martes, octubre 27, 2009

¿Simpatía por el demonio?


Otra semana trajinada a pesar de la ausencia sin preaviso de un trabajo bien remunerado.
Insoslayable exposición Mallol en La Pedrera, Trío de Tango (Bataglia, Picó, Mercadante) al alcance de la mano en la librería Martínez Pérez de la calle Valencia, comidas con risas, azucares y abundante colesterol en casa de amigos.
Hubo bastante más, aunque prefiero no comentarlo.
Si pudiera desdoblarme, ahora mismo debería estar en la presentación del nuevo Premio Anagrama: el viernes llegó una invitación para esta tarde a las 19.30, y yo, que no sabia si tendría impulso suficiente como para llegar hasta allí rebosante de Energía, Encanto, Elegancia, Envolvente Evanescencia, Erótico Envión y todas esas otras pequeñas cosas tan suplerfluas como imprescindibles para un gran Evento de estas características, dejé que el tiempo pusiera mis dubitativas ganas en su sitio. Aquí estoy, el reloj marcando la hora señalada en el tarjetón gris convite y yo aún en mi casa. Otra vez el tiempo implacable ha decidido por mí, aposentando mis asentaderas en la incómoda silla de Ofiprix, obligando a mis manos a jugar torpemente con el teclado gris y negro de Logitech en un intento posiblemente vano de elaborar otro post sin rumbo fijo y destino náufrago. Todo resulta demoníaco, como aquellos depravados rockeros que confesaban sin ningún pudor su fascinación por Belcebú. Me pregunto si los morritos de Jagger hubieran despertado la compasión del monseñor Torquemada, Tomás de, ese ínclito vallisoletano tan enemigo del diablo y el judaísmo como afecto a las carnes muy bien asadas, a fuego lento.

Leo a Foucault comentado por Miguel Morey. Nunca es tarde si la dicha es buena, decía mi madre mientras se le escapaban los ojos hacia un cielo no demasiado lejano y bastante poco angélico, con toda seguridad sensual y demoníaco.
Copio una cita de Deleuze, hasta el momento desconocida. Por extrañas razones que la razón no alcanza a descifrar del todo, describe certeramente la que pretendo sea mi posición habitual frente al mundo, el demonio y la carne:
No se trata de predecir, sino de estar atento a lo desconocido que llama a nuestra puerta.
Vamos siendo, y ese ser propio que decimos conocer, el mismo que podemos describir, definir, estereotipar, ya no es actualidad sino historia pasada. Vamos siendo, y es la acción la que nos define con más certeza que nuestros engañosos intentos hagiográficamente autodescriptivos. Satán nos confunde, haciéndonos juzgar nuestro pretérito presente desde un yo desdoblado que se supone otro.
Me levanto del asiento. Necesito música. ¿Conocen a Concha Buika, esa demonia?

Si la mayoría respondiera afirmativamente me harían pensar en luciferinas conspiraciones, ya que esta chica isleña no consigue siquiera que los noticieros nacionales de televisión (¿o debería decir los noticieros de televisión nacionales?) le dediquen tantos minutos de promoción como los que suelen dedicar, por ejemplo, a esa petarda incombustible llamada Marta Sánchez. Cierto que la Marta es rubia platino, y la Concha, con perdón, mallorquina, mulata y agitanada, pero entonces, ¿para qué sirven las campañas de discriminación positiva? ¿Acaso para el exclusivo regodeo de esas señoras ministrables de ilimitado, e indescriptible, vestuario?
Encallado en las cenagosas aguas de la duda, debatiéndome entre el proceloso mar del inconsciente y las corruptas orillas de la cotidianeidad, llego al final de este texto sin destino preciso. Mientras tanto, y como contrapartida a la insistente campaña de "Somos Iglesia Catolica"(¡SIC!), el diablo seguirá sobrevolando los posts, navegará alegremente por internet, se paseará con absoluta libertad por los sillones presidenciales, las alcaldías y los escaños.
Posdata: la curiosidad me lleva hasta la página web de Anagrama. ¿Quién habrá ganado el premio de novela de este año? No hay ninguna noticia sobre los premiados. Tampoco la he visto publicada en ningún otro medio. Extraño. Busco la invitación y la releo. La entrega es el lunes que viene, día dos de noviembre. Todavía tengo tiempo de crearme ganas. Espero que Luzbel no siga metiendo la cola también por mi casa y pueda contarles a mi regreso los pormenores de la fiesta.
Fotografía de Jamie Baldridge

