miércoles, enero 28, 2009

perplejidades

Mientras tomo un desayuno en el Farga de Diagonal-Córcega, engullo también, aunque de muy mala manera, algunas noticias de La Vanguardia. Como suelo empezar mi lectura abriendo los diarios por cualquier parte, lo primero que había llamado mi atención en el de hoy fue un primer plano fotográfico de la cara amistosa de John Updike, el creador del celebérrimo "conejo" Angstrom. "Una nueva novela", pensé. Pero no; se había muerto de un cáncer de pulmón a los 76 años. "Vaya...", diría alguno de esos inexpresivos que no quieren demostrar de forma abierta su absoluta falta de interés por el tema y/o el sujeto. "Un agudo cronista del desencanto vital de la América de clase media", repiten, algo más informados, los que escriben sus necrológicas. Supongo que la frase podría definir algún momento preciso de casi cualquier escritor estadounidense con cierta enjundia, desde Truman Capote a Kurt Vonnegut, desde la siempre vigente Carson McCullers al antipático marido de Marilyn Monroe, el sin embargo talentoso Arthur Miller. Como el relato de una muerte es siempre triste y además mi psicoanalista se asombra por mi propensión a las necrológicas, paso página y leo:
"La elite mundial acude perpleja a su cita anual en Suiza." Podrían haberse quedado en casa, se me ocurre pensar, mientras me los imagino, poooooor people, atrincherados tras trajes de corte impecable... o abandonando unos coches tan cómodos y relucientes como sus zapatos... o bajando de sus costosísimos aviones particulares, aunque eso sí: impregnados en todo momento por ese sentimiento, la perplejidad, que los diccionarios definen como "duda o confusión del que no sabe qué hacer o pensar en determinada situación". Para aquellos que ni aún con esta ayuda puedan hacerse una idea de lo que el vocablo perplejo significa, digamos que es similar a la cara del presidente Zapatero cuando, en el muy amañado cuestionario televisivo del lunes, un atrevido muchachote del norte le preguntó si estaba al tanto de que España proveía armas en cantidades más que notables a los mismos grupos y países que luego pretendía(mos) pacíficos. Por suerte nuestro José Luis -él suele tutear a todo el mundo, así que yo me atrevo a llamarlo por su nombre de pila- ha ido adquiriendo suficientes tablas, y sin cambiar demasiado su, por otro lado habitual, expresión de perplejidad, nos tranquilizó declarando con bastante firmeza en la voz y el presunto aval de ciertos documentos supuestamente guardados en algún cajón de su despacho, que las armas españolas jamás se usaban para herir ni matar a nadie. Suena increíble, pero no hay por qué sospechar de sus palabras. Existe gente muy extraña en este mundo; gente capaz de coleccionar las cosas más inauditas, más inesperadas. Misiles, por ejemplo. ¿No encontraremos entre estos coleccionistas de extravagancias, al menos unos cuantos interesados en hacerse cargo de esos pobres animalitos que, siempre según el diario La Vanguardia, están condenados a desaparecer en muy corto tiempo? "Alerta por el declive del pingüino emperador", anunciaba el titular del diario barcelonés, parafraseando el nombre de una interesante, muy dialogada película canadiense. Y ya puestos a hablar de películas -algunos de ustedes conocen mi fascinación por la mal llamada asociación libre (¡como si nuestro inconsciente pudiera permitir(se) algo semejante!)-, les cuento que el viernes de la semana pasada vi Revolutionary Road, la película de Sam Mendes basada en una cáustica, ya cincuentona novela de Richard Yates, otro "agudo cronista del desencanto vital de la América de clase media". Después de lo escrito, me cuesta confesar mi personal perplejidad en caso de un hipotético nombramiento como jurado del Oscar a la mejor interpretación masculina. El maldito Leonardo Di Caprio ha hecho tambalear mi certeza por la que suponía una estatuilla incuestionable: la de Sean Penn en su magnética recreación del líder gay californiano Harvey Milk. Sin embargo ni siquiera necesito preocuparme por mi futura perplejidad ante ese presunto dilema. La oscura, revulsiva, sensible, inteligente, magnífica película de Sam Mendes, con su mujer, la ahora menos redondeada aunque siempre voluptuosa Kate Winslet en el prota(a)gónico femenino, no ha logrado ni una sola nominación para sus no menos adjetivables actores principales. A estas alturas, ya no tan perplejo, me atrevo a preguntar: ¿qué esperaban sus productores? ¡Si es que este film no defiende de forma clara y tajante los valores más incuestionables de la sociedad occidental! ¡Si es que en ningún momento apuesta por la defensa de las minusvalías espirituales ni aboga a favor de los preceptos más sagrados e intocables de nuestra cultura! Los fans del binomio di Caprio- Winslet esperaban satisfacerse con una tórrida continuación de Titanic. ¡Pero es que ésta ni siquiera termina románticamente bien! ¿No se dan cuenta que con productos de este tipo nunca lograremos salir de nuestra cada día más creciente perplejidad?

