Un estúpido y desagradable cura cincuentón, profesor de Historia Universal en el colegio salesiano donde pasé gran parte de mis primeros años de estudiante, solía repetir clase tras clase la misma frase, sintiéndose cada vez más orgulloso de la brillantez y originalidad de su inteligencia:
"La historia es una sucesión de sucesos que se suceden sucesivamente".
Más allá de la memoriosa repetición de aquel sonsonete en este blog, poca cosa debe quedar de aquel tipo grandote y avasallador, un fascista confeso con pronunciado acento del norte de España.
Esta semana, por ese devenir imparable de sucesos que van (con)formando nuestra vida, y a pesar de la anónima
gripe blanca que casi logra que expulse los pulmones por la boca, pude acercarme a dos eventos literario-mundanos con tonalidades argentinas.
Del primero dije alguna cosa que otra en el post anterior; el segundo fue ayer por la tarde y quisiera ocuparme de él antes que los sucesivos sucesos futuros lo traspapelen para siempre en algún oscuro lugar de mi memoria.
Pola Oloixarac (¿un anagrama de Lapo Caracciolo?) presentaba la edición española de su primera y hasta hoy mismo única novela:
Las teorías salvajes.
Buen título, sin duda. Podría habérsele ocurrido al cada día más mediatizado Zizek (el diario Público regala un libro suyo junto a la edición de hoy, sábado 20), también a alguno de esos modernos escritores franceses con apellidos en otro idioma. Hasta tipos como Faulkner o Nabokov no lo hubieran despreciado sin pensárselo primero.
Salvajes es una palabra atractiva que acompaña muy bien, con rítmica elegancia, tanto a las palmeras como a las teorías, otorgando un matiz ambiguo y feroz
a las mismísimas, y por lo general domesticadas, mimosas.
Si el alargado espacio
underground -vulgarmente llamado sótano- de la librería Central del barrio del Rabal, estaba a tope de gente, también la calefacción parecía haber sido elevada al tope mismo de sus posibilidades. A posteriori, y viendo cómo se desarrolló el acto, podría pensar que era parte de una cuidada puesta en escena que preveía el despojamiento por parte de la joven autora de su abrigo negro de lana, recatado escudo de posteriores y turgentes descubrimientos.
El día anterior, preguntado el escritor Fogwill por esta señorita hasta ahora desconocida en España, había elogiado, y en este orden, sus dotes canoras -Lady Kavendish es su otro seudónimo artístico-, el indudable interés del libro que había escrito, su perfil multimedia y, con un ligero cambio en el tono profesoral del discurso, otros perfiles tanto o más desarrollados, según él muy notables, en el físico de la compatriota.
Ayer, mientras el joven autor español Javier Calvo abusaba de los "digamos" casi tanto como de la extensión de su panegírico -entre otros elogios igual de contundentes comparó la
Poloprosa con la siempre certera escritura de papaíto Nabokov-, la autora, ubicada con su silla dos pasos más atrás que el resto de los contertulios -cuatro en total, incluyendo a los dos editores- se mostraba tímida, indecisa, ausente, dulce, esquiva, sonriente, sensual, caprichosa, aniñada y un poquitito sexy, no necesariamente en este orden. Todo muy
Lolita Nabokov, sin duda. En algún momento, aún convaleciente de mi gripe blanca, pensé si la cabeza no se me estaría yendo definitivamente a los cerros de Úbeda, ya que se me mixturaba la presentación del
Pololibro con las que solían ofrecer algunas estrellas del
Festival de Cine Erótico de Barcelona del cual fui jurado durante tres ediciones.
Finalmente llegó el turno de la autora. Después de desprenderse del abrigo dejando en evidencia la vertiginosa hondonada que separaba sus prominentes senos, Pola O' intentó devolver el micrófono a su presentador para que continuara discurseando él:
-Sí, por favor, prefiero que hables tú...me encanta quedarme como estuve hasta ahora, escuchando las cosas que dices de mí...Yo ya escribi el libro, así que no tengo nada que decirles.