viernes, octubre 23, 2009

Teatrero


El pasado lunes, a las tres en punto de la tarde, estaba citado en la cafetería del Instituto del Teatro.
Anna Caixac, organizadora del Año Jerzy Grotowski en Barcelona, cerraba una hora después los actos de homenaje al investigador teatral polaco con una mesa redonda en la que interveníamos Jordi Coca, Pere Planella, Enric Majó, Inés Castell-Branco y este Cacho de Pan memorioso y hablador.
Salvo la portuguesa Inés Castell-Branco, editora de la traducción catalana de los pocos textos existentes de Grotowski, y el que esto escribe, autor de la imagen gráfica del evento conmemorativo, todos los participantes eran reconocida gente de teatro. Yo, siempre algo outsider, había sido invitado en mi condición de ex componente de un grupo grotowskiano porteño, de corta aunque contundente vida durante los lejanísimos y revulsivos años sesenta.
No llevaba nada preparado. Ni siquiera había rebuscado demasiado en mi memoria, temeroso de perder una espontaneidad que pretendía resguardar lo máximo posible. Estaba convencido de que aquello era lo único que tenía algún valor como aportación propia a tantas experiencias teatrales de largo y exitoso recorrido.
La mesa redonda se haría en una pequeña sala ubicada en el segundo subsuelo del Instituto. Siendo el teatro de Grotowski marginal, underground, subterráneo, aquel lugar algo escondido entre salas de ensayo y talleres de escenografía y vestuario, parecía de lo más adecuado. Bautizado como sala Scanner, un instrumento más cercano a la gráfica que al teatro, el espacio está totalmente tapizado en negro. Nombre y color, dos detalles accesorios, me resultaron tan familiares como tranquilizadores. Nos ubicamos en el escenario a ras de suelo, detrás de dos largas mesas unidas por un mantel también negro e iluminadas por potentes focos teatrales. Delante de nosotros, una gradería con una decena de filas de butacas componen un aforo cercano a las ciento cincuenta personas. El espacio se llenó a medias con hombres y mujeres de diferentes edades. Un verdadero éxito, teniendo en cuenta la hora tan intempestiva y la falta casi absoluta de promoción del evento.
Anna Caixac, sonrisa cálida, voz potente, espalda recta, cabeza siempre erguida, daba paso a nuestras intervenciones. Mientras los demás hablaban de sus experiencias como espectadores o estudiosos de Grotowski, yo, sin proponérmelo, empecé a recordar hechos muy concretos y diversos personajes de aquella, la única experiencia "actoral" de mi vida. Algunos rostros, muy pocos nombres y distintas situaciones aparecían desordenadamente, acompañados por involuntarios epígrafes referentes a nuestro entorno en aquellos años.
El dinero era escaso, tirando a inexistente. No teníamos ordenador, cámaras digitales ni teléfonos móviles. Haber pensado en cualquiera de estas cosas, hoy tan cotidianas, nos hubiera parecido pura psicodelia de ciencia ficción. Una cosa era apasionarse por Bradbury, Olaf Stapledon, Theodore Sturgeon o Richard Matheson y otra muy distinta pensar en la posibilidad de comunicarse casi telepáticamente, sin cables ni enchufes por medio.
Vivíamos bajo una de las habituales dictaduras militares, encabezada en esta ocasión por un general, Juan Carlos Onganía, que tapaba su labio leporino con un bigote a lo Emiliano Zapata. A pesar del Estado de Sitio permanente, los cines estrenaban películas de la nouvelle vague francesa, del new cinema inglés, de Fellini, Antonioni, Monicelli, Francesco Rosi y todo ese potente cine italiano al que los críticos, faltos de un adjetivo mejor, también denominaban nuevo. Mis amigos y yo esperábamos cada filme de Ingmar Bergman, Hitchcock o Visconti con ansia voraz, y hablábamos de Kurosawa, Mankiewicz, Satyajit Ray, Ichikawa, Kawalerowicz, Wajda o Elia Kazan como si hubiéramos desayunado con ellos el día anterior. Los teatros llamados "independientes" estrenaban dramas de Arnold Wesker, Tennessee Williams, John Osborne, Harold Pinter y Jean Genet y el Instituto DiTella cedía su moderno y tecnificado espacio para que Marilú Marini, el Grupo Lobo o el TSE de Rodríguez Arias pusieran en escena extremados experimentos teatrales. Un arquitecto cordobés apellidado Bonino deliraba y hacía delirar al público con un idioma propio, Nacha Guevara cantaba las canciones de Brel y Boris Vian traducidas al castellano de los argentinos, Piazzolla ponía música a los poemas de Borges y el siempre tradicional Teatro Colón abría sus puertas al joven y talentoso coreógrafo Oscar Aráiz, posteriormente director del Ballet du Grand Theatre de Ginebra desde 1980 a 1988.
Para su exitoso espectáculo Crash, yo me estrenaría diseñando una serie de trajes complicadísimos: incluían centenares de pelotas de ping-pong pintadas a mano que, en medio de un desenfrenado charleston, volaban peligrosamente sobre el público.
Todo nos parecía poco. Desde el Mundo, siempre tan lejano, llegaban los ecos psicodélicamente rupestres del Flower Power entremezclándose con los ritmos glamourosos del Swinging London y el creciente ruido de rotas cadenas del muy próximo Mayo del 68. Nosotros, ingenuos jovencitos de un país perteneciente al batallón de los subdesarrollados, creíamos que en los Países Civilizados de Verdad todos llevaban flores en el pelo, considerablemente largo, y vestían cortísimas minifaldas de Mary Quant, cuando en realidad Carnaby Street era poco más que una corta calle comercial y los Beatles cuatro, sólo cuatro, muchachos de Liverpool con mucho talento y mil oportunidades.
El pasado lunes por la tarde, acicateado por la pregunta de un incisivo director de teatro ruso, ahora profesor del instituto barcelonés donde nos hallábamos, terminé contando todo esto que ahora escribo aquí. Trataba de explicar por qué razón, no siendo ni pretendiendo ser actor, me había metido en un grupo de teatro experimental liderado por un místico polaco que proponía hacer de cada intérprete un santo y de cada puesta en escena una ceremonia ritual única.
Todavía no lo sé con certeza, aunque supongo que en aquel tiempo de ilusionados, iluminados y profetas, yo también pretendía cambiar el mundo.

