jueves, noviembre 27, 2008

Miho Naomi BCN (storybook)

Como ya dije antes, Miho y Naomi llegaron para pasar un fin de semana en Barcelona...



Según habíamos convenido por email, nos encontramos el viernes por la noche en la recepción del hotel donde eligieron alojarse. He pasado frente a ese mismo edificio cientos de veces, pero nunca había asomado la nariz para ver cómo era por dentro. ¡Cáspita! ¡Pardiez! ¡Lapucha! ¡Collons! ¡Que maravillita de otra época! Inaugurado a principios del siglo pasado, está hecho con materiales y artesanías de primera calidad: mármoles, maderas y bronces trabajados con barroca delicadeza. Entre este hotel deliciosamente anacrónico y esos precarios, perecederos, provisorios emprendimientos de pretendida (y pretenciosa) vanguardia creados para alojar a los neoturistas, hay la misma distancia que podríamos encontrar entre algún auténtico abeto centenario y los árboles de metal que se han sacado de la chistera los perversos creativos del Ayuntamiento barcelonés. ¿No podrían haberlos llamado Postes de Información, Mojón Decorativo o Engendro Sinmás? En este momento no puedo darles más detalles, lo siento, aunque supongo que sí podrá hacerlo la señora Inma Mayol, presuntamente implicada en los desgraciados hechos. ¿Cuántos árboles de verdad se podrían haber plantado con el dinero que costaron estos ingenios? Me imagino una justicia que obligara a pedalear ocho horas diarias durante unos cuantos años a los responsables del invento. La misma justicia que podría obligar a los arquitectos responsables de según qué edificios inhumanos, inhabitables, a vivir dentro de ellos por el resto de sus vidas.
Vuelvo a la visita de mis, hasta ese momento desconocidas, amigas japonesas. Unos minutos después de mi llegada al hotel, algo respuesto de mi broncíneo shock, hicieron su aparición en escena Miho y Sakato. Suaves, delicadas, tímidas, encantadoras y, en plus, cargadas de regalos y regalitos. Libros con clásicos grabados eróticos japoneses -envío del ausente señor Toru-, postales y cuadernos diseñados por Miho, azucarillos de colores pastel, álbum fotográfico con un gato casi idéntico a Federico y más cosas y cositas que ahora mismo no recuerdo. Ellas, que después confesaron haberse burlado un poquito de mí, saludaron con las manos juntas sobre el pecho y repetidas inclinaciones de cabeza. Yo les respondí con unos cuantos amistosos besos a la argentina que las pusieron un poquito incómodas. Poco después Monsieur Ch. se unió al grupo y nos fuimos a comer tapa-tapa -Miho dixit- a un taperío cercano al hotel. Para mi sorpresa tenían menús en japonés. Como yo sigo con mi dieta comí una ensalada, mientras mis acompañantes se zampaban croquetas, tortillas y otras delicias fritas de la cocina española. El segundo día no fue muy diferente, aunque al grupo se añadieron Jaume y Kyoko que nos sirvió de traductora directa del japonés al español y viceversa. Un aperitivo en casa -a Miho la ilusionaba conocerla- y una cena en el Flash Flash, un clásico de los fashion victimes barceloneses. Como yo sigo con mi dieta comí otra ensalada, mientras mis acompañantes se zampaban croquetas, tortillas y otras delicias fritas de la cocina española. Podrán notar que no compartimos salidas culturales. Pido disculpas por ello. El domingo por la mañana nos fuimos de escalada con el Toyota de mi amiga Joyce. Queríamos mostrarles la ciudad desde lo alto del Montjuic y el Tibidabo, y como las alturas despiertan el apetito, en medio de uno y otro hicimos una escala con cafés y cruasanes (para ellos) en la Fundación Miró. Yo, que insisto con mi dieta, preferí saborear un delicioso descafeinado con edulcorante. El paseo les gustó más que a nosotros, algo incómodos por la notable falta de higiene de muchos rincones presuntamente verdes. Nuestros diálogos ocuparían muy pocas líneas de este guión; muchas menos que todas las risas que soltábamos frente a nuestros intentos de comunicación oral. A media tarde nos despedimos, queriéndonos muchísimo más, frente al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Como habéis podido comprobar, no hubo indecisiones amorosas, bodas suspendidas, sexo grupal ni escapadas en avión a Oviedo. Es que, a diferencia de la película barcelonesa del Woody, esta no contó con ninguna subvención del Ayuntamiento.