Esperé unos segundos y cuando se hizo evidente que frente a una declaración de tal contundencia por parte de la autora nadie se atrevería a agregar absolutamente nada más, lancé mi primera pregunta:
-Me gustaría saber si la Argentina, o la Buenos Aires que tú vives, se parece a esa tan mítica, tan culta, tan misteriosa y elogiable, de la que nos habló el presentador de tu obra.
Éste, que confesó no haber estado nunca ni siquiera cerca del Río de la Plata, se había deshecho en elogios sobre el país y su gente, retratando una Argentina donde todos parecían egresados de una licenciatura superior de filosofías y letras. Un país mítico que aparentemente prestaba más atención a un match verbal entre Sábato y Borges que a un enfrentamiento deportivo entre Boca y River.
Tuve que matizar la pregunta varias veces. Era evidente que la señorita Pola no entendía lo que le estaba diciendo y su incomprensible incomprensión se traducía en quejiditos, movimientos de manos y cabeza y la repetición letánica de algunas frases entrecortadas del tipo:
"no entiendo, no sé de qué me está hablando, qué tendrá que ver esto conmigo".
Cuando me di por vencido, cambié la pregunta por una confidencia:
-Ayer Fogwill habló muy bien de ti. Dice que tu libro le resultó interesante, que cantas bien y que además estás muy buena...
-¿Fogwill dijo eso? Lo de cantar fue en un momento, no tiene importancia...Soy soprano y canto Mozart en mi casa, pero ese video de YouTube...¡Qué gracioso! Él es muy viejo... podría morirse en cualquier momento.
-También nos confesó que había escrito
Los pichiciegos en tres o cuatro días. ¿Cuánto tardaste vos en escribir tu novela?
-¿Yo?...Tres años...
-Se dijo que sóis una generación de parricidas, que estáis decididos a acabar con los escritores argentinos clásicos, los más reconocidos fuera del país. ¿Es eso así?
-¿Los anteriores...? ¿Quiénes, Borges?
Asiento con la cabeza mientras digo:
-Por ejemplo...
-Para mí Borges es como una abuelita, no me molesta...
Poco después mira a su editora y, volviendo nuevamente la vista hacia el público, nos suelta:
-¡Cómo preguntan aquí! En Argentina nadie pregunta nada.
¿Tanto ha cambiado mi país de origen? ¿Ustedes se lo creen? Yo no, en absoluto.
De cualquier forma se da por terminada la conferencia de prensa y los que han comprado el libro se acercan a la mesa para que la señorita Pola se los autografíe.
Ella saca del bolso un lápiz de labios color rojo oscuro y, antes de estampar su firma, deja la marca de un beso sobre la primera página.
Me dirijo hacia la puerta esperando poder salir de allí cuanto antes, sin atascos ni complicaciones. Temo un efecto
Angel Exterminador y además mi cabeza es un hervidero de preguntas sin respuesta.
¿Habré sido abducido por las fuerzas demoníacas del ya desaparecido
Festival de Cine Erótico de Barcelona o todo esto es un capítulo especial de
Gran Hermano XX y de un momento a otro aparecerá Mercedes Milá anunciando que tuvimos la suerte de presenciar un experimento sociológico de alcance planetario?
Las teorías salvajes descansan al lado de mi cama. He leído solamente un capítulo. Todavía no entendí de qué va, pero parece estar muy bien escrito.
Esto es una recreación -no demasiado libre aunque tampoco demasiado exhaustiva- de lo que me cuenta la memoria. Como ella acostumbra ser artera y discriminatoria y yo no acostumbro tomar notas ni hago grabaciones de ningún tipo, que nadie me acuse de no ser imparcial. Ni siquiera he pretendido serlo. No olviden que otra de mis ocupaciones ha sido durante años la caricatura.
En las imágenes: la autora, el presentador, el editor.
En la última foto (para los descreídos) Pola firma un libro en el que un momento antes ha estampado su huella labial. Muy cerca, envuelto en su caparazón negra, el lápiz de labios rojo pasión.
Posdata: Marina, mamá Chinchilla, Reina de las Aguas, me ofrece un premio junto a otros seis bloggers amigos. Pide a cambio siete secretos confesables y de esos ya no me queda ninguno. Un beso y muchas gracias, cariño.