miércoles, marzo 31, 2010

Ricky no quiere a Lucy


Lejos de mí está poner el grito en el cielo porque las cadenas de televisión españolas están llenas de programas vengonzosos.
Primero, porque piensen bien la frase hecha que inicia este post, y que, al igual que tantas otras, suele usarse con absoluta naturalidad, como si poner un grito en el cielo fuera algo de verdad posible, al alcance de cualquiera.
Segundo, porque esperar que la televisión sea un vehículo de buenas costumbres, cultura y/o información seria, concienzuda, alejada de toda manipulación, es como creer que alguien va a tener en cuenta la opinión de los habitantes de Barcelona para hacer con la Diagonal lo que decidieron hacer desde el mismo momento en que pensaron lo superchachi que sería modificarla.
Además, si la Comunidad de Madrid llevó a cabo obras faraónicas a pesar de las furibundas críticas de una más que encabritada oposición, ¿los barceloneses vamos a ser menos, arrastrando nuestra autoestima por el fango como si fuéramos miserables esclavos nubios?
Vamos al grano...
(Otra frase hecha ¿De qué grano estoy hablando? No fumo ni bebo, suelo comer sano. Jamás tengo esas cosas, no al menos en la cara.)
Me lío demasiado. Resulta que Ricky "el adorable" Martin, ha decidido agradecer a no importa quien sea el culpable, su ahora abierta, pública, declarada homosexualidad. No quiere seguir ocultando algo tan esencial en su vida. Se lo debe a sus hijos, ha dicho. Son dos varones y fueron concebidos mediante una madre de alquiler y sin fornicación directa, algo que tampoco ocultó en su momento.
Mi vecino electricista se mostraba muy contento con la noticia: supone que es una puñalada artera a la pútrida prensa del corazón, ya que Ricky lo anunció a través de su blog, no por medio de revistas o programas "de investigación".
-¡Los ha jodido bien jodidos! -dice mi eléctrico vecino, mientras me cobra cincuenta euros por el adaptador que multiplicará nuestras domésticas adicciones por cuarenta.-¡Si todos los famosos hicieran lo mismo, vamos a ver qué pondrían estos asquerosos en sus revistas!
No quiero sabotear su inocencia diciéndole que las posibilidades de invención de las mentes malvadas no tiene límites.
Juro que no lo necesitaba, pero esa misma tarde, pocas horas después de la visita a mi proveedor de artilugios eléctricos, aquella idea que consideré nociva para su inocencia era corroborada por un canal, un programa y un grupo de personajes a los que prefiero no nombrar en este espacio.


Como se celebraba el Día del Teatro y los actores se reunían para festejarlo y festejarse, una preguntona del programa de marras(?)se acercó hasta la fiesta para contribuir, jodiéndolos, con tanto jolgorio.
Carlos Bardem andaba por allí y la tipa, descarada, aunque con mucha cara, le acercó el micrófono:
-¿Qué piensa de que Ricky Martin se haya declarado homosexual?
Bardem, Carlos, no pensó demasiado para contestarle:
-Oye, ¿qué tiene que ver esta pregunta con la fiesta del Día del Teatro? Entiendo que estáis trabajando y todo eso, ¿pero no podríais buscaron una profesión menos dañina, menos vergonzosa..? ¿Algo como traficante de armas?
En el plató del programa había unos diez "periodistas" especializados. Lo menos que le dijeron a Bardem fue payaso. No llegaron a cagarse en sus muertos abiertamente, pero de alguna manera sí lo hicieron sobre su santa madre actriz, "la comunista esa que va de democrática y solidaria y después trata mal a todo el personal de los aviones". Habrá que preguntarles su opinión a los chicos de Iberia.

Desde ayer tengo un aparatito más, negro, de plástico, además de dos nuevos mandos a distancia.
Podré contemplar la miseria humana multiplicada por cuarenta.

POSDATA: como es indudable que la gran estrella de esta semana es Ricky, podéis verlo en al menos dos de sus facetas con sólo pulsar -suavemente- sobre su nombre.
Fotos: Ricky Martin y un acompañante on the beach; Desi Arnaz (Ricky Ricardo) y Lucille Ball (Lucy), protagonistas de la mítica serie televisiva I Love Lucy (1951-1957).

