jueves, febrero 28, 2008

¡No quiero ser una estrella! (cuarta y ¿última? entrega)

(para Pilar, con año recién cumplido)
Abrió la nevera y se dirigió directamente al congelador. Allí, tras varios envases plásticos con tapas semitransparentes que albergaban diversas salsas para los tallarines, pequeños trozos de tarta de alguna fruta de estación y otros de de tortillas de diferentes vegetales, sobras de purés, macedonia y sopas de colorida apariencia, todo un surtido variopinto de restos que después de un tiempo considerable de hibernación irían a parar sin la más mínima piedad al cubo de la basura, estaban los papelitos arrugados conteniendo los nombres de todos aquellos que habían osado menospreciarla, atacarla o simplemente contradecirla en alguna de las cuestiones consideradas esenciales por Amalia López Winocourt.
Llevaba en la mano, apretándolo con fuerza, como si temiera que pudiera cobrar vida y escaparse entre sus dedos, un nuevo papel amarillo estrujado en donde había escrito el nombre de su extravagante compañera de trabajo, la tan insólita como reiterativa Celia Cecilia Etchepareborde. Iba decidida a colocarlo en "el nicho de hielo" -también aquel nombre era creación de la octogenaria vidente serrana- junto a los de todos los otros traidores de su vida. "¡Que se le caiga la lengua! ¡Ojalá que se le caiga!" Nunca iba a perdonarle aquello. ¡Si al menos se lo hubiera dicho cuando estaban solas! ¡Si al menos no hubiera habido dos indeseables testigos de toda aquella ignominia! No era la primera vez que discutían por alguna noticia leída en las numerosas revistas del corazón que la dueña del Moona Lysa compraba para entretener a las clientas, pero nunca aquellas discusiones excedían ciertos límites considerados normales, respetuosos y de buen gusto, por las personas educadas.
-Te estás equivocando, Celia Cecilia. Estoy convencida de que a la princesa le queda mucho mejor el pelo suelto.
-Perdona que te contradiga, Amalia, pero el otro actor, aquel que la acompañaba en la fiesta de los Grammy, parecía muchísimo mejor persona...¡y que pedazo de tío!
-¿Rojo? ¿A tí te parece que se puede llevar un vestido rojo brillante a su edad?
-¡Me dices que no está operada! Querida mía: te estás volviendo ciega... ¡No puedo creer que pienses que esas tetas tan grandes como melones puedan ser naturales!
A la habitualmente parca Amalia le divertían muchísimo aquellas discusiones. Con su madre, la otra cotidiana interlocutora de la improvisada congeladora de lenguas, era imposible polémica alguna. Siempre estaba de acuerdo con todo lo que opinaba su pequeña y adorada hija.
-Es que tú sales más que yo, queridita mía... ¿Qué puede opinar tu pobre madre sobre cosas tan especiales si casi no se mueve de casa?
Amalia terminaba no oyéndola, ya que, como era imposible no sentir el reproche implícito en las palabras de su madre, aquello transformaba lo que debería haber sido una charla superficial, entretenida y sin mayor trascendencia, en un rosario de culpas, quejas y descalificaciones de todo tipo.
Abrió poco a poco los dedos y se quedó mirando la bola de papel amarillo que parecía refulgir sobre la palma de su mano, interrumpiendo las profundas y bien dibujadas líneas del corazón, del amor, de la vida.
-Que no quieres ser una estrella!!! ¿Qué me estás diciendo, pringadilla?
