jueves, julio 31, 2008

He vuelto

y quería anunciarlo humildemente, sin alharacas excesivas, sin bombas, bombos ni platillos.
Pero la carne es débil.

Como hace calor, mucho calor, los dejo con (pulsar aquí) mi embajador en Viena, ese panecillo ideal para acompañar té frío con limón al borde de la pis-cina. Prometo más palabras, aunque no en este preciso, y muy bochornoso, momento.
imagen de Busby Berkeley
(Podéis observar como las bellas y enmalladas bañistas de Busby dibujan sutilmente con sus piernas la (u)Ve de la Victoria, de Volver, de Vacaciones, de Verano, de ¡Viniste, Cacho! Un auténtico lujo de superproducción -carísimo- pero este regreso se lo merecía.)

jueves, julio 24, 2008

Paquetes

Me llega el adelanto publicitario de un nuevo libro de Taschen. Trata sobre el packaging y su importancia en el mundo actual. La gacetilla dice: Ningún otro libro explora el diseño contemporáneo de packaging alrededor del mundo tan extensa y detalladamente como lo hace Package Design Now! Casi todo lo que compramos viene envuelto con algún tipo de envase: algunos son meramente funcionales, mientras otros tratan de atraer nuestra vista cuanto pueden.
Ayer mismo pude ver la gala final de Operación Triunfo. Me interesaba saber cómo le iba a Cheeper, un buen cantante estadounidense que vive con su pareja valenciana en un pueblo de Tarragona. Estaba entre los tres finalistas y contaba con el rechazo casi físico de uno de los jurados. Este tipito del que niego hasta su nombre, es un especimen desagradable de esa nueva raza de periodistas televisivos con formación en oscuras academias de la actual Inquisición o en las mazmorras de vaya a saber qué régimen. Cheeper no debería haber estado nunca en este concurso. Quizás sí como profesor de canto y baile, o como instructor de buenos modales, saber hacer y conocimiento del espectáculo, materias todas, según parece, con muy poco morbo televisivo. Como concursante marcaba demasiado la diferencia existente entre un puñado de gente que quiere cantar cualquier cosa de cualquier manera, en plan karaoke pero más producido, con alguien que se toma el espectáculo a la manera clásica, pretendiendo mostrar al público lo mejor de sí de la mejor forma posible. Quedó tercero, por supuesto. Ya les pareció bastante para un negro homosexual que ni siquiera entiende demasiado bien el castellano. La ganadora es una niña de Córdoba, con ojos increíbles y piel de anuncio a toda página; un auténtico hallazgo para los ojos. Pero, ¿es necesario que además se suba a un escenario y cante? Milagros del packaging actual. Una envoltura bien diseñada puede vender cualquier producto, más allá de sus auténticas bondades y prestaciones. Después del programa, incentivados por el concurso de los pobres triunfos pasajeros, intercambiamos nombres de cantantes femeninas inolvidables con los dos amigos que nos visitaban. Gió me preguntó si conocía a Giuni Russo y yo le hablé de Timi Yuro. Nos metimos en You Tube y quedamos, -por igual, aunque de forma cruzada-, fascinados por el reencuentro con una y encantados de conocer a la otra. A Timi la había oído por primera vez en Ibiza, durante un invierno calmo y musical en el que pude bucear en la discoteca de un amigo uruguayo que me había dejado las llaves de su piso para que pudiera hacer precisamente lo que hice: grabar dos docenas de casettes mixturados con muchas de las mejores canciones populares editadas entre principios de los cincuenta y mediado de los ochenta. Resultaron ser -y por cosas como esta la gata insomne me tacha de egocéntrico- unos casettes de lujo. Banda sonora habitual de nuestra tienda (Dadá) por aquellos años, desde hace tiempo y debido a los subyugantes avances de la técnica, se han convertido en cintas arrumbadas que ya nadie escucha.
Fue extraño terminar la noche así. Nunca antes me había interesado por el destino final de Timi Yuro. Preferí mantenerla para siempre jamás en un limbo particular, junto a sus rítmicas canciones desgarradas. También ayer, buscando más detalles sobre su vida, acabé enterándome de su muerte. Fue en el 2004, con poco más de sesenta años. Hacía veinte que sufría un cáncer de garganta, terrible castigo para alguien que vive de su voz. Timi, hija de unos restauradores italianos de Chicago trasladados a Los Angeles para seguir de cerca la carrera de su hija, no era especialmente bella, sexi ni llamativa. Se podría decir que tenía un packaging poco apropiado para una figura de primera línea del show business internacional. Seguramente hubiera sido la tercera finalista de algún programa televisivo como Operación Triunfo.
ilustran : David Beckham en una publicidad de Giorgio Armani, y Nicole Kidman, foto de cubierta para Vanity Fair.