domingo, marzo 28, 2010

el Gran Forrester


Un día atroz empieza desde el mismísimo momento en que te levantas y sabes que media hora después estás citado con el dentista, tu dentista. Si además tienes que pasar antes por el banco para cubrir algunos descubiertos imprevistos, no puedes postergar los farragosos, tan repetitivos como innecesarios trámites telefónicos para la colocación de una antena comunitaria en tu condición de -y en este punto más de uno se reirá a carcajadas- "Presidente de la escalera", en ejercicio, de un edificio donde por el momento no vives, y a todo esto le sumas que la noche anterior dormiste por capítulos porque te habías acostado de excelente mal humor a raíz de un desencuentro doméstico, estás autorizado a decir en voz alta ¡vaya vida de mierda!, aún sabiendo la privilegiada situación en que te encuentras con sólo comparar -ya sé que no hay que hacerlo, todos me lo dicen- tus ínfimas molestias con el cúmulo de desgracias, catástrofes y pequeños o grandes desastres que asolan a los demás seres vivientes de este mundo.
Y no es que yo esté deslizándome por la vida, altivo y orgulloso como un cisne en el lago artificial de algún noble viscontiano, pero al menos no soy uno de esos toros destinados a la tortura y la carnicería pública en un espectáculo que algunos suponen de valor artístico, cuando sólo es un cruel, desagradable, rebuscado y maloliente negocio; ni tampoco he sido uno de esos tres tigres (3) a los que un desaprensivo con pretensiones humorísticas dejó abierta la jaula de un Zoo de Agüimes, Gran Canaria; esos mismos felinos a los que la policía municipal, seguramente no enterada de otras posibilidades menos cruentas, abatió a tiros en lugar de sedarlos, tal como suele hacerse en países donde llegan los documentales y los informativos de televisión, las películas extranjeras con animales dentro o simplemente las revistas y periódicos que no retacean información zoológica a sus lectores habituales.
Basta ya. No quiero extenderme con ejemplos descorazonadores. Pretendía que este post fuera optimista, amable, amoroso; alejado de quejas, denuncias, muertos y recordatorios.
Sólo quería contarles que ese día que había empezado mostrándome su cara más oscura, terminó dulcemente, y cómo lo hizo, gracias una vez más, a "la magia del cine".
No se qué cosa tan interesante estuve haciendo durante el año 2.000, pero se me pasó por alto una película de Gus Van Sant, director al que estimo a pesar de sus, para mí, notables errores. Se llama Descubriendo a Forrester(Finding Forrester) y tiene las cuotas justas de originalidad, buena narración, profundidad y engaño que me hacen gozar del cine, permitiéndome descansar -en este caso durante dos horas y quince minutos- de mi mundo habitual, no tan luminoso como el de las pantallas.
¿Les gusta Sean Connery? Pues en este filme no tiene licencia para matar y a pesar de ello está magnífico, tanto como para pasearse por New York en bicicleta y hacer creíble hasta en el más mínimo gesto su condición de escritor famoso alejado del mundo: una versión libre de ese gran mito literario evanescente,
J(erome)D(avid)Salinger.

Si la hubiera visto en su momento, recién comenzado el siglo veintiuno, no hubiese encontrado tan original a la no menos encantadora Gran Torino, ocho años posterior a la de Forrester.
Se podría decir que son amigas íntimas o parientes cercanas: cuñadas bien avenidas, sobrinas de un mismo tío, amantes o primas hermanas. ¿Es posible que nadie lo haya dicho antes, que ningún otro se haya percatado de los notables parecidos existentes entre estas dos películas, ambas con un actor duro, y muy maduro, dentro?
Véanla, si pueden. Déjense llevar por la historia, sonrían y lloren dulcemente, vuelvan a creer en la bondad del ser humano y en la capacidad justiciera del no siempre azaroso destino.
¿Que la vida jamás es así?
No era mi intención enredarme en discusiones estériles...¿pero acaso no sería bueno que al menos cada tanto lo fuera?
(En la foto, Gregory Peck, joven y lector.)



POSDATA: Miroslav me escribe un comentario sobre Descubriendo a Forrester. Allí me dice que la vió como yo, en la tele y casi por casualidad. Gus Van Sant nos regaló a ambos una buena noche, aunque él además tuvo tiempo y ganas de enterarse del nombre del intérprete de la canción que cierra la historia y el filme. Un clásico. Seguramente la conocerán en mil versiones diferentes, pero me atrevo a decir que esta es una de más hermosas y personales que he oído.
Israel Bruddah Iz Kamakawiwo‘ole (20 de mayo de 1959–26 de junio de 1997) fue un popular cantante hawaiano también conocido como Iz. En el video clip que cuelgo a continuación podemos ver algunos momentos de su vida; también sus exequias, populosas, alegres y floridas.

