Aquel desapacible sábado del mes de julio de 1993 almorzamos con el escritor Adolfo Bioy Casares en su mesa habitual de la cafetería y restaurante La Biela, un clásico del barrio de la Recoleta. Fue un regalo del representante de Editorial Tusquets en Argentina, quien unos días antes me había preguntado si deseaba algo especial como recuerdo de ese viaje "literario" a mi país de origen. He contado varias veces esta historia porque a medida que pasan los años voy encontrando en ella algunas carillas traspapeladas en su primera, y seguramente superficial, lectura. No era mi primer encuentro con Bioy Casares. Ya me había acercado al autor de La invención de Morel y El perjurio de la nieve en la Universidad de Barcelona algunos años antes. Olvidándonos de los que esperaban detrás de mí para hacer lo mismo que estaba haciendo yo, nos detuvimos largo rato a hablar del exilio, sus motivaciones y consecuencias. "Vuelva a su país", me dijo él, "verá que no lo trataremos mal". Le había llevado un clavel amarillo cortado de los ramos que adornaban la sala donde había dado una corta y divertida conferencia sobre sus ciudades más amadas, entre las que por supuesto incluyó a la capital argentina. Entre otras muchas cosas nos contó cómo Borges y él recorrían media ciudad hablando de la literatura en todas sus vertientes, un tema en el que abundaban los chismes más suculentos sobre algunos de los personajes que se dedicaban a escribir más o menos profesionalmente en la ciudad de Buenos Aires. Bioy y Borges solían caminar a paso vivo y sin detenerse en nada hasta llegar a un viejo puente en Valentín Alsina. Desde allí, casi de forma automática, sin siquiera prestar atención al lugar donde los habían llevado sus pasos, pegaban la vuelta hasta sus respectivos domicilios. Una periodista francesa se enteró por medio de Silvina Ocampo de aquellas misteriosas caminatas nocturnas y, convencida de que el lugar tendría algo muy especial para acaparar el interés de esos dos talentos literarios, decidió acompañarlos en uno de aquellos paseos. La desilusión de la periodista fue enorme: ni el puente ni su entorno mostraban nada digno de mención. Tampoco Borges ni Bioy se detuvieron a explicarle que el encanto de esos periplos estaba en el camino a recorrer, no en la desangelada meta.
El mediodía de julio en que nos encontramos con Bioy Casares era muy luminoso y especialmente frío. ABC llegó puntual y nos sentamos a la mesa que ocupaba siempre, desde hacía muchísimos años, al fondo del local, de espaldas a un espejo que reflejaba su cogote y, ¡ay!, un mechón de pelo algo rebelde que desairaba su impecable compostura de atildado dandy inglés. Cuando yo aún vivía en Buenos Aires, La Biela era un lugar para burgueses ricos, quizá por eso me extrañó que los manteles y las servilletas, de un hilo pesado y grueso, estuvieran tan zurcidos. De forma muy cuidada, pero también muy notable. Poco después, contando aquel encuentro, alguien me hizo notar que aquello era posible porque la mano de obra era más abundante y barata que en Europa, donde a nadie se le ocurriría reparar algo que puede comprar absolutamente nuevo por menos dinero. Además, ¿qué restaurante medio podría pagar hoy mismo manteles de hilo? Y suponiendo que pudiera hacerlo, ¿a quién, en esta época de objetos desechables, de comida rápida y encuentros sin encuentro, podría interesarle semejante refinamiento? Ayer, después de mucho tiempo, volví a comentar entre amigos aquella comida porteña y una vez más volvimos a hablar de los zurcidos de La Biela. Los años han pasado. Por primera vez sentí una ternura especial por aquellos viejos manteles cargados de memoria. Esos buenos paños, tan recios como resistentes, son mudas metáforas de nuestra memoria. Llena de cicatrices restauradas con infatigable paciencia, conserva los rastros de nuestros antiguos festines, los signos inalterables de nuestras experiencias, los casi imperceptibles vestigios de nuestros triunfos, las sombras imborrables de todas nuestras pérdidas y fracasos.
El mediodía de julio en que nos encontramos con Bioy Casares era muy luminoso y especialmente frío. ABC llegó puntual y nos sentamos a la mesa que ocupaba siempre, desde hacía muchísimos años, al fondo del local, de espaldas a un espejo que reflejaba su cogote y, ¡ay!, un mechón de pelo algo rebelde que desairaba su impecable compostura de atildado dandy inglés. Cuando yo aún vivía en Buenos Aires, La Biela era un lugar para burgueses ricos, quizá por eso me extrañó que los manteles y las servilletas, de un hilo pesado y grueso, estuvieran tan zurcidos. De forma muy cuidada, pero también muy notable. Poco después, contando aquel encuentro, alguien me hizo notar que aquello era posible porque la mano de obra era más abundante y barata que en Europa, donde a nadie se le ocurriría reparar algo que puede comprar absolutamente nuevo por menos dinero. Además, ¿qué restaurante medio podría pagar hoy mismo manteles de hilo? Y suponiendo que pudiera hacerlo, ¿a quién, en esta época de objetos desechables, de comida rápida y encuentros sin encuentro, podría interesarle semejante refinamiento? Ayer, después de mucho tiempo, volví a comentar entre amigos aquella comida porteña y una vez más volvimos a hablar de los zurcidos de La Biela. Los años han pasado. Por primera vez sentí una ternura especial por aquellos viejos manteles cargados de memoria. Esos buenos paños, tan recios como resistentes, son mudas metáforas de nuestra memoria. Llena de cicatrices restauradas con infatigable paciencia, conserva los rastros de nuestros antiguos festines, los signos inalterables de nuestras experiencias, los casi imperceptibles vestigios de nuestros triunfos, las sombras imborrables de todas nuestras pérdidas y fracasos.