domingo, julio 20, 2008

vacaciones intermitentes

Vuelvo a Barcelona en un tren de cercanías. Anoche tuve sueños con gatos perdidos y me desperté buscando desesperadamente a Federico Felini, que había decidido quedarse cuidando la casa. Ya la noche anterior, en medio de la oscuridad, casi inconsciente, confundí un almohadón en forma de pez que adornaba la cama donde solía tirarme a dormir -la dueña de casa, mi amiga Hella, es muy afecta a los animales de todo tipo- con mi querido gato ausente. Dentro de lo posible, los animales que viven conmigo suelen ser seres autónomos con derechos y deberes. Cuando estábamos a punto de cargar ordenadores y maletas en el coche para huir unos días hacia Altafulla, puse la caja de transporte gatuno con la puerta abierta cerca del hocico feliniano y don Federico ni siquiera tuvo intención de olerla, así que di por supuesto que no le apetecía en lo más mínimo sumarse a la escapada. Muchas galletas por todos los rincones, abundante agua para acompañarlas y por unos días nuestro estimado gato podrá ejercer de amo absoluto de la casa. No será la primera vez y supongo que tampoco la última. Sin embargo esos sueños desoladores de los que daba cuenta al principio de este post, me produjeron tal inquietud que no pude obviar la necesidad de comprobar si EfeEfe seguía tan bien como cuando lo había dejado.
Me apeo en la estación Paseo de Gracia, a dos calles de mi casa. Puedo asegurar haber hecho este trayecto al menos una vez más en mucho mejores condiciones. Por aquel entonces el mediado Jordi Pujol todavía estaba en el gobierno y nadie imaginaba siquiera un artilugio superligero atravesando subterráneamente el centro de Barcelona. Por el contrario, el conductor del tren de cercanías que me trajo desde Altafulla parecía tener muy presente las velocidades de esa aún esquiva AVE de acero y se sentía con capacidad y energías suficientes como para superarla, a pesar de que los vagones algo caducos se negaban a admitir semejante competencia deportiva, bamboleándose sin concierto alguno entre chirridos lastimeros. Recuerdo que en mi anterior experiencia ferroviaria desde Altafulla encontré muy gratificante haber abandonado una playa mediterránea con gente en bañador despreocupadamente tumbada sobre la arena, para, en menos de una hora, hallarme en pleno centro de la ciudad, rodeado de cines, tiendas prestigiosas y ciudadanos barceloneses acicalados y paseanderos. Esta llegada fue muy distinta. El andén de la estación Paseo de Gracia olía apestosamente, a gasolina y aceites quemados, y un montón de gente variopinta, portando mochilas, maletas y bolsos, se apiñaba por todos los rincones luciendo rostros desencajados y sudorosos, más propios de una evacuación sorpresiva que de unas relajadas, y presumiblemente reparadoras, vacaciones. Me lancé a la calle, ansioso por volver a mi casa y su rutina diaria, sin andenes, mochilas ni conductores ferroviarios pasados de rosca. Mi atención es parcial, como la de casi todo el mundo. Es cierto que en el Paseo de Gracia hay más comercios de marcas prestigiosas, pero los cines de años atrás ya no existen. Desde el escaparate de la firma que ocupa uno de esos espacios inolvidables, suele sonreir el actor George Clooney, si bien lo hace para vender máquinas de café y no películas de arte y ensayo. En otro -un delicioso local cinematográfico con decoración de estilo art decó hollywoodense- los sueños proyectados han dejado paso a una inimaginable cantidad de pesadillescos bocadillos, que presumen, con abundante miga y dudosa credibilidad, de ser "made in Catalonia". Doblo por la calle Valencia para evitar un ejército de turistas ansiosos precedidos por una señora que agita frente a sus labios un altavoz color granate. Los maniquíes de las tiendas fast-look (pueden copiar el término, señores periodistas) han decidido imitar a Amy Winehouse, esa señora con nombre de bodega que suena bien en las grabaciones, aunque en directo no superaría con éxito ni el primer casting de Operación Triunfo. O igual sí, porque una tipa sin equilibrio físico ni emocional conseguiría un buen rating para la cadena de los refinados e imaginativos propulsores del eslógan "te la hinco".




