sábado, marzo 27, 2010

memoria soñando

...anoche soñé con Guillermo A.
Iba con su inseparable peto de tirantes de denim azul, una camisa estrecha de manga corta con rayas de varios colores y un sombrero de paja pequeño que parecía salido del atrezzo de un musical de Broadway ambientado en el Caribe. Estaba exactamente igual que cuando yo llegué a Ibiza: flaco, desgarbado, algo patizambo, sin rastro de músculos. El alfeñique de Charles Atlas antes de convertirse en Mister Mundo. Pasó frente a mí mirando hacia adelante y ni siquiera se detuvo a saludarme. Igual no me vió, o tal vez no se permitió verme.
De fondo me pareció divisar el bar Pereyra con su frente en dos o tres colores y sus mesas y sillas de otra época: cutres, metálicas, incómodas. Parecía un telón pintado. En realidad resultaría arriesgado asegurar que no lo fuera.
Los últimos tiempos entre Guillermo y yo fueron difíciles. A medida que él iba convirtiéndose en el muñecote de los neumáticos Michelin en su versión oscura, la distancia entre nosotros crecía más y más, como si aquella inflada musculatura creara un accidentado espacio fronterizo dificultando el acceso a su persona.
Fue uno de los responsables de mi llegada a la mayor de las Pitiusas. Insistió en que lo visitara porque, a pesar del nutrido circo ibicenco de aquella época, se sentía solo, una situación que arrastró a través de muchos años sin pareja ni amantes estables y con escasos, muy pocos amigos; a lo sumo dos verdadera mente cercanos y ambos ubicados a gran distancia de su querida isla.
Tal vez fuera cierto que me necesitara como diseñador-serígrafo, sin embargo podría haber seguido con su negocio de bikinis y prendas semi artesanales de ante o gamuza sin ninguna necesidad de estamparlas con dibujos de mi autoría. Su local en la calle Mayor, la más comercial de Ibiza, era poco más que un estrecho y agobiante pasillo húmedo de paredes encaladas, con el único agregado de una mesa de cocina haciendo las veces de pequeño mostrador y alguna silla típica de madera clara y paja pintada con el brillante color naranja -aunque tal vez fuera violeta, su complementario- de la línea de esmaltes básicos de la marca Titán. En ella Guillermo, o su por entonces socia, Ana Q, se sentaban a esperar a sus adinerados clientes, casi todos alemanes y franceses ansiosos por mostrar sus cuerpos calcinados por el sol de España y apenas cubiertos por unas tiras mínimas de piel con diseño supuestamente ibicenco, "a la sans façon".
Vino a buscarme a Barcelona justo a tiempo para que yo no tomara un vuelo de regreso a Buenos Aires, estragado por la añoranza de esos cien barrios porteños de los que, cuando aún vivía allí, frecuentaba como mucho cuatro.
-¡No podés volverte a la Argentina sin pasar antes por Ibiza. No sabés lo que te estás perdiendo!Cuando estés de nuevo allá no te lo vas a perdonar. ¡No seas tonto! Tenés casa y comida por el tiempo que decidas quedarte, ¿qué perdés intentándolo?
Se lo agradeceré siempre, lo reconozco. Mientras yo me bañaba en el acogedor Mediterráneo, bailaba durante horas en las pistas al aire libre de Amnesia o desayunaba al sol y rodeado de gente preciosa en las terrazas del Montesol, del Maravillas o del bar Cristal de la galería Serra, Argentina pasaba uno de sus períodos más tristes y oscuros. No creo que yo hubiera podido sobrevivir a él como lo hice, si no hubiese aceptado aquella oportuna invitación de los amigos "ibicencos".