lunes, noviembre 24, 2008

Miho Naomi Murcia

¡Vaya qué graciosillo estoy!, parafraseando en mi título al señor Woody Hereu... Y todo esto a pesar del mediocre hacer de los tenistas argentinos en Mar del Plata, tan rebosantes de soberbia como faltos de entrega, y de los comentarios desagradables de muchos periodistas españoles, decididos a hacer con este triunfo deportivo una gruesa cortina con la que cubrir los serios problemas sociales de un país y un mundo en crisis. Quizás mi contento se deba a que el viaje por Murcia y el Levante español han llenado mi cuerpo y mi corazón de nuevas energías, casi tanto como Eva, José Miguel y Carlos, un amigo que conservo desde la adolescencia, llenaron nuestra estadía de afecto y nuestro auto de solares naranjas recién arrancadas de los muchos árboles que rodean su casa. Me gustó Murcia, me sorprendió Cartagena, me enterneció Orihuela, las tres con innumerables plazas meciéndose con suavidad al ritmo de sus fuentes de agua y rebosando de acacias, olmos, palmeras, palos borrachos, ombúes, ágaves y yucas. Por muy poco no me quedé pegado a la Plaza de la Catedral de Santa María, imponente y barroca, con un costado muy próximo a la escuela de Danza y Artes Escénicas y a su joven alumnado de estética Fame; o me quedo a vivir en plan clochard en la Plaza del Ayuntamiento, junto al río con su gran sardina varada -toda ella de un metal al que supongo bronce- y sus patosos patos auténticos, de carne, pluma y huesos. Casi podría asegurar que esta gente murciana mima mucho a sus árboles. Nuestros amigos nos contaron cómo, hace ya algunos años, del inmenso ficus elástica de la Plaza de Santo Domingo se desprendió una rama que mató a un transeúnte. Otros ayuntamientos más demagógicamente vengativos hubieran talado el árbol para dar ejemplo a sus congéneres, pero el de Murcia decidió rodearlo de una especie de previsora glorieta circular que imposibilita la repetición de ese fatídico accidente.
Por primera vez estuve viviendo en lo que los argentinos llaman Country y aquí suelen denominar Golf: una gran urbanización de casas y apartamentos -a los que sus siempre redundantes promotores añadirían "de alto standing"- rodeando un muy cuidado campo para la práctica de ese particular deporte, sin prisas ni jadeos, tan pausado como paseado. Me gustó pernoctar allí, aunque echaba a faltar el ruido, el desorden y la mugre ciudadana. Tal vez porque Laborare Stanca y no hacerlo también, o porque en mis oídos mar y mal se confunden demasiado inquietándome mucho, dejamos para otro viaje una visita turística a la Manga del Mar Menor. Apenas pasamos por Elche y no nos detuvimos más de lo necesario en una demasiado exprimida Altea, lanzada a la fama popular por su mar, su sol y su siempre escurridiza Pepa Flores, más conocida como la prodigiosa niña... Marisol.
Ahítos de autopistas, llegamos el jueves por la noche a nuestra casa de Barcelona. Stop. Descargamos los bultos y las naranjas. Stop. Nos abrazamos calurosamente con Federico, el felino feliz. Stop.
El viernes a las nueve de la noche, acompañado por un ramo de rosas de color rosado, me presenté en el hotel donde paraban Miho Sakato y su amiga Naomi. Los dorados salones del Avenida Palace fueron una verdadera sorpresa. Con ellos no temo equivocarme como con la sardina murciana: por todas partes hay bronces bruñidos de brillos dorados. Habré pasado por la acera de este céntrico hotel varios cientos de veces y nunca me había asomado siquiera a su interior. Seguramente aparecerá en algunas de las fotos que acompañen este o un próximo post.
De Naomi y Miho no contaré demasiado.Las dos visitantes llegaron tan parcas de palabra -ninguna sabía hablar el idioma del otro- como cargadas de sonrisas tímidas y regalos exquisitos. El emaki que narra nuestro encuentro está todavía sin terminar, es poco más que un boceto. Según dijeron ellas y yo sé muy bien, nos gustamos nada más vernos.
Hoy domingo, a las tres de la tarde y después de un paseo por los montes cercanos, las dejamos frente al Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Nos costó bastante despedirnos. Seguían faltándonos palabras, aunque a esas alturas ya nos sobraran sentimientos. (continuará)

