En julio de 2011 envié este texto a la editorial de Parafilias, Traspiés, que me había invitado a colaborar en su volumen número dos. Las consignas eran claras: un número determinado de líneas y la descripción de una parafilia, fuera ésta inventada o ya existente. Opté por la primera opción a partir de un juego de palabras que encontré sugerente: Clorofilia.
Acaba de editarse y me dicen que a partir de ahora puedo hacer con mi texto lo que me plazca.
Aquí va para ustedes, queridos y fantasmales -¿o fantasmagóricos?- visitantes.
Me tranquilizó ver que al irse la abandonaba junto a la puerta.
Iluso, ilusionado, imaginé un gesto amable de su parte; un final elegante para una relación que se estaba convirtiendo en un auténtico calvario.
Su odio empezó el día en que me descubrió abrazándola y con uno de aquellos apéndices jóvenes, apetitosos, introducidos en mi boca.
Intentó matarnos con un único, definitivo golpe de su bate de béisbol. Por suerte la carambola le falló: pude esquivar aquel ataque, pero el tiesto de cerámica se hizo añicos contra el suelo.
Seguramente la hubiera dejado morir allí, fuera de su vital elemento. Fui yo quien volvió a plantar las raíces en la tierra, dentro de un tarro de cocina que ofició de maceta.
Ahora compruebo que a último momento decidió llevársela.
Consuela un poco saber que pese a todos mis esfuerzos siempre se mantuvo algo distante.
Mañana mismo me compraré una hiedra.
La primera versión, anterior al recorte que le hice por exigencias de la convocatoria editorial, es la siguiente.
CLOROFILIA
Me tranquilizó ver que se iba dejándola allí mismo, en el lugar donde habitualmente solíamos ponerla.
Iluso, ilusionado, imaginé que como estaba llevándose mucho más de lo que había traído cuando llegó a casa -aquel lejano día sólo arrastraba una pequeña maleta con ruedas y al irse precisó una camioneta para cargar todas sus cosas- pensé, digo, que tendría la delicadeza de dejármela.
Un gesto amable de su parte para poner punto final a una relación que en los últimos meses se estaba convirtiendo en un auténtico calvario.
Yo había resistido durante varias semanas a aquellos llamados de atención en forma de mensajes verdebrados –sí, digo bien: verdebrados- , de forma acorazonada y superficie silenciosa. Ella los dejaba caer a mi paso con un ligero temblor que ponía al descubierto un más que sensible interés por mi persona. Mensajes en verde, sin palabra alguna escrita encima. Pobrecita... No se atrevía a decirme nada, consciente de su difícil situación de forzada huésped, fatalmente condenada a aceptar lo que cualquiera de nosotros dos decidiera hacer con ella.
Mi mujer no pudo soportar los celos, lo sé, y aunque ahora ella diga que huyó de mi sádica indiferencia, seguiré pensando que tanto odio hacia mi comenzó el mismo día en que me descubrió abrazándola sobre la cama matrimonial y con uno de aquellos apéndices jóvenes y apetitosos introducidos en mi boca. Aunque nadie lo crea, aquel infausto día mi mujer intentó matarme. Y no sólo eso: pretendió ahorrarse esfuerzos matándola también a ella con un único y definitivo movimiento.
Por suerte la carambola le falló: yo alcancé a esquivar el golpe, aunque no pude evitar que el tiesto de cerámica blanca se hiciera añicos sobre la odiosa cabecera de madera y bronce.
Supongo que ella la hubiera dejado morir allí, desparramada y sucia, fuera de su vital elemento. Fui yo el que la recogió, podó sus ramas rotas y volvió a plantar sus raíces en la tierra, dentro de un tarro de cocina que, a falta de otra cosa, ofició de maceta.
Ahora veo que finalmente se la ha llevado.
Me consuelo pensando que a pesar de mis esfuerzos, Benjamina fue siempre algo distante.
Mañana mismo me compraré una hiedra.
DANTE BERTINI
Junio 2011
[image: In Motion: Of Us]In Motion: Of Us
Connecting ancestral legacies and the thread between body and memory, Liara
Barussi directs and choreographs sh...
Hace 2 días