Photos : Bioy Casares a los diecisiete y a los setenta y tantos años
30 comentarios:
ay Cacho! tu post me hace bajar un cambio y respirar más hondo. trae recuerdos de una Buenos Aires más digna, o, tal vez es que mi memoria idealiza lo que no viví. Imaginar a Borges y a Bioy en Puente Alsina, cuna de tauras y cantores, es un flash. Algo que, aún en la contienda entre Boedo y Florida, es una hermosa metonimia que hoy resulta imposible. Está bravo el Alsina por estos días, realmente. Lo de la decepción también me parece un registro taaan porteño, como si aquí todos estuviéramos mirando tan a otro lado que la vista a lo real luego se empobrece. Por suerte La Biela nunca me gustó, aunque entiendo perfectamente tu mirada sobre los manteles de hilo y el zurcido y eso me hace detestar cada vez más a la globalización que esparce una millonaria miseria ahí donde hubo carácter, donde hubo utopía, donde hubo un café delicioso y cualquier reunión era un debate vivísimo entre intelectuales.
mi abrazo porteño, salud. López.
Me pareció estar allí.
Mirando, asombrada, los zurcidos.
Espero ir a Buenos Aires.
Y tomarme algo en ese café.
cariños, B.
Mmm, viejos manteles cargados de memoria
yo quiero irrrrrrrrr a Buenos Aires!!!!! bellas imágenes Cacho, bellas, para iluminar un poco este meridiano mi-semanal: las dos fotografias delicadas y la de la memoria como paño desojado, deshilachado y cuidadosamente zurcido después
Excelente metáfora: la memoria como un mantel remendado...
Muy cierto cómo le vamos poniendo "agregados" a nuestros recuerdos; y al final uno debería preguntarse si de verdad "recuerda" o si se lo inventó todo...
Lo primero que me llamó la atención al llegar a Barcelona fue la ropa y zapatos nuevos de la gente. En buenos aires los colores están dignamente gastados, aún en la gente de dinero. La fantasía por aquí es como una falta de registro, de memoria en lo cotidiano.
Esos paseos nocturnos de los que hablás eran ese Buenos aires remendado, Puente Alsina. Es parte de nuestra memoria colectiva el tránsito hacia la decepción y la importancia del camino que se recorre.
te dejo un beso
gracias por tu comentario en las musas, todo muere y sigue.
Musa
Es curioso lo de los "chismes" de Borges y Bioy; ¿por qué será que, cuando se juntan dos escritores, hablan de todo menos de literatura (incluso, aunque estén hablando de literatura)?
Saludos, Cacho.
Manteles de hilo compartidos con ABC... jo!
Espera, voy a buscar la invención de Morel.
ya.
Huele a libro viejo, me lo llevo el fin de semana.
(las3musas, a mi la ropa y los zapatos me duran para siempre, o casi)
Hola Cachito,
Sabes lo que acabo de comprar?
Sabes lo que tengo por fin en mis manos?
“Salvajes Mimosas”, no lo había encontrado hasta hoy,
Y ya lo tengo…
Para cuando un encuentro en la Condal,para poder tener los dos libros rubricados de tu puño y letra?
Me haría ilusión, mucha :)
Besotes!
Hoy mismo me pongo como una Loka ;)
me vas matar de un síncope?
es como pasar un examen, pero acepto cuando usted quiera, mi lokita.
Impresionante, Cacho. Muy fuerte tu anécdota. Qué groso. La voy a releer.
Que lindo recuerdo -ademas de estar narrado de una forma hipnotizante- y que privilegio el poder llamarlo tu recuerdo...
Saludos!
La Biela, un templo de mi imaginación. Antes de poner el pie en Buenos Aires, ya me parece haber estado ahí; igual en los cafés de París. Hasta ahora, sin embargo, nadie le había puesto rostro y memoria a ese lugar. Me siento sometido a la tiranía de la realidad, por eso (y por mi fobia aeronáutica) pienso que no visitaré nunca B.A.; sería una desilusión tremenda estar sentado en ese lugar y meter el dedo en esos zurcidos para creer, como si de la herida en el costado de Cristo se tratase.
