martes, septiembre 30, 2008

Vanity (af)Faire: la silla de Gainsbourg

A veces me pregunto si todo sucedió en los años ochenta o si acaso la memoria se instala por un tiempo en una época precisa para así poder desmenuzar su médula, catar mejor, más profundamente, su particular esencia.
En aquella década yo viajaba más que ahora, tal vez porque viajar no era un suplicio parecido al de los nazarenos cargando la cruz, con sus diversas paradas humillantes, sus variados escarnios y flagelaciones. Puedo soportar el paso por una máquina que radiografía mis pertenencias; sacarme los zapatos me resulta excesivo. Desde un viaje a Los Angeles en un airbus de la Virgin, comprimido entre el asiento delantero y el trasero y flanqueado por dos ancianos australianos excedidos de peso, he dejado de sentir que viajo por propia decisión para empezar a verme como un evacuado más de vaya a saber qué catástrofe que nadie ha tenido la delicadeza de anunciar. Y no es porque sea muy amante de lugares exóticos o rincones inexplorados. Prefiero caminar por las ciudades, donde el infortunio de perderse se puede solucionar de forma inmediata si tienes dinero suficiente para pagarte un taxi.
Siguiendo los ¿objetuales?, desinteresados consejos de Vanessa Núñez, compré el primer número español de Vanity Fair. Si pensamos que Condé Nast lanzó la archiconocida revista estadounidense en el año 1913, tal vez nos suene algo rancia esta supuesta novedad editorial, lanzada, eso sí, con el despliegue que su espléndida trayectoria internacional merece. A mí me costó bastante invertir tres euros y medio en ella, tal vez porque la algo cacofónica reina Rania de la portada se parece demasiado a Silvia Jato, la añorada ex presentadora de Pasapalabra, el único programa televisivo de entretenimientos que frecuentaba con cierta asiduidad y al que veo convertirse día tras día en un programa más de famoseo, zafiamente sazonado con una buena cantidad de chistes groseros.
¿Por dónde iba? Creo que me he perdido.
¡Ey, taxi! ¿Podría devolverme al punto de partida?
Muchas gracias. Puede quedarse con el vuelto... o la vuelta, si le gusta más oírlo en femenino.
Estamos nuevamente en los años ochenta. París todavía era una fiesta, aunque aquel largo invierno tuvo mañanas soleadas de quince grados bajo cero. Vivíamos en la rue du Bac, enfrente de lo que había sido el domicilio de Jacques Lacan, rodeados de galerías de arte extremadamente posmoderno y anticuarios especializados en delicadezas no menos extremas. No había ido a París con la intención de encerrarme en un apartamento a escuchar melancólicas gymnopédies de Satie o marejadas impresionistas de Claude Debussy, así que salía a flanear bien pertrechado -jerseys, abrigo de piel vuelta, bufandas, guantes, botas y gruesas gorras de lana caladas hasta las orejas- para volver una hora después a meterme de cabeza en un baño de agua caliente, temiendo que tal vez ni siquiera así recuperaría la movilidad de mis extremidades, absolutamente insensibilizadas por el frío. A la vuelta mismo de nuestra casa, sobre la rue de Verneuil, estaba la del actor, compositor y cantante Serge Gainsbourg, que por aquellos días había causado un, otro más, pequeño escándalo, apareciendo travestido en la cubierta de su nuevo disco. Nunca lo vimos -tampoco estaba el clima para quedarse esperando en la calle a que saliera- pero una noche que volvíamos de trajinar nuestros cuerpos por brumosos bares de moda, encontramos, como apoyada en la puerta de la mancebía, una exquisita silla tijera de tubo de acero inoxidable en impecable estado. Como habíamos ido a París con nuestro Renault cuatro color verde musgo, el más viajero de los tres o cuatro coches que tuvimos, el primero y hasta ahora único de primera mano, decidimos meter la silla en el maletero para traérnosla a España cuando decidiéramos volver. Sólida y brillante, de cuidada terminación y sobrio diseño, la silla de Gainsbourg vivió con nosotros hasta que abandonamos Ibiza para instalarnos en Barcelona. El pequeño ático ibicenco de la calle San Carlos, en la amurallada Dalt Vila, fue saqueado sin la más mínima piedad durante uno de nuestros desplazamientos y la silla se convirtió en parte de un botín de objetos que recuerdo hasta hoy con nostálgico cariño. Ayer, gracias (?) al bien nutrido Vanity Fair español, he vuelto a ver el antaño impecable frente de la casa de los Gainsbourg cubierto de grafitis sin ningún arte más notable que el del vandalismo puro y duro.Charlotte, hija de Jane Birkin y Serge, parece preocuparse mucho más por la moral, siempre en entredicho, de sus famosos padres. "Ni papá era un drogadicto ni mamá era una puta", asegura, echando por tierra toda la labor de sus padres a favor de una sociedad menos hipócrita. No siempre el tiempo pone las cosas en su sitio; a veces las descoloca definitivamente. A la desaparecida silla de Gainsbourg la reencontramos muchos años después prestando servicio en casa de una conocida a la que alguna vez habíamos llamado amiga. La dejamos allí sin decir nada. Ya no tenía el mismo brillo.