¿Y qué tendrá que ver un boxeador con todo esto? Esta misma semana, para mí muy teatrera, fui a ver Urtain, la obra de teatro del grupo madrileño Animalario. Un elenco de actores entregados no logra despegar del ring un texto que suena a biografía ilustrada. Demasiado humo y poca carne. A pesar de ello, algunos aciertos de montaje logran transmitir en varias escenas la mal llamada magia del teatro. No hay truco alguno en un buen espectáculo. Solamente el trabajo consciente y bien intencionado de un grupo de artistas con talento.

Ilustran: fotos promocionales del boxeador vasco Urtain y de la actriz y bailarina argentina Marilú Marini.

domingo, octubre 18, 2009

¿Fou qui? ¡Foucault!


Me anuncian que en la librería La Central se hablará de Michel Foucault. No soy muy afecto a charlas y mesas redondas. Me distraigo, nunca oigo bien, termino aburriéndome. En este caso sólo se trataba de imitar al loro verde de un post anterior y cruzar de acera en un corto vuelo. No resultaría demasiado complicado ni me haría perder un tiempo que últimamente se muestra bastante escaso. A pesar de esto dudaba. Casi a la misma hora, en Aribau 34, se inauguraba una exposición de arte gráfico soviético: De Rusia a la URSS. Grafismo y revolución. Finalmente decido pasar primero por Foucault y después llegar hasta la encantadora, polifacética y amistosa galería de Aribau y Consell de Cent.
Aviso para navegantes: Aribau se pronuncia tal cual se escribe, con todas sus letras. Para los nativos de esta tierra (sé muy bien que pasean por este blog aunque últimamente no se manifiesten: he osado criticar algunas notables deficiencias municipales y eso aquí no se puede ni se debe hacer, sobre todo si eres o te consideran extranjero), para los barceloneses, repito, sean o no catalano parlantes, no hay dudas en cuanto a la pronunciación de Aribau, pero me he topado con algún turista latinoamericano que me preguntó por "la calle Aribó", suponiendo que el nombre homenajeaba a algún prócer francés desconocido. Como aquí mismo y ahora, tan cerca de Michel Foucault, la palabra Aribau (a)parece aún más francesa, la aclaración se me antoja necesaria.
El café auditorium de La Central estaba a tope de gente. Monsieur J. y Madame L., menos dubitativos que el que esto escribe, ya estaban bien ubicados cuando me apersoné en el lugar.
Les pregunté si habían visto más conocidos cerca y J. me contestó con un no cabeceado, para precisar que, salvo un (re)conocido poeta y dos o tres maduros señores con un aire insospechablemente heterosexual, el resto de asistentes masculinos pertenecían a la creciente "comunidad" gay de Barcelona. Según mi modesto entender, no se equivocaba. Aunque muchos supongan que los intereses homosexuales se centran exclusivamente en los calzoncillos Calvin Kle-in, los sillones de Pierre Paul-in o el turismo sexual de fin de semana en Berl-ín, todo inobjetable, rematadamente "in", también hay homosexuales preocupados por el pensamiento radical del siglo pasado. Sobre todo si este incluye cuero negro, cabeza rasurada, látigos y cadenas.
Estuve el tiempo necesario para escuchar a Miguel Morey. Claro y conciso, explicó la trayectoria de Foucault, desde sus primeros estudios sobre la locura, hasta su muerte a causa del tan imprevisible como devastador SIDA, esa mortífera enfermedad bautizada con perversa ironía por sus descubridores anglosajones como AIDS (AYUDAS). Para desgracia de los castellano parlantes, el orden de las letras altera ligeramente ese significado, pero no la fuerza letal del producto.