Me sumerjo en mi apartamento como si fuera el mar sereno de una playa cercana. Antes de meter la llave en la cerradura, ya puedo oír a Federico reprochando desde el otro lado de la puerta mi abandono con varios tonos diferentes de maullido. Para hacerme disculpar, le cuento que encontré la ciudad de Tarragona limpia y ordenada, llena de acacias, cipreses, pinos, cedros, plátanos y álamos tan inmensos como bien cuidados. Una obra amorosa, que según me dicen, no se hizo en los últimos dos años. Mientras cambiaba el agua de los cazos felinianos y le abría una lata de bocaditos de atún en salsa, también fui contándole cómo en Altafulla volví a saborear tomates parecidos a los de mi infancia, con piel fina y gusto penetrante; que la dueña del colmado del barrio donde estuve parando -una francesa llamada Nicole- recuerda los nombres de los clientes desde su primera compra, y que una noche había visto, en mi ordenador y con auriculares, una película maravillosa de Tim Burton que aunque más no sea por el nombre -Big Fish- debería ser de su gusto.
Un rato después, mientras abría ventanas y regaba las plantas de los balcones, me repetí por enésima vez algo que dijo alguien que no recuerdo: "Sí, hay otros mundos, pero están en este".
Quizás deberíamos hacer algo para que esta ciudad, cada minuto más desarbolada, no siga convirtiéndose en un gran mingitorio inhabitable, tan lleno de ruido y de furia como el incomprensible discurso de un demente.
autorretrato en altafulla y retrato de federico de perfil : dante bertini

