domingo, marzo 30, 2008

el Mapa de los Deseos

Había leído sobre aquel Mapa de los Deseos en el grueso volumen de la escritora neoyorquina Mary Louise Health, archiconocida autora de "Curarse con su propia mano", líder durante meses y meses en las listas de éxitos -best-sellers, según los amantes de los anglicismos- de las librerías de medio mundo, con cerca de setenta y cinco ediciones y más de quince millones de ejemplares vendidos. Entre los diversos secretos curativos de aquella deliciosa pelirroja de mediana edad -¿mediana? ¿se suponía que iba a vivir cuarenta, sesenta o noventa años? ¿esa medianía eran los treinta o los cuarenta y cinco?-, pues bien, entre todos los consejos y recetas de aquel libro que había leído a los trompicones, entre mudanzas, cambios de pareja, diversos conflictos familiares y varios duelos inesperados que habían ensombrecido de forma definitiva su ya vapuleado corazón, sólo recordaba aquella cartografía mágica, capaz de otorgar todo lo necesario para ser inmensamente feliz. Se trataba de realizar un collage con fotos de todo lo deseado, fueran objetos, experiencias o personas. No era tan irracional como para creer que aquella receta de artesanía doméstica solucionaría su vida, pero pasaba por una época de tristeza tal que cualquier cosa que pudiera alejar su mente aunque más no fuera por un momento de depresivas elucubraciones, era bienvenida. Deseaba ser feliz, sin ninguna duda, ¿pero sabía cómo construir aquello? Siempre había considerado que sus intereses eran más literarios que visuales. Creía poder entender las palabras mucho mejor que las imágenes; quizás de allí salía su poca afección al cine y el teatro. Todas sus relaciones habían sido y eran cinéfilas, sin embargo, cada vez que se le había planteado la disyuntiva, prefería quedarse en casa con un buen libro a hundirse en la oscuridad de una sala abarrotada de gente con el cogote tieso y la mirada fija en una pantalla de imágenes en movimiento.
"Para empezar, cómprese una cartulina del color que más le guste". Negro, pensó inmediatamente, pero Mary Louise descartaba de lleno aquella posibilidad: "Aunque su ropa sea habitualmente muy oscura o negra, le aconsejo que descarte por esta vez los colores sombríos y se incline por aquellos que estén asociados con la naturaleza, como pueden ser el verde, el azul, los naranjas y amarillos, el rojo, los lilas y los fucsias". Se imaginó un rectángulo fucsia colgando en la pared enfrentada a su cama -allí debía poner el mapa de los deseos para poder verlo cada día nada más despertarse-, y sintió una especie de descarga eléctrica recorriéndole el cuerpo. Sin pensárselo demasiado optó por un sobrio color arena clara -más natural imposible-, y apenas se sorprendió, sin llegar a cambiar de parecer, cuando la empleada de la papelería lo llamó "té con leche". La mujer demostraba tal certeza profesional que hacía imposible, e innecesaria, cualquier discusión al respecto.