Posdata : el jueves, en Almazen, calle Guifré, Nº 9, del Raval de Barcelona
(Tel. 93 4426215 – 93443 8486)

domingo, septiembre 28, 2008

Woody, Vicky n' Cristina : The End

En mi primer viaje a Argentina, con el gobierno militar del "Proceso" aún en el poder, trataba de convencer a mis amigos para que escaparan de aquello que yo, ciudadano de la libérrima Ibiza desde hacía varios años, veía como un auténtico reino de la represión involutiva y el terror más sangriento, apenas encubierto por presuntas maniobras regeneradoras de lo que se suponía era la auténtica libertad democrática. En casi todos los casos me encontraba con una respuesta inesperada: aquellos añorados amigos porteños trataban de convencerme de que el equivocado era yo. Acostumbrado a ciertas maneras decadentes europeas, influenciado por la profusa propaganda antiargentina -hábilmente manipulada por los intereses angloestadounidenses, siempre ávidos de la riquezas petrolíferas del Cono Sur- no podía entender una realidad de la cual me había alejado por un impulso que todos encontraban sumamente frívolo y absolutamente irracional.
"¿Cómo puedes abandonar Tu Patria?", llegó a decirme un psicoanalista argentino que no dudaba en gastar gran parte de sus suculentos beneficios en la cercana Brasil apenas el calendario le otorgaba unos días de asueto.
Tardé muchos años en volver a "Mi Buenos Aires Querido". Deseoso de no tropezar con la misma piedra, me propuse copiar el comportamiento de Susana Giménez, una gran estrella de show business argentino. La imperecedera Susana es capaz de contestar cualquier exabrupto con una estelar, ampulosa sonrisa y jamás critica seriamente algo que tenga el apoyo más o menos incondicional de las mayorías.
Tampoco me fue bien con aquella estrategia.
"¿Cómo encontrás Buenos Aires?"
"Divino, fabuloso", contestaba yo, obviando detalles que pudieran resultar molestos a mi interlocutor. Tampoco ahora la respuesta era la esperada:
"¡Qué me estás diciendo! ¿Te volviste ciego? ¿No ves que está todo hecho una mierda?"
Empujado por mi natural tendencia al diálogo, azuzado por aquella imprevista descalificación, yo caía en aquella trampa semi-inconsciente y lanzaba nuevamente mi opinión:
"Y sí, igual tenés razón...Las aceras están hechas un asco y no hay un solo teléfono público que funcione..."
En ese momento mis reencontrados amigos se ponían más verdes que Hulk:
"¡Cómo se vé que vivís en Europa! ¡Mirá en las cosas que te fijás! ¿A qué viniste, che? ¿A criticarnos?"

Siempre supe que había temas ligados a sentimientos muy íntimos, imposibles de ser tratados de forma distanciada, medianamente racional. Los problemas de pareja, los enredos de familia, ciertos rasgos físicos o de comportamiento, estaban en esa tácita lista de incuestionables. En aquellos viajes a mi ciudad natal aprendí que el sentimiento nacional era posiblemente uno de los más acendrados. Cuando me preguntan de dónde soy, qué nacionalidad tengo, siempre me veo en la necesidad de matizar mi respuesta:
"Nací en la Argentina, de un padre italiano y una madre correntina hija de asturianos, si bien desde los años ochenta tengo también nacionalidad española, la que, al menos por ahora, hace que me puedan llamar europeo." Casi nunca añado, por sintetizar un poco la cosa, las improntas que cada lugar donde he vivido han dejado en mí.
Ayer mismo leía en el diario Público una frase de Albert Camus: "Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro". Podría y desearía compartirla, mi estimado don Alberto, si no fuera porque muchas veces la claridad de palabra me ha arrojado a un pozo de oscura soledad. A pesar de ello, testarudo que soy, insisto en decir algunas cosas por las que con toda probabilidad me asaltarán un montón de personajes verdes echando, enfurecidos, espuma por la boca. Como ejemplo, y porque lo prometido es deuda, comunico que el viernes por la noche fui a ver Vicky Cristina Barcelona. La película, sin ser un Allen de primera -y tal vez tampoco de segunda-, demuestra cómo un auténtico creador despliega talento hasta en sus obras menos afortunadas. Al margen de las coloridas postales de la ciudad exigidas por los productores, tan tópicas que parecen sacadas de un folleto de agencia de viajes, Allen sigue hablando del amor y los seres humanos, de sus encuentros y desencuentros, de sus venturas y desventuras. Todo ello con el sabor hispano, últimamente tan taquillero, aportado por un Javier Bardem que se muestra lejano, fatigado e incómodo, salvo en las esporádicas y algo recatadas escenas sexuales con la pulposa Scarlett Johanson y una eficazmente excedida Penélope Cruz, tan diseñadamente racial como los rasguidos inconfundibles de Paco de Lucía, siempre entre dos aguas. ¿Y Barcelona? La bellísima Rebecca Hall, Vicky, llega a la ciudad con la excusa de una irónica "licenciatura en identidad catalana" que a juzgar por lo que pudimos ver en la película nunca llega a cursar. Todo lo demás, cartón pintado. Da igual que la escena transcurra en Oviedo o en el Tibidabo: los escenarios podrían haber sido muchos otros igualmente turísticos sin hacer la más mínima mella en el desarrollo de la historia. El escenario habitual del director está presente en una sola toma del impactante puerto neoyorquino, usado como fondo para el diálogo telefónico del futuro esposo con la dubitativa Vicky. Suficiente para demostrarnos que el amor de Woody Allen por su ciudad natal sigue intacto, a pesar de algunos superficiales deslices con venerables ciudades europeas. ilustra : autorretrato de Francesca Woodman
Posdata: sí, lo sé, murió Paul Newman. El muchacho de la cara perfecta y el cuerpo siempre juvenil, ese actor de mirada limpia al que ni siquiera los personajes de Tennessee Williams lograban dotar de perversidad, ha dejado la vida. Nos ha dejado también a nosotros, aunque podríamos decir que ya lo había hecho mucho antes, al finalizar su última película. Si hubiera muerto joven como James Dean, o al menos como Marilyn, hubiera redondeado el mito: sería un poster en cada habitación adolescente y una camiseta sobre muchos cuerpos jóvenes. Permitirse envejecer con todas sus arrugas resta a su currículum de ídolo juvenil un montón de puntos. Agrega cientos más para los que como él optamos por no acelerar a fondo, permitiéndonos un trayecto más suave; menos aventurero, pero también menos riesgoso.