Al principio les contaba de mi poca capacidad para a(en)tender a los conferenciantes.
Por si a alguien le interesa saber cómo funciono frente a estos eventos, les cuento que en el mismo momento en que Morey pronunció locura, en mi cabeza empezó a resonar el "fou" con el obsesivo ritmo de un segundero antiguo.
Fou-quoi?
Fou-qui?
Fou-cult
Fou-cul
Fou-cool
Fou-cold
Fou-coq
Como véis, mis asociaciones suelen ser, más que libres, libertarias. Quizás por eso, un segundo después recordé a Pablo Suárez, el más matero de los artistas pop porteños. Pegada como un sello de postal a su recuerdo, surgió de inmediato una estúpida anécdota, casi a mi pesar inolvidable, sobre una noche de estreno teatral en la setentera Buenos Aires.
Se trataba de una comedia musical dirigida por Eduardo, "el gordo", Bergara Leumann, en su barroca y plumífera Botica del Ángel. Trabajaban en aquel espectáculo varios amigos muy queridos y supongo que esto convenció al siempre reacio Pablo -muy amante de quedarse en casa charlando, pintando, tomando mate amargo y fumando los más baratos e insoportables cigarrillos negros que se pudieran encontrar en el quiosco- para finalmente acompañarnos.
La obra resultó ser un bodrio tan insoportable que al final de la función nadie se atrevía a saludar a los amigos-actores. Pablo, con las cejas mefistofélicamente arqueadas, se ofreció para representar a todo el grupo. Volvió un rato después con un cigarrillo humeando entre sus dedos y una gran sonrisa partiéndole la cara.
-¿Qué les dijiste?, preguntamos ansiosos.
-Les dije que era una locura... Ellos, pobrecitos, se quedaron muy contentos, y yo... yo no tuve ninguna necesidad de mentir.

Alguno se preguntará si después de Foucault fui a la inauguración de la muestra en Aribau 34.
Lo hice, sí. Es deliciosa.

Ilustra: Escultura en resina y pintura acrílica de Pablo Suárez. Foto de autor desconocido.

miércoles, octubre 14, 2009

incertezza termica


INESTABLE: ¿De dónde se parte para la confección de un post? Un visitante-comentarista de este espacio me ha escrito diciendo que de no haber tenido un mal día como el que digo tener, el post donde narro esas angustias quizás no hubiera existido. No puedo desmentirlo, aunque tampoco puedo asegurar esa ligazón tan estrecha entre la escritura y el mal sabor de espíritu. Por lo general, mientras estoy escribiendo, mi cuerpo y mi yo -¿es que acaso son indisolubles?- se sienten especialmente cómodos, más allá de las eventuales molestias que suele causarme la nada confortable silla de trabajo que compré a un emporio especializado en este tipo de artilugios.
Autocalificado como "de precios imbatibles", estos muy publicitados distribuidores de muebles de oficina con varias sucursales en todo el país, lograron convencerme de las bondades de un artefacto pesado y poco maleable que para colmo ni siquiera me resultó barato.
Entiendo que el error fue mío, pero no puedo dejar de pensar en la cerrazón y antipatía desplegadas por el supuesto encargado del comercio cuando luego de un corto tiempo de uso intenté cambiar la maldita, estúpida, inadaptada e inadaptable silla, comprada en un irracional ataque de confortabilidad el mismo día que caí en la cuenta de que me esperaba un interesante trabajo por delante, pero también un viejo e incómodo asiento por debajo.
Ahora la silla es nueva, sin embargo mi culo sigue estando mal sentado.
Tal vez los posts que escribo últimamente, cargaditos de malhumorada acidez, se deban a la maldita, a la incómoda, a la negra silla de Ofiprix.