sábado, enero 24, 2009

palmeras caídas, panteras en pie

Desde anoche, viernes, la ciudad donde vivo, Barcelona, está invadida por sirenas que unas veces sí y otras también, atraviesan mi calle rumbo al Hospital Clínico o hacia algún cuartel cercano de bomberos. No se trata de bellos engendros marinos con cola de pescado, sino de ambulancias que ululan fuerte y lastimeramente sin embelezar a nadie. La agitada noche de ayer ha tenido otra banda sonora, ésta de toques polifónicos aunque nada armónicos: puertas cerrándose con estruendo, ventanas abiertas por la fuerza, cristales rotos, carteles y persianas voladoras.
Hoy, a media mañana, aún convaleciente de una noche de sueño entrecortado, me llaman por teléfono desde un taxi:
-Estoy pasando por Diagonal...No sabés: ¡esto es un desastre! Hay palmeras caídas, y árboles... un coche semidestruido en medio de la calle...Es desolador, no me imaginaba que este viento pudiera ocasionar tal desbarajuste...Nunca había visto nada igual en Barcelona.
"El viento del Este barrerá al viento del Oeste". Sin que venga demasiado a cuento, recuerdo esa frase de Mao Zedong. También que alguna vez me tocó ilustrarla para el ecléctico suplemento Vida Moderna del diario La Opinión de Buenos Aires. Dibujé una pequeña taza de té. Llena a medias de la infusión caliente, desprendía un ondulante trazo de vapor que escribía en el aire la frase, entre amenazadora y premonitoria, del líder comunista chino.
No sé desde dónde llegan ahora mismo estos vientos huracanados. Tampoco perderé tiempo en averiguarlo. Me basta con dar una vuelta por los alrededores de mi casa observando los destrozos, para constatar que tampoco yo había visto nunca nada semejante en esta Ciudad Condal de clima por demás estable. Un rato después anuncian por televisión que se ha derrumbado el techo de un polideportivo en Sant Boi de Llobregat. Hay muertos y heridos, muchos de ellos niños. En el barrio de Poble Nou, un muro de ladrillo grafiteado ha caído sobre una mujer de 52 años, matándola casi al instante. Se llamaba Ramona, y su muerte, inesperada, brutal, me produce una desapacible tristeza. ¿Estaría alguien esperando su regreso? Como siempre por televisión, las noticias sobre estos huracanes a los que nadie se atreve a llamar por su nombre, se matizan con un salpicón de publicidades gastronómicas. La de un fiambre envasado -¿salmón, pavo, jamón?- pone el acento sobre el color rosado del producto. Como fondo musical, Grace Jones canta La vie en rose. Una coincidencia: ayer nomás me había detenido a fotografiar un escaparate de Women Secret que anunciaba su nueva colección de primavera con imágenes de la longilínea Pantera Rosa.
No tengo por qué ser modesto. Parece que mis deseos de año nuevo, ¿recuerdan?, han calado hondo en escaparatistas y agencias de publicidad. Millones de personas verán el anuncio, unos cuantos miles se pararán ante las adornadas vidrieras de esos negocios de ropa interior femenina. Me pregunto cuántas decenas de personas -no demasiadas, por supuesto- recibieron mi mensaje de año nuevo.
¿Tal vez habrán sido suficientes para comenzar una cadena de rosados, mimosos, inocentes, muy tiernos deseos?
Fotos de Dante Bertini
Posdata uno: Vivir, el suplemento color rosa del diario La Vanguardia, utiliza hoy, domingo, un titular tamaño catástrofe -RÁFAGA MORTAL- para informar sobre los destrozos producidos por el viento huracanado de los dos últimos días. Dos páginas más adelante, un tal Jaume V. Aroca titula Tormenta de árboles otra nota alrededor del mismo tema. ¿Tormenta de árboles? El título suena raro. ¿O acaso se podría hablar de una tormenta de muros, techos, vallas, cristales o cornisas? Tampoco podría aceptarse como disculpa que el titular esté usado en sentido metafórico. Cuando, por poner un ejemplo, se habla de "una tormenta de celos", es porque estos, los celos, son los causantes del desaguisado. Los árboles han sido sólo otras víctimas del huracán sin nombre. Además, se hace necesario aclarar que los árboles caídos POR CULPA DEL VIENTO TORMENTOSO han producido dos de los siete decesos. Pero solamente dos. Las demás muertes se debieron al derrumbe de techos y/o paredes deterioradas o directamente mal construidas. ¿Por qué entonces cargar sobre los árboles una culpa que no tienen? ¿Querrán que prescindamos definitivamente de ellos? ¿O sólo están usando al árbol para ocultarnos el enmarañado bosque de las (ir)responsabilidades? Parecen olvidar que Si un árbol cae...
Posdata dos: recibo un email donde se anuncia El corazón de África, exposición y catálogo (con una pequeña aportación mía) de la fotógrafa Alicia Núñez. (Reseña en el blog del escritor José Luis Muñoz.)