ilustrando este post: Murcia ciudad
leyenda en una pared exterior de la Escuela de Artes Dramáticas y un estraño personaje custodiando la puerta de un antiguo palacete transformado en edificio de oficinas; el imponente ficus gomero o árbol del caucho protegido de sus desprendimientos; el Casino en rehabilitación; el surrealista Monumento a la Capa Española; el teatro Romea, cubierto para su restauración.

jueves, noviembre 20, 2008

fuegos y cenizas

Como tengo unos días ajetreados, preciosa palabra de nuestro maravilloso, creativo y multifacético idioma, no esperen de mí un post suculento donde detalle minuciosamente mi agradable viaje al Levante español. Quedará para más adelante, el lunes supongo, ya que esta noche tengo cumpleaños y mañana mismo llega desde Tokyo la muy viajera Miho Sakato. Me avisa que no habla castellano ni inglés, así que la conversación tendrá que dejar paso a otro tipo de comunicación más silenciosa. ¿Podremos entendernos?
Ayer, mientras volvíamos a Barcelona, ya muy cerca de Valencia, nos sorprendió de pronto una blanca y espesa columna de humo que parecía desprenderse del medio mismo de la carretera. Un automóvil que iba en sentido contrario al nuestro se estaba quemando, y el conductor, un hombre moreno, joven y bastante robusto, saltaba alrededor como si estuviera bailando alguna extraña sardana unipersonal.
"La danza ritual del fuego", pensé, y de inmediato, y como siempre, fallé con Falla, confundiendo la popular Danza del fuego con el no menos célebre Bolero de Ravel. Entonces la música envolvente y pretendidamente española del compositor francés sonó en mis oídos y la imagen del bailarín argentino Jorge Donn bailando la coreografía de Béjart, otro Maurice de Francia, pareció tomar cuerpo ante mí, sobre el metalizado capó delantero del Toyota. A veces, cuando viajas demasiadas horas, el traqueteo del auto te adormece. Otras puede producirte alucinaciones tan equívocas, danzarinas y cosmopolitas como esta.

Todos ellos, Ravel, Donn, Béjart, son las estrellas de esta semana. Os dejo otros dos links.
Para que alucinéis conmigo.
http://www.youtube.com/watch?v=Lnut9tB78BE

ilustra: retrato de Jorge Donn como Nijinski, clown de dieu, foto de autor desconocido.