Era como si Celia Cecilia estuviera nuevamente frente a ella, moviendo los labios muy rojos de forma exagerada, articulando minuciosamente cada palabra que decía. Amalia podía reconstruir la escena en su totalidad, desde el mismo momento en que por pura diversión contestó en voz alta la quinta pregunta de un horrible formulario, por el cual, se supone, sabría reconocer al hombre de su vida apenas se cruzara en su camino.
-¿Cómo dices eso, Amalia? Y yo que te tenía por una mujer inteligente. ¿Me quieres decir que pierdes tu tiempo con esta mierda de revistas para ampliar tu mente? ¿O es que acaso lo haces para refinar tu espíritu? No, ya sé. Es una penitencia que junto a la castidad y el rosario cotidiano te ayudará a entrar en la Tierra Prometida. ¡No me hagas reír! ¿De verdad te interesa si la Condesa del Madroño se tira al Duque del Felpudo? Y todas esas putitas mostrándonos los interiores de sus casas sin imaginación ni vida, ¿te parecen verdaderamente imprescindibles? ¿Necesitas saber si Doña Perfecta sigue enamorada del Señor Maravillas? ¿Te ayuda en algo enterarte de los extravagantes caprichos sexuales de ese imbécil presentador de televisión con cara de macaco recién nacido?
Amalia estaba impresionada. Como no sabía qué contestar, contestó lo primero que se le pasó por la cabeza:
-Bueno...Igual que a tí. Tú también te zampas de lo más complacida todas esas revistas que ahora te parecen pura mierda.
-¡Sí, claro, pero lo único que yo quiero ser en esta vida es una gran estrella! ¡La más grande! ¡Quiero conocer gente interesante que diga y haga cosas interesantes! ¡Quiero vestirme maravillosamente bien, de lujo, con ropa cara y de la mejor calidad! ¡Olvidarme de las fibras sintéticas! ¡Que la lana sea lana y la seda seda! ¿Te crees que soy feliz tomando el metro cada mañana y cada tarde, rodeada de gente como yo, harta de hacer lo mismo cada día? ¡No, decididamente no! Yo quiero viajar en mi avión privado a una isla donde me esté esperando una preciosa casa junto al mar, con sombrillas y reposeras de bambú, cortinas blancas movidas por una suave brisa y una mesa servida con todo tipo de manjares. Y que al llegar me llamen por mi nombre, respetuosamente. No miro estas revistas para salir de mí, no curioseo en sus esplendorosas vidas para olvidarme por un rato de la mía, tan simple y repetitiva. No los admiro en absoluto: solamente los envidio... Trato de conocer ese secreto milagroso, ese embrujo mágico que puede convertirme en uno más de ellos. ¡Yo sí quiero ser una estrella, brillar más que ninguna! Y no pongas esa cara de incredulidad. Si al menos no lo sueño, jamás, ¿me oyes?, jamás podré conseguirlo.
Montse y Erica, las otras dos peluqueras, andaban por allí, haciendo como que ordenaban botes de suavizante y cajas de tintura. Cuando Amalia vio que se intercambiaban rápidas miradas cargadas de burlona complicidad no quiso oír más:
-¡Vete a la mierda, Cecé! ¿Acaso no te has mirado nunca a un puto espejo? Además de varios cirujanos plásticos, necesitarías al hada madrina de Cenicienta con todos sus pájaros y ratoncitos como ayudantes. ¿Me quieres decir de qué manera te vas a convertir en una estrella mediática, pedazo de idiota?
Celia Cecilia la miró a unos segundos a los ojos y después lanzó una única y amenazadora palabra en forma de pregunta:
-¿Matándote?
(¿continuará?)
ilustra : Audrey Hepburn por Irving Penn