miércoles, enero 21, 2009

un poco más

Veo por Imagenio una buena película de John Sayles de la que ni siquiera tenía noticia: Casa de los babys. Un grupo de mujeres estadounidenses esperan, aposentadas en un colorido y algo descascarado hotel de México, a que las siempre burocráticas autoridades (im)pertinentes les otorguen un niño en adopción. Situaciones cotidianas, actrices espléndidas (aunque con este adjetivo no describo ni lejanamente lo acertado y sensible de sus actuaciones), un guión original, diferente, y diálogos con chispa, agudeza, sentido del humor. Aunque el cartel del film no la menciona, también anda por allí mi admirada Rita Moreno (West Side Story), tan en forma -a pesar de las décadas transcurridas desde su aparición en aquel mítico musical de Robert Wise y Jerome Robbins- que dan ganas de gritar ¡miracolo, miracolo!, como lo hacía el personaje de una vieja y tierna película de Vittorio de Sica.
Yo sigo algo lacónico, sin ganas de acercarme a la máquina, y mientras leo el libro de Isabel Núñez, Cuando un arbol cae, un amigo me llama para contarme, casi entre lágrimas, que en el patio de un edificio anexo a su casa -a dos calles de la Plaza Real, a cien metros de las Ramblas y quinientos del Excelentísimo Ayuntamiento de Barcelona-están derribando un solitario y majestuoso plátano centenario por decisión mayoritaria de los vecinos de ese inmueble vecino al suyo. El árbol ocupaba gran parte de un espacio sin uso preciso -porción importante de aquella manzana, compartida, como más que necesario patio de "aire y luz", por varias construcciones diferentes - y algunas de sus ramas llegaban hasta la altura de un quinto piso. Pero, según me cuenta mi ahora desarbolado amigo, a los habitantes del edificio, propietarios del solar donde estaba emplazado, les molestaba que por él se pasearan gatos, loros y palomas y las hojas caídas ensuciaran el suelo que casi nadie transita nunca. Quizás sea necesario aclarar que todo esto sucede en un barrio donde la mugre y el desorden suelen ser muchos más evidentes que la limpieza. Me estoy poniendo de pésimo humor, así que mejor abandono la casa de los insensibles taladores y vuelvo a la cinematográfica Casa de los babys.
Entre otras muchas notables virtudes, la película de Sayles tiene una banda sonora muy recomendable. Por no oírlos decir que sólo comunico tragedias, los dejo con la mexicana Lila Downs y su honorable versión de Un poco más... que a lo mejor nos entendemos luego.
Posdata: Gustavo Fogel me dedica un texto en su blog de cuentos. Orgulloso, abandono mi frío laconismo de este helado enero, para agradecer públicamente esa narración, poema, canción, llegada hasta mí desde un cálido y no tan lejano verano marplatense.
ilustra: Pregnant Barbie

