando las paredes protectoras de mi acolchada guarida, necesito lanzarme a la calle en busca de aire fresco. Vivo en Barcelona, por si no lo sabéis: una de las ciudades más contaminadas del mundo. Como si esto fuera poco, en los últimos años gran parte de la ciudad se ha visto convertida en un verdadero campo de batalla después de la batalla. Muchos de ustedes recordarán cuando Mel Brooks pasó por Madrid promocionando una de sus últimas películas y se encontró con toda la ciudad en obras. Era tanto el descalabro, que el cómico estadounidense deseó a sus habitantes suerte suficiente como para dar con el tesoro que buscaban. Desgraciadamente los madrileños no lo deben haber encontrado y nuestros... (no sé cómo llamar a los que deciden estas cosas), bueno, "esos", ustedes ya saben, han decidido ponerse a buscarlo por esta ciudad. El paisaje actual es realmente conmovedor. En el barrio donde vivo casi todas las calles están levantadas, cercadas, cortadas, fracturadas, horadadas, pero, en un intento de tapar con brillos los desastres de esta guerra que puede durar diez años, algunos de los pocos árboles que van quedando en pie y prácticamente todos los locales comerciales, han decidido recordarnos la proximidad de las fiestas navideñas iluminando alegremente sus despojos. No estuve en New York después del ya lejano 11 S, pero dudo que los neoyorquinos hayan alumbrado con lucesitas el mismísimo lugar del atentado. Aunque tal vez sí lo hayan hecho y una vez más les estamos copiando sus, nunca mejor dicho, brillantes ideas. Y mira por dónde, esto me devuelve al asunto de los homenajes, las inspiraciones, los plagios y los malos humores.
Aunque mejor me calmo, ya que ni siquiera me queda el Vips para gratificarme con alguna peli inocente de los años cincuenta.
photo : cacho de pan
BSO : Bing Crosby canta a la navidad

martes, diciembre 04, 2007

Antepasados


(para fanmakimaki y zbelnu, que no creen demasiado en las bondades familiares)

Anoche la abuela no me dejó dormir. Estoy seguro de que fue ella, la vieja entrometida. Colándose en mis sueños, enfriando el aire alrededor de mi cama, golpeando puertas y ventanas, haciendo aparecer una vez más en mis pesadillas personajes e historias que estaban bien muertas y enterradas. Nunca entendió que no la quisiera, como si ese sentimiento, el de quererla, fuera algo innato, hasta podríamos decir genético, en todos sus parientes, en todos sus hijos y sus nietos. Pues por lo visto yo no heredé esos genes. Me negué rotundamente a sentir como ella pretendía, no hice el menor trabajo por despertar en mí con voluntad y esfuerzo lo que nunca había nacido de forma espontánea. No, no me gustaba nada doña Concepción. Mi madre, preocupada por esa antipatía que yo hacía evidente en cada contestación que le daba, en cada mirada que le dirigía, solía decirme a manera de suave reprimenda: "No me gusta que la trates así..." Y un segundo después, como si hubiera necesitado tomar aire para recordarme una vez más ese desgraciado parentesco que yo nunca olvidaba, añadía con un hilo de voz casi inaudible: "Es tu abuela". Lo repetía por costumbre, sin demasiada convicción, como si ni ella misma creyera que semejante eventualidad tuviera algo que ver con el cariño. Todo el mundo la llamaba "Conce", y a pesar de ese sobrenombre que pretendía empequeñecerla, para mí ella seguía ocupando demasiado espacio. Era cuadrada y gorda, muy gorda y lenta. Aunque ya se sabe: la memoria desbarata cualquier realidad y los niños pequeños siempre ven a los adultos como seres inmensos. Cumplía años el 8 de diciembre. Supongo que de allí salía su nombre. Sin embargo las anécdotas que la tenían como protagonista exhibían muchísima crueldad, perversas dosis de sadismo. Se decía que ataba a sus hijos a un árbol como castigo a sus travesuras o desobediencias, amenazándolos con dejarlos allí hasta que se los comieran las hormigas, que eran tan negras, abundantes y hambrientas como para producir un terror similar al de los pájaros de Hitchcock. De mi abuelo Maximino, su marido, nunca supe demasiado. En la familia se decía que había sido "un hombre de poca estatura, pero con un gran carácter". Sin embargo, después de la muerte de aquel hombre ya viejo, jamás oí decir a Doña Conce "si estuviera mi marido" o alguna otra frase que hiciera notable su ausencia. Mi pobre abuelo. Yo lo recuerdo siempre de espaldas o de semi perfil, con la mirada evadiéndose del lugar donde se hallaba, como si su interés pasara por otro sitio distinto a aquel donde se veía obligado a estar. Tal vez fuera pura y simple deformación profesional, la de alquien que constantemente está viendo llegar y alejarse trenes a los que nunca podrá subir. Es que el abuelo habia sido empleado del ferrocarril; jefe de estación según me dijeron. Yo veía aquella ocupación como algo anacrónico, de otra época, y las imágenes enmarcadas en metal que decoraban las superficies enceradas de distintos muebles de la que había sido su casa, confirmaban esa idea. Don Maximino aparecía en ellas agrio y ensimismado, consciente de que su concentración era necesaria para que el resultado final de la imagen fuera medianamente satisfactorio. Así como hoy casi nadie se preocupa por quedarse quieto frente a la cámara en el momento de ser retratado, en aquella época la orden de "no se mueva" del fotógrafo se parecía bastante a la de los policías: ambas anunciaban la inminencia del disparo. Es notorio que a don Maximino no le costaba demasiado acatar aquella orden. De mi abuelo materno no se conservaron anécdotas. Tampoco alguna frase dicha con más enfásis u oída por alguien cualquiera con mayor atención. Enjuto, serio, esmirriado, falto de humor, contenido, malhumorado, tiránico, calvo, son los únicos adjetivos que despierta en mí la memoria de don Maximino Dizandez, a quién siempre se le supuso ascendencia española. Yo siempre me permití dudarlo porque Maximino es el nombre de un emperador romano y Dizandez no aparece como un apellido oriundo de tierras españolas. Es probable que alguien sordo o semi analfabeto haya sido el encargado de anotar la entrada de los parientes inmigrantes de mi abuelo a la Argentina, cambiando un Di Santis italiano por una españolización sonora sin raíces genealógicas. Si fuera así, este pequeño personaje sin anécdotas podría llegar a ser el fundador de una particular dinastía de hombres sin historia.
photo : retrato de Charles y Ray Eames
BSO : último movimiento del concierto nº 3 para piano de Rachmaninov

sábado, diciembre 01, 2007

muy buena impresión

estoy muy relajada... llamaron de la gráfica para decir que la impresión de MIS POEMAS ILUSTRADOS (ver link) ha marchado viento en popa... ¿que lo de viento en popa os suena un poco antiguo? ¿debería decir fetén, chachi, estupendo o superguay? bueno, después de todo soy una chica sureña de otra época... ah! y Patsy Cline (ver link) me encanta... ¡aunque Vivaldi no está nada mal! (ver link)