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martes, marzo 20, 2012

Las muchachas de antes no usaban...


No estoy pasando por tiempos muy bloggeros. En realidad tampoco paso demasiado tiempo al ordenador. El frío intenso y húmedo de este corto invierno trajo a mis piernas -ya demasiado trajinadas, supongo- algunos dolores desconocidos, algunas molestias que hubiera preferido no encontrar en mi camino.
Un mal paso en la calle, un apoyar el pie con fuerza innecesaria en un desnivel que no debería estar donde esta(ba), y mi rodilla comenzó a quejarse de forma sorda, insistente, dolorosa, muy molesta.
Los análisis descartaron roturas, artrosis y reumas, pero no un desgaste de cartílago: "esa mancha negra que ve allí, en la gammagrafía", según el especialista que me atendió. Como me dolía al caminar, la prescripción fue inmovilizarme: "Quédese en casa, descanse, no se mueva demasiado". Igual que otras veces, recurrí a los médicos alopáticos para decidirme por una solución más cercana a la de las medicinas alternativas, ridícula denominación mediática para algunas terapias muy anteriores a las actuales. En esta ocasión fueron la acupuntura, los masajes y mi habitual testarudez.
Resulta que me dolía con más intensidad cada vez que cambiaba de posición y, sobre todo, cuando después de largo rato de quedarme sentado frente a la pantalla del ordenador, volvía a ponerme en pie. Caminé, por supuesto, abandoné bastante el aparato luminoso, hice estiramientos suaves, arreglé un espacio nuevo de trabajo -un trastero en realidad- que conseguí casi por milagro; subí y bajé escaleras, pinté paredes, ordené libros y herramientas, me divertí como hacía tiempo que no lo hacía. Mientras tanto seguí con mis otras labores, aunque dándoles menos espacio dentro de mis horas y entendiendo que el dolor de las rodillas podía ser un mensaje de mi cuerpo para recordarme que necesitaba ponerme otra vez en pie; olvidar, o al menos dejar de lado, encuentros, devociones y entregas casi religiosas.
"¡A seguir andando, que lo tuyo nunca fue estar arrodillado!", clamaban los goznes de mis rodillas.
Y aquí estoy todavía. Puedo moverme con bastante soltura y empezaré nuevamente mis clases de yoga; tal vez también otras que me debo, desde noviembre, con un encantador y muy efectivo personal trainer. Debo haber perdido los pocos lectores amigos que tenía, aquellos que perdonaron mis numerosos desaciertos y aplaudieron algunos afortunados, muchas veces fortuitos, insospechados hallazgos. Así es la vida... o así la hacemos nosotros.

Adjunto el tráiler de un documental argentino que no he visto. Habla por sí solo, y lo hace de amores y juventudes perdidos, de ilusiones y esperanzas machacadas, de vidas intensas que aún siguen en pie; con ganas de más, a pesar de mil y un avatares.
Estas muchachas de otro tiempo, aún muchachas a pesar de todo, son o fueron muchachas peronistas. Mostrándolas aquí perderé quizás otro buen montón de visitantes, ofendidos, dolidos, ultrajados por la que supondrán mi ideología kirchnerista. Me anticipo a estos posibles desencuentros porque ya me ha pasado antes. Sería inútil explicar razones. Hay quienes no pueden entender que no se administre un pensamiento único, fijo, sin dudas ni curiosidades; que no se esté embanderado desde el nacimiento hasta la muerte.
Yo, y lo siento por ellos, prefiero seguir moviendo mis rodillas.

(cariñosamente, para Liliana S., muchacha de hoy, y para mi madre, Josefa, que, sin ser peronista, admiraba a Eva Perón)