sábado, enero 17, 2009

distancias y definiciones

"El horror", me dice ella, y a pesar de que en su voz no hay ninguna entonación precisa, ningún quiebre emocional, ningún temblor que denote una especial preocupación, sé muy bien de qué me está hablando.
El horror es una persona encerrada en una caja que le queda pequeña, un precipicio sin fondo evidente, una inmensa cicatriz en el estómago de tu madre, tu viejo padre en pelotas con todo su colgajo al aire, los compañeros de escuela riéndose de un abrigo verde jaspeado que tú mismo elegiste porque te parecía original y del que enseguida te arrepentirías. Es tu hermano mayor maltratando porque sí a sus novias adolescentes o torturándote de mil maneras distintas: "Antes que prestártelas prefiero tirarlas a la basura". Sí, sin ninguna duda: el horror de tu infancia es ese hermano que nunca quiso caminar contigo, aunque no fueron menos aterrorizadoras las mentiras ni menos angustiosos los silencios, golpeándote con toda su retaceada e inocultable verdad. El horror es la muerte de los otros, y es también y sobre todo, aunque casi no te atrevas a imaginarlo, la tuya propia. El horror es la burla, el escarnio, la equivocación que daña irreversiblemente a seres cercanos; los desgraciados accidentes. Puede ser el lamento de unos animalitos recién nacidos devorados por las llamas o una bicicleta asesina que, surgiendo de la nada, acaba con la alegría de esa joven mujer que vuelve de la compra. Es un coche destruído en medio de una carretera comarcal con cinco de tus amigos adolescentes dentro. Una vecina heroinómana que te inspira ternura y a la que verás destruirse minuto a minuto, día tras día, sin poder hacer nada para evitarlo. Muchas veces el horror son los demás, otras la falta de ellos; ese agujero que, imitando con precisión sus formas, parece dibujarlos sobre el paisaje cuando los necesitas, los buscas, ya no están.
El horror puede ser, es, la incomprensión; primar los intereses partidistas o grupales sobre cualquier sentimiento piadoso o solidario. La ETA pone bombas acompañándolas con carteles que anuncian la amenaza cercana escritos en euskera. Idiota el que no lo lea. O extranjero, que en algunos casos es sinónimo de prescindible, de indeseable, de enemigo. La Generalitat de Catalunya alerta sobre peligros e inconvenientes graves en algunas carreteras. Lo hace en catalán durante los espacios publicitarios de distintas radios nacionales. Idiota el que no entienda. El horror está cerca, ensañándose con unos futbolistas sudamericanos a escasos minutos de donde vivo/vivimos. "¡Vuelvan a su país!", les gritan, ahora sí en castellano. Pobres ingenuos: hijos o nietos de inmigrantes catalanes, gallegos, asturianos, habían imaginado que esta casa ajena también podía ser la suya.
Para saber qué cosa es el horror no hace falta trasladarse a ningún país lejano. Él vive a nuestro lado, agazapado y espectante.
Fotografía de Alastair Thain

