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sábado, abril 17, 2010

Resumen leridano (volver...)

...si en este momento me pusiera a cantar el "todo pasa" machadiano musicado por Serrat caería en el más obvio de los lugares comunes, pero es lo único que se me ocurre ahora mismo, recién desembarcado en mi casa barcelonesa después de un agradable viaje de apenas una hora, cómodo, relajado, amigable; un viaje tranquilo que no me ha obligado a soportar aberrantes esperas, colas interminables y/o angustiosas cancelaciones. Y todo gracias a ese AVE delicioso que, sin alas, traqueteos, humos tóxicos o densas nubes volcánicas, me ha trasladado con plumosa delicadeza desde la ciudad de Lleida, unas pocas horas después de finalizada su muestra anual de cine iberoamericano.No les voy a hablar del Palmarés final, de todas las películas a competición ni de los jurados convocados para cada categoría: pueden entrar a la página del festival si de verdad les interesa saber quiénes y de qué manera han intervenido y también cuáles entre todos ellos se han llevado los premios otorgados por el certamen. Yo prefiero seguir con mis notas -entrecortadas, arbitrarias, desparejas- sobre una semana de estadía en esa otra ciudad cada año más cercana.

Mi palmarés particular incluiría en más de un rubro a la premiada El hombre de al lado, al niño Conrado Valenzuela, protagonista de Andrés no quiere dormir la siesta, a Cecilia Rossetto por su papel de madama depravada en la atrapante, angustiosa, muy lograda, La mosca en la ceniza, segundo largometraje de Gabriela David, al corto Uyuni, refinada publicidad de una camioneta todoterreno que deviene tragedia sangrienta.

"Aquí se habla mucho" podría ser otro slogan publicitario de la Muestra de Lleida. Se habla por los pasillos, en la recepción y en el bar del hotel, a la entrada y salida de las proyecciones, sean estas competitivas, especiales o retrospectivas, en el pub africano cercano al hotel donde suelen gastar sus noches los más noctámbulos y, sobre todo, se habla muchísimo mientras se desayuna, almuerza o cena, aunque, gente educada esta del cine, nunca, jamás, lo hace con la boca llena.

Hasta ahora no me he subido a una balanza para saber cuántos kilos estoy pesando, sin embargo podría segurar que vuelvo de Lleida con alguno más encima. La mirada, que yo sepa, no ayuda a consumir calorías, y allí, durante la Muestra, nos llevan de un cine a otro y, como breve intervalo de descanso entre una y otra película, del comedor del hotel a un restaurante y de un bar a una cafetería.
Para colmar mis kilos y nada más volver, una amiga fotógrafa me invita a un té con simpatía, charla y diversas exquisiteces (la foto muestra los scones y el brownie esperando para pasar à table) en su no menos exquisita casa-estudio del barrio de Gracia. A punto de convertirse en joven abuela, ha decidido dedicar parte de sus días a dos cosas a las que su trabajo profesional había quitado casi todo el tiempo: recibir gente amigable y cocinar para ellos.
La mesa, loza blanca dispuesta sobre una tela africana de color crudo con dibujos en negro, estaba colocada junto a una de las amplias terrazas de la casa: luz de atardecer sin volcánica nube negra a la vista y la cercanía de un buen montón de plantas que comienzan a sentirse primaverales, despuntando verdes brillantes y floraciones varias.
Para acompañar una y otra taza de té darjeeling (Tealosophy) con nubes de leche fría, comimos sándwiches de pan inglés de molde, scones con confituras caseras de naranja y boniato, diversas tartas saladas de verduras. De postre, un brownie de chocolate bañado en nata fresca y varias horas de animado diálogo. Un auténtico festín de cine. Tanto placer refinado no es nada discriminatorio: todo aquel que lo pague puede disfrutarlo cuantas veces quiera. Sólo hace falta llamar con antelación al 639161197 y preguntar por Cristina.

Como compañero de viaje elegí el primer tomo de Obras, la reciente reedición por Anagrama de toda la narrativa del escritor y dibujante Copi (Raúl Damonte, Buenos Aires, 1939-1987).
Edgardo Entín, casi un clon físico del autor de aquella Eva Perón teatral tan iconoclasta e irreverente como toda su obra, me lo presentó en un bar de Ibiza a principios de los ochenta. Parecía un tipo melancólico, de pocas palabras y menos ironías. Nada habituado a los delirios exhibicionistas fuera de la escena, poco agraciado para los cánones gays de la época, se aferraba a una copa de gin tonic con una mano y a la pringosa barra del bar con la otra. Iba vestido formalmente y de blanco, como el personaje masculino de Súbitamente el último verano (Suddenly Last Summer), ese Sebastián Venable inmolado sobre la arena de una playa por los oscuros y hambrientos muchachos españoles depositarios de su deseo. Cuando pienso en él, desubicado, totalmente fuera de lugar en aquel ruidoso e inhóspito bar ibicenco, me pregunto si no estaría imaginando un final parecido para su ya por entonces herida existencia.
ilustran dos retratos de Copi, el último dibujado por el Tomi

domingo, abril 11, 2010

fragilidad de celuloide (apuntes desde Lleida)

