Vamos a comer con Marcial Souto y Elvio Gandolfo al restaurante del Club Eros. Una asociación barrial, sin duda, aunque resulta que al barrio donde está ubicado, Palermo, le han crecido glamures y sofisticaciones varias, convirtiendo al Eros en un exotismo de otra época, atracción de turistas ansiosos e intelectuales melancólicos con deseos de experimentar nuevas, viejas, inclasificables sensaciones.
"Automático", dice el camarero -eficiente, alto, moreno, irónico- cuando le pedimos la cuenta. Un momento antes Elvio había anunciado su retirada del lugar y el mismo mozo, al oírlo, había dicho: "Haga nomás".
De la misma manera que los boys scouts aseguran permanecer "siempre listos", los porteños parecen estar siempre atentos a la palabra ajena.
La aprobación de la Ley de Igualdad para matrimonios gays, envuelve a Buenos Aires en un clima de discusión constante, aunque sin demasiada acritud manifiesta. Homófobos y
gay-friendly people sacan a relucir sus argumentos en pro y contra de las supuestas minorías sexuales y estas se manifiestan saliendo del armario para subir a los escenarios. Una ciudad tan teatral como Buenos Aires no podía pasar por alto la dramatización de un tema que seguramente cambiará la forma de ser y sentir de toda la población.
Auténtico, en el Teatro La comedia, cinco personajes en busca de su propia identidad sexual, es buena prueba de ello.
"Te llevo bajo mi piel", confiesa sin ningún pudor una canción del inconmensurable Cole Porter. Irónio, snob, amigo de todo tipo de equívocos divertidos y, en primer lugar y sobre todo, de las sugerencias eróticas y los brillantes juegos de palabras, no se puede saber con certeza si el autor de gran parte de los standars clásicos de muchos
jazz singers del siglo pasado, estaba hablando de su propia piel o de alguno de sus espléndidos abrigos de marta cibellina, zorro o visón.
Más allá de esta poco descifrable incertidumbre, podría asegurar sin temor a equivocarme que el autor de
Kiss me Kate no estaba refiriéndose a ningún tatuaje superficial, epidérmico. Por aquellos años estos eran una señal inequívoca de la pertenencia a estratos sociales de poca enjundia; el adorno-estandarte de marineros, legionarios o hampones, todos ellos considerados personajes de baja estofa por los allegados al elitista Cole Porter.
El viernes pasado, otro
Tatuaje muy distinto reunió en el Teatro Presidente Alvear de la calle Corrientes a algunas de las flores más representativas de la nutritiva y siempre bien montada nata teatral porteña. Invitado por el autor y crítico teatral Néstor Tirri, asistí ilusionado por el tema de la obra -la relación de Evita Perón con el cantante Miguel de Molina- sin pensar siquiera que además me encontraría a muchos conocidos y amigos de otra época.
El designer Marcial Berro al grito de "¡Dante Bertini! ¡Estás divino!" -y desde ya pido perdón por esta vanidosa oda a mí mismo- abrió el turno de reencuentros. Renata y Jorge Shussheim, Lia Jelin, Marta Minujin, Claudio Segovia y la por siempre inalterable Felisa Pinto, intentaron confundirse conmigo -¿es que algo así sería posible?- en cariñosos abrazos de bienvenida. Muchas otras caras parcialmente reconocibles, escondidas detrás de cirugías e implantes varios, se paseaban por el hall de entrada y una gloria del radioteatro, Hilda Bernard, pasó poco después cerca de mi butaca. Se mostraba tan alta y distante como siempre, protegiendo con una gruesa bufanda de color rojo la portentosa expresividad de su voz.
Se apagaron las luces y sobre el escenario apareció una luminosa, majestuosa, irrepetible Eva Perón y un triplicado Miguel de Molina, que, apenas ocultos por los seudónimos de Miguelito Maravillas y Eva del Sur, nos narraron sus historias íntimas sin desdeñar datos históricos ni detalles escabrosos. Posiblemente sea el mejor texto de Alfredo Rodríguez Arias, también autor de la puesta en escena, quien ha sabido adaptar a su habitual estética hierático-glamourosa, todos los quiebres, entre pícaros y chabacanos de la revista porteña tradicional. Voces portentosas las de los nuevos actores argentinos, capaces de afrontar con talentosa personalidad géneros tan distintos como la copla, el bolero, el jazz o el tango. Me atrevo a generalizar porque tres días después, la noche del lunes en la librería-concert
Clásica y Moderna de Natu Poblet, pude ver Karrousel, un recital de Alejandra Perlusky con canciones alemanes de entre guerras en versión bilingüe y la sorprendente y sorpresiva colaboración de un
simio de gloriosos antecedentes(King-Kong, Cabaret, von Sternberg-Dietrich): el no menos espléndido Diego Bros.
A pesar del día y la crisis, las mesas estaban llenas de un público respetuoso que en ningún momento hizo sonar los cubiertos de su cena, supo escuchar siempre con mucha atención y finalmente aplaudió con auténticas ganas.
A pesar de los consejos de algunos amigos bienintencionados, decido trasladarme por la ciudad y sus alrededores en transporte público. Veo rostros fatigados, gente que aprovecha los minutos de viaje para echar una siesta, mucha ropa deportiva, casi ninguna joya. La gente va en lo suyo, ensimismada y seria.
No se debería confundir la pobreza con la delincuencia, aunque ambas abunden.
Vemos
Origen (Inception), de Christopher Nolan, con Leonardo DiCaprio y una deslucida, desnortada, desaprovechada Marion Cotillard. Quisiera ser suficientemente expresivo al calificar esta insoportable tortura de casi tres horas de duración.
¿Les resultaría muy duro si escribo
¡vaya mierda! ?
Nunca antes, ni en un congreso de psicólogos acelerados, había escuchado tantas veces la palabra subconsciente. Si esto existiera realmente, el mío hubiera quedado bastante maltrecho después de semejante ataque de estupidez seudo psicológica envuelta en efectos especiales, persecuciones al estilo Bond y homenajes a
El mito de Bourne y
Matrix.
Cumpleaños de cuarenta en casa de Fabián G. Más de cien personas festejan sin gritos ni desórdenes entre bocaditos caseros y cócteles exóticos. Sucedió en el barrio de San Telmo, cerca de donde estaba la casa que abandoné para irme a Europa. Enfrente del lugar donde nos reunimos hay un bar que se llama La Poesía. Así, con mayúsculas.
Una ciudad literaria y surreal, Buenos Aires. Aquí una farmacia puede anunciar ABIERTO, aclarando debajo: Toque el timbre, y un importante Restaurante Mexicano proclamar con grandes letras que su entrada principal está en Guatemala.
Iustran fotos de Dante Bertini (carteles, grafitis, imagen de Tatuaje y otra de Auténtico, placa de Eros, tiendas y escaparates)