viernes, agosto 31, 2007

Black Narcissus: ¿monja o mujer?


Imaginen un grupo de monjas comandado por una irlandesa algo rígida de facciones refinadas y voz particularmente chirriante que por orden de su superiora deberá trasladarse a un palacio semi ruinoso suspendido en medio de abismos y montañas. Nada más empezar la narración nos cuentan que años atrás el lugar sirvió de lujosa morada para las mujeres de un sultán y ahora está en manos de una vieja superviviente de aquellas épocas doradas a la que todo el mundo supone mentalmente desquiciada. Mientras la superiora del convento explica en qué consistirá su misión a la monja irlandesa, la cámara se adelanta a la expedición monacal, paseándose a su aire por paisajes bellísimos de altos picos nevados y por laberínticos interiores decorados con pinturas murales en las que se describe de forma más o menos explícita encuentros amorosos de todo tipo. Una mujer desdentada vestida con un sari de colores brillantes corre de salón en salón demostrando a los espectadores, nosotros, que su supuesta locura no tiene un ápice de suposición. También hay por allí, sentado en posición de loto sobre una roca algo aislada del palacio, la mirada extraviada en la distancia, un santón de largos cabellos canosos y figura, más que magra, descarnada. La líder del grupo no podrá elegir a sus acompañantes. Es la superiora quien decide que, junto a la pelirroja, irán otras monjas ya maduras especializadas en educación, gastronomía y cultivo de hortalizas. Se trata de montar un centro educativo para niñas en el antiguo harem abandonado. Empresa difícil: poco tiempo atrás un grupo de monjes ha intentado implantar allí un colegio para los varoncitos del lugar y la empresa ha fracasado estrepitosamente. Como regalo añadido, la monja irlandesa deberá soportar a Sor Ruth, de quien se dice "está enferma" con un tono suficientemente ambiguo como para que todos sepamos desde el primer momento que no están hablando de ninguna enfermedad física. En aquel mismo momento, el director nos ofrece un moroso barrido de cámara sobre la mesa donde las monjas desayunan. Cada una de las elegidas aprovecha esos mínimos segundos de plano personal para mostrarnos cuán idónea puede llegar a ser en su especialidad. Mientras unas cocinan con presteza y otras leen gruesos tomos encuadernados en piel o despejan la mesa de cacharros, Sor Ruth se retuerce sobre el banco de madera como si estuviera sentada sobre brasas ardientes, mientras mira hacia la cámara de la misma forma enfebrecida conque podría mirar a Brad Pitt y/o a su jolie Angelina saliendo de una ducha. El conflicto está servido. ¿Castidad o lujuria? ¿Sexualidad o misticismo? ¿Arrebato de campanas o pasiones arrebatadas?
"Un remake de Almodovar", dirán algunos de ustedes. Más bien lo contrario. En realidad se trata de Black Narcissus, filmada en 1947 por Michael Powell y Emeric Pressburger, una pareja de lo más particular, hacedora de otras obras tan raras e inquietantes como esa flor exótica que da nombre a la película. No sólo Pedrito A. bebió en esas aguas. Pierre -¡vaya!, otro Pedro- et Giles, fotógrafos franceses de arte, íconos ellos mismos de la superpoblada iconografía gay, deben mucho a la imaginería algo kitsch del dúo anglo-húngaro. Para convencernos que P.A. ha devorado, y digerido, la obra de Powell-Pressburger con verdadero gusto, basta con ver a Sor Ruth decidida a entregarse por entero a sus bajas pasiones femeninas en una de las escenas más desmelenadas y asombrosas del film. En ella, la actriz inglesa Kathleen Byron "repite" hasta la "clonicidad", peinado y maquillaje incluidos, el "personaje" de la española Marisa Paredes en varias películas del director manchego.
Algo farragosa en su desarrollo, debatiéndose constantemente entre lo sublime y lo ridículo, entre la sátira y el melodrama, tan arriesgada como el cine comercial de la época permitía, Black Narcissus sorprende con algunos momentos e imágenes irrepetibles. Ver a un ambiguo Sabú vestido en sedas brillantes y atiborrado de pedrerías, a una jovencísima Jean Simmons en plan odalisca de piel cetrina y ojos verdes, al altísimo capitán Dean cabalgando sobre un pony de dimensiones mínimas o a Sor Deborah Kerr empeñada en que la campana del palacio-escuela-convento repique más y mejor que aquellas de Santa María, vale mucho más que los cinco euros que me ha costado el dvd, distribuído junto a The Honey Pot (1967) de Joseph Mankiewicz en todos los quioscos de revista españoles.
ilustran : fotograma y póster de la película en su versión francesa.