BOCHORNOSO: Desde Argentina sugieren que me integre a un grupo especial de Facebook. Parece que un sádico malnacido prendió fuego a un perro callejero usando el mismo método utilizado por aquellos monstruosos jovencitos barceloneses con la desgraciada indigente que dormía a la entrada de un banco: abundante rociado de gasolina seguido por la llama fácil de un encendedor de bolsillo. Al menos a Benet, que así se llama el animal, lograron salvarlo de la muerte, y si bien ahora tiene quemaduras por todo el cuerpo, las orejas chamuscadas e innumerables lesiones de distinto tipo, también ha conseguido una dueña que lo quiere y lo cuida con muchísimo mimo. El inocente Benet ha pagado muy caro su lugar en el mundo, pero al menos por el momento lo ha logrado.
Esta sórdida historia podría haber terminado allí mismo si no fuera porque un nutrido grupo de gente sensible y amante de la justicia se niega a que el culpable del fallido ajusticiamiento quede impune. Han identificado al agresor con nombre y apellido, dirección y teléfonos y están programando un mutitudinario "escrache". Se trata de llegar hasta su casa en manifestación para declarar, como ya se hizo con algunos responsables de torturas y desapariciones durante el último "proceso" militar, "persona no grata" al sujeto de marras. Mientras sucede esto en la ciudad de Buenos Aires, aquí mismo, en la recién santificada Cataluña, después de un rastreo de varios días y altísimo coste, se ha comprobado que la fiera suelta, supuestamente un ejemplar de leona que tuvo aterrorizado a algunos vecinos de tierras tarragonenses, era un gran perro asalvajado de color rojizo. El animal no atacó a nadie ni demostró agresividad alguna, sin embargo los valientes cuerpos de seguridad que rastreaban la zona decidieron abatirlo a tiros. También durante estos días, otro perrito de una especie no considerada de riesgo y que permanecía atado en el jardín de un restaurante mientras sus dueños comían dentro del local, hirió en el cuello a una niña de cinco años. Nadie se preguntó siquiera qué podría haber pasado para que un animal doméstico reaccionara así. Inmediatamente se decidió ponerlo en cuarentena para sacrificarlo apenas esta cuarentena haya terminado. Hay vidas de perro y también hay muertes de perro.


HÚMEDO: Hace unos días falleció en Madrid el cantante y compositor Luis Aguilé. Autor de cuatrocientas canciones, varias de ellas tan exitosas como "Cuando salí de Cuba", había grabado más de ochocientas en una triunfante carrera musical sostenida durante cerca de sesenta años. Aguilé no me resultaba particularmente simpático; su música, indudablemente pegadiza, me parecía por momentos demasiado pringosa y nunca terminé de entender por qué al cantar lo hacía como un extranjero que debe esforzarse para pronunciar bien el castellano.
Tal vez por todo esto, sé mucho más sobre él y su historia ahora que se ha muerto. Había nacido en Argentina, pero según cuentan, una desilusión amorosa lo hizo abandonar desde muy joven su país de origen para radicarse en España. La desilusión que lo arrastró al exilio era una rubia nada natural pero muy bien formada que se hacía llamar Mariquita Gallegos. Según parece, Luis conoció entre bambalinas a esta Mariquita deseosa de hacer carrera en el mundo del espectáculo e inmediatamente se enamoró de ella. La niña, algo confundida por las luces del espectáculo, primero dijo "quizás, quizás", después esbozó un tibio tal vez y al poco tiempo decidió piantarse con un cómico y presentador uruguayo notablemente más maduro, bastante más rico y muchísimo más famoso: Juan Carlos Mareco, apodado artísticamente Pinocho, el mismo que convenció a Joan Manuel Serrat de cantar en castellano.
Para los amantes de los detalles, dejo algunos datos novelescos: Pinocho vivió y trabajó en España entre 1962 y 1965, Aguilé se radicó aquí en 1963. Pinocho murió en Buenos Aires el último 8 de octubre, meses después de cumplir los 83 años; Aguilé, diez años menor, fallecía dos días más tarde en Madrid.
Muchas veces nuestros destinos, aparentemente antagónicos, están unidos por íntimas e inescrutables coincidencias.