viernes, septiembre 26, 2008

Ranko Fujisawa, una estrella fugaz

Nacida con un nombre que en japonés significa “flor de orquídea en el lago de las glicinas”, se dedicó al estudio de canto y piano hasta los 18 años, ya que sus padres querían que fuese cantante lírica. Durante la guerra tuvo que huir con su familia a Manchuria. A su regreso, una vez firmada la paz, los Fujisawa debieron afrontar tiempos difíciles, de verdadera miseria.
«Comencé entonces a trabajar en un club americano, donde cantaba clásico, pero lo que ganaba apenas me alcanzaba para comer. De modo que empecé a incursionar en otros géneros musicales: canciones populares japonesas, jazz y algunos temas hawaianos. Al cumplir los 24 años ya había incluido en mi repertorio algunas melodías de tangos europeos. Pero recién fui ganada por el tango argentino cuando escuché por primera vez “La cumparsita”, interpretada por la Orquesta Típica Tokio. Después de sentir una profunda emoción, decidí que debía cantar esa música». (Extraído de Todotango.com)

miércoles, septiembre 24, 2008

Proyecciones Angélicas

Mi cine Roca, el cine Roca de mi infancia, no tenía nada de iglesia, aunque si por esas cosas raras del otoño se me ocurriera ponerme demasiado fino, nostálgico hasta la tanguera médula, podría decir que fue el templo donde descubrí esa fe pagana que me acompaña hasta hoy, renovada en cada nuevo servicio, en cada nueva ceremonia cinematográfica. Allí aprendí, con más interés y ganas, mucho más concentrado y silencioso que en las aulas escolares, lo poco que sé sobre las pasiones humanas. Para introducirme a esos ritos para mí desconocidos, no faltaron altares, dioses ni sacerdotisas. Fente a sus enormes imágenes, luminosas, etéreas, ángélicas, vislumbré las diferentes formas del amor humano, las desenfrenadas pasiones que suponía alejadas de aquellas familiares, también supuestamente calmas. Frente a aquel altar sin cruces ni estigmas, caí de rodillas, el corazón palpitando de amor y la boca abierta de asombro, por la Audrey Hepburn de Mansiones verdes, y conocí la inquietud de pulsiones sin nombre cuando no menos enamorado me rendí a los encantos del sufriente James Dean, lloriqueando mimoso sobre el asfalto sin mácula de Rebelde sin causa. Hundiéndome a medias en una de sus incómodas butacas de madera, hierro y pana, quedé prendado para siempre de ese triángulo pluscuamperfectamente compuesto por Jules, Jim y Jeanne; la Moureau, por supuesto. La Dolce Vita felliniana me pasó factura también a mí, un chiquito del barrio de Almagro sin la más mínima posibilidad de acceso a toda aquella orgía a cara descubierta, poco factible en nuestra censora y pacata Buenos Aires, una ciudad sudamericana que por nostalgias heredadas de padres y abuelos quería ser tan europea, cosmopolita, decadente y culta como no dudábamos serían París, Londres o Roma. Muchos años después, recorriendo los escenarios reales de aquellas invenciones cinematográficas, me preguntaba cómo podíamos haber sido tan tiernamente ingenuos. La Via Venetto era una calle más, repleta de turistas sin notables vicios ni deslumbrantes visones, no había ninguna rubia escultural bañandose en la Fontana di Trevi y ni siquiera en la espléndida París los triángulos amorosos resultaban necesariamente felices.
Hoy, arrastrado por esa Bola de Nieve incontenible inventada por un grupo de artistas argentinos, encontré sin pretender buscarla una foto del que fuera mi, nuestro, querido cine Roca. Antes de verse entregado a la impía piqueta final, el templo de mis primeras ceremonias se vió convertido en iglesia evangelista. Los asistentes a sus ritos, más acordes con estos tiempos warholianos, ya no miraban en silencio hacia la pantalla luminosa de las apariciones sobrehumanas. El espectáculo eran ellos; ellos también los actores y los músicos. "Jesucristo es una Roca", se inventó algún ahorrativo publicista evangélico para poder utilizar el cartel que ponía nombre a mi templo pagano, impecablemente diseñado en rotundas letras art decó, muy propias de la época.
Todo lo que cuento ahora es pasado. Ya ningún muchacho sin posibles podrá colarse por la última puerta de la izquierda para ver un estreno "simultáneo con el centro", pagando nada más que el momento de suspenso hitchconiano que implicaba subir sin ser visto la escalera de mármol que comunicaba el hall de entrada con el enorme superpullman, generalmente vacío por las tardes. Sin embargo, no importa qué edificio nuevo construyan en ese espacio hasta ayer mismo sagrado. Las tardes de invierno, acurrucados contra sus paredes, resguardados bajo sus marquesinas de cantos redondeados, un montón de fantasmas luminosos imitarán las formas y los modos de algunos dioses muy menores de antaño. Martha, Judith y Graciela volverán a ser "las pingüinas" de los guantes blancos, mientras otros hermanos, los Saevich, se pelearán un día sí y otro no por conquistarlas. Rolo Frangella, tal vez un guapo clásico, seguirá acallando sus ansias más ocultas con las carreras de caballos y lo hará de la misma manera empecinada conque domaba sus rizos rubios con abundancia de gomina o perseguía a la francesita Diana, la adolescente más rubia y deseada del barrio. Héctor y Mario, incorruptibles, afianzarán una amistad sin fisuras, más propias de un western crepuscular que de una calle cualquiera de ese céntrico Almagro, y yo... Yo me mantendré callado, observando, para mucho tiempo después quizás poder contarlo un poquito mejor, sin emocionarme tanto.
Foto cedida especialmente por su autora, Geraldine Lanteri.