jueves, noviembre 13, 2008

Vivir en Argentina

Jorge volvió el sábado de su viaje a Buenos Aires. Decir que vuelve de Argentina sería casi una mentira. Ese enorme país no merece semejante síntesis geográfica, una amputación tan descomunal de sus verdaderos límites. Los porteños estamos acostumbrados a hablar de Argentina como si esta se redujera al espacio que ocupa la ciudad capital de la extendida república sudamericana, ese, desde siempre, cosmopolita y preci(o)so lugar donde mi padre, un treintañero italiano de Lucca, conoció, amó y fecundó a mi madre, una provinciana menuda y alegre de apenas diecinueve años. Tengo en alguna caja, escondida de los aviesos ataques de mi pulsatillesca melancolía, las postales que mi padre enviaba a mamá, escritas en un itañol muy suyo que pretendía ser castellano. En casi todos los reversos de esas postales él la trata de "Mi negrita querida", algo que a mi madre, tan oscura de piel como puede serlo un andaluz algo cetrino, dudo pudiera caerle demasiado bien. Para aclarar el porqué de este posible desagrado, se hace necesario decir que dentro de las discriminaciones propias de algunos porteños discriminadores está el llamar cabecita negra a todos los provincianos que no sean rubios, de piel transparente y ojos claros.
Jorge vuelve, y vuelve entusiasmado con la polifácetica Buenos Aires, otrora Capital de las Américas y orgullosa Reina del Plata, medallas que la ciudad se colgó, o le colgaron, cuando todavía la palabra corralito se podía definir como un pequeño espacio cerrado y descubierto donde encerrar animales o niños para evitar su escapada. Sí, Jorge vuelve feliz y entusiasmado, aunque consciente de que "la andinización avanza", según le ha dicho a mi amigo viajero un experto en esas cosas de gobernar personas. El mundo se globaliza, y Argentina, que siempre estuvo globalizadamente constituída - "un crisol de razas", solían eufemizar maestras y políticos apenas le ponían un micrófono delante-, se ve obligada a abandonar sus heredados rasgos europeos, sus tics de oronda señorona afrancesada, para ocupar el espacio que tal vez, por simple causalidad geográfica, por puro determinismo histórico, está destinada a ocupar desde su nacimiento.
Rebelde y contradictoria, pulsionalmente cercana a la histérica, e histórica, "Gata Flora", esa imaginaria felina nacional que "cuando se la ponen grita y cuando se la sacan llora", la lejana Argentina de mis pañales húmedos y mis primeros balbuceos hará lo que deba hacer o de lo contrario hará cualquier otra cosa, aunque no tengo dudas en que siempre será a su manera: tan dramática, caótica e imprevisible como imaginativa y desenfadada.
En estos días de festejos y reencuentros, la casualidad, una señora a la que mis psicoanalistas siempre han quitado toda importancia, ha vuelto a mostrar sus facultades. Desde Taschen me llegan dos libros -Living in Argentina y Buenos Aires Style- que muestran la Argentina interior, esa a la que no tenemos acceso los que ni siquiera somos amigos de los dueños de casa. Viviendas particulares con estilo, mansiones de lujo que mezclan un pasado de clara influencia europea con este presente más sensible a los rasgos telúricos; la otra cara de esa Argentina marginal y paupérrima que habita las seiscientas villas de emergencia contabilizadas por el gobierno.
Pobres habrá siempre, se llamaba una vieja película argentina (1958) dirigida por Carlos Borcosque. Ricos también, podríamos añadir nosotros mientras nos deslizamos plácidamente por estos espléndidos libros. Sin embargo no todos los que abren las puertas de su intimidad a la mirada sensible del fotógrafo argentino Ricardo Labougle son necesariamente millonarios con un decorador a sueldo. Artistas ya desaparecidos -la ascética casa de Xul Solar es un extraño homenaje a la ausencia de decoración en medio mismo de un libro que básicamente está dedicado a ella- junto a otros mucho más actuales, como Juan Gatti -su piso recupera una época que le es particularmente afín- y Ricardo Cinalli -un pequeño apartamento con las paredes transformadas en un mural único por el que transitan sus recurrentes obsesiones- pueden ser ejemplos de un tipo de riqueza menos tangible, más espiritual, no necesariamente pecuniaria.
Ilustra una vista general de La Esperanza, foto de Ricardo Labougle.

Posdata: ¡casi una semana sin nuevo post! Lo siento, pero estoy paseándome por tierras murcianas. Ya contaré a mi regreso, aunque adelanto que me asombra la vitalidad de estas tierras, el tamaño de sus árboles y las fuentes que nunca faltan en sus inumerables plazas. Un abrazo a todos y hasta la vuelta.

lunes, noviembre 10, 2008

El día después...