Ilustran fotos de Mariano Vivanco (David Gandhi) y Aníbal Greco; la tercera, de autor anónimo, es un retrato de la actriz italiana Anna Magnani acompañada por su perro.

jueves, octubre 08, 2009

Bochornoso Octubre




Un pequeño loro verde cruza de calle por el aire, sobrevolando mi cabeza. Mientras lo hace grazna, aunque no se con certeza si al ruido que hacen estos loros sudamericanos, similar al chirrido de una puerta con las bisagras sin engrasar, se lo llamará también graznido. Nuestro idioma es tan rico que más de una vez se excede en la especialización.
Por desgracia yo no tengo esa posibilidad loruna de autotraslado aéreo, sino probablemente estaría cruzando otras distancias. Tampoco hago ruido. No es mi costumbre hablar solo cuando voy por la calle y llevo en los pies las silenciosas sandalias MBT que he usado durante casi todo este tórrido e interminable verano. Son realmente fantásticas: te obligan a caminar levantando los pies como si bailaras sardanas.
También las llevaba el otro día, cuando bastante aburrido, ni verde ni alado, estaba paseando por el Paseo de Gracia en un miércoles de octubre carente de cualquier gracia especial.
Habían vuelto a colocar los stands de la Feria del libro viejo y de ocasión. Como lo hacen cada año para esta misma fecha. Muchos de los libros que se encuentran en ella suelen ser también los mismos de siempre. Viejos y de ocasión. Es que cuando una cosa no se vende, no hay caso, no se vende.
Lo comprobé con algunos productos, pocos por suerte, en los tiempos de Dadá, nuestra pequeña tienda de Ibiza, y creo que a partir de allí puedo generalizarlo sin temor a equivocarme demasiado.
Si algo no tiene interés para los potenciales clientes, es inútil que trates de vendérselo barato. Ni siquiera lo querrán regalado. Da lo mismo que se trate de una camisa de buen diseño, confeccionada con una tela floreada en colores estridentes comprada con gran ilusión en una sedería de Rio de Janeiro, que de un libro sobre poesía del siglo trece u otro sobre alguna teoría conspirativa comunista para el amordazamiento y desaparición inmediata del signore Berlusconi.
Si algo no cuela, no cuela ni con un chino cibernético de última generación.

Al principio de los tiempos, cuando recién había llegado a Barcelona, me ilusionaba pasearme por esta feria esperando tropezar con alguna inesperada maravilla como aquellas que a veces se encontraban en las librerías de viejo de Buenos Aires. Una preciosa edición paradojalmente roja de La esfera negra de Gustav Meyrink, por ejemplo, o algún volumen del Séptimo Circulo, la nutrida, extensa, nada prejuiciosa colección de novelas policiales creada y dirigida a mediados de 1940 por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Son otros tiempos y es otra economía. Aquí el que compra buenos libros se los guarda, y cuando hallas alguno de mucho interés resulta que está firmado y fechado al menos en 1934, por lo que debes suponer que el dueño ya se ha muerto y los herederos, si los tenía, se han desprendido alegremente de todas las pertenencias del finado. Esto a mí, quieras que no, me produce cierto resquemor insuperable al que no sé ponerle un nombre demasiado preciso. De cualquier manera, y a pesar de mis ironías, en estas ferias siempre encuentras algo de interés. Este año volví a casa con varios libros de artes gráficas y la réplica tamaño Barbie del "operístico" vestido rojo de Julia Roberts en Pretty Woman. Una verdadera joya por la que pagué tan sólo dos miserables euros.


ÚLTIMO MOMENTO: Mientras escribo este post sobre loros, ferias y libros viejos, me llega un email en el que el señor y la señora Taschen anuncian la aparición de un facsímil de JAZZ (1947), los tan sencillos como deslumbrantes recortes-collage realizados por un ya muy anciano Henry Matisse en 1943.
¿Es una casualidad? Tengo una edición alemana (R.Piper & Co., Munich 1957)


en tamaño de bolsillo y comprada de segunda mano, que he arrastrado durante todas mis mudanzas de los últimos 35 años. Pondré una foto para que podáis verla... y telefonearé mañana mismo a los representantes de Taschen en Madrid para que me envíen un ejemplar de esta nueva edición a casa.
De aquí a un mes cumplo años y no encontraré ningún regalo mejor para hacerme a mí mismo. Estoy absolutamente convencido de ello. Casi tanto como que este nefasto día de hoy, pesado y bochornoso en más de un sentido, fatídicamente señalado por corrupciones y muertes -entre otras más mediáticas, la del inconmensurable fotógrafo estadounidense Irving Penn, refinado retratista de sueños y pesadillas- debería dejarme algo en verdad bello y creativo para quitarme las ganas de borrarlo de manera definitiva de todos mis calendarios.