martes, enero 13, 2009

Milk: la buena leche

Manifestaciones anti-israelíes atraviesan la ciudad de Barcelona. Algunos de los participantes habituales en este tipo de protesta prefieren llevar armas en vez de pancartas, aunque por suerte la mayoría de esa minoría belicosa parece conformarse con alguna piedra o cualquier otro objeto igual de contundente y arrojadizo. Mientras tanto, los ansiosos propietarios de las tiendas comerciales sobrepasan cualquier previsión gubernamental e intentan enchufarnos todo lo que les ha quedado sin vender en estanterías y almacenes, anunciando con enormes carteles descuentos de hasta un setenta por ciento. No es ningun regalo de reyes, no se ilusionen: con los precios actuales siguen ganando más del doble de lo que han invertido en la producción de sus suntuosas, poco necesarias mercancías. Y ya que estamos hablando de inversiones -soy un maestro enlazando temas muy dispares: una técnica aprendida en los zafiamente encadenados noticieros de la televisión española- acabo de ver Milk, una película que aquí han traducido como Mi nombre es Harvey Milk, no vaya a ser que los posibles espectadores pensaran que se trata de un documental sobre la producción de lácteos en el Principado de Asturias y no la historia de un gay judío estadounidense, carismático y concientizado luchador por los derechos homosexuales durante la década de los setenta del siglo pasado. De aquí lo de la bromita con las inversiones, ya que hasta hace nada la palabra invertido -al igual que palomo, comilón, sarasa, tragasables, mariposón o simple y llanamente puto- se usaba con absoluto desparpajo como aceptable sinónimo de homosexual. Es que no siempre se pudo decir abiertamente "soy homosexual" -y aún menos oficiar de tal- y seguir gozando de las mieles que la sociedad guardaba para los seres considerados "normales". Salgo del cine caliente y emocionado. Como por estos días ya se empieza a hablar de la ceremonia de los Oscar, si hubiera sido por mi côté Otro Yo del Doctor Merengue hubiera abandonado la sala en plan manifestante airado, exigiendo, además de una estatuilla para Gus Van Sant en cualquiera de las categorías posibles, otro Oscar anticipado para Sean Penn, ese actor de gesto preciso, sensibilidad desbordada y entrepierna sin complejos. Supongo que durante la última semana habréis leído más de un comentario de tipo descalificador o directamente despectivo sobre este filme honesto y, más que conmovedor, conmocionante. Sabemos bien lo alérgicos que son muchos periodistas a las obras comprometidas con algo más cercano y arriesgado que la demagógica difusión de los conflictos suficientemente distantes, cómoda y nada riesgosa posición que les permite gozar de una vida relajada, sin demasiados apremios, y con incontables, y generalmente pecuniarios, premios "de consolación". Yo que vosotros me pasaría por el forro esas opiniones ajenas y trataría de formarme una propia, viendo cuanto antes esta lúcida, documentada, muy entretenida película.
Retrato de Harvey Milk por Denise L. Eger