Extendió la cartulina sobre la mesa del comedor. La de trabajo estaba llena de facturas, libros a medio leer, invitaciones a eventos ya pasados y fotos, cartas y postales que, alguna vez, se repetía cada cinco minutos, debería ordenar. Sosteniendo aquellas pilas inestables de papeles diversos, aparecían cacharros con lápices, lapiceras, bolígrafos, abrecartas y tijeras de distinto tipo y tamaño, todos utensilios convertidos en inútiles desde la llegada del todopoderoso ordenador. ¿Qué deseaba en realidad? ¿Qué cosas podían producirle un poco de felicidad? Descartado desde el vamos "el vocablo amor con toda su porquería", había empezado recortando la foto de un Jaguar clásico de los años sesenta y la de esa casa rodeada de árboles en algún rincón de Costa Rica, ideada especialmente para el poseedor de una biblioteca con miles de volúmenes. Le gustaban los animales, pero nunca había tenido decisión ni tiempo para adoptar alguno. Hojeando revistas -ni siquiera se le había pasado por la cabeza destrozar sus queridísimos libros -encontró fotos de un golden retriever de cara sonriente, del perro que anunciaba una popular lotería, de dos galgos y una gata snow shoe rodeada de sus cachorros. Un suplemento dominical bastante envejecido le regaló la imagen a toda página de un fondo marino con peces tropicales y también la de un espléndido tucán posado sobre una gruesa caña de bambú. Abrió el cajón superior de un mueble con ruedas que tenía en su estudio con el convencimiento de que encontraría dentro la barra de cola transparente guardada allí hacía al menos...¿tres años? ¿Habían pasado ya tres años desde la última vez que usó aquel pegamento? La barra de pegamento estaba totalmente seca, era más que evidente, sin embargo necesitó cerciorarse restregándola varias veces sobre una hoja de diario donde un titular catastrófico anunciaba el fin de unas negociaciones de paz en algún lugar del mundo. ¿Qué podía hacer ahora? Eran las ocho y cuarto de la noche de un sábado de invierno en un barrio elegante donde para su desgracia no había comercios chinos o pakistaníes. ¿Tendría que soportar una nueva frustración, esperar hasta algún otro día donde el ocio coincidiera con esas ganas, de verdad poco frecuentes, de tontear con los deseos? El mapa aquel era una estupidez, quién podía dudarlo, pero el hecho de haber intentado montar aquel collage sin finalmente llegar a hacerlo, ¿no le acarrearía un sinfín de desgracias?
"Todo el mundo tiene algún adhesivo en casa", pensó, mientras se dirigía de forma resuelta a la de sus vecinos más cercanos. Ni siquiera sabía con quien o quienes compartía el rellano: había oído ruido de otras mudanzas poco después de su llegada al edificio, pero nunca se había preocupado por enterarse de la identidad de los nuevos inquilinos.
Tocó el timbre y esperó a que abrieran con la espalda rígida y los brazos cruzados sobre el pecho. "Una actitud defensiva", se dijo. No le pareció en absoluto ilógico: el mundo estaba lleno de psicópatas.
La puerta se abrió de pronto, sin ruidos, dejando ver una silueta oscura que se recortaba sobre la claridad luminosa de las paredes, pintadas con un amarillo áspero que imitaba el color de algún cereal maduro. La sonrisa amplia, fresca, clara, sin duda alguna deslumbrante, flotaba juguetona, como suspendida en el aire. "El gato de Cheshire", pensó, dejando caer lentamente los brazos.
-¡Buenas noches!
-Buenas noches!...
Después del saludo algo forzado se produjo un silencio espectante. ¿Podía ser que los planetas hubieran decidido detenerse para observar con atención aquella escena carente de trascendencia? Ajenas a todo, las dos figuras se mantuvieron en su sitio, una a cada lado del vano de la puerta. Finalmente, y después de un suspiro, la boca de la amplia sonrisa en suspenso volvió a hablar:
-Bueno...Sólo se me ocurre darte la bienvenida. ¡No sabes qué alegría me das! Empezaba a pensar que jamás tendríamos la posibilidad de conocernos.