…y Bioy, nunca me emocionaron sus libros, exceptuando “La invención de Morel”, pero creo que me amisté de veras con él leyendo “Descanso de caminantes” en un invierno de aldea castellana, junto a las brasas de un buen fuego. Me gustaron sus maldades de portera, su trastienda de marido y de seductor. Lo contaba todo con elegancia y humor, como si se resignara a ser el malo en la película de su vida…
En fin, amigo cacho, me gusta siempre leerte, pero a veces consigues que en mí se hagan estos milagros: evocación apócrifa, podríamos llamarlo, o más prosaicamente: recuerdos falsos.
Un saludo
Jajajajaj, un síncope???
Por qué exactamente ??
Bueno pues dime cuando te apetece,o cuando tienes disponible,y nos adaptamos…
un Cacho de beso
gracias por este post.
sentí la necesidad de leerlo en voz alta. no estaba solo. quien me acompañaba quedó un rato ne silencio y me dijo: "manteles de hilo!"
un saludo, cacho!
Pues yo también compré "Salvajes Mimosas" y leo que es anterior al "Hombre de sus Sueños"
Lo encontré buscando tu libro de poemas.
:)
Només, eres un celosón!
:)
lo conociste?!.
ídolo de oro eres ahora.
a todos: voy pasando por vuestros blogs, ya que a veces no sé qué contestarles. gracias desde ya, sois muy cariñosos.
murasaki: en este caso hay poco invento, si bien la memoria agiganta y deslíe según qué cosas.
javier: hablar de literatura es muy abstracto... y tal vez todo lo hacemos por los otros.
lokita: por qué no me envías un email por mi web?
només tiene razón: escribí primero las salvajes.
Memorable recuerdo y brillante entrada, Sr. Cacho de Pan.
Borges y Bioy hablando de literatura de noche por las calles de Buenos Aires, quien hubiera podido oir (y entender) las conversaciones.
Estuve en Buenos Aires, a mi pesar apenas fueron unas pocas horas buscando al espectro de Borges.
Ya lo se, tengo los dos libros, pero sigue siendo un celosón ;)
No te escribo porque soy incapaz de encontrar tu mail, me das pistas? :(
gracias frikosal: yo viví junto a ellos un montón de años y recién los encontré desde europa.
lokita: vas a mi web, el cuarto entre mis links, y buscas la arroba que está en lo alto de biografía, en la B de mi apellido.
cacho: me emociona pensar que seguramente, como decís, has contado y re-contado la historia.
Me emociona pensar en tu encuentro con A.Bioy Casares...
Me emociona la manera en que entretejés estos relatos con manteles zurcidos, como nuestra historia, llena de heridas...(sin zurcir?)
La Biela es un lugar muy especial, pero al verlo retratado en tu escrito, se vuelve una metáfora...
Es testigo de todas las Argentinas que se fueron sucediendo en el tiempo...
Es testigo (y no mudo después de leerte) de años, de arte, de sociedades, de historia.
Gracias por recrearla.
Un beso
me conformaré con pasarme la servilleta por los labios, mientras imagino las maravillosas tertulias de las que fueron testigo y seguro, cómpices.
es probable que viaje este año a BA, muero por conocerlo
me gustó esta memoria claro chésimpre con el que no tuvo abuela en el mdio del relato, pero igual es sentido y rescata
nombre, gata: estos recuerdos ínfimos y tan míos se perderán como tantas otras cosas...entretejerlos con la red produce la ilusión contraria.
Cacho de Pan:
Hace demasiado que no pasaba. Y me llevó tiempo ponerme al día con tus blogs: mucho y variado (es lo que me imanta la naríz a las vidrieras de las panaderías, jajaj).
Me encantaron éste, el de Eloy Martínez (definitivamente no apto para paranoicos), el del Roca, ...y ¡la foto de la pecera! (anoche me despertó un sueño muy loco que entre otras cosas tuvo que ver con esa foto, me gustó y la estuve mirando un buen rato). “Vergüenza”... es algo a lo que estamos tan habituados acá con la manga de sinvergüenzas que (pese a que se cagan en todo y nos talan las ganas día a día) tantos siguen votando... Supongo que la tala de cerebros también avanza.
En fin, más allá de cualquier trago amargo, disfruté volver a pasear por estos lares. La meta es el recorrido, comparto hasta los huesos.
Acelerando el paso. A ver si puedo seguirte.
Saludos!!
Muy buena la entrada, muy bien escrita la entrada.
La desilusión de la periodista fue enorme: ni el puente ni su entorno mostraban nada digno de mención. Tampoco Borges ni Bioy se detuvieron a explicarle que el encanto de esos periplos estaba en el camino a recorrer, no en la desangelada meta.
De nuevo Ítaca...
Esos buenos paños, tan recios como resistentes, son mudas metáforas de nuestra memoria. Llena de cicatrices restauradas con infatigable paciencia...
Qué final más genial!
Me ha gustado el regustillo que me ha dejado este mendruguito de pan... volveré a darle unos cuantos mordisquitos.
Poquito a poquito, que el asunto requiere una concienzuda masticación.
Ens veiem!
:]
Excelente blog!
Me gusta!
Prometo visitarte es un sitio para recordar.
Mi enhorabuena.
Saludos afectuosos.
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