Llego tarde al cine. Son poco más de las doce del mediodía y afuera un potente sol de prima-verano llama a la playa, al sudor y las malas compañías, o, en todo caso, por falta de un cercano mar Mediterráneo, a un asiento cómodo en una terraza urbana cerca del río, con algún diario cualquiera para enterarse de cómo sigue el mundo y una bebida fría y sin alcohol servida en vaso grande, jamás a las oscuridades de una sala de cine y a una copia deficiente, infectada de ruidos y decoloraciones (la única, según me enteraré a la salida) de una película sobre la revolución mexicana de la que no tengo más información que el nombre: La soldadera (1966).
La protagonista, Lázara (la Biblia está muy presente en esta Mostra), es Silvia Viridiana Pinal (¿alguien sabe de quién estoy hablando?), aunque aquí está convertida en un personaje secundario del Marat-Sade de Peter Weiss según aquel psicótico montaje del inglés Peter Brook, con imposible superposición de trajes y sombreros, de cananas, fusiles, pollos semivivos y varias bolsas al hombro, sobrecargadas de estatuillas, trapos y deshechos. Por allí anda también una (aún) joven Chabela Vargas: dura, masculina; personaje de pocas palabras y muchas violencias. La película, magnífica en muchos aspectos, fue dirigida por un para mí desconocido Bolaños, que no es ese escritor chileno muerto hace algún tiempo en Cataluña, sino un otro Bolaños mexicano, José, de quien sus actuales compatriotas saben poco y dicen nada.

Entro porque acabo de salir, y no es un chiste. En el mismo edificio, con pocos metros de distancia entre una y otra sala, CaixaForum ofrece una espléndida muestra de Mucha, el diseñador y cartelista más famoso del Art Nouveau europeo. Si hubiera podido ver esta exposición a mis porteños diecinueve o veinte años, hubiera caído de rodillas, ya que me apasionaba el trabajo de este hombre al que sólo conocía por las reproducciones que aparecían en algunos libros y revistas importados de USA y Europa, siempre demasiado caros para nuestros bolsillos rioplatenses. (Deberíamos agradecer al señor Taschen por haber hecho el arte mucho más accesible)
Durante mi corta visita a la exposición Mucha me detengo especialmente en sus fotografías de personajes como Paul Gauguin -su retrato tocando el piano en calzoncillos es sublime- o la responsable del Frente de Liberación Femenina de Turquia en 1930(¡!). La ceremonia de inauguración de la Muestra de Cine Latinoamericano de Cataluña se hace por primera vez en el recién estrenado edificio de la Llotja*, un espacio compuesto por otros muchos más pequeños, todos ellos unidos por enormes pasillos, galerías, distribuidores. Mi asiento está justo detrás de los de Guillermo Toledo y el galardonado Ernesto Alterio, amigo de amigos, un ser sorprendentemente cercano, tierno y cariñoso. Antes de ubicarme tengo que pasar por el photocall junto a Sergio Espada, director del Museo Buñuel de Calanda. No habrá preguntas y respuestas, solamente un rápido posado fotográfico. A mí me divierte el paseíllo en plan estrella; a él, un hombre a quien no suelen asustar ni el surrealismo desbocado de don Luis ni el ruido atronador de los tambores de su tierra en fiestas, no le gusta absolutamente nada pasearse, y posar, frente a las cámaras que nos retratan.

Marisa Berenson aparece por el Festival coronada de estrellas. Dulce en sus maneras, elegante en sus actitudes, precisa en el atuendo para cada ocasión, algunos cuentan que ha exigido que las sábanas y toallas que usará en el hotel se estrenen para ella y luego se destruyan. Cuando nos cruzamos por primera vez le digo ¡Hola! sin agregar Marisa. Me ha salido espontáneamente, como si estuviera saludando a una vecina de escalera. Ella no lo sabe, pero yo y todos mis amigos de la adolescencia la admirábamos desde la platea de nuestro inolvidable cine Roca. Su frágil presencia asoma en al menos tres películas de culto: Barry Lindon, Cabaret, La muerte en Venecia. Confiesa 63 años. Podría decir 50 y para los que no conocen su historial sonaría creíble. La acompaña un señor rubio, alto y simpático que trabaja como doble de Clint Eastwood. Hombres y mujeres opinan que "está más bueno que el pan", ensombreciendo la presencia del hasta ahora modelo Joel West, el último Cristo cinematográfico, hijo de María Berenson, en ese indescriptible biopic litúrgico llamado El discípulo. En una escena de La soldadera, Lázara, una joven mujer de clase media convertida a su pesar en guerrillera, asiste conmovida, junto a un puñado de revolucionarios armados, a una función de cine al aire libre. Lo que al principio resultará jocoso y unos segundos después hipnótico, subyugador, terminará con el proyectista muerto y la pantalla "aterrada" por el mandamás de aquella compañía de desheredados sin rumbo, que no admite se escamotee ni un segundo de atención a su persona.
Lázara, que alguna vez tuvo una casa familiar y siempre ha soñado con poseer una propia, se acerca hasta el lienzo que hacía las veces de pantalla, lo recoge del suelo y busca entre sus pliegues esas imágenes que hasta un momento antes tenían movimiento y vida. No hay nada allí, por supuesto. Los seres que habitaban aquel rectángulo de luz se han desvanecido en el aire. La pobre mujer desconoce la mágica ilusión del cine tanto como la combustible fragilidad del celuloide, similar a la de su, nuestra, propia existencia.

*Proyecto y obra de Francine Houben - Mecanoo, Holanda.