Mientras me reponía en el cada día más abarrotado Cadaqués de mi herida virtual -el láser no deja marcas exteriores de ningún tipo-, iba enterándome por los diversos medios (in)formativos de la desaparición de algunos seres muy queridos. Estimats, dirían los catalanes, y en este caso específico el término sería mucho más preciso para describir mi sentimiento hacia ellos. Ilustres y conocidos todos, personajes cinematográficos de los que frecuenté, gocé, devoré su obra, pero a los que jamás tuve cerca. Imágenes de papel, tinta y celuloide; sin aliento, humores ni auténtica y cercana piel. "El roce hace el cariño", decimos por aquí: con ellos sólo me fue dado admirarlos como artistas, dejarme invadir por la penetrante agudeza de su mirada, por su refinada sensibilidad, por su inteligencia y sabiduría.
De estas tres últimas muertes, Ingmar Bergman, Michel Sarrault, Michelángelo Antonioni, todas muy sentidas, la del prolífico realizador sueco fue la que removió en mí sentimientos más profundos. Gritos y susurros, Fanny y Alexander, Noche de circo, Un verano con Monika, Cara a cara, Juegos de verano, El huevo de la serpiente, marcaron momentos de mi vida, pusieron imágenes y palabras a muchos de mis temores y pesadillas. Durante años solía dormirme inevitablemente en la misma secuencia de Fresas salvajes. Finalmente, cuando logré verla completa, entendí que no podía soportar la escena en la que el viejo profesor se sueña compareciendo ante un jurado de parientes, amantes y conocidos decididos a enjuiciar su vida. Eran mis propios fantasmas, no el cansancio, la falta de interés o el aburrimiento, lo que cerraba mis ojos.
De estas tres últimas muertes, Ingmar Bergman, Michel Sarrault, Michelángelo Antonioni, todas muy sentidas, la del prolífico realizador sueco fue la que removió en mí sentimientos más profundos. Gritos y susurros, Fanny y Alexander, Noche de circo, Un verano con Monika, Cara a cara, Juegos de verano, El huevo de la serpiente, marcaron momentos de mi vida, pusieron imágenes y palabras a muchos de mis temores y pesadillas. Durante años solía dormirme inevitablemente en la misma secuencia de Fresas salvajes. Finalmente, cuando logré verla completa, entendí que no podía soportar la escena en la que el viejo profesor se sueña compareciendo ante un jurado de parientes, amantes y conocidos decididos a enjuiciar su vida. Eran mis propios fantasmas, no el cansancio, la falta de interés o el aburrimiento, lo que cerraba mis ojos.
Recuerdo haber "conocido" a Bergman a través de un ciclo sobre su obra en el desaparecido cine Lorraine de la ciudad de Buenos Aires. Fue durante un febrero tórrido, y aquel local relativamente pequeño -comparado con los minicines actuales no lo sería tanto- carecía de refrigeración. Sólo dos ruidosos ventiladores giratorios ubicados a los costados de la pantalla intentaban hacer menos bochornoso el clima de la sala. Por aquella época aún no tenía los años necesarios para contemplar aquel mundo supuestamente pecaminoso, reservado exclusivamente a los mayores de edad, así que al calor del verano se unía el stress que me producía, noche tras noche, no saber si podría atravesar la barrera con forma de acomodador uniformado que bloqueaba la puerta. Para lograr introducirme en ese santuario del Arte Cinematográfico Universal -sí, así, con mayúsculas- yo impostaba la voz, caminaba con lo que imaginaba un paso decidido, me vestía de forma supuestamente adulta. Visto desde mi presente, encuentro increíble tanto esfuerzo. ¿Cómo podía ser tan insensato? ¿Qué pensaría aquel tipo con librea verde de mí? ¿Le resultaría infantil, tierno o simplemente estúpido? Seguramente ni me prestaba atención, preocupado porque el local se llenara de otros seres tan extraños como yo, más interesados por internarse en los "intrincados laberintos del alma humana" que en pasearse por cualquier ciudad costera luciendo su recién adquirido bronceado veraniego. Mis vacaciones dependían de mi familia, y mi familia, mi madre en realidad, acostumbraba vacacionar visitando a la suya en ese pueblo de la provincia de Corrientes donde había nacido y vivido hasta que se marchó, ya con novio formal, para la tan sobredimensionada Capital de la República. A partir de los catorce años me negué a seguirla. A fuerza de interminables discusiones, pequeñas mentiras y argumentos irrefutables, logré que confiaran en mí dejándome al cuidado de la casa paterna. Esto me permitía gozar de una pequeña entrada de dinero para viandas y gastos generales que gastaba con necesaria prudencia en cines y pizzerías de esa emblemática, céntrica y siempre insomne calle que, vaya casualidad, se llama también Corrientes. Recién ahora tomo conciencia de que al rechazar la protectora Corrientes materna estaba eligiendo otro curso, otra corriente para mi vida. Me estaba convirtiendo en un ser autónomo, maduro, independiente.