BSO : Lakmé de Delibes. Ilustra : Poster con errata sacado de la web

jueves, marzo 27, 2008

¡I'm Fucking Ben Affleck!

Como la cosecha de muertos nunca se acaba, ayer ha muerto Richard Widmark, un buen actor "de carácter", especializado en papeles de pistolero, de militar o policía. Personajes de pocas palabras y mirada escrutadora; hombres duros, en suma. Me pregunto si de existir el paraíso estos tipos de cara seria y pensamiento soterrado entrarían en él. También me hice esta pregunta cuando el día siguiente al de mi último cumpleaños, 10 de noviembre de 2007, murió el escritor Norman Mailer. Había leído con admiración algún libro suyo cuando la adolescencia no me permitía distinguir con claridad dónde estaban los enemigos disfrazados de corderos. Siempre lo supuse inteligente -nadie llega a ocupar el sitio que tuvo, y en cierta medida retiene, sin serlo bastante- y no me cuesta reconocer que fue un hombre incansablemente luchador, al menos por la causa del Mailer-ismo. En una de sus novelas, tal vez Los desnudos y los muertos, el personaje principal se paseaba borracho por la cornisa de un altísimo apartamento de Manhattan, dispuesto a demostrarse que podía ser valiente o, de lo contrario, morir en el intento como un auténtico héroe. Mailer nunca se bajó de aquella cornisa. Le gustaba el riesgo casi tanto como sentirse en las alturas. En una escena de Sleeper (El dormilón, 1973), Woody Allen comenta al que lo acompaña: "Este es un retrato de Norman Mailer. Acaba de donar su ego a la Facultad de Medicina de Harvard". Algo así como el célebre chiste sobre los argentinos suicidas. Como era de esperar, la muerte de un personaje tan polémico e indudablemente carismático, provocó comentarios de todo tipo. Transcribo dos de ellos.
Tenía fama de ser un matón, un siete machos, un Pancho López. Quiso hacer de todo, y se salió con la suya. Se desbordaba a sí mismo. Era un superhombre. Fue soldado, novelista, ensayista, periodista, guionista, cineasta, político, niño terrible, anciano temible, mosca cojonera, duende zumbón, Pepito Grillo, jaranero, escandaloso, libertino, radical, antisistema, creyente, paradójico, seductor, amante de mil mujeres, marido de seis esposas, padre de nueve hijos, abuelo de once nietos, padrino de cinco ahijados, estadounidense hasta las pobladísimas cejas y mitómano a más no poder. (Fernando Sánchez Dragó)
Tenía defectos. Nunca he dicho que fuera una vida para imitar. En España, Norman Mailer viviría alejado de sus seis mujeres según la Ley de Violencia de Género. No era homófobo, ni machista, pero riñó a cabezazos con Gore Vidal, una loca; una de sus seis esposas -Adela Morales- le dio para siempre fama de machista. Pero fue ella la que le provocó: «Vamos, pequeño maricón, ¿dónde están tus cojones?». Mailer la apuñaló. (Raúl del Pozo)
Algunos meses después de su fallecimiento, Youtube nos muestra -disfrazado de respuesta a Matt Damon y Sarah Silverman- el irónico homenaje que le han dedicado una serie de famosos (Cameron Díaz, Brad Pitt, Harrison Ford y Robin Williams, entre otros). Tal vez no le perdonan ni después de muerto muchas de sus actitudes y declaraciones, indudablemente machistas, abiertamente homófobas. A pesar de todo lo que pueda decir en contrario ese bendito señor Raúl salido de no sé cuál pozo.
Pueden ver el video que da título a este post con sólo pulsar sobre estas estrellas *** (de la semana)