domingo, septiembre 21, 2008

Al tenis con muletas

Los programas daltónicos de la primera cadena, autodenominados "de prensa rosa" cuando en realidad navegan en las aguas cloacales de lo que siempre se llamó amarillismo informativo, acostumbran dedicar una parte considerable de su tiempo a informarnos sobre los romances, bodas, partos y demás actividades seudo privadas de los toreros españoles. Casi todos ellos están casados con misses, modelos o cantantes del folk nacional andaluz, por lo cual una información absolutamente banal y totalmente prescindible adquiere ribetes decididamente patrios. Estos señores de ropa brillante ajustada al cuerpo gozan de tanta actualidad como el sacrificio supuestamente ritual que representan una y otra vez en los cosos, amparados en una coartada histórico-social más que relativa. Si lo secular tiene per se calidad de intocable, ¿por qué no seguimos arrastrando a nuestras parejas hacia la cueva cogidas del pelo o arrojamos nuestras materias fecales directamente a la calle, decorando con mierda fresca las inocentes testas de los desprevenidos viandantes? Me aburre el tema, lo reconozco. Los argumentos para sostener una práctica tan cruel son tan zafios que hasta da pereza discutirlos. No puedo hacer nada contra una institución tan poderosa. Aunque suelen acusarme de "quijotesco", sé que a esos molinos no los mueve el viento, sino unos muy arraigados y nada piadosos intereses. La indignación, sin embargo, no puedo tragármela. Pasa que hoy al mediodía, algo resacoso por la fiesta del sábado, decidí ver el partido de Nadal-Roddick, transmitido en directo por la primera cadena de Televisión Española. Ya es extraño que la comunidad de Madrid no tenga otro lugar más idóneo para jugar la Copa Davis. ¿Era realmente necesario adecuar un coso taurino, reconvirtiéndolo en provisoria pista de tenis? ¿Es este un ejemplo de lo que puede hacer Madrid como organizador de unos futuros Juegos Olímpicos? Hoy pude comprobar que la cosa no era tan inocente como podría creerse. Los comentaristas, dos (2) según pude comprobar al final de la transmisión, vistieron con un agresivo, morboso, desagradable traje de luces virtual todos sus comentarios, tan machaconamente repetitivos como prescindibles. Cambiar la profesión del mallorquín llamándolo "torero" carecería de importancia. Suele utilizarse el mismo recurso para elogiar a políticos incapaces de lidiar situaciones menos arriesgadas aunque mucho más necesarias. Sin embargo resulta como mínimo escalofriante que estos agudos periodistas deportivos decidan autodefinirse como "espadas" de Nadal, hablen reiteradamente del "descabello" del rival, usen la palabra "muleta" como sinónimo de "raqueta", pidan "una vuelta al ruedo" para el ganador y, apenas finalizado el primer set, pronostiquen al esforzado Nadal una salida "a hombros" de "la plaza". ¿Acaso los defensores del ser nacional temen que el tenis, ese deporte indudablemente guiri, desbanque del corazón de los españoles antiguas y sanas costumbres, como la de los toros embolados de Valladolid y Castellón?
Si fuera así, desde hace pocos días estas oscuras fuerzas cuentan con el apoyo de un arquitecto que, hasta estas últimas declaraciones, gozaba (?) de todo mi respeto. Uniéndose a artistas supuestamente tan esclarecidos como Sabina y Serrat, el francés Nouvel, diseñador del fálico edificio barcelonés de la empresa Agbar, ha mostrado una coherencia rayana en lo obsesivo al declararse fervoroso admirador de "las corridas". Su sueño: diseñar un coso taurino. Si no resultara casi redundantemente argentino oficiar de psicodiagnosticador, me atrevería a esbozar una que otra interpretación de este arquitectural deseo, nacido sin ninguna duda del mismísimo "vientre del arquitecto". Posdata: como viene al caso, adjunto el siguiente mensaje recibido ayer. He preferido ahorrarles la visión de decenas de delfines golpeados, troceados y desangrándose lentamente al borde del mar. Yo los he visto y no puedo olvidarlos.
"AUNQUE PAREZCA MENTIRA AÚN HOY EN DÍA SE SIGUE REALIZANDO CADA AÑO ESTA BRUTAL, INHUMANA, SANGRIENTA MASACRE EN LAS ISLAS FEROE, TERRITORIO PERTENECIENTE A DINAMARCA, UN PAÍS SUPUESTAMENTE 'CIVILIZADO' DE LA UNIÓN EUROPEA. MUCHOS DESCONOCEN ESTE ATENTADO A LA VIDA. EN ESTA MASACRE SANGUINARIA PARTICIPAN LOS MÁS JÓVENES PARA DEMOSTRAR SU ENTRADA EN LA EDAD ADULTA (¡!) ES ABSOLUTAMENTE INCREÍBLE QUE NO SE HAGA NADA PARA EVITAR ESTA BARBARIE COMETIDA CONTRA LOS CALDERONES, UN DELFÍN INTELIGENTÍSIMO QUE TIENE LA PARTICULARIDAD DE ACERCARSE A LAS PERSONAS POR PURA CURIOSIDAD."