En mis particulares vacaciones de verano, los ciclos sobre Hitchcock, Bergman o el cine francés "de qualité" -René Clair, Cayatte, Albert Lamorisse, Renoir, Bresson, Clouzot, Jean Vigo, Duvivier, Becker- se mezclaban placenteramente con algunos clásicos gastronómicos nada despreciables: las porciones de "muzzarella con fainá" o las de la algo menos popular pero igualmente apetitosa "especial de espinacas con salsa blanca" que solía zamparme de pie, antes de entrar al cine, en la muy cercana pizzería Güerrin.
Por aquellos días yo era un chico solitario que no quería serlo. Había abandonado a los amigos de la infancia sin encontrar otros más consonantes con mis inquietudes de adolescente. Me arrastraba al Lorraine mi amor por el cine, aunque también la secreta esperanza de encontrar almas gemelas con las que intercambiar opiniones sobre el mundo y la vida. No me resultó nada fácil lograr todo aquello, así que solía volver a casa descaminando lentamente las más de veinte calles que la separaban del cine, mientras dialogaba en silencio con el flaco Bergman, ese amigo desprovisto de carne y de hueso, ese maldito sueco que me llenaba la cabeza de preguntas complicadas sin concederme jamás la gracia de una simplista, superficial, fácil respuesta.
En mis particulares vacaciones de verano, los ciclos sobre Hitchcock, Bergman o el cine francés "de qualité" -René Clair, Cayatte, Albert Lamorisse, Renoir, Bresson, Clouzot, Jean Vigo, Duvivier, Becker- se mezclaban placenteramente con algunos clásicos gastronómicos nada despreciables: las porciones de "muzzarella con fainá" o las de la algo menos popular pero igualmente apetitosa "especial de espinacas con salsa blanca" que solía zamparme de pie, antes de entrar al cine, en la muy cercana pizzería Güerrin.
Por aquellos días yo era un chico solitario que no quería serlo. Había abandonado a los amigos de la infancia sin encontrar otros más consonantes con mis inquietudes de adolescente. Me arrastraba al Lorraine mi amor por el cine, aunque también la secreta esperanza de encontrar almas gemelas con las que intercambiar opiniones sobre el mundo y la vida. No me resultó nada fácil lograr todo aquello, así que solía volver a casa descaminando lentamente las más de veinte calles que la separaban del cine, mientras dialogaba en silencio con el flaco Bergman, ese amigo desprovisto de carne y de hueso, ese maldito sueco que me llenaba la cabeza de preguntas complicadas sin concederme jamás la gracia de una simplista, superficial, fácil respuesta.
photo : Victor Sjöstrom, Ingrid Thulin y Bibi Andersson en "Fresas salvajes".
20 comentarios:
¿Cómo no reconocer a Bergman en el Lorraine? Y en el diálogo mantenido durante la larga caminata hasta la casa, durante la noche de verano. Estas experiencias se parecen tanto a las mías...
Debe ser por eso que yo no pude articular ni una palabra con la ida de Bergman y de Antonioni... Me siento una huérfana con un tesoro inmenso, pero huérfana al fin.
¡Qué bueno que has vuelto! Ya te extrañaba.
Comprendo tu dolor, hasta los poros.
Estoy en una saudade bárbara, impregnada en el silencio de Bergman.
Dios quiso charlar de cine, por eso está al lado de un grande.