sábado, enero 10, 2009

retomar el ritmo

Es difícil ponerse a escribir después de varios días sin acercarme a la máquina. ¿Falto de ganas? Ni siquiera pretendo contestar esta pregunta. Quizás porque, como el abúlico Bartleby de Herman Melville, "Preferiría no hacerlo". Hace mucho, mucho frío, pero por suerte mi salud no se ha resentido con este clima auténticamente invernal y los amigos siguen organizando reuniones gastronómicas con cualquier excusa más o menos válida. El día 4 Héctor Z. cumplía años e invitó a su mesa a una decena de buenos amigos. Cocinó un exquisito vitello tonnato (los porteños, siempre tan afrancesadamente snobs, preferimos llamarlo Vitel Tonné), suaves y deliciosas lasañas de carne y verdura, tartas de calabaza y champiñones. Abandoné mi dieta para sumergirme en placeres vedados. Durante la agradable cena no hay enfrentamientos verbales, a pesar de que no todos tenemos la misma opinión respecto a los degraciados acontecimientos de Gaza, un tema que durante estos días está presente en cualquier encuentro de dos o más personas. El 6 a mediodía, almuerzo en casa de Teresa R. y Armando. Exceso de canelones -plato típico de estas fiestas en tierras catalanas- turrones, chocolates y postres variados. Anoche mismo, ingesta de empanadas de carne, ¡varias!, en casa de Xavier F. y Sandra R., la pantera mendocina del tango. Como pantagruélico colofón, pasta frola de manzanas. Fuimos nuevamente una decena de personas adultas. Hablamos de literatura, nacionalidades, lenguas y, ¡ay!, sexo oral y escrito. Eulalia, mujer del que fuera años atrás Jefe de Bomberos de Barcelona, cuenta anécdotas de su reciente viaje a Vietnam. Parece que batallones de hormigas -tan grandes y negras como las dalinianas- campeaban a sus anchas por camas, mesas y demás superficies transitables frente a la impasible mirada de los, siempre según Eulalia, encantadores anfitriones vietnamitas. Por si no lo recuerdan, éstos sostuvieron, y ganaron, una larga y cruenta guerra con los Estados Unidos gracias a la construcción de auténticas ciudades subterráneas. Se trataba de pasadizos excavados en la tierra donde tenían todo lo necesario, incluídas escuelas y universidades, para sobrevivir al asedio de los marines yanquis, a sus bombardeos constantes y a sus devastadoras limpiezas mediante el nada piadoso Sistema Napalm.
-Claro... -digo yo-. ¿Cómo los vietnamitas no van a ser pacientes con las hormigas si aprendieron de ellas sus métodos de supervivencia?
Un día después sigue pareciéndome un razonamiento válido.
Ahora corro a sumergirme en los vapores del sauna. Los remordimientos ladran a mi costado como perros furiosos. Temo estar demasiado pesado como para hacerles frente. ¡Y el próximo lunes por la mañana tengo cita con el dietólogo! ¿Habré tirado por la borda mis largas semanas de sacrificio? ¿Desenmascarará la balanza todos mis excesos? ¿Seré Justinianamente reprendido por ello?
(fotografía de André Kertész)

martes, enero 06, 2009

Tres x Uno

Los Reyes Magos de Oriente no me trajeron absolutamente nada. Salvo que pudiera contabilizar como regalos mágicos la creciente estupidez circundante, esa que se manifiesta, enriquece y entretiene convirtiendo en deshechos de una empobrecida modernidad edificios que alguna vez fueran, como mínimo, emblemáticos de otra época. La misma tontería que se dedica a talar árboles para convertir los paseos y plazas de antaño en duros depósitos de desagradable, inútil, mobiliario urbano: futuro material de destrucción y derribo para esas hordas de alcoholizados "jovencitos" sin ocupación más rentable que el vandalismo en todas sus vertientes. Es esa misma estupidez babosa que ha ganado los medios de comunicación audiovisuales, polucionando las ondas con su sarta de chistes fáciles, vacuos, sin ninguna gracia; con sus comentarios absolutamente vacíos de contenido intelectual, pero, eso sí, cargados de resentimiento y furia y profusamente difundidos en distintas y normalizadas lenguas. La misma sandez que, rebosante de sentimientos fascistoides y de tan profundas como ocultas motivaciones racistas, prefiere personificar al rey Balthazar con un tipo blanco con la cara tiznada antes que utilizar a un negro auténtico, que, por su condición de inmigrante, les resulta de dudosa calidad humana. Como la coherencia no suele ser una característica habitual de los idiotas, estos mismos sujetos esperan, o dicen esperar, grandes milagros del futuro residente mulato de la Casa Blanca. Son tan, pero tan imbéciles, como para seguir creyendo en mesiánicos portadores del Gran Milagro Universal Componedor de Todo.
Les pido un momentito, por favor. Antes de seguir con esta diatriba buscaré el paragüas de acero inoxidable. Lo necesito para protegerme de los insultos que me lloverán por atreverme a señalar esta notable deficiencia de neuronas en gobernantes, comunicadores y encarnadas esperanzas futuras, sean estos presidentes extranjeros o jóvenes alternativos portadores de slogans, móvil y botellón. Aunque lo más probable es que sólo me espere un gran silencio, menos visitas y una pobrísima cantidad de comentarios. El principio del fin. Todo tiene un final, todo termina, decía una canción de hace algunos años. Tal vez el futuro de un blog no sea precisamente la permanencia. Tal vez sea más inteligente sentarme a la puerta de casa para ver como se deshace el mundo, gobernado, consumido, manipulado, entretenido, por una enorme y globalizada caterva de idiotas.