martes, octubre 22, 2013

CUALQUIER DOLOR DE CABEZA...


 
"El suizo Weber fundó en el año 1910 la agencia de publicidad Exitus e importó a Buenos Aires dos calificados artistas gráficos. El farmacéutico Suárez Zabala, dueño del laboratorio que en la Argentina procesaba aspirina con la marca Geniol, era un cascarrabias a quién los excepcionales dibujantes de Exitus, Lucien Achille Mauzán y Gino Bacasille, no lograban complacer.
Cansados de que el industrial les rechazara todas las ideas y suponiendo que ya lo habían perdido como cliente, decidieron vengarse. Realizaron una caricatura del empresario donde este lucía de perfil con su cráneo sembrado de clavos y tornillos, el lóbulo de una oreja comprimido por un clip metálico y su nariz atravesada por un alfiler de gancho. A pesar de tales tormentos, el personaje sonreía con placidez.
Cuando Suarez Zavala vio el dibujo, en lugar de indignarse festejó la creación y exigió que se utilizara esa caricatura como publicidad de su producto.
Corría el año l925 y había nacido del lápiz de Mauzán la cabeza más icónica de la publicidad argentina."
Acento más o menos, palabra más o menos, esta información la extraje de la red. El blog del MUDI, museo bonaerense del dibujo y la ilustración, atribuye la anécdota al humorista argentino Lorenzo Amengual.
Para mí esa cabeza, que en muchas farmacias adquiría presencia física y volumen evidente, de escultura simbólica o busto patriótico, tiene resonancias casi míticas, todas ellas ligadas a mi infancia en la ciudad de Buenos Aires y, mucho más concretamente, a mi barrio natal, Almagro.
Gracias a la testa caricaturizada de Suárez Zabala y a un pegadizo, simplón, familiar jingle (ya nadie usa esta palabra inglesa tan descriptiva), en ninguna casa de familia faltaban las aspirinas del señor  Suárez Zabala. 
Quizás porque, como decía la cancioncilla publicitaria con aires de cueca o chacarera:
 
Venga del aire o del sol, 
del vino o de la cerveza,
cualquier dolor de cabeza
se quita con un Geniol. 
 
Así sea.

sábado, octubre 12, 2013

procrastinando : PROCRASTINANDO


Tendría que escribir un libro, un best-seller a ser posible, para lograr a través de él la fama, el dinero y las relaciones de alto rango que, según se supone, te harán inmensamente feliz.
Sin embargo, como me aburre sentarme a escribir hora tras hora hasta finalizar un volumen con suficientes páginas, suficiente tema, suficiente interés, para luego, una vez terminado, corregido, revisado, impreso, encuadernado, ocuparme de que alguna editorial se interese por él, lo edite, lo difunda, lo publicite, lo distribuya, logre que el periodismo lo apoye, las librerías lo pongan sobre las mesas de novedades en un lugar muy visible, y, como colofón de toda esta cadena de esfuerzos y buenas intenciones, conseguir que la gente lo compre sin discutir el precio, convencidos de que su satisfacción personal no puede ser completa (¡ja!) si no permite que sus ojos transiten por las páginas del que ha sido considerado unánimemente por el público lector y la crítica especializada como "el libro más importante de las últimas décadas"...
¡Uf, qué agobio! Como diría el Bartleby de Melville: "Prefiero no hacerlo".
Entonces aplazo la labor; dejo semejante tarea propia de supermanes para un momento más propicio y enciendo la tele, riego las plantas, acaricio a mi gato, me enchufo a internet, hago dibujitos que nadie me obliga a hacer -ni siquiera mi insoportable, tiránico superyó- o me largo a la calle, me sumerjo en una cafetería con pastas frescas, muy sabrosas, y sándwiches de buen relleno, voy al cine o al teatro, almuerzo con amigos, pierdo alegremente el tiempo.
En suma: PROCRASTINO.
La palabra suena mal, lo reconozco, sin embargo está de moda y sirve para definir, englobándolas, a un montón de cosas que me encanta hacer. Como verbo es de fácil conjugación:
 
Yo procrastino,
¿Tú procrastinas?
¿Él, procrastina?
 
Ni siquiera exige largas horas de estudio.
Además no hace daño a nadie y, les aseguro, es más que gratificante.
 
Ilustra: foto de Federico el Grande por Dante Bertini