jueves, junio 23, 2011

hogueras y Juanes


Poco tiempo después de comprar el piso de la calle Escudellers Blancs, cuando aquello que después fue mi hogar durante 8 años todavía era poco más que una terraza unida a dos taperas inhabitables y tristes que sorprendía a los amigos y conocidos convirtiendo sus caras en máscaras de estupor y sus sonrisas en gestos hiératicos que intentaban disfrazar la decepción producida por aquella adquisición que suponían ruinosa, hicimos una fiesta de San Juan con un grupo de amigos jóvenes, casi todos ilustradores, dibujantes, escritores.
Aquella noche, en un gran tanque de agua inutilizado, con "próximo destino container", quemamos palabras y nombres que no nos gustaban; también los libros horribles del dueño anterior de uno de los apartamentos, que pretendía, pobrecito, curar el cáncer que lo llevó a la tumba con invocaciones esotéricas y remedios increíbles.
No recuerdo ningún Juan entre nosotros, aunque si había Mariana, Julián, Gustavo, Dominique, Anne, Mirta, Marcelo, Cristina, Marcial, Darío, Luises, Danieles, Barbarita, Ramiro, Jorges y hasta alguna Montse y algún Carlos.
Hoy, esta mañana, arrastrado por las multitudes que deciden festejar un nombre masculino santificado y con él la entrada de una estación que amenaza derretirnos, pienso en los Juanes de mi vida.
De ellos el primero fue mi padre.
Giovanni en realidad, italiano de Lucca, una pequeña ciudad amurallada en la bella y distante Toscana, fue durante mis primeros años Papi y después, hasta hoy mismo, décadas después de su muerte, Papá, así que cuando pienso en Juanes recuerdo en primer lugar a un ibicenco que plantaba palmeras y hacía brotar y criaba todo lo verde que podía encontrar sobre esta tierra: políglota, solitario y huraño, sus bolsillos iban siempre cargando semillas que recogía en sus interminables viajes por países lejanos a los que yo con casi absoluta seguridad nunca iré.
Tenía una casa de campo y un huerto con todo lo necesario para la supervivencia, laboriosamente plantado junto a un jardín abarrotado, salvaje y cosmopolita, a un costado de la ruidosa y trajinada carretera principal, muy cerca de la ciudad ibicenca de San Antonio, la más turística y fea, por qué no decirlo, de la Pitiusa mayor. En aquel, su paraíso privado a las puertas de aquel infierno turístico, Juan A. tenía también una gata con tres patas y una lagartija oscura con dos colas que, según decía a las visitas, cuidaba desde las alturas iluminadas de un farol eléctrico la puerta de su casa.
No se nada de él desde hace unos cuantos años, aunque por una básica lógica temporal debería haber conseguido lo que aseguraba desear desde muy joven: volverse viejo, para de esa forma acallar definitivamente todas sus muchas ansiedades y pasiones.
De la isla, mi isla, salió también el protagonista masculino de una de mis dos novelas. Juan Carlos era en mi realidad de aquellos días un amable, aunque esquivo, vecino de Can Negre, una población cercana a la ciudad de Ibiza. Casado con una mujer pequeña con nombre de gema y madre de unos enormes gemelos, ¡vaya redundancia!, que solían actuar siempre a dúo, mi vecino poseía un cuerpo fibroso, ojos y cabellos oscuros, tez aceitunada y una sobredimensionada entrepierna. Nadie piense que estos manjares pasaron por mi mesa. Todos practicábamos el nudismo sobre las mismas playas y hay imágenes que se quedan con nosotros para siempre.
Hubo antes un pequeño Juan, Juanito, pintor y poeta, que se disfrazaba de Le Petit Prince para trajinar las calles céntricas de Buenos Aires, hasta que un buen día, antes de cumplir los veinticinco, cuando los rompedores años sesenta del siglo pasado todavía no habían llegado al Mayo de las barricadas, aterrizó en París, tal como correspondía al personaje de su cuento.
Vivió allí durante muchos años, acompañado por otros viajeros de lujo y según parece muy contento, ya que nunca más volvió a levantar el vuelo a la búsqueda de planetas extraños poblados por zorros, rosas y reyes. Todo hace pensar que logró tenerlo todo sin moverse demasiado del lugar en donde había elegido estar, que su pequeño mundo se pobló de bellas imágenes, de cuidadas palabras. Al final, cuando comenzaba a perder la inocente transparencia de sus ojos, su larga bufanda quedó atrapada entre las hélices de una desgracia que acabó con cuarenta millones de vidas. Su cuerpo de niño y su genio travieso descansan en tierra francesa, supuestamente para siempre.
Hubo otros Juanes, por supuesto. Decenas o cientos.
Hoy recuerdo solamente a estos.



Ilustra: Joven San Juan Bautista con un carnero, de Caravaggio

26 comentarios:

Isabel Mercadé dijo...

Me ha encantado esta crónica de tus juanes. Gracias. Que tengas un buen día (o lo que queda de él)!

Otro Juan de Ibiza dijo...

Te olvidaste de mí, canalla.

Dante Bertini dijo...

Bel:
también yo lo espero.
Gracias a ti y un saludo.


Juan:
no me olvidé. Me pareció que esta vez no te tocaba. Felicidades

F. Invernoz dijo...

Un relato buenísimo sobre los juanes.

Dante Bertini dijo...

FranK;
gracias, aunque, supongo, recibiré muchas quejas por mis olvidos.
un abrazo

39escalones dijo...

Ando muy escaso de Juanes en el stock. Pero como pretexto para quemar cosas (y recuerdos) me vale.
Abrazos.