Con el paso de los años -algo más de una docena fueron los que compartimos en Ibiza- Guillermo logró convertirse en un santo menor; uno entre los muchos personajes icónicos de aquella superproducida, rutilante, fantasmal, imaginativa, fagocitadora Isla de la Fantasía. Atravesaba con paso pausado las calles del pueblo, siempre algo ausente, distraído por una cortedad de vista que alejaba al mundo exterior del suyo interno. Durante años lo acompañó su perro, un también pesado y torpe basset-hound de mirada lánguida y actitud calcada de la de su dueño: afectuosa, aunque sin llegar a ser jamás demasiado cercana. Alguna vez, todavía en Buenos Aires, Guillermo había sido bailarín de musicales, extra de cine, poco convincente actor de espectáculos infantiles. Aunque nunca perdió sus sueños de estrella, la fascinación por los aplausos, el escenario y las luces, lo verdaderamente suyo era el mar y la playa, la contemplación sin demasiadas espectativas de un horizonte que para él, debido a su extremada miopía, resultaba aún más distante e impreciso.
Nunca hablaba de su pasado y su familia; tampoco sus planes de futuro eran muy claros. Eso sí, siempre estuvo convencido, y lo decía cada vez que le daban la oportunidad de hacerlo, que hubiera preferido ser de raza negra. Se lo veía gozar plenamente, con la pasividad golosa de un bebé que se adormece al sentirse acariciar por las manos maternas, cuando, día tras día y durante todos los meses del año, iba superponiendo el moreno oscuro del bronceado playero a ese más suave, agrisado, que llevaba en la piel desde su nacimiento.
La última vez que nos encontramos no estuvo demasiado simpático ni especialmente acertado. Volvíamos a mi casa de Barcelona después de una revisión médica a la que me había pedido que lo acompañara. Sus deficiencias en los ojos se habían agudizado, y el médico, convencido de encontrarse frente a una madura pareja de hecho, decidió comunicarle, aunque dirigiéndose a mí, que ya no podría seguir yendo a la playa cada día y, sobre todo, que debería abandonar lo antes posible los anabolizantes y las prácticas halterofílicas.
-¡Qué estupidez!-me dijo apenas estuvimos en la calle-. Pienso cuidarme un poco más, pero no voy a dejar de hacer lo único que me interesa en la vida...¡Si yo me siento de puta madre! La otra tarde, cuando salía del entrenamiento, me esperaban R y P...¡pobres! Al día siguiente los compañeros del gimnasio me dijeron que si no fuera por el aspecto envejecido de mis amigos nadie me daría la edad que tengo.
Otro de esos amigos era yo, sin duda; un alfeñique desprovisto de musculatura que nada tenía que hacer junto a un descomunal y broncíneo Mister Universo, salvo aquello que estaba haciendo: llevarle las maletas.
Me enteré de su muerte en Ibiza dos años después de que sus cenizas fueran esparcidas por la isla.
No se si mucha otra gente lo recordará como yo lo recuerdo ahora mismo: joven, esperanzado, solitario, caminando por la playa de Es Cavallet con su torpe y enternecedor perro al lado.

Anoche soñé con él.
Pasaba frente a mí mirando hacia adelante y no se detuvo a saludarme. Igual no me vió...o tal vez ni siquiera se permitió verme.