...solía levantarme tarde y con resaca. No necesariamente física, por supuesto. Había cumplido un año más, y el pescado, o la carne, seguía sin vender. Mi familia no era muy afecta a las fiestas de cumpleaños. Nunca sobraba el dinero y para seguir disfrutando de nuestra ajustada posición pequeño burguesa, se hacía necesario sacrificar unas cuantas cosas consideradas superfluas. Jorgito Abelleira, el único hijo de nuestros vecinos de la planta baja, apenas sabía escribir, dibujaba como el culo y no era ni la mitad de simpático que yo. Tampoco me ganaba en altura ni en belleza y eso de la inteligencia parecía no preocuparle demasiado. Sin embargo sus cumpleaños tenían siempre muchísimos más regalos que invitados. Era aquel un partido amistoso anual que siempre perdíamos los visitantes con un resultado humillante: Amigos dos, Regalos dieciocho. Un par de estos últimos los llevábamos Ricardito Arredondo y yo, el resto, los de verdad importantes, los ponían sus padres, que para algo eran los dueños de la mercería Yoly, la más surtida y transitada del barrio. Ricardito y yo, como buenos amigos íntimos que decíamos ser de Jorgito el mercero, odiábamos y necesitábamos su presencia a partes prácticamente idénticas. Entre otras cosas porque no había otro lugar mejor para jugar que aquella casa-trastienda siempre algo abandonada y caótica, llena de cajas con cierres de cremallera, con lanas, hilos y botones de todos los colores, con hebillas y plumas, con sobrecitos transparentes rebosando de lentejuelas, paillettes y ojales metálicos, un mundo, en fin, de cosas tan bonitas como, a juzgar por el éxito más que evidente del negocio, absolutamente necesarias. Allí, entre aquellas cajas polvorientas, debajo de una enorme mesa que nos dejaba a cubierto de las inquisitivas miradas adultas gracias a un largo mantel de hule verde estampado con estrellas y planetas de colores desvaídos, teníamos nuestras primeras experiencias de sexo grupal: mirar revistas de cine donde las estrellas mostraban sus hombros y canalillos en los estrenos y poco más que sus piernas y ombligos en las piscinas de sus mansiones. Adorables mujeres de cera con peinados impecables y sonrisas idénticas, tan planamente virtuales como nuestras ilusiones, eran las encargadas de introducirnos a ese mundo que tanto daño y placer iba a producirnos en un futuro de sentimientos más desgarradores, menos lúdicos, que, para algunos como yo, estaba muy cercano.
Hoy, un día después de otro cumpleaños, miro hacia atrás sin ira. Me imagino descubriéndonos en nuestros juegos prohibidos debajo de aquella mesa que oficiaba de guarida, presenciando desde la invisibilidad de la distancia los encuentros y desencuentros de esta relación triangular inocente y perversa. No hay resaca alguna junto a mí, sólo regalos.
La corriente de la vida me ha arrastrado hasta este lugar que ocupo, ha ido convirtiéndome en este hombre que escribe y se pregunta, aún hoy, aquí y ahora, en este mismo y placentero instante, qué sentido ha tenido todo esto.
El apasionado, radical Wilhelm Reich, no le otorgaba ninguno. Decía que la gracia de este juego siempre sorprendente no radica en llegar a la meta, sino simplemente en recorrer sus diferentes tramos con nuestro propio paso, con nuestro más íntimo y personal aliento.
Es lo que intento cada día.
Posdata: sobre la mesa, algunos regalos. Las flores y el sello con tampón rojo, de Isabel y Vanessa N.; el maravilloso libro con nuestra jerga argentina, de Laurafrú y Edgardo; el exquisito Dior de la misteriosa Sigourney; el CD y la carta de Dan y Giosafat; los "interiores" de Inés R.; el chaleco y la gorra de lana, del señor Bertini, y las chapas numeradas que distinguen los edificios de Buenos Aires y Rosario, un muy meditado regalo de Monsieur Chapuis que merecerá un post propio un día de estos. Posdata dos: mi amigo Héctor Zampaglione me manda como regalo esta foto. El día y yo lo agradecemos.

viernes, noviembre 07, 2008

doble cumpleaños

Este blog cumple dos años el mismísimo día en el que yo cumplo un año más.
Noviembre es un mes de grandes sucesos históricos. El último, según no paran de repetir los medios desinformativos, la elección de Obama como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Como hace tiempo que no creo en las palabras de los políticos, en sus presumibles fantasías populistas, democráticas y liberadoras, en sus repetitivas y jamás cumplidas promesas sobre profundos cambios sociales, desearía me muestren realizaciones concretas para recién entonces hablar de la llegada al poder de este longilíneo señor como un suceso a ser tenido en cuenta. Me niego a admitir que la aceptación del color de su piel por una gran cantidad de ciudadanos más pálidos sea de por sí una revolución sin precedentes, aunque si recuerdo que sus derrotados contricantes trataban de vendernos como opción para el cargo de vicepresidencia un peinado sumamente vulgar, de cabello recogido y flequillo despeinado en plan college, puedo entender bastante mejor de qué van los tiros. (Los más sensibles tienen permitido cambiar esta última frase por otra menos violenta, como por ejemplo: "puedo entender de qué va la cosa". Con tanto magnicidio histórico, mejor ni nombrar las armas cuando se habla de líderes y/o presidentes.)
Y ahora, ya que se supone que todo lo relativo a USA y su presidente es absolutamente nuestro, volvamos a lo mío en particular, o sea a este doble cumpleaños que me encuentra algo más viejo que el año anterior. Lloverán comentarios diciendo que viejos son los trapos, lo sé y me adelanto a agradecerles tanta buena intención, pero yo me remito a tr(3)s hechos muy concretos para decir lo que digo:
1) por primera vez en mi vida estoy haciendo dieta.
2) por primera vez en mi vida elijo acostarme mejor solo que bien acompañado.
3) ha dejado de apasionarme la televisión.
Me parecen tres síntomas muy claros de una madurez aviesa y sin atenuantes. ¿Qué voy a hacer a partir de este momento con mis ratos de ocio? ¿Qué será de mis noches futuras si no tengo nada apetitoso que llevarme a la boca?
En vista de que los índices de desempleo no paran de subir, tampoco puedo ilusionarme con trabajar mucho más que ahora, así que me veo obligado a sublimar de verdad.
Y es aquí donde empiezo a sentirlo por ustedes.
Es probable que a partir de mañana abra cinco o seis nuevos blogs y no pare de subir posts en todos ellos.
Aunque tampoco esta idea me convence demasiado.
Presumo que serían absolutamente idiotas. Ni siquiera Antonio Gala o Saramago pueden prodigarse tanto.
Otra posibilidad sería dedicarme a la filatelia, al crochet o a la pasamanería por correspondencia, pero ninguna de las tres me parece suficientemente entretenida.
¿Saben qué? Aparcaré este tema hasta después de mi cumpleaños.
Deseo que este irrepetible 9 de noviembre de 2008 resulte ser un día muy feliz.

ilustra : autorretrato otoñal sobre una foto de Humberto Rivas.
Galería Hartmann, Barcelona

miércoles, noviembre 05, 2008

She, Julia Roberts

Julia Roberts es la estrella (fugaz) de esta semana... Porque es de escorpio, como yo, y acaba de cumplir 41 espléndidos años hace unos pocos días...Porque es bella, buena actriz, su sonrisa ilumina cualquier escena y su mirada transmite credibilidad...Porque la canción de Charles Aznavour me emociona y queda muy bien en la voz de Elvis Costello...Y finalmente porque sí, que es una razón como cualquier otra.
http://www.youtube.com/watch?v=-3E46dXvSjs&feature=related
(pulsar aquí arriba)