jueves, agosto 30, 2007

Lecturas Lejanas (¡repetimos!)

Para los que están por "allá":
El muy próximo 3 de septiembre, a partir de las 19 horas, el actor Patricio Contreras leerá algunos de mis poemas en la sala Julio Cortázar de la Biblioteca Nacional Argentina, en Buenos Aires. Se hará como clausura de la sesión inaugural de unas nutridísimas jornadas organizadas por el escritor y dibujante Alejandro Margulis para la (su) Editorial Ayesha. La entrada, según dice el programa que me enviaron, es libre y gratuita.
retrato : bertini/chapuis
BSO : Rachmaninoff, concierto para piano Nº 3, por martha argerich

sábado, agosto 25, 2007

Boogie Days

Colette publica en 1932 Lo puro y lo impuro. Sesenta y cinco años después, en 1997, Thomas Paul Anderson estrenó su primera película, Boogie Nights.
Gracias al trío de Imagenio y a la imprevisible Cosmopolitan TV, una de estas tardes decidí perderme la siesta para ver por segunda vez el film de Paul Thomas Anderson. Nada más suyo, sin duda, ya que guión y dirección le pertenecen. Poco después, todavía conmocionado por esa historia de pérdidas y perdedores que ya me había impactado hace años, en el momento de su estreno, me puse a leer la nota que Isabel Nuñez había escrito para el Suplemento Cultural de La Vanguardia sobre la espléndida escritora francesa, amante de las mujeres, los gatos y los sulfuros de cristal. Nada más terminarla quise ver la cubierta de la recién editada edición castellana del libro de Colette y, al mismo tiempo, saber algo más de una editorial que hasta ese momento no conocía, así que me acerqué como un bicho curioso a la web de Global Rhythm Press.
Cuando unos minutos después pude salir de allí, me quedé pensando en lo que ponía la gacetilla editorial del libro de Colette: "Estamos ante un tratado sobre la complejidad de las relaciones sensuales en todas sus variantes, escrito por alguien profundamente conocedor de la materia. Misoginia y celos, egoísmo, atracción irrefrenable y narcisismo agitan una galería de hombres y mujeres decadentes y derrotados, de vidas vacías sumidas en una continua angustia, de gentes en un callejón sin salida". Sin cambiar ni una letra, el comentario le iba de maravillas a la película de Anderson. A la mañana siguiente, mientras tomaba un café en Ciao Bella, encontré una larga nota sobre Jack Kerouack y la Beat Generation. Anunciaba que el próximo 5 de septiempre se cumplirán cincuenta años de la primera edición de On the road (En el camino) y, como parte de la serie de festejos/homenajes a esa novela que, al pretender retratarla, marcó definitivamente una época, comenzarán el rodaje de una nueva película sobre el tema. Había supuesto que el autor de la nota, un anglosajón de nombre Andy Robinson, recordaría el film de John Byrum sobre la relación triangular, y particularmente apasionada, entre los Cassady, Neal y Carolyn, y el autor de la ya cincuentona On the road. Pero no, allí no decía nada sobre aquella película espléndida, perdida en los laberínticos archivos de alguna apolillada cinemateca, rescatada de vaya a saber cual de los múltiples anaqueles flotantes de mi abarrotada memoria. El título original del film era Heart Beat (1980), y Nick Nolte, John Heard y Sissy Spacek estaban dirigidos por el mismo autor de Inserts (1974). En esta última, tan amarga como la anterior, Richard Dreyfuss es una joven promesa de Hollywood, devenido por su afección a diversos fármacos de venta no legal en decadente director de escenas sexuales explícitas, las llamadas "inserts", para películas de poca monta. Los dos films de Byrum podrían llevar el mismo comentario de la gacetilla del libro de Colette: "...un tratado sobre la complejidad de las relaciones sensuales en todas sus variantes...una galería de hombres y mujeres decadentes y derrotados..." Tanta coherencia comenzaba a preocuparme. ¿Se iría a convertir todo esto en una obsesión otoñal, de temporada?
Para escapar de un otoño en plan franela gris, chaqueta entallada, salté a las páginas rosas del diario condal. Con gorro de lana calado hasta las orejas y sonrisa triunfante de joven arquitecto, el otrora actor Brad Pitt me daba la bienvenida a ese mundo más suave. Sin embargo las coincidencias no dejaban de perseguirme. La nota sobre Kerouak también llegaba desde Nueva Orleans, el lugar donde Brad Pitt está construyendo viviendas ecológicas unifamiliares con materiales que repelen la humedad, el moho y quizá también los tsunamis. El multifácetico Brad, la turgente Angelina Jolie y sus cuatro niños de distinto origen no vivirán en esas casas económicas de nueva construcción. Tienen, se han comprado, un palacete de estilo francés que data de 1830. No puedo criticarlos. Les sobra el dinero, e intentan, como casi todo el mundo, huir de esa fatalidad implícita en la mismísima condición humana, de esa falta esencial que amenaza arrastrarnos a "un callejón sin salida, a una continua angustia".
Nobody wins, canta Elton John. Quizá no haya nada que ganar, ni a nadie, y solo se trate de entonar tu canción de la mejor manera posible. En voz baja y armoniosamente, sin molestar al resto.
photo : Neal Cassady y Jack Kerouak retratados por Carolyn Cassady (1952).