martes, marzo 23, 2010

el tsunami argentino

Posiblemente influya más el fenómeno Messi que el cambio climático, pero lo cierto es que la última semana llovieron sobre Barcelona unos cuantos escritores argentinos -acicalados, sonrientes, bien dispuestos- para presentar ante los medios sus publicaciones recientes en editoriales españolas.
Son bienvenidos, según parece. Y no importan sus edades ni la densidad de sus currículum, tampoco que sean más o menos comunicativos o atacados de ausencias; altos, bajos, turgentes o tirando a magros, todos se vuelven a su lugar de origen cargados de elogios para sus obras, sus pares y, sobre todo, para ese casi mítico país del que zarparon. Los piropos son tantos, que uno, también nacido allí, por momentos se ve obligado a preguntarse: ¿qué estoy haciendo aquí, tan lejos del paraíso?
Martín Kohan parece tenerlo claro: ese paraíso se ha perdido sin que llegara a existir nunca. Él atribuye la leyenda a factores variados e imprecisos; yo creo que esa melancolía irremediable es herencia de nuestros padres y abuelos inmigrantes, que añoraban todo lo dejado atrás, dotándolo, como es habitual, de características únicas. "Nada más amado que lo que perdi", canta Serrat, y ni siquiera ha nacido en Buenos Aires. Ganador del premio Herralde 2007 con Ciencias morales, Kohan presentaba ahora su nueva novela, Cuentas pendientes, respetando en este título la cantidad de sílabas del anterior, un libro exitoso con varias reediciones. No dijo que lo hubiera hecho por cábala, sin embargo varios de los asistentes a su presentación movimos sutilmente la cabeza convencidos de que en realidad se trataba exactamente de eso.
Si el escritor Fogwill juega de canalla y Pola es una chica sexy, de Martín Kohan podríamos decir que es un tipo con muchísimo texto. Fluído en su discurso, despertó las ganas de diálogo en casi todos los que rodeaban la mesa; algunos sin tocarla, como el también argentino Rodrigo Fresán, que eligió quedarse más atrás y en un ángulo, como el arpa olvidada del poema.
El editor Jorge Herralde (Anagrama) fue el encargado de presentar -orgulloso y con menos discreción que la que emplea habitualmente Guardiola para hablar de su niño de oro, Leonardito Messi- al escritor y su novela. La había leído con mucha atención, era evidente. Recordaba situaciones, nombres y detalles; muchos más de los que, sabio vendedor de libros, hábil manipulador de espectativas, comunicó a los que estábamos escuchando.
Cuando empezó el turno de preguntas se notó de inmediato que el autor sólo necesitaba una cualquiera, algo así como el puntapié inicial, para despacharse a gusto. Sobre los blancos manteles desplegados por la gente de Casa América Catalunya, desfilaron el deseo que lo empuja a escribir, la realidad social y política argentina, los Kirchner y el peronismo, sus maestros literarios, el tango y las inmigraciones, el vermut con platitos en los cafés de siempre y el desgraciado proceso militar con su larga lista de desaparecidos.
-Seguimos sin saber dónde están-, dijo Kohan refiriéndose a estos últimos.
-Muertos, -le dije yo como primera entrada-, ¿dónde van a estar si no están muertos?
Los militares argentinos lanzaron con tal fuerza el eufemismo que ahora esa lubricada mentira se ha convertido en la forma global de esconder las bajas, sobre todo si no son ajenas.
En algún momento de la charla alguien cercano me alcanzó el libro de Kohan y pude mirar atentamente la ilustración de tapa. Un pie de hombre calzado con un clásico zapato de cordones está a punto de cruzar una puerta. Sale de un lugar desconocido que sólo nos muestra un trozo de su suelo, compuesto por pequeñas teselas exagonales de cerámica blanca ya desgastadas por el uso. La foto en blanco y negro es de Horacio Coppola, un clásico de la fotografía argentina, y lleva por título Rivadavia entre Salguero y Medrano, año 1931. Allí, en el número 3819 de la Avenida Rivadavia, estaba situada la casa en que nací -según creo existe todavía, aunque ya no pertenece a mi familia- y exactamente así eran los suelos de los amplios, desangelados, fríos cuartos de baño, al menos mientras yo vivía en ella. Me pareció casi lógico que poco después, cuando Martín Kohan y Herralde confesaron compartida pasión por el fútbol, saliera a relucir, como referente del mejor fútbol de otra época, la alineación histórica de un equipo blaugrana de aquel mismo barrio que fue el mío: San Lorenzo de Almagro.
Atacado arteramente por varios fantasmas del pasado, esa misma noche leí la novela de Kohan. De 177 páginas y veintisiete capítulos, tiene como personaje central a un octogenario que arrastra sus últimos días por un paisaje doméstico tan desolador como su propia vida. Nada le responde ya, todo se le escapa de las manos, pero él igual insiste en quedarse de este lado, aferrándose como puede a los documentales de televisión, a sus tristes rutinas y a sus miserables costumbres.
No es un libro alegre, desde ya, pero como dije antes, Martín Kohan tiene mucho texto y lo despliega sin falsos pudores, con brillantez y ritmo.
Supongo que dentro de nada será película -un magnífico papel para Héctor Alterio- aunque necesariamente tendrán que cambiarle el título: ya hay varias en el mercado que se llaman igual.

Posdata: Es la segunda vez que acudo a uno de estos desayunos literarios y me llama la atención lo poco golosos que son los asistentes a ellos. Las jarras de café se enfriaron sin que nadie se acercara a servirse una taza, los brioches de jamón dulce, mantequilla y queso languidecían en sus platos como si todos los presentes hubieran sido veganos, partidarios convencidos de las excelencias de esa estricta dieta sin componentes animales.
Yo tampoco tomé café, pero comí dos de aquellos bocadillos; lo confieso: no puedo soportar que se desperdicie comida.
Fotos: publicitaria de Messi (Mundo deportivo); retratos de Kohan, Fresán y Herralde, por Bertini.

