domingo, marzo 04, 2007

cuadernos y misales

Aragón es una calle ancha y ruidosa con pocos árboles y demasiados negocios de cosas que no me interesan. No suelo transitarla nunca. Ayer sin embargo, un amigo y yo decidimos ir caminando por ella hasta el Paseo San Juan. Pensábamos desayunar en algún bar con terraza para poder gozar a pleno del sol primaveral que nos había tocado en suerte. Recién ahora, en estos últimos meses, puedo volver por alli. Durante años preferí no asomarme a ese calle, la de la casa que me alojó recién llegado a Barcelona. Demasiados recuerdos, demasiadas ausencias, demasiada nostalgia. El viejo edificio donde vivían Daniel y Marcelo fue sustituído hace unos años por otro más moderno. Supongo que aquellos espaciosos pisos de techos altos y amplios ventanales, se habrán convertido en una infinidad de apartamentos escuálidos con parqué flotante de falsa madera, mesadas de fórmica brillante y luces alógenas de todo a cien.
Esta vez, al llegar a la esquina de Roger de Flor, por primera vez presté atención a un pequeño Bracafé del chaflán. No lo hice por el local en sí mismo, ya que he pasado por allí un millar de veces sin detenerme ninguna. ¿Por qué? En gran medida porque adentro permiten fumar, y desde que dejé de hacerlo, quince años largos, no soporto el humo del cigarrillo y mucho menos todos los olores que el supuesto olor a tabaco encubre. Vade retro, entonces, aunque esta vez frené la marcha, deteniéndome el tiempo suficiente como para ver que el pequeño bar tiene afuera una terraza "chaflanera" con cuatro mesas metálicas donde el sol pega de lleno. Sin embargo lo que más llamó mi atención, lo que imantó mi cuerpo a aquella esquina, fue otra mesa pegada al cristal que da a la calle. En ella había una mujer de unos cincuenta años bien cumplidos con la cara derrumbada por la tristeza que escribía aceleradamente, con letra clara y de gran tamaño, sobre un cuaderno de hojas blancas y lomo con espiral metálica. Creo que fue esa imagen devastada de náufraga que en un último intento de salvación se ase desesperadamente a la palabra, la que hizo que me quedara, nos quedáramos allí, y, casi como excusa, ambos pidiéramos una taza de café americano para beber en la terraza. (continuará)

6 comentarios:

Unknown dijo...

Que misteriosa, esa mujer, quiero saber cosas de ella. Estará decidiendo que hacer con su vida tras un descalabro? cuenta.

Adrián Mallol i Moretti dijo...

como cuando era pibe y leía Spirou y Tintín, espero ansionso y expectante tras ese misterioso "continuará"...

Anónimo dijo...

Pero y si la expresión derrumbada fuera algo ya inherente a ella y en realidad estuviera feliz escribiendo al fin tras un largo periodo de sequía? O tal vez la historia triste que escribía le contagiaba su expresión forzosamente, para adentrarse en ella?

comotto dijo...

probablemente, como tantos, escribía mensajes para luego colocar en una botella y lanzarla al mar de cemento.

O quizás era una queja porque está harta de los bares bonitos en donde no podemos entrar los que no soportamos la dictadura del tabaco.

Anónimo dijo...

gracias por el interés...hay una segunda parte final; ayer tenía demasiado sueño.
los quiero.

Anónimo dijo...

el remate de tu relato es una imagen con la bruma de renée clair,una michele morgan de esta época y en París, una idea para escarbar en el misterio.