Fotos en blanco y negro: Irving Penn.

martes, octubre 06, 2009

Sería un bólido el fenómeno celeste, dijo el periódico...


Debo confesar que el título de este post está robado del diario La Nación de Buenos Aires.
Lo encuentro simplemente ¡fenomenal! y además viene de perlas (!!!) para este texto que empieza sin rumbo fijo y con impredecible destino.
Temo que la salida infanto-juvenil del domingo pasado haya terminado de estropear mis abolladas neuronas. Y no puedo, ni debo, permitirme arrojar culpas al paisaje circun-Dante.
Me parece casi onírico, que no pesadillesco, caminar por un barrio despojado de historia, de edificios emblemáticos y monumentos de próceres; tal vez algo feito y desangelado, es verdad, pero innegablemente actual, ya que a cualquiera que en el siglo pasado se le hubiera ocurrido perpetrar un horror semejante al de ese parque de tuberías pintadas con esmalte color gris medio -sin intermediación plástica alguna, directamente extraído del bote- lo hubieran condenado de inmediato al ostracismo o al menos al exilio. Por suerte para nosotros, las plantas crecen a su aire apenas se lo permiten, cubriendo con desinteresada piedad la especulativa, arbitraria y desagradable acción de los presuntos paisajistas urbanos.
El encuentro fue a las siete de la tarde en la puerta de los multicines de Diagonal Mar.
Éramos cuatro, como los mosqueteros después de conocer a D'Artagnan. Tres y una, igual que en aquella película de la niña recién nacida y sus tres presuntos padres solterones.
Como programa habíamos elegido la versión doblada al castellano de una película futurista de Bruce Willis. Teníamos claro que al no tratarse de un filme de arte y ensayo, el doblaje no la estropearía demasiado. La voz de Ramón Langa es agradable y suena creíble, si bien a veces su pluriempleo nos confunde haciéndonos pensar que Willis y Kevin Cotsner han intercambiado sus caras de la misma manera en que lo hacían Travolta y Cage en Face/Off.
No es así, por supuesto, aunque los bisturíes planeen sobre la película como si de publicidades muy poco subliminales se tratara. Es que uno tiende a suponer que para rodar Surrogates (Los sustitutos), sus productores vaciaron gimnasios y clínicas de cirugía estética de todo Estados Unidos y sus alrededores. Músculos exuberantes, mejillas relucientes, nalgas y narices respingonas, melenas impecables, todo al por mayor; comprado a bulto, por docenas de docenas. Resulta difícil imaginar que pueda existir tanta perfección modelo Siglo XXI en todo el mundo, casi tanto como pensar que un específico canon de belleza pueda haber producido tal cantidad de frutos al mismo tiempo en un solo Estado de la Unión. Al lado de tanto colágeno impecable, la noble, carismática y bien cuidada madurez de Bruce Willis resulta insultante.
Para valorar este filme recurro a un comentario ajeno extraído de la red: "la encuentro bastante aceptable; cumple de sobra, de principio a fin, su misión como entretenimiento". Agrego además dos apuntes personales: ¿te deja con ganas de comentarla al salir del cine? No especialmente. ¿Te olvidas de ella casi de inmediato? Sí. Estoy casi seguro que después de este comentario comenzaré a olvidarla.
Como la diversión se agradece pero el cine puede ser otra cosa, pocos días después fuí a ver la última de Woody Allen: Si la cosa funciona (Whatever Works).
Tal vez baste con decir que es otra de sus bellas películas neoyorquinas, sobrada de emoción, ingenio, ironía, diálogos sustanciosos y gags de carcajada incontenible. Allen, instalado otra vez en esa Ciudad de los Milagros que quizás sea de verdad, por qué no vamos a creerle, su tan fotogénica y reconocible New York, nos habla nuevamente -aquí de forma directa, dirigiéndose al público que al menos esa noche llenaba la sala- de la importancia de todos esos imponderables que llamamos suerte, fatalidad, destino, y que para él dependen, aunque casi nunca lo explicite abiertamente, de la capacidad que tengamos de aferrarnos a nuestra existencia; de esa profunda convicción sobre que, más allá del libre albedrío que nos permitiría hacerlo, la vida tiene demasiada importancia para decidir acabar con ella, arrojándola en un momento de desesperanzada locura por cualquier ventana. De algo parecido trata Hotel New Hampshire, el libro de John Irving que dirigiera para el cine el siempre interesante Tony Richardson.