sábado, marzo 20, 2010

Pola mola porque es pop



Un estúpido y desagradable cura cincuentón, profesor de Historia Universal en el colegio salesiano donde pasé gran parte de mis primeros años de estudiante, solía repetir clase tras clase la misma frase, sintiéndose cada vez más orgulloso de la brillantez y originalidad de su inteligencia:
"La historia es una sucesión de sucesos que se suceden sucesivamente".
Más allá de la memoriosa repetición de aquel sonsonete en este blog, poca cosa debe quedar de aquel tipo grandote y avasallador, un fascista confeso con pronunciado acento del norte de España.
Esta semana, por ese devenir imparable de sucesos que van (con)formando nuestra vida, y a pesar de la anónima gripe blanca que casi logra que expulse los pulmones por la boca, pude acercarme a dos eventos literario-mundanos con tonalidades argentinas.
Del primero dije alguna cosa que otra en el post anterior; el segundo fue ayer por la tarde y quisiera ocuparme de él antes que los sucesivos sucesos futuros lo traspapelen para siempre en algún oscuro lugar de mi memoria.
Pola Oloixarac (¿un anagrama de Lapo Caracciolo?) presentaba la edición española de su primera y hasta hoy mismo única novela: Las teorías salvajes.
Buen título, sin duda. Podría habérsele ocurrido al cada día más mediatizado Zizek (el diario Público regala un libro suyo junto a la edición de hoy, sábado 20), también a alguno de esos modernos escritores franceses con apellidos en otro idioma. Hasta tipos como Faulkner o Nabokov no lo hubieran despreciado sin pensárselo primero.
Salvajes es una palabra atractiva que acompaña muy bien, con rítmica elegancia, tanto a las palmeras como a las teorías, otorgando un matiz ambiguo y feroz a las mismísimas, y por lo general domesticadas, mimosas.
Si el alargado espacio underground -vulgarmente llamado sótano- de la librería Central del barrio del Rabal, estaba a tope de gente, también la calefacción parecía haber sido elevada al tope mismo de sus posibilidades. A posteriori, y viendo cómo se desarrolló el acto, podría pensar que era parte de una cuidada puesta en escena que preveía el despojamiento por parte de la joven autora de su abrigo negro de lana, recatado escudo de posteriores y turgentes descubrimientos.
El día anterior, preguntado el escritor Fogwill por esta señorita hasta ahora desconocida en España, había elogiado, y en este orden, sus dotes canoras -Lady Kavendish es su otro seudónimo artístico-, el indudable interés del libro que había escrito, su perfil multimedia y, con un ligero cambio en el tono profesoral del discurso, otros perfiles tanto o más desarrollados, según él muy notables, en el físico de la compatriota.
Ayer, mientras el joven autor español Javier Calvo abusaba de los "digamos" casi tanto como de la extensión de su panegírico -entre otros elogios igual de contundentes comparó la Poloprosa con la siempre certera escritura de papaíto Nabokov-, la autora, ubicada con su silla dos pasos más atrás que el resto de los contertulios -cuatro en total, incluyendo a los dos editores- se mostraba tímida, indecisa, ausente, dulce, esquiva, sonriente, sensual, caprichosa, aniñada y un poquitito sexy, no necesariamente en este orden. Todo muy Lolita Nabokov, sin duda. En algún momento, aún convaleciente de mi gripe blanca, pensé si la cabeza no se me estaría yendo definitivamente a los cerros de Úbeda, ya que se me mixturaba la presentación del Pololibro con las que solían ofrecer algunas estrellas del Festival de Cine Erótico de Barcelona del cual fui jurado durante tres ediciones.
Finalmente llegó el turno de la autora. Después de desprenderse del abrigo dejando en evidencia la vertiginosa hondonada que separaba sus prominentes senos, Pola O' intentó devolver el micrófono a su presentador para que continuara discurseando él:
-Sí, por favor, prefiero que hables tú...me encanta quedarme como estuve hasta ahora, escuchando las cosas que dices de mí...Yo ya escribi el libro, así que no tengo nada que decirles.
Esperé unos segundos y cuando se hizo evidente que frente a una declaración de tal contundencia por parte de la autora nadie se atrevería a agregar absolutamente nada más, lancé mi primera pregunta:
-Me gustaría saber si la Argentina, o la Buenos Aires que tú vives, se parece a esa tan mítica, tan culta, tan misteriosa y elogiable, de la que nos habló el presentador de tu obra.
Éste, que confesó no haber estado nunca ni siquiera cerca del Río de la Plata, se había deshecho en elogios sobre el país y su gente, retratando una Argentina donde todos parecían egresados de una licenciatura superior de filosofías y letras. Un país mítico que aparentemente prestaba más atención a un match verbal entre Sábato y Borges que a un enfrentamiento deportivo entre Boca y River.
Tuve que matizar la pregunta varias veces. Era evidente que la señorita Pola no entendía lo que le estaba diciendo y su incomprensible incomprensión se traducía en quejiditos, movimientos de manos y cabeza y la repetición letánica de algunas frases entrecortadas del tipo: "no entiendo, no sé de qué me está hablando, qué tendrá que ver esto conmigo".
Cuando me di por vencido, cambié la pregunta por una confidencia:
-Ayer Fogwill habló muy bien de ti. Dice que tu libro le resultó interesante, que cantas bien y que además estás muy buena...
-¿Fogwill dijo eso? Lo de cantar fue en un momento, no tiene importancia...Soy soprano y canto Mozart en mi casa, pero ese video de YouTube...¡Qué gracioso! Él es muy viejo... podría morirse en cualquier momento.
-También nos confesó que había escrito Los pichiciegos en tres o cuatro días. ¿Cuánto tardaste vos en escribir tu novela?
-¿Yo?...Tres años...
-Se dijo que sóis una generación de parricidas, que estáis decididos a acabar con los escritores argentinos clásicos, los más reconocidos fuera del país. ¿Es eso así?
-¿Los anteriores...? ¿Quiénes, Borges?
Asiento con la cabeza mientras digo:
-Por ejemplo...
-Para mí Borges es como una abuelita, no me molesta...
Poco después mira a su editora y, volviendo nuevamente la vista hacia el público, nos suelta:
-¡Cómo preguntan aquí! En Argentina nadie pregunta nada.
¿Tanto ha cambiado mi país de origen? ¿Ustedes se lo creen? Yo no, en absoluto.
De cualquier forma se da por terminada la conferencia de prensa y los que han comprado el libro se acercan a la mesa para que la señorita Pola se los autografíe.
Ella saca del bolso un lápiz de labios color rojo oscuro y, antes de estampar su firma, deja la marca de un beso sobre la primera página.
Me dirijo hacia la puerta esperando poder salir de allí cuanto antes, sin atascos ni complicaciones. Temo un efecto Angel Exterminador y además mi cabeza es un hervidero de preguntas sin respuesta.
¿Habré sido abducido por las fuerzas demoníacas del ya desaparecido Festival de Cine Erótico de Barcelona o todo esto es un capítulo especial de Gran Hermano XX y de un momento a otro aparecerá Mercedes Milá anunciando que tuvimos la suerte de presenciar un experimento sociológico de alcance planetario?