Recuerda que en nuestros desasosiegos, llevamos marcado a Bergman.
Me gustó mucho tu texto. Mucho.
Abrazos
Un Verano con Monika es mi favorita.
Celebro tu recuperación y prometo no decir aquí todo lo que dijiste, y que ya no te acuerdas, en cuanto te subieron a la habitación bajo los efectos de la anestesia, sólo puedo decir que fue muy divertido y que no parabas de hablar. Respecto a Bergman, no sé si en aquella época estarías ya en BCN, eran los primeros años de la década del 70 y en la Filmoteca, que estaba en la calle Mercaders, pasaban continuamente ciclos de este director, por el módico precio de 5 pesetas, cada peli, y si te sacabas el carnet, que valía 25 pesetas, bueno, entonces lo veías casi-todo en una tarde noche, el séptimo sello, fresas salvajes, el manantial de la doncella, la carcoma...en fin que salías flotando, con el ánimo por los suelos, pero nos sentíamos muy afortunados, incluso aplaudíamos después de las escenas más brillantes. Tiempos.
Qué guapa crónica. WELCOME BACK!
Estoy de acuerdo contigo, algunos afectos necesitan la palabra precisa, la sonrisa perfecta… y los préstamos lingüísticos. Encajan como un guante en nuestro sentimentalismo atroz, que devociona a los dioses de papel couché, a veces sin que tengamos tiempo de escogerlos. Se meten en nuestra memoria Dios sabe por qué rendija y se quedan a vivir para siempre. Recuerdo cuando se murió Virginia Mayo, durante años mi canon de belleza femenina; se me vinieron de golpe todos aquellos sábados de sobremesa, pegado al televisor… El amor no es ciego, es olvidadizo. Tenía una cara… y ahora quiere volver a una palabra.
Saludos “Estimat”
Bueno trato de poner artistas en mi blog que me motiven a escribir
Tedejo un saludo
Lo de decir cosas bajo los efectos de la anestesia me daba mucho miedo cuando me operaron. imaginate que le dices a un cuñado que no lo soportas y que es cun capullo integral?
Ayer leí que el cine de Bergman era triste y amargo, yo no creo que sea del todo cierto, verdad?
un saludo en tu recuperación.
impromptu.
me llevas adonde quieres. chuic
Bravo, Bravo y Bravo. Me atrapas y me condenas a querer leerte para siempre. Un beso.
Impecable.
Fede.
Con esta crónica dan ganas de pasar la noche viendo las peliculas que mencionas y unas palomitas...
Llego a tu blog, y sin querer me encuentro en la pizzería guerrín, en Corrientes y Maipú, en algún cine un miércoles por la tarde.
No esperaba ir tan lejos, tan adentro de mí.
Tu escritura es impecable. Espero que estemos en contacto.
un beso
musa rella
Bella introspección cinematográfica.
Anyway como dice el maestro Coppola:
cuando voy al cine me gusta q me tiren desde una montaña rusa y no q me suelten un rollo en frances.
Gracias por tu visita y por tu blogablo....
Ahora si hablamos de cine mejor Blogambo!!!
Y tambien 3 4 8
(segundo piso asensorr.....)
;)
Muchas gracias por tu visita.
Volveré por aquí, me ha gustado tu blog.
Besos.
Amo a Bergman. Pero La Película para mí siempre será el Séptimo sello. La vi con catorce años en la tele y sus imágenes ya no dejaron nunca de perseguirme. Bergman es parte fundamental de la iconografía onírica y emocional de occidente, creo.
ESTIMADOS TODOS: Agradezco los elogios, trato de aceptar las críticas y me gusta mucho verlos por aquí.
Mi preferida de Bergman es "Juegos de verano", la primera que ví y también una de sus primeras películas. En ella ya están presentes de forma sencilla y directa todos los temas de su obra posterior: la melancólica preocupación por el paso del tiempo, el dolor frente a la casi inevitable decadencia del amor y la consternada aceptación de la muerte.
Tanto con Bergman como con Antonioni desaparece algo nuestro, el fin de una época, de unos sentinientos y de un compromiso politico. Ya nada será como antes, huerfanos del desencis que llamamos los catalanes.
Qué buena foto, Cacho...
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