Anónimo dijo...

http://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_de_la_crueldad

Dante Bertini dijo...

Alfredo39:
querido, creo que con esta temperatura en alza ya no habrá que preocuparse por encender fuegos.
Y no aprendemos!

Beatriz dijo...

En nuestras tierras creo recordar que vivió durante muchos años ( y todavía hay muchos que lo quisieran resucitar),un Juan que no sé si habrá mordido alguna vez una manzana junto a su Eva.Pero a muchos nos hizo un vil pellizco a un proyecto de vida.
Se que no era tu intención recordar a las bestias. No me preguntes el motivo por el que lo he recordado. Pero bueno, sin duda, no lo es.
Necesitaría una terapia que me ayude a borrar muchísimas cosas.

Besos

Dante Bertini dijo...

Ay, anónimo
¿qué pretendes de mí?
(bolero)

Dante Bertini dijo...

Beatriz:
como bien dices, mi memoria no quiso recordar a los malos Juanes, quizás porque van profundamente asociados, a pesar de lo que digo, con el recuerdo de mi padre.
Me gustó lo del adanizado Juan y su Eva, por eso no entraré en polémicas inútiles. Un abrazo

Quizás no se trate de borrar nada, sino de darse cuenta de que si no tiene remedio, y el pasado nunca lo tiene, mejor comprender perdonando.

pepa mas gisbert dijo...

Pocos Juanes han pasado por mi vida. De hecho no recuerdo ninguno en mi niñez y adolescencia, cosa muy extraña por otra parte y por estas tierras. Si tengo ahora un muy querido amigo Juan que llena por si solo el cupo de Juanes que nos toca a cada uno. Nunca es tarde si el Juan es bueno.

Gracias por pasar por mi casa, el verano siempre me produce pereza, una tibia pereza que me deja con pocas ganas. Eso si, siempre las hay para pasar por tu casa y leerte.

Dante Bertini dijo...

Alma,
bienvenida después de tu largo silencio ¿estival?
"Nunca es tarde cuando el Juan es bueno" Me gusta, aunque el mío me miraba en la cuna, apenas nacido. Salvo que hubiera un partero por allí, supongo que Juan, que estuvo en mi vida desde la misma gestación, también fue el primero que tuve al lado ya nacido. Un abrazo y gracias

Caruano dijo...

Me encantó el vídeo.
Es muy probable que nos cruzáramos más de una vez (sin "sabernos") paseando por la calle Fernando y aledaños. Yo viví bastantes años en la calle Corders hasta que me mudé al Ensanche, y aunque mi antiguo barrio era un poco cutre, le saqué mucho jugo. Tener cerquita el Maldá era uno de los jugos más sabrosos que le saqué.
He conocido a muchos juanes, aunque nunca a uno tan bien pintado como ese San Juan de Caravaggio.
Excelente escrito. Recordé incluso capítulos de mi vida que estaban semienterrados en la arena de la playa de Ses Salines o de Es Cavallet.
Un abrazo.

Dante Bertini dijo...

Caruano:
creo que, aunque no nos hayamos cruzado físicamente por la vida, nuestras inquietudes se han movido por épocas y ámbitos similares; uno de ellos, último pero, espero, no final, es esta red que nos tiene atados, casi cada día, a sus palabras, imágenes, relaciones.
Pasé por el ensanche antes del gótico y también después, como si el relleno del asunto fuera ese barrio tan fascinante como caótico.
Nuestros caminos siguen siendo, al menos, paralelos.
Un abrazo

Diana H. dijo...

Siendo tan popular el nombre, no hay Juanes en mi vida, ni siquiera giovannis, ivanes (o donjuanes), fuera de aquellos que han sido mis alumno;, ninguno muy especial en mi recuerdo... Hay otros nombres, claro, que me conmueven todavía cada vez que se me cruzan en el camino, aunque sean otros sus portadores.
Buen video.
Te abrazo.

´´ dijo...

Te paso esto por si te interesa,

Luís García Berlanga entrevista a Jaime Gil de Biedma (La esquina de la noche)

http://www.rtve.es/alacarta/audios/imprescindibles/luis-garcia-berlanga-entrevista-jaime-gil-biedma-esquina-noche/881506/

Dante Bertini dijo...

Diana:
yo debería pensar si me falta algún nombre en la lista de los que me importan; imagina que sólo de tías tuve ¡ocho!
Para colmo mis gatos siempre tuvieron nombre de persona...pero esto se merece otro post, si es que sigo con esta tarea tan ardua mucho tiempo más.
Creo que el twiter matará a los blogs. Se quieren mensajes concretos, frase cortas, mandatos directos. Los tiempos cambian las costumbres y no siempre para el lugar que uno preferiría.
Un abrazo


Francis B:
me dejas un regalo envuelto y hasta que no lo abra no podré decir demasiado, salvo ¡gracias!

Diana H. dijo...

Dejame seguir creyendo en la nube de mi romanticismo que siempre habrá quienes prefieran el espacio tan peculiar que brinda el blog. Algunos resistimos a los empujones de la multitud y renunciamos a unirnos a esa carrera sin sentido por la novedad rápida y efímera.
¿Resistimos juntos?
Vuelvo a abrazarte.

Dante Bertini dijo...

Diana:
me gusta tu pregunta final.
Yo creo que no tengo escapatoria, que cuando elija el mensaje escueto será porque he decidido callar.
De cualquier forma, mientras tanto, hasta que la multitud nos pase por encima, elijamos esta unión que no se si hará la fuerza, pero al menos nos protegerá de tormentas de hielo, terremotos y tsunamis el corazón.
Otro abrazo

Anónimo dijo...

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