lunes, febrero 25, 2008

Un intermedio antes del gran final del culebrón (estrella de la semana)

porque François Truffaut, esta adorable película, ella, me ayudaron a no sentirme demasiado solo, demasiado especial, casi monstruoso... porque esta canción es preciosa y ella la canta particularmente bien... porque no soy el único a quien le gusta muchísimo... porque internet existe y me permite disfrutarla otra vez con sólo picar sobre su nombre:
para los amantes de las comparaciones, podemos verla muchos años después junto a Vanessa Paradis y meditar sobre las diversas formas de seducción posibles

viernes, febrero 22, 2008

¡No quiero ser una estrella! (tercera entrega)

-Que no quieres ser una estrella!!! ¿Qué me estás diciendo, pringadilla?
Si algo odiaba la joven Amalia López -aún más que las zapatillas de punta o el cocido de callos con garbanzos- eran, sin ninguna duda, los abusos de confianza. Por cosas como esta era tan reacia a entablar amistad con las dependientas de los comercios cercanos y nunca se paraba a conversar, como lo hacía su siempre expansiva madre, con las entrometidas porteras de las casas vecinas. Entablabas relación con la gente del barrio y un día cualquiera, cuando lo único que necesitabas era un pan de molde o media docena de pastas surtidas, Paty, la pecosa desbordada de "La flor del centeno", te despachaba una pregunta desagradable delante de todas las otras clientas:
-¡Qué afortunada Amalia! ¿El rubio alto que te acompañaba ayer era tu primo Juanca o acaso es un noviete nuevo que te has echado?
"Ni lo uno ni lo otro, pedazo de hortera", pensaba en aquellas situaciones Amalia. "Ese rubio alto y fornido que te ha humedecido el chocho es el tipo que va a pagar mi próximo fin de semana en Londres". Sin embargo, como sabía muy bien qué tipo de cosas debía callarse para que la dejaran vivir en paz, Amalia contestaba con un tópico, muy ambivalente, "¡Cómo eres, Patricia!" acompañado de una gran sonrisa, mientras alcanzaba el dinero exacto a la entrometida vendedora y salía apresurada, aunque dignamente, de la tienda.
-Que no quieres ser una estrella!!! ¿Qué me estás diciendo, pringadilla?
"¡Vaya tipa borde, estúpida, insoportable! No hay duda: Celia Cecilia es una grasa, una cutre de lo último. Jamás tendría que haberle hecho saber nada de mi vida." Cada vez que recordaba aquella escena la indignación subía hasta su garganta como un picor alérgico, haciéndola toser hasta el desgarro. Habían tenido que pasar varios meses de convivencia cotidiana, es verdad, pero al fin Celia Cecilia, "la redundante" para Amalia y su madre, había terminado por mostrar la hilacha. Como siempre que se enfrentaba a una situación incómoda, Amalia había preferido callar "haciendo mutis por el foro", según ella misma decía. No soportaba los insultos ni las descalificaciones. Tenía el congelador lleno de bollitos de papel con los nombres de todos los que se atrevían a menospreciarla. Una vieja vidente de la localidad serrana de Mataró Chipá le había transmitido el secreto. "Se les va a enfriar su puta lengua cada vez que te nombren", dijo aquella extraña mujer con acento extranjero, mientras acariciaba delicadamente el collar de una amiga, supuestamente traidora, de Amalia. Esta no preguntó si aquel enfriamiento llegaría hasta la congelación, pero con el paso del tiempo fue comprobando que a ninguno de los amigos y conocidos invitados a su freezer se les caía, o al menos amorataba, la lengua.
-Puede ser que ninguno de ellos haya vuelto a hablar mal de ti, cariñito mío-, dedujo la madre de Amalia, para quien su hija, una mujer robusta de casi treinta años, seguía siendo una niña. Amalia le había pedido opinión en uno de sus recreos del trabajo, pensando que tal vez, sólo por más vieja, tuviera la respuesta adecuada. A ella ni siquiera se le hubiera ocurrido la posibilidad que barajaba su madre. Pensaba que la gente era mala por naturaleza y no existía ningún conjuro con fuerza suficiente como para cambiar aquel rasgo tan característico de los seres humanos. (continuará)