lunes, marzo 24, 2008

destellos fugaces en una semana atípica

Durante estos días no ha ocurrido nada demasiado importante en mi vida. Y lo digo con verdadera placidez, sumamente agradecido y contento de que haya sido así. Pasamos gran parte de la Semana Santa (?) en casa de amigos -Pilar y José Luis en Cadaqués, Ana y Sabel en Gavá-, gozando de charlas, comidas, juegos de mesa muy letrados, paseos con abundante diálogo y un mucho más de charlas y comidas. En los momentos libres leí algunas revistas, varios diarios y apenas unas páginas de la biografía de Roberto Arlt -El escritor en el bosque de ladrillos- que escribió Sylvia Saítta y editó Sudamericana de Argentina. Parece entretenidísima y muy documentada. Jorge y yo hicimos la ilustración de la cubierta sin conocer el texto, basándonos en lo que nos sugería el título y ese escritor tan apreciado por mi tierno Yo adolescente. Todos -autora, editor, "cover designers"- quedamos contentos con el resultado. Gracias a los medios de difusión, no estuve tan aislado como para no enterarme de que muy cerca explotaron bombas y bombonas. Quizás para estar a la altura de estas demostraciones de violencia demencial, el Canal Plus y la Ser han usado estos días de asueto laboral para publicitar orgullosamente, con auténticos bombos y platillos, la transmisión televisiva de la tortura y asesinato de un buen montón de toros. Extraña manera de potenciar la sensibilidad ya bastante cascada de los telespectadores españoles.
Una tarde fría con sonora tramontana cadaquense de fondo, entretuve mi tendencia al pánico viendo una película de Hal Hartley, Trust (Confía en mí, en la más explícita traducción española). Aunque estrenada en un lejanísimo 1990, ni siquiera tenía noticias de su existencia. Hal Hartley me resultó un Ken Loach escéptico, con menos pretenciones de denuncia y más bilioso humor alquitranado. Es que nunca he visto fumar tanto y tan intensamente como en esta película. Si no fuera porque los personajes son poco modélicos y además se la pasan mal todo el tiempo, se podría pensar que es una publicidad larga duración de Marlboro o Camel. Una idea realmente infumable, pero dado que los designios de la publicidad suelen ser insondables, me quedaré para siempre con la duda. Como esta no era la única que tenía sobre el film, su director y sus intérpretes, nada más verla me metí en Internet -ese dios de los no creyentes- para despejar todas las otras lo antes posible. Mal hecho. En Google me encontré con la noticia de que a la protagonista, Adrienne Shelly (1966), guionista, directora, actriz y madre de una niña de tres años, la había asesinado un obrero de escasos 19 en su apartamento del Greenwich Village neoyorkino durante una acalorada discusión por ruidos molestos. No era una noticia reciente. Estaba fechada en noviembre del 2006. No sé si tuvo poca trascendencia o simplemente yo no me enteré en su momento. Me dá igual: para mí el crimen sucedió esta semana. La noticia era bastante desagradable, llena de detalles morbosos que prefiero no transcribir.
Mientras escribo esto, transcurre el domingo de Resurrección. Me gustaría creer que este día nos traerá de vuelta, vivitos y coleando, al director Anthony Minghella, al actor Paul Scofield y al escritor y científico Arthur C. Clarke, tres* pérdidas a tener en cuenta, todas ellas producidas en esta última semana. (*Cuatro, ya que un día despues de colgar este post me entero de la muerte de Rafael Azcona, escritor y guionista.)
También esta semana, la modelo Martina Klein, hija de unos amigos, casi amiga, estrenó programa por la Sexta. Se llama Celebrities. Va de famosos con glamour, evitando todo lo posible los sangrantes despojos de mercado. A pesar de ello, la noticia estrella de esta edición fue que una de las protagonistas de Sexo en Nueva York, Cynthia "Miranda" Nixon, había decidio abandonar el armario y presentar públicamente a su amada pareja, otra señora algo gordita de cabellos también rojos. Nada se dijo sin embargo sobre Stipe, el líder del grupo REM, que decidió declararse homosexual para ayudar a otros más tímidos a "asumirse" como tales. Ni tampoco se comentó que Victorio y Luccchino ya no podrán hacerle ropita bien cortada a las imágenes de la cofradía de San Esteban. La junta de esta hermandad decidió prescindir de ellos porque el año pasado se habían casado. Parece que a la junta de los copones no les molestaba que los modistos vivieran en concubinato, sobre todo si lo hacían calladamente, pero una ceremonia a toda pastilla, publicitando abiertamente su unión matrimonial -y por ende todas sus otras uniones, de techo, hecho y lecho- les ha parecido inaceptable. Para aligerar un poco este carnal caudal de noticias, acabo de leer que Jim Carrey (46), a quien hace pocos días vi haciendo un corto papel de asesinado en La lista negra, The Dead Pool, -protagonizada por Clint "Harry el sucio" Eastwood-, asegura curar sus depresiones con la ingestión de abundantes vegetales y legumbres. No piensen que estoy deprimido, pero esta noche comeré solamente una ensalada de lechuga acompañada de alguna que otra acelga y dos o tres garbanzos. ¡Viva la Santísima Salud! ¡Abajo los depresivos colesteroles!

Posdata: "Esta es la primera época que ha prestado mucha atención al futuro, lo cual no deja de ser irónico, ya que tal vez no tengamos ninguno." Arthur C. Clarke

miércoles, marzo 19, 2008

Los setenta años de Rudolf Nureyev.