martes, julio 15, 2008

callar, decir

-Hay cosas que no se deben decir.
-Hay cosas que no se pueden decir.
-Hay cosas que es mejor no pensar
.
Mis Reyes Magos particulares, ligeramente afectos a frases de este tipo, más tópicas que censoras, no eran especialmente pródigos. Probablemente no creían en la importancia de los regalos, y así como entre ellos no acostumbraban regalarse nunca nada, para el seis de enero condescendían en dejar alguna tontería sin importancia en mis zapatos, cumpliendo con ese trámite anual casi obligatorio. Una camisa blanca para usar con el uniforme escolar, un par de zapatillas deportivas de bajo costo o algún juego de mesa que también les interesaba a ellos, parecía suficiente despilfarro para conmemorar una fecha algo alejada de las verdaderas fiestas de fin de año, donde sí se gastaba un montón de dinero en pantagruélicas comidas rebosantes de invitados. Mientras tanto, Jorge, el único hijo de los dueños de la mercería "Yoli", un negocio exitoso al que nunca le faltaban clientes y estaba ubicado justo debajo de los balcones de mi casa, recibía todos los juguetes de los niños que, como yo, eran descendientes de una pareja de escépticos con nutrida familia.
Jorgito Abelleira y yo solíamos ser amigos. Casi podría decir que estábamos condenados a serlo. Entre otras muchas cosas menos mensurables, compartíamos ese trozo de calle peatonal al que los argentinos llamamos vereda y los españoles acera. Por aquellos años era habitual usarla para los encuentros de poco calado. Te reunías en la vereda para concertar citas posteriores, comentar alguna noticia poco trascendente o intercambiar revistas, cromos y figuritas. Además, en las aceras de nuestra calle, la interminable Avenida Rivadavia, había unos hermosos plátanos de descomunal tamaño que servían de apoyo para nuestros cuerpos jóvenes pero siempre algo cansados. Todavía recuerdo la áspera y al mismo tiempo cálida sensación de abrazarlos para medir la distancia que quedaba entre mis dedos estirados al máximo. Ni con otro niño de mi mismo tamaño hubiéramos cubierto aquel espacio. Para mi desgracia, aquellos árboles de corteza camuflada no pudieron verme adulto ni gozar de un abrazo completo. Los arrancaron de cuajo porque decían que las raíces levantaban las baldosas grises e irregulares de la acera. Cuando hicieron aquello yo todavía era un niño, sin embargo lloré maldiciendo a los responsables de ese crimen que dejaba mi amplio balcón sin resguardo, mi espalda sin apoyo, mi mano sin compactos y algodonosos proyectiles arrojadizos.
El mismo año de la tala asesina, y vaya a saber por qué extrañas razones, mis dos Reyes domésticos demostraron sus capacidades mágicas dejándome un regalo especial: una máquina proyectora de películas, tan tierna como precaria. Consistía en poco más que una vulgar lámpara incandescente envuelta por un símil de proyector profesional confeccionado en hojalata gris, delante del cual pasaban unas cintas de papel semitransparente impreso con dibujos de trazo grueso en blanco y negro. El movimiento de los personajes dependía de tu habilidad para dar vuelta a la manivela con suficiente velocidad y bastante cuidado, ya que cualquier presión excesiva rompía aquel delicado rollo de papel que oficiaba de película. Teniendo en cuenta todos los anteriores, resultaba un Regalo Realmente Regio. La para mí imponente caja del proyector Cinegraf, marca registrada, incluía dos películas: "Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen" y "Antes de abrir la boca, fíjate". Con los años descubrí el mensaje, en realidad los mensajes, ocultos en aquel regalo de apariencia inocente. Mis padres aceptaban la invariabilidad de mi condición de ser autónomo, una realidad seguramente alejada a la de sus fantasías prenatales, y al mismo tiempo me daban un consejo que años después, en mi casa de Ibiza, repetiría mi madre con mayor precisión:
-No es exactamente lo que decís...Nunca hay maldad en las cosas que decís. Pero a mucha gente le duele que se las digas. A veces sos demasiado directo, mi amor.
Del burro barrigón no dijo nada. Era un sobreentendido silencioso que tanto ella como mi padre supieron aceptar, en mayor o menor medida, con cariñosa resignación.
Hoy, mientras escribo esto, pienso que mi añorado Daniel Melgarejo no hubiera intentado descifrar los signos ocultos en el Regalo Regio de mis Reyes. Se hubiera puesto a dibujar más películas con sus propios personajes sin siquiera preguntarse nada.
Los seres humanos tenemos formas muy intrincadas de ser iguales.

viernes, julio 11, 2008

Esteban Sapir : LA ANTENA

Gracias a Kinephilos, la página de cine de Liliana Sáez, y a una elogiosa nota firmada por una de sus corresponsales, Marcela Bárbaro, me enteré de la existencia de este director y esta película, ambos argentinos. No la he visto y no sé si podré hacerlo alguna vez. Dependerá, supongo, de si hay en ella capitales españoles, japoneses, estadounidenses, interesados en su distribución.
Me gustan las imágenes, extrañas en una cinematografía generalmente abocada al realismo y la cotidianeidad. Con reminiscencias de Fritz Lang, Ted Browning, Murnau y el Hollywood artesanal de los años cuarenta, más algunos toques en la ambientación que recuerdan a El eternauta, un cómic de culto en Argentina, La Antena de Sapir suena a metáfora, a cuento infantil, a historieta para mayores, todo mezcladito y al parecer bien aliñado. Le dedico el estrellato de esta semana con la remota ilusión de que alguien decida estrenarla comercialmente. Pulsando sobre las líneas coloreadas, y con un poco de paciencia, podéis acceder al tráiler y al making of del film.