Las teorías salvajes descansan al lado de mi cama. He leído solamente un capítulo. Todavía no entendí de qué va, pero parece estar muy bien escrito.

Esto es una recreación -no demasiado libre aunque tampoco demasiado exhaustiva- de lo que me cuenta la memoria. Como ella acostumbra ser artera y discriminatoria y yo no acostumbro tomar notas ni hago grabaciones de ningún tipo, que nadie me acuse de no ser imparcial. Ni siquiera he pretendido serlo. No olviden que otra de mis ocupaciones ha sido durante años la caricatura.

En las imágenes: la autora, el presentador, el editor.
En la última foto (para los descreídos) Pola firma un libro en el que un momento antes ha estampado su huella labial. Muy cerca, envuelto en su caparazón negra, el lápiz de labios rojo pasión.

Posdata: Marina, mamá Chinchilla, Reina de las Aguas, me ofrece un premio junto a otros seis bloggers amigos. Pide a cambio siete secretos confesables y de esos ya no me queda ninguno. Un beso y muchas gracias, cariño.

miércoles, marzo 17, 2010

poetas y poetas

Si fuera catedrático, me digo, no necesitaría inventarme estas tonterías alrededor del diccionario. Recurriría a mi abundante saber enciclopédico y el texto quedaría inobjetablemente culto, a ser posible con citas de Zizek, Zoroastro o Zaratustra. Pero como no lo soy y la fecha de presentación de ayer por la tarde se me vino encima, acompañando con zafio empecinamiento a la gripe, las toses, el catarro, los malestares nocturnos, el dolor de cabeza -la mía es particularmente grande- y la sensación estúpida de que el tiempo huye y yo, por más que me agote en el esfuerzo, no logro ponerme a su ritmo, inventé a último momento este texto de presentación para la primera sesión de Poetas y Poetas, con Antonio Flórez, Goya Gutiérrez y Dolors Millat.
Hubiera agregado, con la humilde y sana intención de fanfarronear un poquito, que la escasa carilla y media está escrita en muy poco tiempo, pero esta mañana estuve en el desayuno-presentación de los Cuentos Completos (Alfaguara)del escritor argentino Fogwill, y él, un tipo simpático, comunicativo y amante de los golpes de efecto, confesó que su novela de más éxito, Los pichiciegos, la escribió en poco más de tres días. De las treinta y pico de personas que rodeábamos la mesa, una gran mayoría debe haber pensado:
¡Vaya superficialidad la de este argentino! No se ha matado nada.
Lo digo porque las caras siguieron siendo igual de inexpresivas que un momento antes de escuchar aquella confesión tan inusual como desenfadada.
Como ya se habrán percatado nada más empezar a leerme, todo este introito es para justificar la injustificable inclusión en este blog de un escrito destinado a otro espacio: el amplio y acristalado forum de la librería Bertrand de Barcelona. Allí lo leí ayer a pesar de mi disfónica afonía, sirviéndome de los micrófonos y la buena voluntad del medio centenar de asistentes al evento.
Tal vez fuera preferible no enterarse demasiado de lo que dije, pero testarudo que soy, aquí va esto:

