viernes, julio 10, 2009

Beatriz & Dante, Dante & Beatriz


Predata: como prefacio no es y prólogo tampoco, me permito acuñar (?) esta palabra para agradecer en lugar destacado a la escritora Marta Navarro García por los dos posts dedicados a mi persona, mi gato y mis trabajos en su blog Entrenómadas, ambos con fecha posterior a la publicación de Beatriz & Dante, Dante & Beatriz.

Me pregunto si serán muchos los que aún recuerden a Beatriz Guido, autora de varias novelas sombríamente intimistas con protagonistas adolescentes, todas ellas jovencitas lánguidas, entre pasmadas y enigmáticas.
Mujer tímida, ensimismada, amante de recovecos, cuchicheos, penumbras y jardines, la Guido mantuvo una larga y tórrida relación con el director de cine Leopoldo Torre Nilsson, Babsy, para quien escribió los guiones de algunas de sus películas más personales y exitosas. Eran historias de familias decadentes en las que la falta de dinero se compensaba con la abundancia de antiguos blasones y una reserva equivalente de taras y prejuicios. Políticos conservadores, caudillos de barrio, amantes frustradas, tías solteronas, deficientes físicos o mentales y avinagradas amas de llave que parecían imitar los despiadados procedimientos de Judith (Mrs. Danvers)Anderson en la magistral Rebeca de Hitchcock, incidían de una u otra forma en el despertar sexual de jovencitas tímidas, curiosas y con una esmerada educación católica, personaje que encontraría adecuada carnación en el hieratismo sensible de la actriz Elsa Daniel y que años después repetiría, en colores, con menos edad y distinto acento, la Ana Torrent de El espíritu de la colmena o Cría cuervos.
Nos cruzamos con Beatriz Guido una tarde en que ella salía de la Galería del Este -por aquellos años versión bonaerense de la Carnaby Street inglesa-, en el mismo momento en que se le rompía el hilo del collar de cuentas azules que llevaba al cuello. Vi cómo se quedaba paralizada en medio del ancho pasillo con un gesto de estupor en la cara y las manos tiesas al costado del cuerpo, mientras las cuentas del collar, finalmente liberadas de aquel lazo que las había mantenido unidas durante vaya a saber cuanto tiempo, se desparramaban por el suelo, atravesaban la acera y rodaban vertiginosas hacia el veraniego, febril, reblandecido asfalto de la calle Maipú.
Yo había reconocido de inmediato a la escritora de La caída o Fin de fiesta, una presencia ineludible en las revistas literarias y sociales de la época, y sin pensarlo dos veces me puse a recoger las cuentas esparcidas por la calle. Siguiendo mis movimientos con su mirada acuosa, tristona, algo vacuna, la Guido, detenida en el exacto lugar donde la había sorprendido el contratiempo, repetía “gracias, gracias, gracias” con una voz apenas audible, entre asmática y acongojada, mientras sus manos, puestas ahora a la altura del pecho, formaban un cuenco tembloroso en el que yo iba depositando todas las cuentas recogidas. Cuando dejé caer en aquel improvisado cáliz la última de las pequeñas perlas azules, la escritora me miró un instante con su cara de bebota caprichosa y repitió otra vez “Gracias”, para añadir enseguida, como si pretendiera disculparse: “No es que tengan demasiado valor, pero son recuerdo de alguien que he querido mucho...” Aunque había finalizado la frase mirando hacia lo alto, era de suponer que se refería al collar, convertido ahora en cuentas desgajadas, nuevamente autónomas.
Por aquellos tiempos yo era un asiduo lector de Alan Watts, de Wilhem Reich, de Carlos Castañeda. Esta mezcla desordenada de ciencias alternativas, unida a algunas experiencias de las bien llamadas psicotrópicas, me hicieron pensar que estaba asistiendo a alguna parábola esotérica especialmente dirigida a mí. De ese encuentro fortuito con literata famosa y cuentas derramadas, yo estaba obligado extraer una enseñanza fundamental. Si me era dado interpretar correctamente aquella anécdota de apariencia casual, intrascendente, encontraría al fin ese sentido profundo de la vida que tanto me obsesionaba desde siempre.
Pero no hubo nada más. Eso fue todo. Ni siquiera me atreví a decirle que pese a ser un adolescente melenudo de aspecto algo descuidado, sabía muy bien quien era la mujer que tenía delante. Tampoco le dije que había leído varias de sus novelas y no me perdía ninguna de las sombrías películas que a partir de aquellas historias dirigía su amante o esposo -nunca tuve muy claro el vínculo que los unía-, Leopoldo Torre Nilsson, ese hombre grandote de aspecto intelectual y modales extranjeros. Ella tampoco me invitó a tomar un café, o, supuestamente fascinada por mi encanto juvenil y mi servicial espontaneidad, decidió dejarme alguna dirección o un número de teléfono donde poder encontrarla para conocernos mejor.
Tal vez si le hubiera dicho mi nombre podría haber despertado su interés con una fantasía literaria de papeles trastocados: una madura Beatriz escritora para un Dante juvenil que se cruza por azar en su camino y la sigue por vaya a saber qué infernales o paradisíacos círculos.

Sí, lo sé. Es una anécdota tonta que después de tantos años debería haber olvidado. Sin embargo, por alguna extraña razón que no logro encontrar, jamás se ha borrado de mi persistente memoria.

ilustra: Elsa Daniel y Lautaro Murúa, Elsa Daniel y Berta Ortegosa, en escenas del filme argentino La casa del ángel (1957)

24 comentarios:

Beatriz dijo...

Dante, Beatriz - Beatriz. Dante. Siempre estaremos enlazados (aún en tus anécdotas)Por eso es que me animo a pedirte que no las olvides nunca, porque nos las narras de una manera tan especial que nos haces sentir mariposillas en el estómago al regresar a instantes muy nuestros. Tal vez esa película(La caída) la pude ver en el Cine Plaza de mi ciudad, sentada en la última fila con mi chico al lado. Tal vez recuerde hasta los primeros roces...
Haz conseguido que sea así, en esta mañana lluviosa, con tu post.
Saludos y buen fin de semana.

Gise =) dijo...

Para que negarlo no he leido nada de esta autora pero como sabes ahora ya apunte sus libros y alguna de sus peliculas para conocerla. Me encanta ver como de algo de la vida cotidiana puedes hacer toda una historia tan interesante y como eres capaz de recordar con tanto detalle las cosas que te han pasado hace tiempo, es como que vivieras con los sentidos agudizados para poder captar todo lo que te pasa, no dejare de admirate nunca!!!!!
Eres tan pero tan genial!!!!
Besotes corazon!!!!!
PD: Beatriz adquirio el protagonico de la dama en tu relato, al leer el titulo crei que hablarias de ella... Besotes a ti tambien Beatriz!!!

Gise =) dijo...

Yo hablando de vos y tu escribiendole a el, jajaja!!!! + besos a ambos!!

Fernando García Pañeda dijo...

Ya sabes, los caprichos de la memoria y blablablá. Pero, de algún modo, esas anecdotas intranscendentes y personalísimas han de tener algún sentido en nuestras vidas; algo ha de tocar a nuestra intimidad escondida para ganarse un hueco entre las neuronas que abarrotan las estanterías de la memoria.
A mí me ha resultado novelística y cinematogáfica la escena.
Y el nombre, sin duda, está ahí.
Un abrazo.

Dante Bertini dijo...

Beatriz,
Gisella,
qué puedo agregar?
Cualquier cosa que dijera sería redun-Dante.
Gracias por leer(me), como siempre.
Y angélicos besos.


Fernando:
no tan caprichoso si lo piensas bien. A raíz de Castellucci y sus híbridas versiones de La Divina Comedia, estoy con el tema muy actualizado.
El nombre está ahí, las asociaciones también y paraíso-infierno no son ninguna tontería
en nuestro imaginario.
Abrazos de pirata

Marina Judith Landau dijo...

Nos describiste la escena de un modo que seguramente yo no voy a olvidarla. Por qué deberías haberla olvidado vos, que la viviste tan intensamente como para transmitirla con tantas imágenes?
Me mató que se refiriera al collar aunque mirase hacia lo alto, ja!
Yo estoy segura de que esta situación puede haber traído un mensaje, una señal. Y no sólo para vos. La Guido se debe haber quedado con las ganas de decirte algo...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Paso a obsequiarte mis cariños. No los repudies, te lo suplico, los pobrecillos han sufrido demasiado. Saludos afectuosos desde una fría alameda. Au revoir.

pepa mas gisbert dijo...

De anécdotas tontas, de pequeñas historias cotidianas, salen hermosísimos relatos, a las pruebas me remito.

Un abrazo

daniel rico dijo...

Hola cacho, que hermosa historia.