jueves, agosto 23, 2007

le pendu

Paseando por la red con el refrescante sonido de la lluvia como música de fondo, me encuentro con una página que se llama El Arte del Tarot. En mi ahora ya muy lejano exilio de Argentina, viajé desde Buenos Aires a Madrid junto a mi amiga Leonor Alazraki. Experta en ángeles y sensible tiradora de cartas, es hoy la quiromántica más seria y reconocida de todas las de este país, por aquella época, mediado de los setenta, tan poco afecto a los usos y doctrinas esotéricas. Fue ella, Leonor, la que consiguió unos pasajes a precio de liquidación -un charter, se decía por entonces- en una compañía de viajes que se llamaba, con descarada redundancia, Longueira y Longueira. El vuelo era para gallegos emigrados que volvían a su tierra, y aunque a un Bertini y a una Alazraki se les hace harto difícil legitimar raíces celtibéricas, Leonor nos deslumbró una vez más con sus capacidades mágicas consiguiendo cuatro pasajes de ida y vuelta al precio de uno solo de línea regular. Resultaban tan baratos que pensábamos que nos estaba haciendo una broma. Como además de maga era, es, bastante testaruda, se tomó el trabajo de convencernos de que los tiempos por venir serían muy crueles y era mejor emprender el vuelo hacia estaciones más acogedoras. No hacía falta ser bruja para pronosticar al horror instalado en tierras argentinas, pero a veces, cuando las (e)videncias son demasiado dolorosas, elegimos la ceguera como forma de escape. Nosotros optamos por creerle y dijimos que sí, que viajábamos con ella. Recién cuando estuve arriba del avión caí en la cuenta: llegaríamos a Madrid un 28 de diciembre, el mismísimo dia de los Santos Inocentes. Aquella inocentada, si es que en realidad lo fue, ha durado un buen montón de años, aunque contarla entera me llevaría mucho más espacio.
Tal vez por todo esto, cuando esta misma mañana tropecé -¿es que acaso no se pueden tener tropiezos virtuales?- con la página del Arte del Tarot, pensé "¡vaya, qué divertido!". Era una forma como cualquier otra de quitarle trascendencia al asunto, aunque de inmediato me puse a buscar con cierta irreprimible ansiedad un espacio para tiradas personales. Lo encontré por supuesto, aunque con un cartel que anunciaba: este apartado permanecerá cerrado por vacaciones desde el 20 de agosto hasta el 18 de septiembre. ¿Es que los oráculos también pueden/quieren tomarse vacaciones? ¿Durante un mes entero nuestro destino derivará a su antojo, sin nadie dispuesto a predecirlo? Recordé de inmediato un mensaje de los teléfonos públicos argentinos, propiedad de la ubicua Telefónica Española, allá por el año 93 del siglo pasado. Cuando el número al que llamabas estaba comunicando, una voz de mujer cálida, sensual, casi empalagosa, te decía muy ufana: El destino que usted quiere alcanzar permanece inaccesible. Reconozco haber dado un respingo. ¿Había viajado otra vez hasta allí para que una señora desconocida me soltara semejante oráculo sin que yo se lo pidiera? ¿Cómo se atrevía a darme una noticia tan desalentadora sin ningún preaviso, en medio de una plaza desolada y a cambio de un infame cospel de vaya a saber qué bastarda aleación metálica? Seamos serios. Jamás podré aceptar que una compañía telefónica me lea el futuro. Mi amiga Leonor hacía, y todavía sigue haciendo, sus inspiradoras, poéticas, certeras tiradas, exclusivamente a pedido, en un despacho de lo más acogedor y sirviéndose de cartas marsellesas con ilustraciones medievales. Y en ellas un colgado no es un desagradable ruido en la oreja, sino un señor con colorido traje de bufón que pende por sus pies de la rama de un árbol.