miércoles, julio 09, 2008

extremófilos

En estos días alguien, muy al pasar y en evidente tono de broma, me llamó "extremófilo". Yo me quedé mudo; no pude contestarle nada porque ni siquiera sabía de qué me estaba hablando.
"Debe haber tenido en sus manos mi prontuario juvenil", pensé.
"O te habrá observado con atención esta mañana, mientras leías el diario en la terraza del Italian Job."
Tal vez se haga necesario aclarararlo de inmediato: esta última opinión no procede precisamente del mismo tipo que está escribiendo este post. Es apenas la voz de mi conciencia, la insobornable voz de mi otro yo. Según dijera Antonio Machado y cantara el joven Serrat cuando era un tipo más tierno, anterior a sus actuales apasionamientos taurinos, la de "ese otro hombre que siempre va conmigo". En España lo llaman Pepito Grillo por ese pequeño personaje de Pinocho al que los dibujantes de Disney vistieron como un dandy del novecientos, con frac negro, galera, polainas y un bastón-paraguas.
Grillo o superyó, nunca le hago demasiado caso. Siempre está lanzando frases molestas en un intento a todas luces innecesario de hacerme sentir incómodo. Seguramente lo dice porque esta mañana me mostré indignado al encontrar en la primera plana de La Vanguardia a nuestros mandatarios globales plantando retoños de árboles en una isla japonesa que, a juzgar por lo que permitía ver la fotografía, no tenía demasiada necesidad de ellos. Todos estaban oficialmente vestidos (traje-chaqueta y corbata, menos la canciller Merkel, que evitó el colgante artilugio masculino), pero mientras algunos blandían la pala en plan Scorsese Factory, otros esperaban su turno jardinero mostrándose de lo más divertidos, riendo como sólo suelen hacerlo ciertos niños satisfechos del primer mundo frente a las películas Gore de asesinatos masivos. Sí; no exagero. Se carcajeaban a mandíbula batiente, igual que los personajes supuestamente anónimos que ilustran los últimos carteles publicitarios del Ayuntamiento Barcelonés. Hace pocos días un columnista del vanguardista diario de la familia Godó se quejaba de esas risas tan grandilocuentes, compañeras a todo color de una frase-eslogan con doble sentido: ¡Visc(a) Barcelona!; algo traducible como ¡Viva (a) Barcelona! El periodista catalán estaba convencido de que toda la campaña era una auténtica burla para los sufridos habitantes de la Ciudad Condal, hartos de cortes de luz, incidentes ferroviarios, repentinos hundimientos sin explicación ni disculpas, talas injustificadas de árboles centenarios, obras faraónicas inacabables e ilusionantes promesas incumplidas. El periodista recordaba el viejo refrán de las hienas y terminaba pidiendo, enfervorizado, una disculpa, pública y a toda voz, del senyor Hereu y sus ingeniosos publicistas distribuidores de carcajadas.
Uno se pregunta por qué están contentos los mandamases. Es como si la actual y muy difundida Crisis, dispuesta, según ellos mismos anuncian, a instalarse entre nosotros por varios años, les devolviera las ganas de vivir y ser felices. Hasta la nueva máscara plástica de Berlusconi lleva ahora una sonrisa fluorificada, de amplia e impecable dentadura.
Acabo de pasar unos días de descanso en bellos rincones de Gerona, primero en Cadaqués y después en Besalú, cálidamente acompañado de buenos amigos. Entre nosotros no faltaron los risas, por supuesto, pero ninguno llevaba sobre su conciencia una moratoria de otros cuarenta años para un problema que quema la piel y desertiza el alma, al mismo tiempo y en estos mismos momentos. No sé qué pensará de ello la gente que hoy tiene más o menos veinte años. ¿Llegarán a conocer ese futuro incierto? Mis amigos y yo lo tenemos difícil. Si se nos ocurriera sumar nuestras edades obtendríamos como resultado varios siglos de aprender a vivir capeando temporales y desastres de muy diverso tipo. Y ninguna otra cosa es -acabo de enterarme- un extremófilo, sino un ser que vive en condiciones extremas, alejadas de las consideradas normales. Posiblemente este sea el destino de todos los que no consiguen, y/o ni siquiera intentan, convertirse en dirigentes de nadie ajeno a ellos mismos. Finalmente el sujeto que me llamó extremófilo tenía razón. He decidido asumirme como tal y hasta vanagloriarme de serlo. Al menos en este momento me parece aceptable, y mañana... mañana con seguridad nos olvidaremos de todas estas pequeñeces. Arranca Barcelona Harley Days, un multitudinario encuentro de propietarios de motos Harley-Davidson. Serán más de quince mil participantes y cada uno llegará cabalgando su vociferante cacharro. Prometieron por email hacer temblar toda Barcelona. Quien esto firma, además de extremófilo, es un auténtico adelantado. Ya está temblando.
Ilustración encontrada en la red. Autor anónimo.
Posdata: una nueva reseña al libro de poemas infantiles de Carson McCullers ilustrado por mí:
http://www.icatfm.cat/ (sección Llibres de Jordi Cervera)
Gracias, muchas gracias.