Parece que la primavera se acerca danzando. De un post a otro, de un blog a otro blog; entre piruetas interminables y soberbios grandes jetées. Maurice Bejart inspira a De Lirium, que recuerda el aniversario del inolvidable bailarín ruso Rudolf Nureyev. Y a su vez, Vanessa me recuerda una anécdota que le había contado nada más conocerla. El 17 de este mes Nureyev hubiera cumplido 70 años. Sería un viejo felino, aunque con toda seguridad, igualmente bello, con ese porte majestuoso y ese orgullo de raza que sólo la enfermedad que finalmente lo mató pudo doblegar. Me crucé con Él un invierno de los ochenta por las calles de París. En aquel viaje vi también a Charlotte Rampling entrando a una zapatería del boulevard Saint Germain y desayuné junto a un avejentado Laurent Terzieff en un pequeño bar que todavía conservaba su decoración original de los años cincuenta, a escasos doscientos metros del mítico y carísimo Les Deux Magots. Yo pasaba unos meses allí, en un apartamento duplex de la rue de Lille, enfrentado a la que había sido la casa-consultorio de Jacques Lacan. Me enteré de esa proximidad varios años después, aunque de poco hubiera servido saberlo en aquel momento porque cuando nosotros vivimos allí el señor Lacan ya había muerto. Aquella zona era, y aún es, la de los más importantes anticuarios de la capital francesa. Pasearse por esas calles ordenadas y de poco tránsito era un verdadero lujo. Se vivía rodeado de objetos y muebles bellísimos, casi un anticipo de lo que nos esperaba allí mismo, cruzando el Sena, en ese Louvre pre-Pyramide al que me gustaba llamar, con infantil arrogancia de recién llegado, "El Museo de Mi Barrio".
Un triste y frío atardecer de sábado, sin planes precisos ni ordenador para ocupar el tiempo libre, decidí dar un paseo por las cercanías de nuestra casa. Los escaparates abigarrados y cambiantes de los anticuarios permitían encontrar cada día algo diferente donde entretener la mirada. Me detuve, como lo hacía siempre, en un local especializado en sombreros de todo tipo, época y lugar. Las paredes pintadas de negro hacían resaltar el color de las plumas y las cuentas de cristal, la textura de los fieltros, satenes, pieles y terciopelos, el brillo de los apliques de metal y el dibujo de las barrocas pasamanerías de algodón o seda. Un poco más lejos, en el escaparate lateral de una tienda especializada en petit meubles, habían colgado un pequeño grabado ochocentista sabiamente enmarcado con un entrelazado de hojas y frutos en oro viejo. Mostraba a un joven hombre desnudo recostado sobre unas rocas. Estaba allí, deslumbrado por la sutil belleza de aquella imagen, cuando, doblando la esquina más lejana, apareció una figura imponente. Maxi abrigo negro de paño con abotonadura doble, sombrero de astrakán calado hasta las cejas, botas altas de cuero y una enorme cartera cruzada en bandolera sobre el pecho. Le noire sorte et gagne, decía un slogan de moda por aquellos tiempos. En aquel hombre, que reconocí inmediatamente como Rudolf Nureyev, la frase cobraba todo su sentido. Me despegué del escaparate y, olvidando la imagen del grabado, caminé hacia su encuentro. Salvo nosotros dos, la calle estaba absolutamente vacía. Pasó a mi lado mirando al frente -una pantera harta o desganada que desprecia a su posible presa- y se detuvo un instante en el mismo escaparate donde había estado yo antes. Era más que evidente: a Él también lo había impresionado el dibujo del hombre desnudo sobre las rocas. Me quedé hasta ver cómo entraba a la tienda y después seguí mi camino. No me hubiera gustado verlo salir con aquel cuadro bajo el brazo, ufano cazador camino de su cueva.
fotografía en color de Lord Snowdon
retrato desnudo de Richard Avedon

domingo, marzo 16, 2008

La primavera sin Béjart

Una primavera sin Maurice Béjart, la primera.
http://it.youtube.com/watch?v=vNt0mvjoS08&feature=related
Otros bailarán por y para él.
Ya no será lo mismo.
retrato de MB durante el rodaje de B comme Béjart
(ah!...me tomaré unos días de santo descanso)

jueves, marzo 13, 2008

"Todo verdor perecerá..."

Todo el día de hoy se dió vuelta como un guante
-no sé muy bien por qué se dice esto,
si bien lo encuentro mundano y elegante-
cuando en una página del periódico
leí una noticia de verdad escalofriante.
Juro de rodillas que la frase anterior no pretendía rima alguna, pero salió así tal cual, de corrido, y no pude hacer ojos ciegos a semejante cosa. (Se suele usar aquello de "hice oídos sordos" con absoluta naturalidad, todos entendemos a qué se están refiriendo cuando lo oímos, pero me parece que trasladado a los ojos no causa el mismo efecto. Es más: resulta espantoso.)
Quizás se hace necesario una explicación más extendida de la ripiosa entradilla. Tenía cita con el dentista, y aunque no temo a los odontólogos como suelo temer a las alturas, ni los encuentros con sus utensilios de labor me producen esos sudores fríos que me producían los debates televisados de la última campaña electoral, transformados en auténticos ataques de pánico por los comentarios de los periodista especializados en manipulación de masas, todos ellos empeñados en hacerme ver lo inexistente, encuentro bastante más agradable coquetear con los camareros del Habaluc o quedarme en casa haciendo jardinería de maceta, que visitar los ascéticos y musicalizados consultorios de mi actual dentista, el afable doctor Moret.
Ya lo decía mi tío Alfredo: "Un día signado por el torno es un día mal torneado". Para colmar la copa de los males, Nancicomansi, aún triste por la pérdida de su amado Ulises, se despide del blog no se sabe por cuanto tiempo. Tal vez debería pulsar en el link de 4 gatos y buscarse una nueva amistad felina. La extrañaremos. Mientras tanto, y como siempre, la vida baraja oros, bastos, copas y corazones de manera azarosa, arbitraria. Con la enternecedora intención de hacerme -hacernos, ya que mis malos humores salpican de forma inevitable a los que viven conmigo- todo este trance dental más llevadero, mi amiga Pilar Sigourney se presentó en casa esta misma mañana munida de un inesperado regalo: una mona de pascua representando una oronda gallina ponedora (de chocolate) rodeada de los correspondientes huevos (también de chocolate) y de varios pollitos amarillos (todos ellos de peluche). Una verdadera monada para alegrarnos un miércoles más bien de mierda, en el que también me había enterado que una banda de desalmados talaron una encina varias veces centenaria en la cercana Collserola. Gracias a la dulce visita de Sigourney fui al consultorio del dentista algo más ilusionado y, como era de esperar, en la sala de espera encontréme con la habitual mesa rebosante de revistas del corazón. No suelo tener dudas: siempre me inclino por la madre del cordero. Ya con el Hola en mis manos volví a mi asiento y por la amplia ventana que da sobre avenida Diagonal pude contemplar cómo el escacharrado Messi me sonreía desde un cartel que cubre casi la mitad de la fachada de un gran edificio de apartamentos de la citada arteria.
Desde aquella privilegiada posición, tan agigantado como una Anita Eckberg felliniana, el futbolista argentino me aconsejaba viajar no importa dónde en la clase preferente de una línea aérea que ahora no recuerdo. ¡Como si él y yo ganáramos lo mismo y fuéramos igual de famosos! Suerte la suya, además, que atraviesa fronteras sin dar explicaciones ni verse obligado a mostrar salvoconductos de todo tipo. Para no pensar demasiado me sumergí en la revista más leída en España: una tercera parte de ella estaba dedicada a una pareja de treintañeros con su hijo recién nacido. Lucían a su niño con el mismo orgullo conque un coleccionista de pintura podría mostrarnos su recién adquirido Modigliani. Algunas páginas más adelante, Máxima de Holanda caminaba, erguida cual walkiria wagneriana a punto de soltar un aria, hacia su futuro reinado, llevando al futuro rey de la mano y un ajustado traje en reluciente amarillo oro sobre el resto del cuerpo. He visto cosas peores. La misma revista me deparaba algunas sorpresas más, como el traje largo rojo de la Presidenta de la Academia del Cine Español en la Gran Noche de los Goya. Nada más verla, recordé aquello tan goyesco: "El sueño de la razón engendra monstruos". De semi perfil, tocado con un sombrero cordobés y vestido con su traje de luces, los colores y el papel cuché no lograban dar brillo a una imagen especialmente sombría del torero viudo que no acaba de retirarse de los ruedos, como tampoco enlucían el nuevo "desacierto look" del apuesto Brad Pitt: traje príncipe de gales y barba recortada. ¿Acaso le has prestado tu asesor de imagen, ma jolie Angelina? Ya al borde del oprobio, abandoné la revista y abrí un periódico. Un titular anunciaba que en algo más de 7.500 millones de años el insaciable sol se tragará a la tierra. "¡Qué importa nada!", me dije entre suspiros, "¡todo verdor perecerá!".
Posdata: en algo menos de un día, la gallinita marrón ha perdido tres de sus también marrones huevos.
ilustra : gatito convalesciente from Miho Sadako / zoo aviar from Sigourney Brea/ producción, montaje y fotografía de Cacho de pan