martes, agosto 21, 2007

Septiemblo

Los meteorólogos de este país acaban de anunciar que podemos dar por acabado el verano. Mientras tanto, los noticieros de televisión entrevistan a los turistas nacionales en playas semidesiertas por las que se pasean con abrigo y paraguas como si de una calle de la antigua Inglaterra se tratara. Están descontentos. No saben muy bien si debieran echarle la culpa al gobierno, a la iglesia o a su propia suerte. Con los dioses nadie se atreve, no vaya a ser cosa que se ofendan y nos manden una calamidad mucho mayor. Sólo un señor de cara sonrosada y sonriente, madrileño visitante de las tan bellas como ensombrecidas playas gallegas, dice frente a las cámaras de Antena 3 algo que encuentro muy sensato: "Yo vine para remojarme. ¡Qué más da si el agua me llega por abajo o por arriba!". Perú tiembla, Jamaica y México se preparan para recibir vientos demoledores. Asia se inunda, obligando a que más de veinte, ¡20!, millones de personas busquen refugio fuera de sus casas. Por una vez ricos y pobres sufren al mismo tiempo los tan anunciados efectos del cambio climático. Con grandes diferencias, por supuesto. Unos lo pierden todo, incluídas sus vidas o las de sus seres más queridos. Los otros, apenas si se mojan los zapatos de Gucci o las deportivas de Nike, tienen que acortar sus tan anheladas vacaciones en el sudeste asiático o se ven obligados a cambiar Cancún por Miami, Bangkok por New York.
Septiemblo. Cuando se fueron ya estaban nerviosos, y eso que todavía no se habían tambaleado las Bolsas. Hasta antes de sus partidas el verano duraba todo agosto, las medusas no se paseaban por la costa y los tiburones decidían bañarse en playas más lejanas .
Septiemblo. Volverán sin haber descargado gran parte del malhumor que llevaban al irse: lo escupirán sobre tu cara. Harán rugir aún más los escapes de sus motos y automóviles, cerrarán con más fuerza las puertas de sus apartamentos, taconearán con más precisión sobre mi pobre cabeza atormentada de vecino intermedio. Sus hijos adolescentes no soportarán la frustración de un verano con tan poco sol y multiplicarán sus botellones multitudinarios, sus grafittis vandálicos, el volumen de sus modernos aparatos reproductores de sonido.
¿Qué nos espera, Santo Señor de los Poco Creyentes!
De verdad, septiemblo.
photo : Martin Parr

sábado, agosto 18, 2007

Tu nombre me sabe a...