ilustra : Barbie según Byron Lars

miércoles, febrero 20, 2008

¡No quiero ser una estrella! (segunda entrega)

Las cosas siguieron exactamente igual en la vida de Amalia hasta la llegada de una nueva empleada al salón de belleza Moona Lysa. Si las trombas suelen ser de agua, podríamos decir que esta venía directamente de algún río cercano a una tintorería industrial, tal era la sinfonía de colores que arrastraba consigo. Se llamaba, según ella misma dijo, "Celia Cecilia Etchepareborde, encantada". Y, sin dar a Amalia la más mínima posibilidad de presentarse o emitir al menos una interjección que corroborara su presencia en aquel lugar, la nueva añadió: "Soy especialista en tinturas y extensiones y estoy convencida de que esta que hoy comienza será poco más que una breve etapa en mi carrera". Su siguiente frase, lanzada como un proyectil explosivo de considerable envergadura hacia la redondeada, y en ese momento estupefacta, cara de Amalia, fue: "Te lo digo para que no te sientas amenazada. No vine a quitarte el puesto. Soy un pájaro de paso y no me interesa hacer nido en un sitio como este... Tengo ambiciones mucho más elevadas." A todo esto Amalia ni había abierto la boca. Seguía impactada por la presencia de la nueva empleada, tanto como para que su discurso fuera poco más que un susurro incomprensible al que ni siquiera podía prestar atención. Si la ropa de Celia Cecilia era inenarrable -una audaz fantasía futurista en negro y grises, con profusión de ojales, hebillas y hombreras-, su peinado entraba en la categoría A de alucinatorio. Un cardado en color fucsia estridente servía de soporte a un sinfín de trenzas multicolores de grosores diferentes que caían por la espalda hasta casi tocar la cintura, de considerable circunferencia y envuelta por tres cinturones distintos: uno de cadena color cobre, otro de falsa piel de leopardo y un tercero de charol negro. "A esta mujer le gustan las reiteraciones", pensó Amalia, mientras, en señal de amistad, le acercaba un paquete de cigarrillos Marlboro a la nueva especialista en tintes. "Gracias querida", dijo la mujer, "te lo agradezco de verdad y entiendo tu buena intención, pero no tengo entre mis futuros proyectos el suicidarme. No sé si lo sabes, pero eso que me estás ofreciendo es puro veneno".
No había sido un comienzo fácil para la relación de las dos mujeres, sin embargo estaban casi obligadas a superarlo para poder entenderse. Trabajar en un espacio como aquél, bastante estrecho y concurrido, no admitía distanciamientos de ningún tipo. Es de suponer que las dos mujeres tuvieron claro que nunca llegarían a ser amigas, así que ni siquiera perdieron tiempo en intentos condenados de antemano al más desolador fracaso. Era mucho más fácil ser cómplices: para ello no hacía falta esforzarse demasiado. Bastaba con reírse del comportamiento y las costumbres de la dueña del Instituto, una mujer sesentona de pocas palabras que se hacía llamar Perla, a pesar de que en todos sus documentos de identidad figuraba como María de las Mercedes Piquer.
"Es tan burra", decía Celia Cecilia, "que no sabe que Mona Lisa se escribe tal cual suena".
Amalia se reía sin contradecirla, aunque sabía muy bien que la realidad era otra. Ella y su madre habían visto como el salón de belleza cambiaba el rótulo luminoso del frente del local a los pocos meses de su inauguración. Amonestada por el Patronato Municipal de las Artes, la falsa Perla se vió obligada a variar la grafía del nombre porque el original que hacía mención a la famosa pintura de Leonardo estaba registrado por una prestigiosa dentista de la zona. (continuará)
ilustra : Barbie Kidman según la revista Radar.