domingo, julio 06, 2008

Camille (pas Claudel)

porque Jean Baptiste Mondino, un preferido del responsable de este blog, es el creador de su imagen
porque tiene gracia
porque sí, como siempre
ilustra : retrato promocional de camille

miércoles, julio 02, 2008

cuento con escalofrío para un verano tórrido

Antes, hasta hace muy poco tiempo, se acercaban solamente por las noches. Esperaban agazapados entre las almohadas de mi cama a que apoyara la cabeza en ellas, y, apenas empezaba a hacerlo, me susurraban al oído las mismas palabras de siempre.
"Recuérdanos, cuéntanos. No pueden olvidarnos."
Me acostumbré muy pronto a su presencia. Cuando no los oía buscaba entre las sombras sus imágenes imprecisas, sin rostros ni perfiles. Prefería encontrarlas cuando aún estaba despierto a verme asaltado por ellas en medio mismo de los sueños. Allí repetían escenas archiconocidas, daban vuelta el sentido de las cosas; me mentían mintiéndose.
Hiciera calor o frío, mi viejo gato se apretaba a mi cuerpo como si temiera algo.
"Recuérdanos, cuéntanos. No pueden olvidarnos."
Me acostumbré a tener un blog de papel sin pautar y varios lápices con buena punta a un costado de la cama, muy cerca del I Ching que siempre me acompaña y de una edición barata y abreviada de las Sagradas Escrituras, regalada una mañana cualquiera por dos despistados emisarios de la palabra divina, vestidos ambos con chaqueta ajustada, camisa blanca y una corbata estrecha de color sombrío. No soy creyente, y espero que nadie pueda molestarse por esto, sin embargo tener allí ese grueso libro con tanto texto supuestamente iluminado tranquiliza mi conciencia y aligera mis, en muchos momentos, agitados sueños.
"Recuérdanos, cuéntanos. No pueden olvidar..."
Generalmente no los dejaba terminar aquel repetitivo estribillo. Volvía a encender la luz y cogía el cuaderno y un lápiz de punta bien afilada. Bastaba conque escribiera el nombre de cualquiera de los susurrantes o anotara el principio de una anécdota banal, sin ninguna importancia, donde hubieran tenido alguna vez protagonismo. De inmediato callaban los murmullos y la habitación entera se quedaba quieta, en absoluta calma. Mi atigrado Nicolás se estiraba cuan largo era e iba a colocarse sin tensiones ni maullidos a los pies de la cama.
"Recuérdanos, cuéntanos. No pueden olvidarnos."
Durante las dos últimas semanas no dormí en mi cama. En este viaje inesperado las calles de París no pudieron verme flaneando feliz y despreocupado como tantas otras veces. Fueron quince días atroces, de trabajo encerrado y solitario frente a un ordenador ajeno en una oficina duramente despersonalizada. Por suerte el clima no invitaba a las caminatas y la presencia cercana de la Tour de Montparnasse restaba credibilidad a los antecedentes románticos de la capital francesa.
Anoche, al fin, pude volver a casa. Por momentos mi capacidad de olvido llega a sorprenderme tanto como mi meticulosa, puñetera memoria. En dos semanas de nada, había olvidado por completo a los subrepticios susurrantes. Me metí en la cama y, al arreglar mecánicamente las mullidas almohadas, el cuaderno de hojas sin pautar cayó abierto al suelo. Soy muy ordenado, lo reconozco. Hasta pueden llamarme obsesivo, pero no hubiera podido dormir tranquilo dejándolo allí. Me agaché para recogerlo. Fue entonces cuando vi aquella leyenda cruzando de lado a lado las páginas centrales del cuaderno. Escrita con una letra grande y redondeada que no era la mía, se podía leer con toda claridad:
"Recuérdanos, cuéntanos. No pueden olvidarnos."
fotografía de Abelardo Morell