Para terminar vuelvo por un momento a Allen.
No es que su última película me haya gustado mucho. Solamente hubiera preferido quedarme a vivir allí mismo, dentro de ella.

viernes, octubre 02, 2009

¡Te tengo, tango!


"Tango, tango, sólo se que al evocarte se me pianta un lagrimón..."
No es mi caso, lo juro. Me gusta el buen tango -y en este casillero incluyo a todo el tango que me gusta, por supuesto- sin embargo no suelo llorar cada vez que escucho Volver, La cumparsita, Maquillaje o la Milonga Triste de Homero Manzi.
Alguien dijo alguna vez que el tango es un pensamiento triste que se baila. Algún otro -vaya a saber por qué razón, más resentido- que era el lamento de un cornudo. Puede que sea así, aunque deberán reconocer que hay pocos cornudos en el mundo con tanta capacidad poética como la que despliegan los grandes letristas del tango:
Ya sé, no me digás, tenés razón: la vida es una herida absurda;
Y estas notas que nacieron por tu amor, al final son un silicio que abre heridas de una historia;
Sur, paredón y después, sur, una luz de almacén, ya nunca te veré como te viera, recostado en la vidriera y esperándome;
Fuí un gil porque creí que me inventé el amor, un gil que alzó un tomate y lo creyo una flor;
Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando, su boca que era mía ya no me besa más;
Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir;
He llegado hasta tu casa, yo no sé cómo he podido, al llegar hasta el umbral, un candado de dolor me detuvo el corazón;
Venías por el sendero, delantal y trenzas sueltas, castigo me dió tu mano pero más me dió tu ausencia;
Vuelvo vencido a la casita de mis viejos, cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria: los veinte abriles me llevaron lejos, locuras juveniles, la falta de consejo...

No creo que haga falta seguir. Son frases de tango que llevo prendidas a mi memoria desde que era un pibe rockero al que no le gustaba para nada el tango. El tango es pura ideología, desde ya. Y no precisamente optimista. Abandono, decepción, miseria, engaño, deslealtad, amores imposibles, enfermedad, tristeza. Los condimentos que nunca faltan en la mesa de un pobre. Si no tienen algún disco de tango en casa, pasen un rato por You Tube o visiten Todo Tango y presten atención a las letras. Entenderán mejor de qué estamos hechos muchos argentinos... y también por qué los anglosajones nos vendieron con tanta facilidad un cielo lejano, irisado y con diamantes.
Jorge Luis Borges aseguraba aborrecer el tango canción. Le parecía que la inclusión de la letra cantada había destruído la esencia más pura del tango. Ironías del destino, burlas del tiempo que siempre acaba por modelarnos a su antojo, casi al final de su vida el mismo Borges permitió que compositores jóvenes pusieran música a varios de sus poemas e inclusive llegó a escribir alguno especialmente para ser cantado.
Al final todos somos Edipo: pretendiendo escapar del augurio siniestro, terminamos cayendo en él de la forma más ciega.

Ayer los Hombres Sabios de la Unesco han declarado al tango Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y Liliana Sáez, de Kinéphilos, dedicó un post a esa noticia. Para ilustrarla usó a los deslumbrantes hermanos Macana, y yo, que no los conocía, caí como un chorlito en la trampa de su fascinante desparpajo.
Así, entre hombres, se bailó el tango en sus principios, cuando ni siquiera las putas extranjeras, más sabias en la danza cuerpo a cuerpo, habían llegado al tan aleonado como poco feroz Río de la Plata.

Posdata: coincidiendo con este reconocimiento de la Unesco, un libro barcelonés con mi pequeña, mínima, aportación al tango. En amorimás (pulsar), mi otro blog, aquí al lado.

Posdata 2: ha muerto Mercedes, la negra, Sosa.
Un adiós sin palabras, o, aún mejor, a través de su voz.




Y aquí, con imágenes de mi amigo Maxime Ruiz: