Mi farmacéutico, que es un tipo joven, amable, simpático y con una cara de rasgos muy marcados, de luminosa intensidad, me dijo el otro día:
-Todos los que dicen creer en estas fiestas son buenos durante los pocos días que ellas duran. Los incrédulos como tú y yo somos buenos durante todo el año.
Un año "nuevo" por delante y el panorama que se nos presenta no parece demasiado optimista.
Por supuesto no lo era cuando salí corriendo de Argentina para que las tres A (¿Amenaza, Atropello, Asesinato?) o cualquier otro grupo igualmente siniestro (o diestro, que en aquellos días todo era muy confuso) no pasara por encima de mi pobre cuerpo veinteañero sin siquiera detenerse para ver el estropicio producido.
Ni cuando, apenas cumplidos los diecinueve años, tuve que presentarme a una revisión para la mili, por aquellos tiempos obligatoria. Reconozco que para mí nunca fue menos sexi la exhibición de centenares de jóvenes desnudos formando unas colas que, a juzgar por las caras, parecían conducir de forma directa al infierno.
Tampoco puedo decir que fuera muy optimista mi entrada a los 25: "un cuarto de siglo", me decía, "y todavía no se que va a ser de mí en los próximos años."
Ese siglo, el primero de los míos, ha seguido trancurriendo sin detenerse ni un segundo y yo creci con él, mucho y casi sin darme cuenta.
Aquí estoy, sin embargo, ya en el segundo: vivito y todavía coleando.
¿Como una lagartija color esmeralda de la antigua isla de Formentera? ¿Como un picaflor vibrante en el mediodía estrepitosamente silencioso de Curuzú Cuatiá, Corrientes? ¿Como un perro salvaje, corriendo contento en medio de su jauría amiga por la desolada Costanera Sur de Buenos Aires?
Vivito, coleando y aún con ganas. El corazón herido convalesce con lentitud, a pesar de que, como dijera Borges de manera perfecta: "sólo una cosa no hay: es el olvido".
Seguimos pues... Seguimos.
Memoriosos, doloridos, sangrantes; sin saber muy bien por qué, seguimos.
Tal vez porque la ciudad donde nací todavía me espera y aún hay allí rastros notables de la lejana infancia, o porque y sus calles de aceras desastradas me cuentan valiosas historias antiguas que, a fuerza de vivir el estrepitoso día a día, olvidé casi sin darme cuenta durante el cambiante, a veces accidentado, trayecto de mi vida.
Seguimos, sigo. Porque durante los próximos doce meses quizás podré encontrarme con un libro, una película, una imagen, una persona que pulse nuevamente mis emociones escondidas, obligándome a sonreir con ternura o haciendo que una vez más llore de alegría.
Pero ahora mismo, hoy, 30 del 12, a horas del alejamiento definitivo de este año maltrecho, aunque sólo sea para exorcisar los muchos miedos, para alejar de nuestras vidas esa mala gente poderosa que amenaza nuestra felicidad por dura avaricia, por pura ambición desmedida, para mantener a distancia a los mediocres, envidiosos, resentidos y malvados sin razón valedera, pintemos nuevamente de rosa vibrante nuestras oscurecidas fantasías.
¡Feliz 2012 para todos aquellos que en realidad se lo merezcan!
(
Y, como cada año de los últimos, el mismo regalo: La vie en rose, esta vez en versión callejera, discotequera y de concierto)
Ilustra: Autorretrato, 30 de diciembre de 2011.