No sólo las desgracias llegan de a pares. Poco después de colgar el último post sobre pornografía y subversión, desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, "Capital de las Américas", recibo una nota extraída de un periódico donde se cita al Secretario de Información Pública y Programas Especiales, Marcelo Falo.
Este señor bastante enjuto de nombre cacofónico y, según me dicen, mirar algo esquivo, tiene fama de "vivir encerrado en su despacho, sin acercarse al pueblo real y a sus problemas". En una ciudad, en todo un país, tan afecto al psicoanálisis, llevar ese apellido con soltura, airearlo desenfadadamente y sin el más mínimo complejo por calles, mitines y debates políticos de todo tipo, no debe ser tarea nada fácil. Su equipo de trabajo, por ejemplo, ¿podría considerarse fálico? Cada vez que alguien se refiere a la ausencia de falo, ¿piensa en este "hombre público" marchándose de forma definitiva; imagina su cara de rasgos afilados diciendo adiós, mientras ansía desesperada, obsesivamente, ocupar ese puesto vacante? En un futuro no muy lejano, ¿se hablará de estos años como los de "una etapa fálica" de la República Argentina? ¿Podría decirse que su elección para el cargo convierte al presidente Kirchner en un impulsor de la tan denostada y anacrónica falocracia? O por el contrario, siendo que, al menos según Lacan y sus discípulos, lenguaje y función fálica están tan intímamente ligados, ¿no es un señor Falo lo más apropiado para ocupar la Secretaría de Información?
Me gustaría detenerme en este tema hasta acabar con él, sin embargo, aunque es sábado, agosto y todo el mundo está de vacaciones, tengo que ocuparme de mis trabajos, esos que me permiten seguir con mis cuatro blogs, los que, como muchas otras cosas en la vida, dan un sinfín de satisfacciones pero ningún dinero.

jueves, agosto 16, 2007

Bruce (La)Bruce

Las habitaciones de los protagonistas están tapizadas con enormes fotos del Ché Guevara y de los dirigentes más mediáticos del "desaparecido" grupo guerrillero alemán Baader-Meinhof. Durante todo el film, a las imágenes de los actores (?), a sus coitos desenfrenados por pasillos, ascensores y baúles de automóvil, se superponen frases de Wilhem Reich, Marx y otros preclaros pensadores de los siglos pasados, más un buen número de grafiteras leyendas anónimas que incitan a la rebelión contra el fascismo, los burgueses y el sistema capitalista. "El sexo es revolucionario, la guerra es fascista", repite una y otra vez el personaje principal, una tal Gudrun sin más, única mujer de la banda y mesiánica guerrillera, que mientras cambia su melena renegrida a lo Louise Brooks por una peluca platinada de pelo largo en plan París Hillton, incita a la felación, la infidelidad y la sodomía entre los miembros (ejem!) varoniles (ejem!) de su grupo, ya que según ella "la heterosexualidad es reaccionaria y capitalista, la homosexualidad moderna y revolucionaria". Sus adeptos no hacen ascos a las prédicas de la tal Gudrun, dedicándose más o menos alegremente a investigar en los terrenos propuestos por su líder. Los Bad Guys se convierten en Bad Gays y los Good Fellas en Good Fellatios.
No puedo recomendar la visión de esta película, no me atrevo. Quizás pueda herir la sensibilidad de alguno de vosotros, aunque seguramente se trataría de alguien que no lee periódicos, ni escucha radio, ni ve televisión...Y que tampoco sale nunca a la calle. O lo hace, pero bien munido de tapones para los oídos, anteojeras de caballo y el célebre emergency poncho contra agresiones exteriores.
Para los más arriesgados -imparables jinetes del asfalto, infatigables aventureros del celuloide-, adjunto los datos necesarios para que puedan bajarla de la red. La peli se llama The Raspberry Reich y está dirigida por un canadiense de nombre Bruce Labruce, tan poco pretencioso como para autodefinirse "un simple director de cine porno". Le doy cabida aquí porque ya está bien de tanto Tanatos: se hace necesaria la presencia del señor Eros (¡los otros dioses lo mantengan en su espléndida madurez!) ya sea que cante en italiano, en spanish o decida quedarse bien calladito para siempre. Y a los que necesiten excusas cultas para permitirse verla, les digo que desde el 2004, año de su estreno, este film ha pasado con bastante éxito por Sundance, la Berlinale y el Seattle International Film Festival.