lunes, febrero 18, 2008

¡No quiero ser una estrella!

Desde muy pequeña, Amalita había repudiado los intentos de su madre por convertirla en una estrella de la danza. Odiaba con todo su corazón las zapatillas de media punta, y ni qué decir de las de punta, auténticos instrumentos de tortura para sus delicados pies. Aborrecía también las redecillas en el pelo, las mallas enterizas de tela sintética y los arrepollados tutús rosa que debía llevar en los Festivales Artísticos Integrados de Final de Curso -FAIFICUR, según el algo arbitrario anagrama del evento-, donde, indefectiblemente, a Amalita le tocaba bailar el pas de deux de "El Corsario" junto a su compañera de curso Miryam Esther Zarudiansky, disfrazada año tras año de niña pirata con pretensiones: raso rojo para la camisa deshilachada y el pañuelo anudado en la nuca, terciopelo verde cotorra para los pantalones de pescador bien pegados al cuerpo y un cinturón ancho de cuerina dorada para "hacer efecto". Por suerte para Amalita, una semana antes de empezar su cuarto año de curso, la profesora de Danzas Clásicas y Folklóricas, doña Bebita Lofiego de Seguí, decidió mudarse a otro barrio con más posibilidades en la zona alta de la ciudad, y a la madre de Amalita, Raquel Winocourt de López, le pareció que llevar a la niña hasta el nuevo estudio significaba demasiado esfuerzo y un incremento más que considerable en su ya muy abultada lista de gastos mensuales.
Fue así que Amalita abandonó la danza para siempre y se convirtió en Amalia López, estudiando sin demasiadas ganas las materias exigidas por el Liceo Nº 4 de la calle Rivadavia. Salió de alli convertida en maestra, pero como no había plazas disponibles para los colegios de la Capital y su madre jamás hubiera permitido que se mudara a Curuzú Cuatiá, Corrientes, donde le ofrecían la dirección de un parvulario para infantes de ambos sexos con problemas de integración social, ni siquiera tuvo necesidad de confesar que siempre había odiado a los niños conflictivos y se buscó un empleo como ayudante de peluquería en el Instituto de Belleza Integral Moona Lysa, enfrente mismo de su casa. Allí lavaba cabezas y barría suelos, intentaba convertirse en manicura y aplicaba cremas suavizantes y sprays fijadores a las clientas menos exigentes. No era un trabajo muy pesado. Tenía suficiente tiempo libre como para cambiar algunas palabras con la otras empleadas, generalmente eventuales, cruzarse hasta su casa para tomar un café recién hecho por su madre, o fumar un cigarrillo tras otro en la trastienda, mientras leía sin perderse ni una línea todas las revistas femeninas que la dueña de la peluquería compraba para entretener a la, según sus propias palabras: "distinguida clientela".
Amalia nunca se había parado a pensar si su vida era divertida o no lo era en absoluto, si aquel trabajo le gustaba de verdad o simplemente era una forma como cualquier otra de pagarse algunas necesidades, muy pocos caprichos y, con el plus de las propinas, poder ayudar a su madre, ya viuda, con algunos gastos de la casa. (continuará)
ilustra : la efímera estrella Karen Black en el cartel de Family Plot, último film de Hitchcock.

miércoles, febrero 13, 2008

estrellas de la semana: Spandau Ballet, La Edad de Oro, Paloma Chamorro

Planear por Internet es como abrir un álbum de fotos semioculto, polvoriento, astutamente traspapelado. Un día vuelves a encontrarlo por casualidad, te pones a hojearlo y, sin preaviso alguno, te lanza a la cara un montón de imágenes de tu vida pasada. Con ellas, quieras o no, se desata la siempre acechante, escocedora nostalgia. Un puñado creciente de amigos desaparecidos, aquella camisa que tanto quisiste, ese rincón perdido con una mudanza, todas esas caras sonrientes de destino impreciso, eventuales compañeras de alguna noche en la que creíamos haber tocado el cielo con las manos, están allí, al alcance de tus ojos y de tu partío corazón.
Spandau Ballet* fue un grupo inglés de fines de los setenta con estética mod o new romantic y un repertorio de canciones pegadizas, sin complicaciones. Alguna vez coincidí con ellos en el hamman del club Ahmara de Ibiza. Era invierno y las posibilidades de diversión isleña muy reducidas. Cuando entraron, guapos, altos, muy relajados, pensé que algún día recordaría esta anécdota sin importancia con especial ternura. "Sólo falta que canten", nos dijimos con Jorge, compañero habitual en aquellas jornadas de relajantes sudores. Tuvimos suerte. Lo hizo el solista del grupo, un muchachote moreno, siempre algo excedido de peso, al meterse en la piscina de agua helada. Era una manera elegante, muy profesional, de esconder el shock producido por el repentino, y brutal, cambio de temperatura
Palomo Chamorro, un clon maduro de la Mafalda de Quino, con su misma melena cardada negra y parecida visión de la realidad, tuvo por esos mismos años dos o tres programas de televisión -La realidad inventada, La estación de Perpignan, La edad de oro- en los que intentaba acercar al gran público, para ella siempre minoritario, algunos eventos de calidad artística y varios grupos musicales emergentes. Mientras en toda Europa y Estados Unidos las fotos de Robert Mapplethorpe (ver autorretrato) eran parcialmente censuradas, semiocultas tras bandas adhesivas de color amarillo vergüenza, o directamente descolgadas de las salas de exposición por supuestas ofensas al pudor, Paloma Chamorro (¿por dónde andas, nena?) dedicaba dos largos programas, en prime time y por la segunda cadena, a entrevistar al tan exquisito como rompedor fotógrafo neoyorkino -ya herido de muerte- en su taller vivienda de Manhattan. Sin pelos en la lengua ni velos en la mirada, Paloma preguntaba todo lo que todos queríamos saber sobre la obra de RM (ver autorretrato), al mismo tiempo que la mostraba sin cortes y (a)morosamente, cosa de que nadie perdiera detalles de aquel vendaval de imágenes rescatadas de las miserables catacumbas a las que habían sido condenadas por los nuevos y viejos inquisidores, presumibles guardianes de nuestra inocencia.
Si pican en la dirección siguiente:
http://it.youtube.com/watch?v=YPEsfBCYv8Y
podrán ver y oír a los Spandau Ballet* cantando en directo desde Zaragoza (1983) para el programa La edad de oro de doña Paloma Chamorro. Que les aproveche.
*(La prisión de Spandau fue construida al occidente de Berlín en 1876 como centro penitenciario militar. Los edificios eran de diseño medieval, a modo de fortaleza de ladrillo rojo. Fue proyectada para albergar a 500 prisioneros. Después de la Segunda Guerra Mundial, sirvió para recluir a muchos líderes nazis sentenciados en los Juicios de Nuremberg. El control rotaba cada mes entre una de las cuatro potencias vencedoras: Británicos, Americanos, Franceses y Soviéticos. A partir de 1966, el único prisionero nazi que quedaba era Rudolf Hess, que falleció en prisión el 17 de agosto de 1987. Tras su muerte, las fuerzas británicas decidieron destruir por completo el complejo carcelario para evitar que se convirtiera en un símbolo nazi. El ballet del nombre refiere a la danza de los ahorcados pendiendo de la soga.)
photo : Paloma en su programa.

lunes, febrero 11, 2008

recocido de trapo

(para Begoña M., que acostumbra leerme mientras desayuna...)
-Espero que todo esto aparezca en tu blog la semana que viene...
La dueña de casa ha decidido no cortarse nada, pedir claramente lo que desea. Como ese otro psicoanalista amigo, también lacaniano, que fue a nuestra charla en el Ateneo sobre Psicoanálisis y escritura y al terminar me dijo:
-Como verás he venido a escucharte. Si faltas a mi presentación de esta semana ya nunca más te dirigiré la palabra.
Fuí, por supuesto. No me gusta perder amigos porque sí. Además hubiera ido de cualquier forma, aún sin tiernas amenazas de por medio. A.C. suele presentar personajes e historias interesantes y yo quería enterarme qué cosas nos iba a contar, o recitar, un poeta concreto uruguayo de gira por Barcelona. Aquello terminó con un sácame de aquí estos poemas. Suelo aguantar mientras aguanto, pero en ciertos aspectos me parezco a un personaje de historieta argentino, un secundario de Don Fulgencio -si no se equivoca monsieur Ch.-, al que llamaban Leche Hervida. En un momento dado, ya sobre las diez de la noche, treinta minutos después de la que se había anunciado como hora de cierre, me pareció oportuno preguntar si esta poesía de signos y caligramas era un juego exclusivo para entendidos, una poesía sólo accesible a otros iniciados en esa disciplina, equivalente al teatro pobre del polaco Jerzy Grotowski, que en los años sesenta del siglo pasado revolucionaba a las vanguardias dramáticas de Buenos Aires con su consigna de "el teatro es para los actores". Al poeta-conferenciante rioplatense no le gustó aquella pregunta, aunque no entiendo muy bien por qué. Creo que apenas escuchó mi mención al siglo veinte supuso que yo lo estaba tratando de anticuado y decidió contestarme de mala manera. Como el que escribe estaba en primerísima fila, al lado mismo del poeta-ponente, mi acelerada huída, acompañada de un "Es muy tarde y no estoy dispuesto a aguantar agresiones injustificadas, sobre todo teniendo en cuenta que esto debería haber terminado hace media hora y tengo otra cita prevista para dentro de diez minutos", fue un mutis digno de un escenario más iluminado.
Por suerte, esta ha sido la única nota algo trepi-dante en una semana por demás afectuosa y de variadísimo espectro gastronómico. A saber:
Sábado noche en casa de la psicoanalista cordobesa (de Córdoba, Argentina) E.W.: animada charla, salmón ahumado, ensaladas y tartas de verduras. El postre fue un flan realmente memorable "realizado" por una elegante funcionaria de Hacienda.
Domingo al mediodía: antiguos afectos reencontrados y deliciosas empanadas caseras en casa de la escritora tucumana Marta Belluscio.
Lunes noche, doble conmemoración del año nuevo chino y del cumpleaños de la pequeña V.; esperanzador año de la rata el primero, orgullosa ratita la segunda. Se comió una tradicional y socializante cazuela china: bullente caldo en medio de la mesa del que se van rescatando apenas cocidos los diversos ingredientes -verduras, huesos con carne, pescados, algunos frutos de azufaifo- sumergidos un momento antes en el caldo por los mismos comensales. Algo asustado por aquel exotismo asiático, preferí tallarines chinos con tropezones verdes, aunque pesqué algún trozo de tofu de la cacerola general. Mientras la pequeña V. deslumbraba con su conocimiento del idioma a los jóvenes chinos de ambos sexos que rodeaban las mesas que al mismo tiempo nos rodeaban a nosotros, yo no podía despegar los ojos de los videos musicales exhibidos desde un gran monitor colgado en lo alto de una pared del no excesivamente espacioso salón comedor donde nos habían ubicado. Fuimos ocho a la mesa, un número chulísimo, redondo. Hubo risas a granel y litchis de postre. También mandarinas, según mandan los cánones del festejo mandarín.
Jueves noche: Inauguración de la muestra ARTEcontraGUERRA en la sala El Refugi del Honorable Ayuntamiento de Badalona. Copas de cava, ambiente relajado y algún que otro croque monsieur en un bar cercano.
Viernes noche: mesa de cinco en casa. Conversaciones intimistas y cazuela de pollo con verduras. Profiteroles de nata y chocolate. Yo comí una manzana Fuji, por eso de conservar la línea y no soñar con dinosaurios color malva.
Ayer por la noche, nuevamente sábado:
deliciosa cena en el cálido y elegante tríplex de otros dos buenos amigos psicoanalistas, B.M. y R.R., con la presencia de otra antigua Sonrisa Vertical, la tan afectuosa como giocondesca M.A. Todos hablábamos castellano y/o catalán, menos un señor alemán muy simpático con el que nos entendíamos un poco en francés y otro poco en el lenguaje universal de las señas, tan caro a nuestro actual presidente de gobierno. Foie con membrillo acompañado de ensalada verde, merluza fresca al horno con patatas y lo que para mí fue un auténtico descubrimiento sensual: ¡el recuit de drap! Tantos años en Barcelona y recién este sábado por la noche me enteré de su existencia. Lo traduje inmediatamente como "recocido de trapo", aunque en castellano resulta tan poco apetitoso al oído como ese otro plato cubano-canario al que llaman ropa vieja. No hablaré demasiado de este manjar de ángeles porque temo que se agoten las, según me dijeron, reducidas existencias. Sólo puedo decirles que por una vez desprecié el helado de dulce de leche tan argentino y me dediqué con devoción casi eucarística al exquisito trapo catalán.
Domingo al mediodía: brunch-desayuno con diamantes. Encuentro con tres buenos amigos en Caixa Forum. Como fondo una pequeña y revitalizante instalación (Petra Mrzyk y Jean-Francois Moriceau) con look setentero en blanco y negro, de dibujos rebosantes de ideas y contenido. Una sabrosa guinda para la exposición sobre los Príncipes Etruscos, tan toscanos como mi padre. ¿Quién no quiere una casa diseñada al estilo del palacio principesco etrusco, con su patio central rodeado de porches y columnas? Allí, en alguno de los textos explicativos que guían nuestro peregrinaje por las diferentes salas, se habla de la raíz griega de la palabra simposio (sympósion). Su significado: comer y beber juntos, festín. Tal cual la agorrionada Edith Piaf de mis nostalgias, yo podría cantar aquello de "no, la verdad, no, no me puedo quejar". Esta semana me la he pasado de simposio en simposio.
ilustra : Mrzyk et Moriceau, Untitled, courtesy Air de Paris, Paris, 2004

jueves, febrero 07, 2008

tatuajes

Me gusta caminar por las ciudades solitarias cuando los escaparates tienen las luces apagadas y los maniquíes semejan fantasmas de ellos mismos, sin el brillo glamuroso que les otorga la mirada ajena. Me gusta inquietarme con los ruidos extraños; soportar una presencia que se acerca haciendo sonar sus pasos sobre la acera y contener el deseo de dar vuelta la cabeza para comprobar si ese alguien me está siguiendo. Estirar mi ansiedad hasta el último segundo, mientras fantaseo conque el brazo extraño podría alargarse hasta tocar, golpear, herir de muerte. Esta noche, como tantas otras, voy conmigo a solas. Sin distracciones exteriores, sin intenciones extrañas a las mías; escudado en mi cuerpo, protegido por mi piel. Hoy, como casi cada día, he salido a la calle escapando del clima agobiante de mi dormitorio. La ventana abierta de par en par sólo dejaba entrar oleadas de humedad pringosa, olor a desagües estancados y el ruido insoportable de las ambulancias, abriéndose paso entre alaridos desaforados para transportar a los que ya no quieren aguantar ni un segundo más y, en un último instante decisivo, exageran la dosis de droga o la de medicamentos, se lanzan al vacío como si fuera una piscina olímpica, abren sus venas con un trozo de vidrio o se cuelgan de una viga del techo, imaginándose que tal vez después de muerto puedan encenderse y brillar, como una araña versallesca. Como soy un transeúnte, ni siquiera me preocupan los suicidas rodados, esos que estrellan sus vehículos contra los árboles y las farolas, contra los afilados quitamiedos de metal, contra los otros desgraciados conductores.
En según qué lugar corre alguna brisa leve: podemos fantasear conque aún respiramos. Empiezo a pensarme como el único habitante de la tierra. De pronto se rompe el ensueño. Oigo unos pasos indudablemente femeninos -tacón muy fino de metal, pasos cortos de falda estrecha- viniendo a mi encuentro desde la vuelta de la esquina. Me detengo en un escaparate mirando nada. Quiero verla aparecer, esperarla allí donde estoy. No me interesa tropezar con ella. Un instante después la veo acercarse, marcando el ritmo de sus pasos como si atravesara una pasarela rodeada de admiradores curiosos. Llega envuelta en aromas de perfumes dulces; también en su egocentrismo, en su levedad, en su más que notable tontería. Rubia artificial, de mediocre peluquería de barrio, las largas extensiones bailan sobre el escote pronunciado, acarician ese canal profundo que forman sus senos demasiado grandes, demasiado redondos, demasiado idénticos. No soy quien para asegurar que es una obra de alta cirugía, pero sin embargo me atrevería a decirlo sin demasiado temor a equivocarme. Pasa a mi lado sin siquiera dirigirme una mirada. No pretende ignorarme; ya me ha visto antes. Posiblemente sea una tasadora nata, posiblemente haya aprendido a serlo noche tras noche en la misma calle. Da igual. No encuentra nada de interés en mi persona. Tengo pinta de viandante sin dinero, de turista pobre de fin de semana. Encajo mal el desprecio. Empiezo a seguirla. Llevo suelas de goma. Me veo obligado a arrastrar los pies de forma exagerada para hacer notar que voy tras ella. Puedo oler su intranquilidad a la distancia: el miedo perfuma aún más que sus cosméticos. Dicen que la venganza es un placer de dioses. Me miro de perfil en el cristal oscuro de un escaparate para ver cuánto he cambiado con mi repentino endiosamiento. Otra vez la desilusión llama a mi puerta. El tipo que me mira desde el vidrio es un viejo conocido: sigo siendo yo, el mismo. Ni siquiera me han crecido cuernos de luz, crines de caballo, prietas nalgas de efebo o de doncella. A pesar de ello, mi hipotética víctima recibe el mensaje y gira un poco la cabeza. Ya puedo sentirme satisfecho. He movido ficha, la he convertido en una presa acorralada. En sólo unos segundos, mil fantasmas infantiles se han encarnado en mí, en este oscuro hombre que la sigue. Ahora está siendo ella la que espera el golpe, el ataque artero, la mortal puñalada.
No quiero que el juego llegue demasiado lejos. La miro por última vez y un tatuaje mal hecho asoma entre el cinturón de símil cuero y la blusa corta y estampada. Un vulgar corazón de repostería con dos flechas cruzadas. Giro sobre mis pasos, abandono la persecución.
Dejo que siga buscando al amor de su vida.
photo : dante bertini

martes, febrero 05, 2008

rojo sangre/arte contra guerra

A partir del día siete de febrero, de martes a sábado de 17 a 20.30 horas, en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Badalona. Finaliza el 5 de marzo.
Más información en:


El texto que acompaña mi parte de la exposición (23 pequeños trabajos con técnica mixta), dice:

La guerra es un juego de niños.
No debería ser un juego para los adultos.
De niños jugamos con armas supuestamente inofensivas
que luego, ya mayores, carga con municiones auténticas el diablo que llevamos dentro.
Hasta que un día, ese Otro siempre sospechoso pasa a ser nuestro enemigo.
Diferente color, diferente bandera, diferente lenguaje, diferente religión, diferente ideología. Las diferencias nos enfrentan.
La violencia, que no es juego de niños, nos desangra.
El rojo sangre de los cómics, de las películas, de los disfraces infantiles, rojo de pintura fresca, se convierte en sangre de verdad; sangre no virtual, sangre derramada.
Rojo sangre de los poetas masacrados.
Rojo sangre de los crímenes domésticos.
Rojo en la piel de los animales salvajemente torturados.
Rojo en los restos de las víctimas inocentes.
Rojo de sangre verdadera.
Un color que duele.

sábado, febrero 02, 2008

estrellas de la semana : Pedro y Pablo

A mediados de los setenta, poco antes de que casi todos abandonáramos Argentina, mis amigos más cercanos y yo cantábamos, medio en serio, medio en broma, esta marcha inocentemente reivindicativa. Era una forma algo ingenua de darnos ánimos frente al horror que crecía sin remedio. Más de treinta años después muchas cosas siguen igual. Otras han cambiado, aunque no sé con certeza si ha sido para mejor.
Pongo dos versiones de Youtube. En una podemos ver el poder de convocatoria de Pedro y Pablo en noviembre -mes de mi cumpleaños- del año 1982.
Yo ya estaba en Ibiza, con el corazón y el pelo en absoluta libertad.
Ilustra la cubierta de uno de sus discos con la sombra culpable de un dedo.