foto en blanco y negro: Gian Paolo Barbieri

sábado, septiembre 20, 2008

Après la fête...

Todo pasa y todo queda, tralalá-lalalá... Ya fui y ya estoy de vuelta. Ambos traslados los hice en taxi: cuando salíamos de casa empezaba a llover y la propulsión a moto nos hubiera hecho aterrizar en el evento municipal absolutamente empapados. Como suele suceder en estos casos, llegamos a Montjuic sin siquiera amagos de lluvia. Vestidos de negro casi riguroso -camisa blanca el que narra y verde desvaído la del señor Chapuis- fuimos recibidos a la entrada del palacete por una larga e incomprensible cola que, gracias a la intervención de unos jóvenes y amables porteros, no tuvimos necesidad de hacer. No había alcaldes ni herederos a la vista; tampoco control de explosivos. El día anterior, y por teléfono, me habían hablado de un aforo de 500 personas. Yo las multiplicaría al menos por tres, una buena parte de las cuales pertenecían a empresas y consulados de países extranjeros. Recorriendo los jardines se veían decenas de guardias de seguridad y azafatas vestidas de beige, más un incontable número de camareros y camareras eficientes, serviciales, simpáticos. Las fuentes de agua funcionaban sin retaceos y por todos los rincones emergían mesas rebosantes de comida, en su mayoría rodeadas de gente que, si bien no necesitaba llevarse a la boca ni una sola migaja más de nada, estaba dispuesta a devorar todo lo que pillara. El banquete transcurría en los jardines, pero los salones del palacete estaban abiertos de par en par. No se podían tomar fotos dentro y un ejército de señores de traje y corbata -empeñados en hacerte sentir que de atreverte con un solo disparo te arrepentirías de por vida-, convivían, suficientemente crispados, atentos y apinganillados, con coloridos gobelinos y vitrales de gran tamaño, profusión de dorados, un sinfín de espejos de marco modernista y algunos cuadros de firmas muy cotizadas. Entre ellos pude reconocer una decena de dibujos de Casas y un óleo de Rusiñol, aunque me gustaron especialmente varias tablas de estilo flamenco que ya quisiera saber de quien(es) son. Las lámparas de caireles no parecen de muy buena calidad, y a las butacas, tapizadas también en gobelino, se las supone confortables, aunque no te imaginas en qué situación podrías sentarte en ellas. Hay muebles muy barrocos de maderas exóticas con incrustaciones de nácar, bronce y marfil, además de techos decorados por Dalí o algún discípulo suyo sin demasiados escrúpulos, sin embargo muchísima gente prefería aglomerarse alrededor de unas librerías vidriadas que exponían fotografías autografiadas de la familia real. También había músicos en vivo tocando música de muertos y una enorme tarta de espuma de chocolate y albaricoques dispuesta para los momentos finales del jolgorio. No llegué a probarla: mientras imitaba a muchos otros invitados y escapaba de los amontonamientos provocados por la lluvia que había decidido finalmente trepar hasta el Montjuic, la vi empapándose, abandonada, solitaria y final, en el borde de una gran mesa sin protección alguna, en mitad mismo del jardín. No visité los aseos, lo siento. No podré contarles absolutamente nada sobre ellos. En resumen: una fiesta pagana bastante bien servida donde se echaba a faltar un poquito de sex -appeal y un programador musical más audaz y ambicioso. Nadie, salvo yo, y muy tímidamente, se atrevió a bailar bajo la tan necesaria lluvia.Posdata: Sábado noche. Mientras una parte de la beauty people barcelonesa asistía (supongo) al estreno de Vicky Cristina Woody Allen, yo acudía, nuevamente de riguroso negro vestido (esta vez por expreso pedido de la homenajeada), a una fiesta privada en casa de la psicoanalista Silvia H. DJ mediante, me divertí como un puerco joven en un cenagal sin pestes. Hubo bellas mujeres de edades variadas, bailarines desenfrenados de salsa, grupos de percusión afrobrasileña haciendo batucada, cantante de bolero con piano incorporado, trompetista de jazz, bailaora flamenca y profesionales del tango con cortes y quebradas. El hit musical de la noche fue sin duda el Matador de Los Fabulosos Cadillac. Un clásico. "Hoy comamos y bebamos que mañana ayunaremos..."

viernes, septiembre 19, 2008

to go or not to go

no estoy de acuerdo con la política de este gobierno
pero ayer me llegó una invitación personal para
asistir al pregón de la mercé en el saló de cent del ayuntamiento
con una posterior recepción en el palauet albéniz
la gráfica, muy cercana a mi estética, está firmada por peret, un amigo
es lujosa, moderna, llamativa
dan ganas de ir
me gustan los ágapes y mucho más los bocaditos que acostumbran servir en ellos
no tomo alcohol, así que tampoco podré emborracharme y cantar rancheras
ya me avisaron que será de pie y sin especial etiqueta
"habrá alguna silla, si la necesita", aclaró la responsable de protocolo
suponiendo que puedo ser una vieja gloria que ya no se tiene en pie
espero que no hayan talado los árboles que rodean el palacete
y que el pequeño bosque de bambúes aún siga en pié
comprobar el estado de los jardines
¿será una buena excusa para asistir a la fiesta?

martes, septiembre 16, 2008

Park Hwayobi : call me, please.

Se llama Park Hwayobi y me encontré con ella por casualidad, como se encuentran muchas de las cosas que nos sorprenden. ¿Alguien duda de su calidad de estrella?
Este post se lo dedico a Sandra Rehder, que me presentó a Xavier Febrés, que me pidió la letra de mi tango Rambleando, a la que terminé por (re)encontrar casi accidentalmente en la página web de un serbio que enseña a bailar tangos en la bella y melancólica Lisboa. Adam Vucetic, que así se llama este profesor de cortes y quebradas, usa para ilustrar su muy documentada página todo tipo de videos, entre ellos el de esta particular cantante coreana. Gracias a todos los que me ayudaron a llegar a ella, por supuesto.

viernes, septiembre 12, 2008

Vicky y Cristina en Barcelona

Me encuentro por la calle con un periodista barcelonés que ha hecho una crítica demoledora de Vicky Cristina Barcelona. El diario que la publicó, sin censuras, aunque con notable astucia, decidió destacar en negritas de mayor tamaño una frase de tono indudablemente irónico donde el autor de la nota parece alabar el filme "español" de Woody Allen. La jugada es un acierto: los lectores que no pasan de los titulares pensarán que la peli es espléndida y correrán a verla; los otros, esos pesados que insisten en leer todo lo escrito, se regodearán con el veneno del periodista, apresurándose a sacar entradas para la primera función del día del estreno. Finalmente es una obra más de nuestro adorado Woody y los fans del director neoyorkino nos sentimos obligados a no perdérnosla aunque el mundo entero opine que es una estupidez sin atenuantes. Tenemos la excusa perfecta: ¿cómo será una película muy, muy mala del autor de Match Point, Hanna y sus hermanas, Stardust Memories y Cassandra's Dream? ¿Quizás como la mejor de un director de por aquí de cuyo nombre prefiero no acordarme? En su nota, mi vecino periodista dice que el alcalde y su séquito pueden estar contentos: Vicky y Cristina se mueven por la Barcelona turística mostrándole al mundo los rincones más emblemáticos de la Ciudad Condal. Después de todo, y mucho antes de esto, el cine (norte)americano se ocupó de acercar a su público de provincias los tópicos escenarios de la Europa for Export posterior a la segunda guerra mundial. Audrey Hepburn y Gregory Peck se pasearon en scooter por Roma (1953), Gene Kelly bailó alegremente por las calles de París (1951) y la otra Hepburn, Katherine, se dió un chapuzón romántico en las nada aconsejables aguas de Venecia (1955). No se puede decir que a ninguna de esas ciudades les haya ido mal con el turismo. ¿O tal vez sí? En el supuesto diario de rodaje de Vicky Cristina Barcelona publicado por The New York Times hace unos meses, Woody Allen anuncia: "Me han hecho una oferta para escribir y dirigir una película en Barcelona. Tengo que ser precavido. España es soleada y a mí me salen pecas fácilmente. Tampoco pagan bien, pero mi agente me ha conseguido un décimo de cada 1 por ciento de cualquier cosa que consiga el filme, siempre y cuando se recauden más de 400 millones de dólares después de recuperar la inversión. No tengo ninguna idea para desarrollar en Barcelona, salvo que allí pueda funcionar la historia de dos judíos de Nueva Jersey que lanzan una empresa de embalsamamientos por correo".
Me muero por ver a Penélope y Scarlett haciendo de empresarias de pompas fúnebres. ¿Ustedes no?
ilustran : fotos de rodaje extraídas de la red.

lunes, septiembre 08, 2008

abrazos

El último viernes, una elegantísima Isabel Núñez nos señaló el camino hasta el otro lado del espejo, ese lugar donde todavía no hay cemento sustituyendo la arena y los árboles burlan con silenciosa astucia el ojo talador de las brigadas verdes. Unas horas después, Mini Cooper mediante, anduve por playas algo más lejanas, abrazándome a acacias, sauces, plátanos y sobre todo a algunos imponentes, retorcidos e inabarcables pinos centenarios. Testigos aparentemente impasibles del tantas veces infructuoso trajinar humano, estos árboles de dibujo caprichoso sobreviven a varias guerras desvastadoras, y, de la misma manera callada conque han logrado burlar todo tipo de bajas pasiones personales tan inútiles como bastardas, lo hacen notablemente erguidos, orgullosos de su casi milagrosa supervivencia. Sumergido en un clima de inusitada bonanza, durante unos días me dejé abrazar a mi vez por la cálida inteligencia de unos amigos que, como esos pinos memoriosos de S'agaró y Sant Feliú, no se dejan abatir por la desertizante estupidez que nos circunda. Durante todo un fin de semana inusualmente apacible, hablamos hasta por los codos de psiquis y de lenguas, de proyectos e ilusiones, de nuestros problemas y de los ajenos, mientras tomábamos baños de sol y mar, comíamos, bebíamos y reíamos, conscientes de que la soledad, la hambruna y la tristeza están siempre agazapadas, esperando el momento de atacar a sus más desprevenidas presas.

viernes, septiembre 05, 2008

Supercrisis ¡La estrella de la semana!

Crisis? What Crisis?
En 1975 (¡ha pasado un siglo!) me fui de Argentina.
Ese mismo año, Supertramp (¿supervagabundeo?) lanzaba al mundo este disco.
*Just a Normal Day, just a normal year, just a normal century.
*¿Better days? (bonus)
*Some Things Never Change (1997)...
*¡Poor Boy(s)!
(*todos títulos de Supertramp)
Posdata: Melancólico, memorioso y agradecido, suelo despedir desde este lugar a aquellos que, de forma directa o sólo virtualmente, han significado algo en mi vida. Por ello alguna vez, de forma irónica y en este mismo espacio, una blogger adjudicó el mote de mejor obituario a mi Cacho de pan. Hoy me entero de la muerte -en su casa de Buenos Aires, rodeado como siempre de gatos y obras de arte- de Eduardo Bergara Leumann, un personaje que se destacaba sobre cualquier paisaje por muchas otras cosas más notables que su notable figura. En mi último viaje a Argentina, recién premiado por Tusquets, él ofició de divertido ángel guardián y cálido cicerone en una ciudad que yo suponía conocer como la palma de mi mano y sin embargo se me mostró nueva a través de sus ojos y sus palabras. Hoy quiero recordarlo como fue: extrovertido, singular, ingenioso, creativo, siempre dispuesto a afrontar con ganas el por momentos ominoso juego de la vida.

miércoles, septiembre 03, 2008

¡Tarde piaste!

"Tarde piaste" es una expresión muy antigua que solía usar mi madre con bastante frecuencia. Nacida en el campo, trasladada cuando ya había cumplido los quince años a la ciudad de Buenos Aires, doña Josefa conservó hasta su muerte muchas costumbres y decires de su tierra correntina.
Esta frase extraña, casi esotérica, la usaba para explicarnos que ya era tarde para complacer nuestro requerimiento, fuera este un poco de dinero extra, un café con leche a destiempo o el planchado de una camisa que necesitábamos de forma especial para un evento cualquiera. Coquetería pura. Ganas de sentirse necesitada, haciéndonos notar que aquello que dábamos por hecho a ella le significaba una tarea accesoria, sumada a su ya de por sí apretada programación diaria. Sus pollos piábamos en el momento menos oportuno, pero ella sabía que, a pesar de aquel latiguillo tan repetido, siempre atendería nuestros llamados de auxilio por más caprichosos que fueran. Muchas veces me pregunto de dónde sacaba las ganas para hacer tanto.
Me acordé del dicho materno cuando pensé en escribir algún post sobre la exposición de André Kertész que vi ayer por la tarde en el Espacio Cultural que tiene Caja Madrid enfrente mismo de la Plaza Cataluña, ya que posiblemente sea demasiado tarde para recomendarla: bajará de cartel en los próximos días. Se llama "El íntimo placer de leer" y es una selección de sesenta fotografías extraídas de las muchas que hizo a lo largo de su también larga vida (1894-1985) el (re)conocido fotógrafo húngaro, un emigrado permanente que, escapando de una y otra guerra, vivió a caballo entre Francia y Estados Unidos y falleció a los 91 años en su muy (ad)mirada y acogedora New York. Todas las imágenes expuestas aquí en pequeño formato, fueron parte de un libro que el mismo autor realizó en los años setenta, y del cual, como es de suponer, se hace imposible encontrar actualmente ejemplares a la venta. La exposición es tan calma como el tema que nos muestra, desarrollado obstinadamente a través de gran parte de su vida. Libros y gente, gente con libros. Una relación íntima que por lo visto no necesita de lugares especiales para llevarse a cabo. Calles, trenes, bancos de plaza, azoteas, balcones, cafés, cualquier lugar es bueno si la lectura resulta placentera, necesaria, imprescindible. Personas diversas leyendo con parecido ensimismamiento en todo tipo de lugares, en muy distintas escenografías. "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente", dijo Wittgenstein. "No me enorgullezco de los libros que escribí sino de los que he leído", comenta a su lado, desde el translúcido muro de tela que decora/organiza la exposición, el inevitable, siempre orgullosamente modesto, Jorge Luis Borges.
Dos ciudades, París y New York, son el fondo habitual de estos diálogos mudos entre los hombres y las letras, aunque también aparecen por allí su natal Budapest y la muy lectora Buenos Aires, representada por la imagen de una imprecisa figura en un balcón filigranado del barrio de La Boca.
Si tuviera la suerte de poder quedarme con una de estas fotos, elegiría su autorretrato "a pie de cama". Vestido de traje y corbata, sentado en el borde de lo que parece ser el lecho mínimo de un cuarto pequeño, sin ningún lujo pero con muchísimo orden, un Kertesz de 31 años abandona un momento la lectura del libro que tiene abierto sobre una mesa también mínima, para mirar fijamente a la cámara que va a retratarlo. La mesa tiene encima un esbelto jarrón de cristal con un ramo de rosas y está parcialmente cubierta por un paño blanco donde alguien -¿familiar, amante, amigo?- ha bordado con punto de cruz las iniciales del fotógrafo: A.K.
Letra sobre letra, esta única imagen de desprovista elegancia nos cuenta mucho más que todas mis palabras.
Todas las fotos que ilustran el post son de André Kertész. La última corresponde a una serie de desnudos distorsionados, expuestos (y parcialmente censurados) por el MOMA neoyorkino en 1937.

lunes, septiembre 01, 2008

¡Esto va de sexo!

Un señor con nombre de mago de otra época, Lionel Crowley, me envía un email (y dos, y tres, y diez) con información no requerida sobre una línea de productos vigorizantes marca Vi.
Junto a la descripción de sus productos adjunta la opinion de algunos de sus clientes:

- Sexo es mas satisfactorio que nunca. El estres y la tension han desaparecido. Ella ya no se amarga, ya no me temo que tendre que denegar su peticion. Esto es una sensacion fisica estupenda despues de que sigue el sentimiento profundo.
- Lo mejor de Vi es una confianza que puedes "volar en piloto automatico", llegar relajado y sin problemas hasta la esencia, que el miembro sigue mantenerse levantado incluso cuando se interrumpa (ninos golpean a la puerta del dormitorio, ladra el perro, se desliza su condon). Toma de Vi puede hacerse tambien unl regalo grande a su pareja, en el caso de tomar Vi conscientemente. Solamente un consejo: no tiene que decir a ella que estas tomando Vi: autoapreciacion femenina es tan vulnerable como la nuestra propia.
Encargue hoy y olvide los desenganos, temor largo de la renuncia y situaciones dolorosas repetidas.

¿En qué idioma hablan estos supuestos clientes? ¿Serán lenguas extranjeras traducidas por un programa informático poco desarrollado, o acaso este lenguaje de procedencia incierta, prácticamente ininteligible, es un efecto secundario de la toma prolongada de los productos que promociona Mr. Crowley?
Desde la aparición y difusión de la Viagra sigo preguntándome qué excusa hace necesaria una erección que el cuerpo se niega a realizar. ¿La búsqueda de un placer que nos es ajeno? ¿La necesidad de complacer a algo o a alguien que (ya) no nos complace? Si tengo que ocultar la ingestión de estos medicamentos a mi(s) partenaire(s), ¿puede mi autoestima mantenerse tan erguida y activa como mi miembro?

¿Serán preguntas sin respuesta o alguien podría contestarlas?

Posdata feliz (bis): gracias a Alma me entero que el Círculo de Lectores ha reeditado uno de mis libros, El hombre de sus sueños (Premio Sonrisa Vertical de editorial Tusquets), en una nueva colección para sus socios: Placeres Prohibidos. Llega anunciada como una novela poética y transgresora. Podéis verlo en: http://www.circulo.es/Colecciones/2008/052008/00106.aspx?tipo=INICIO&volver=/Colecciones/Default.aspx