martes, agosto 14, 2007

Tormenta(s)

El cielo cruje, crepita, se resquebraja sobre mi cabeza hasta caer finalmente hecho trizas de agua, y yo, tirado sobre la cama, mareado de alegría, convertido en raíz de árbol callejero, en rama de acacia, en hoja de olivo o en rizoma de helecho, recuerdo una canción de otra época. Decía: "toda mía la ciudad, un desierto que conozco", y la cantaba Tormenta, la respuesta argentina a las divas europeas de los setenta. Hablaba de una Buenos Aires semidesierta en los días de verano. En estos momentos el ensanche barcelonés podría tener el mismo fondo sonoro, y yo, moi-même, parecidos sentimientos.
photo : el inmenso Gene Kelly baila bajo la lluvia

sábado, agosto 11, 2007

gOOd news!

"La duda me corroe", solía decir un personaje radiofónico de mi infancia. Como un Allien algo retardado, esa frase ha ido creciendo silenciosamente en mí durante todos estos años hasta aparecer esta semana en forma de gigantesco cartel luminoso, haciéndome casi imposible escribir este post. Y he dicho casi, porque aquí estoy, intentándolo por sexta o séptima vez, ¿ves?
Es que hace unos días me enteré que Mil orillas, a quien sólo conozco virtualmente y desde hace muy poco tiempo, me ha otorgado un premio bloguero (el que se exhibe aquí arriba). Al hacerlo ha escrito que se lo daba a Cacho de pan porque "sus post me dejan risas y muecas, porque es dulce y ácido como una buena fruta y porque olvidó milanesas y café en un tren".
Después de agradecer y aceptar este amistoso premio -cosa que estoy haciendo en este mismo momento- me veo obligado a otorgarlo a otros cinco blogs que me hagan pensar. Y es aquí donde la duda me corroe, así que dejaré pasar un tiempo prudencial para pensármelo muy mucho.
Como las oes de good, las buenas noticias han sido al menos dos. La segunda es que el próximo 3 de septiembre, el actor Patricio Contreras leerá algunos de mis poemas en la Biblioteca Nacional Argentina. Será en unas jornadas que organiza el escritor y dibujante Alejandro Margulis para la Editorial Ayesha de Buenos Aires.