lunes, marzo 10, 2008

Idea Vilariño

Llama un amigo por teléfono. Me tiene presente, piensa en mí, recuerda las cosas que me gustan. Somos del mismo barrio porteño, donde nos conocimos hace muchísimos años.
Sabe también que nunca compro el diario que él sí compra cada día.
-Te guardo el suplemento. Hay una nota sobre Idea Vilariño... Sé que te gusta mucho.
No tengo paciencia suficiente para esperar hasta encontrarnos, así que bajo a comprar el periódico a mi quiosquero habitual, el de Enric Granados y Valencia.
Es verdad. Idea está allí, en una foto de hace unos cuantos años. Bellísima mujer, el cronista, Antonio Muñoz Molina, queda atrapado por sus ojos y, sumergiéndose en el placer del retrato que esboza, se empantana en sus propias palabras. Su retrato literario, perfectamente escrito, no me dice demasiado.
Tal vez sea porque esta mujer no necesita anécdotas ni descripciones. Le basta con escribir poemas como éste:

Ya no será,
ya no viviremos juntos,
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa,
no te tendré de noche
no te besaré al irme,
nunca sabrás quien fui,
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca,
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre, y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
ilustra : graffiti con poema de I.V. en un muro de Montevideo.


viernes, marzo 07, 2008

Comunicando

Ayer, haciendo limpieza, decidí tirar las revistas viejas acumuladas por todos los rincones de la casa. Algunas llegan sin que las pidamos y a otras las compramos por capricho, dispuestos a devorar ese contenido que nos pareció imprescindible y que, muy poco después, deja de ser interesante, envejece, se traspapela sin remedio. Algunas de estas revistas ni siquiera fueron hojeadas. Se las ve nuevas, están crujientes como un pan recién salido del horno. Tirarlas sin más, sin siquiera saber qué llevaban dentro, me resulta realmente imposible. Fue así que encontré el número 11, fechado en junio de 2007, de InfoCatalunya, revista de información al ciudadano de la Generalitat de Catalunya. En ella resplandecía esta publicidad tan comunicativa:Ahora, para que esta comunicación con el ciudadano sea posible, ¿no creéis que falta algo?

miércoles, marzo 05, 2008

Mi estrella eres ¡TÚ!

- Sé que voy a darte una gran sorpresa: ¡la estrella de la semana eres tú! No sabes hacer absolutamente nada, eres más aburrida que una galleta de arroz y ningún dios del Olimpo se acordó de que andabas por allí cerca cuando llegó el momento de repartir los dones. Además, siempre has sido más negada que Jesús por Pedro y un poquito más torpe que tú misma, lo cual es decir demasiado. ¿Pero quieres que te confiese algo? Nada de todo esto me parece importante, ya que... ¡yo te amo, mi amor! ¡No sabes bien cuánto te amo!
ilustra : retrato de Mia Farrow por Diane Arbus
BSO : Grace y Frank (pulsar aquí delante)

domingo, marzo 02, 2008

función de gala : william forsythe

«Si quisiera expresarme a través de la palabra, lo haría, pero mi lenguaje es el movimiento. No tengo una fuente de inspiración única; en alguna ocasión es la música y en otras el movimiento o la historia que quiero contar».

William Forsythe, bailarín y coreógrafo estadounidense residente en Europa.
Una muestra de su trabajo coreográfico en el Frankfurt Ballet (con vestuario de Issey Miyaké, el talentoso diseñador japonés radicado en Francia) pulsando aquí: ***
La taza es de BODUM, el té no lo sé.