lunes, noviembre 03, 2008

Quemar después de leer

"Hacia el infierno por las tetas" fue el primer título que se me ocurrió cuando pensé en escribir este post. Después, con el más que humedecido, empapado correr de estos últimos días, barajé otros títulos posibles. Uno de ellos era La bella y los tarados, ya que pensaba meter en el mismo post un comentario sobre el recital de Jessye Norman y mi opinión sobre la última película de los hermanos Cohen, de la cual finalmente he copiado el título. Cuando escribes en un blog después de haber publicado sobre papel, tienes la sensación de escribir en el aire. Sabes que pasados unos días lo escrito quedará flotando en el espacio virtual y es muy probable que jamás nunca nadie se detenga a leerlo. La inmediatez de este medio es casi mayor que la de los periódicos, aunque el destino de las hemerotecas se parezca bastante al de la memoria de la red. Sin embargo, difícilmente alguien pueda quemar, aunque no le falten ganas, lo que hemos publicado sólo virtualmente.
Como resulta obvio, pero no todos saben, el título de la película de los Cohen alude a una regla básica de los servicios de espionaje: por razones de seguridad, los mensajes cifrados deben destruirse nada más leídos. Quemarlos o comérselos da igual, y el cine nos ha mostrado ejemplos a montones de esas y otras posibilidades más rebuscadas. ¿Es entonces Burn after reading una película de espionaje, una spy movie más? Como no soy demasiado afecto a la clasificación por géneros, contesto con otra pregunta: ¿nos atreveríamos a colocar El pianista de Roman Polanski en el mismo anaquel de las películas de terror? Me cuesta creerlo, y no será porque le falten escenas auténticamente terroríficas. Aquí aparecen ciertos archivos supuestamente secretos, uno que otro diplomático siniestro, varios muchachos de la CIA y un par de los siempre peor vestidos agentes rusos, pero en realidad, si tuviéramos que sintetizar todo el filme con una sola frase, podríamos decir que su tema central es la tan frecuente como lamentable estupidez humana. Tarados del alma, que no físicos, los personajes de este guión que me atrevo a calificar de modélico, son seres de absoluta actualidad que desempeñan profesiones consideradas modernas. Pertenecientes a distintos estratos sociales, empujados por intereses no siempre económicos, todos se verán envueltos en una trama retorcidamente original, repleta de gags y sorpresas, que, y aquí la maestría de estos dos prolíficos hermanos, nunca suenan a falso, a rebuscado o gratuito. Empleados del gobierno, instructores de gimnasio, publicistas, pediatras y matarifes a sueldo de los servicios de información, se ven mezclados en una trama que hereda lo mejor de algunas comedias de Peter Bogdanovich, mezclándolo sabiamente con cierto clima enrarecido que recuerda a los de Cassandra's Dream y Match Point. Como en esta última, la arbitraria fortuna tomará cartas en el asunto, definiendo como realmente le venga en ganas el destino final de los personajes. Mi mención a las tetas y su relación con el averno la entenderán cuando vean la película. No quisiera develarles nada de la trama. Solamente les diré que una de sus primeras escenas transcurre en el consultorio de un cirujano plástico donde Frances McDormand oficia de paciente. Tilda Swinton, tan filosa como elegante, John Malkovich, un señor que no quisiera encontrar cerca al despertarme, y el siempre seductor George Clooney en el papel de un simplón de bragueta descontrolada y paranoia creciente, son para mí lo mejor del quinteto de estrellas protagonistas, en el que la antes mencionada McDormand y Brad Pitt se exceden demagógicamente en su interpretación de dos descerebrados ambiciosos de baja estofa. Un detalle accesorio y sin embargo notablemente perturbador: los enormes árboles y las preciosas casas del residencial barrio de Georgetown, en la ciudad de Washington. Después dicen que todos los yanquis son horteras.
Ilustra: foto propia del escaparate de un spy shop de Barcelona