miércoles, agosto 08, 2007

Un verano con Bergman


Mientras me reponía en el cada día más abarrotado Cadaqués de mi herida virtual -el láser no deja marcas exteriores de ningún tipo-, iba enterándome por los diversos medios (in)formativos de la desaparición de algunos seres muy queridos. Estimats, dirían los catalanes, y en este caso específico el término sería mucho más preciso para describir mi sentimiento hacia ellos. Ilustres y conocidos todos, personajes cinematográficos de los que frecuenté, gocé, devoré su obra, pero a los que jamás tuve cerca. Imágenes de papel, tinta y celuloide; sin aliento, humores ni auténtica y cercana piel. "El roce hace el cariño", decimos por aquí: con ellos sólo me fue dado admirarlos como artistas, dejarme invadir por la penetrante agudeza de su mirada, por su refinada sensibilidad, por su inteligencia y sabiduría.
De estas tres últimas muertes, Ingmar Bergman, Michel Sarrault, Michelángelo Antonioni, todas muy sentidas, la del prolífico realizador sueco fue la que removió en mí sentimientos más profundos. Gritos y susurros, Fanny y Alexander, Noche de circo, Un verano con Monika, Cara a cara, Juegos de verano, El huevo de la serpiente, marcaron momentos de mi vida, pusieron imágenes y palabras a muchos de mis temores y pesadillas. Durante años solía dormirme inevitablemente en la misma secuencia de Fresas salvajes. Finalmente, cuando logré verla completa, entendí que no podía soportar la escena en la que el viejo profesor se sueña compareciendo ante un jurado de parientes, amantes y conocidos decididos a enjuiciar su vida. Eran mis propios fantasmas, no el cansancio, la falta de interés o el aburrimiento, lo que cerraba mis ojos.
Recuerdo haber "conocido" a Bergman a través de un ciclo sobre su obra en el desaparecido cine Lorraine de la ciudad de Buenos Aires. Fue durante un febrero tórrido, y aquel local relativamente pequeño -comparado con los minicines actuales no lo sería tanto- carecía de refrigeración. Sólo dos ruidosos ventiladores giratorios ubicados a los costados de la pantalla intentaban hacer menos bochornoso el clima de la sala. Por aquella época aún no tenía los años necesarios para contemplar aquel mundo supuestamente pecaminoso, reservado exclusivamente a los mayores de edad, así que al calor del verano se unía el stress que me producía, noche tras noche, no saber si podría atravesar la barrera con forma de acomodador uniformado que bloqueaba la puerta. Para lograr introducirme en ese santuario del Arte Cinematográfico Universal -sí, así, con mayúsculas- yo impostaba la voz, caminaba con lo que imaginaba un paso decidido, me vestía de forma supuestamente adulta. Visto desde mi presente, encuentro increíble tanto esfuerzo. ¿Cómo podía ser tan insensato? ¿Qué pensaría aquel tipo con librea verde de mí? ¿Le resultaría infantil, tierno o simplemente estúpido? Seguramente ni me prestaba atención, preocupado porque el local se llenara de otros seres tan extraños como yo, más interesados por internarse en los "intrincados laberintos del alma humana" que en pasearse por cualquier ciudad costera luciendo su recién adquirido bronceado veraniego. Mis vacaciones dependían de mi familia, y mi familia, mi madre en realidad, acostumbraba vacacionar visitando a la suya en ese pueblo de la provincia de Corrientes donde había nacido y vivido hasta que se marchó, ya con novio formal, para la tan sobredimensionada Capital de la República. A partir de los catorce años me negué a seguirla. A fuerza de interminables discusiones, pequeñas mentiras y argumentos irrefutables, logré que confiaran en mí dejándome al cuidado de la casa paterna. Esto me permitía gozar de una pequeña entrada de dinero para viandas y gastos generales que gastaba con necesaria prudencia en cines y pizzerías de esa emblemática, céntrica y siempre insomne calle que, vaya casualidad, se llama también Corrientes. Recién ahora tomo conciencia de que al rechazar la protectora Corrientes materna estaba eligiendo otro curso, otra corriente para mi vida. Me estaba convirtiendo en un ser autónomo, maduro, independiente.
En mis particulares vacaciones de verano, los ciclos sobre Hitchcock, Bergman o el cine francés "de qualité" -René Clair, Cayatte, Albert Lamorisse, Renoir, Bresson, Clouzot, Jean Vigo, Duvivier, Becker- se mezclaban placenteramente con algunos clásicos gastronómicos nada despreciables: las porciones de "muzzarella con fainá" o las de la algo menos popular pero igualmente apetitosa "especial de espinacas con salsa blanca" que solía zamparme de pie, antes de entrar al cine, en la muy cercana pizzería Güerrin.
Por aquellos días yo era un chico solitario que no quería serlo. Había abandonado a los amigos de la infancia sin encontrar otros más consonantes con mis inquietudes de adolescente. Me arrastraba al Lorraine mi amor por el cine, aunque también la secreta esperanza de encontrar almas gemelas con las que intercambiar opiniones sobre el mundo y la vida. No me resultó nada fácil lograr todo aquello, así que solía volver a casa descaminando lentamente las más de veinte calles que la separaban del cine, mientras dialogaba en silencio con el flaco Bergman, ese amigo desprovisto de carne y de hueso, ese maldito sueco que me llenaba la cabeza de preguntas complicadas sin concederme jamás la gracia de una simplista, superficial, fácil respuesta.
photo : Victor Sjöstrom, Ingrid Thulin y Bibi Andersson en "Fresas salvajes".