Se me ocurre que para que fuera perfecta vos tendrias que viajar un dia a BA AS, pasar por la galeria y mientras recordas el pasado,encontrar una pequeña perla en una grieta del piso... Se que es muy improbable que eso pase, asi que la proxima vez que yo valla a la capital sembrare una perla para que vos la encuentres. Me gusta jugar a ser dios.

Saludos che!!

Liliana Sáez dijo...

Totalmente de acuerdo en que es una escena cinematográfica,¿cómo olvidarla? ¿cuándo vas a escribir guiones?
Besote.

Lucía dijo...

Seguro que ella tampoco olvidó vuestro encuentro de aquella tarde, en el que por un momento se vio desvalida y temerosa, y en el que, salido de la nada, apareciste tú cual héroe de una de sus historias para salvarla.
Y cuántas veces no se habrá arrepentido de haberte pedido el teléfono para tomar un café contigo, agradecer tu hazaña y conocerte un poquito.
Y así, separados los dos, cada uno con el recuerdo del otro, pensando en lo que podría haber surgido de aquel encuentro casual.

Un abrazo.

carmen dijo...

He llegado a ti por el blog de Entrenómadas.Maravillosa historia,y como dicen por ahí arriba, en mi estomago han revoloteado mariposas mientras la leía.Me pasare por aquí alguna vez.

Saludicos.

Siempre lo mismo dijo...

ya "entre nómadas" quiere un enlace ;)

Lirium*Lilia dijo...

Y alguna vez debieras escribir tus memorias, Dante.
Estos recuerdos, estos detalles que parecen pequeños son tan ricos escritos con tu estilo particular.
Qué lindos recuerdos traen además esas fotos, Elsita Daniel (una de las preferidas de mi vieja)... en fin, el fresquete me pone nostálgica.
Un beso

Noemí Pastor dijo...

Una anécdota elevada a categoría literaria gracias a tus buenas artes.
No conozco la obra de Guido. ¿Me gustará?

Dante Bertini dijo...

Queridos todos,
visitantes amigos:
no me extiendo demasiado en los comentarios porque estoy de visita en un pueblo gerundense tan de piedra que es casi imposible conectarse a Internet.


Alma,
Deli,
Carmen,
Liliana,
Daniel R,
Noemí,
Lucía,
Marina x dos,
El caballero,
volveré pronto,
muy pronto
y contestaré cada pregunta que me hacéis.
Abrazos desde Monells

entrenomadas dijo...

Dante, el placer es mío, sólo me preocupaba que esa forma tan caótica que tengo de contar las cosas no te agradase.

Besicos y gracias a ti,

Marta

Mafalda dijo...

...

Me reí en algunos momentos. En ocasiones quisieramos formar parte de una historia fundamental para alguien, y no se diga para una escritor(a) famoso(a).

Cuando te leía, imaginé la escena, pero yo como protagonista recogiendo, -no bolas brinconas- sino hojas de algún manuscrito importante de Borges, de Cortazar, de Octavio Paz, etc... jejeje.

Un saludo para ti.


Mafalda

Dante Bertini dijo...

Marta:
preocuparte?
Lo sentí como un homenaje inmerecido. Gracias de verdad.
Besos



Mafalda:
La ves a Libertad?
Cómo anda ella?
Creciendo, espero.
Un abrazo...y a Felipe también.

Poli dijo...

Hermoso recuerdo, tan bonitamente redactado que te veo gateando tras las cuentas, a los pies de la mujer.

Besos Dante!

Dante Bertini dijo...

Poli,
gracias.
Como siempre.
Y dos abrazos, también como siempre.

Darth Tater dijo...

¿Y por qué yo no tengo un encuentro así con un Cyrano así? Snif. A veces te odio, Cacho.

Mafalda dijo...

...

Jejeje...

Por desgracia Libertad no crece, ¡caray! já.

Felipe logró convertirse por un día en el "Llanero solitario".
Y lo peor, es soltero como Mafalda.

Ahora Susanita se mofa gritándole:

"Ya ves Felipito, quién te manda andar adorando a llaneros tan raros. Te has convertido en lo que siempre pensé: "LLanero solterón".


¡Pucha! Ya que se le va a hacer.

Saludos.

Mafalda

Dante Bertini dijo...

Darth,
Cyrano? Si vieras mi nariz no lo dirías...



Mafalda:
suponía esas respuestas, desgraciadamente.
Supongo que Miguelito vive en California...