Tambaleándome en el vértigo que suele producir todo aquello que no podemos o no queremos entender, perdido en la vastedad de un mundo en constante y acelerado cambio, ajeno a los metamorfoseantes resortes de mi embozado, juguetón, artero inconsciente, cada cierto tiempo me resulta ligeramente tranquilizador recurrir al diccionario, un espacio donde la verdad parece tener salvoconducto de rigurosa, estática, inamovible veracidad.
Visito sus páginas, ahora virtuales, para aclarar algunos términos de uso cotidiano;
palabras que utilizamos con total desparpajo creyendo en su sentido único, universal, absolutamente transferible, y a las que el uso cotidiano va agregando nuevos giros, superpuestos matices de significado que han ido convirtiéndolas, sutil y sibilinamente, en alguna otra cosa.
Si buscamos Poema, por ejemplo, nos encontraremos con dos acepciones bastante diferentes. La primera, nada inquietante, habla de una composición literaria del género poético, pero la segunda nos informa que puede ser también todo aquello que resulte ridículo, dramático o extraño. Para ejemplificarlo, se añade una frase tan deportiva como devastadora:
“Cuando su equipo iba perdiendo, la cara del entrenador era todo un poema”.
¿Y poesía? ¿Cómo define nuestro diccionario a la Poesía?
Ya me hubiera gustado que frente a mi consulta, convertido de improviso en un amoroso oráculo becqueriano, el libro gordo de nuestra lengua me contestara:
¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú.
No ha sucedido, por supuesto.
Para la palabra Poesía el diccionario tiene un puñado de entradas que van desde “manifestación de la belleza o del sentimiento estético a través de la palabra”, a “arte de componer obras que supongan una manifestación de este tipo” o “conjunto de características que producen un profundo sentimiento de belleza y armonía”.
En el extremo opuesto, la definición de Poeta es, de tan escueta, deslumbrantemente lapidaria:
“Autor de versos o de obras poéticas, en especial si está dotado para ello”.
Una nota al pie nos aclara que si bien su femenino es poetisa, se usa poeta como sustantivo de género común, o sea: El poeta, La poeta.
Nunca me ha gustado la palabra poetisa. Aunque me expliquen sus válidas raíces idiomáticas, suena a reducción, a inferioridad, a minusvalía intelectual.
Por eso este pequeño ciclo de lecturas poéticas por sus propios autores se llama de la forma en que se llama, Poetas y Poetas, dejando clara la pluralidad de su contenido sin incidir en lo que, poéticamente hablando, importa menos.

Fotografía de Kertesz, retrato de Fogwill por Bertini.

viernes, marzo 12, 2010

¿orgulloso de mí?

A veces, cuando ves crecer los comentarios o el número de entradas a tus blogs se acrecienta más de lo habitual, te invade un sentimiento de autocomplacencia tan fugaz como el tiempo que tardas en enterarte que el choripán de facebook recibe 348 opiniones en apenas una hora.
Para los visitantes argentinos, este personaje de piel brillante, algo grasosa y muy caliente, acorazado tras dos cachos de pan sin vínculo conocido con mi familia, no tiene secretos. Suelen comérselo en cuanta reunión que se precie, habitualmente acompañado de otras achuras, unos buenos trozos de carne y algunos cuantos bocados, nunca demasiados, de ensalada mixta: tomate, lechuga, cebolla y, con suerte, algún trozo de huevo duro.
El choripán se deja hacer, sumido en ese sabio silencio que le otorga saberse soberano de un reino sin objeciones ni objetores, donde nadie duda de sus bondades y todos quieren aprovecharse de sus virtudes.
Me pregunto si ese mismo sentimiento de autocomplacencia lo experimentarán otros seres aparentemente más animados, que, como el sabroso choripán, están estos días en la boca de todos. Y pienso en los responsables de no encontrar solución alguna para los cortes de luz en varios pueblos de Cataluña, una semana ya a oscuras y tiritando, los pobrecitos; o en Miguel Delibes, fatalmente muerto y finalmente ensalzado popularmente, como si de una folklórica se tratara; o en Claudia Bruni, la presidenta no cantante que se arrima a un músico premiado para ver si se le contagia el doremí; o en todos esos políticos defensores de ellos mismos, que, con muchísima caradurez, viven de decir chorradas huecas, llenas de palabrerío sin contenido.
Últimamente escapo de las malas noticias. Son tantas, que en plan de oscurecerme y temblar como los habitantes de Lloret de Mar, prefiero leer necrológicas, aprendiendo de ellas las diferentes formas post-mortem del reconocimiento humano.
Siempre suelo quedarme con ganas de preguntar: ¿Y esto es todo, señores?
Si uno no gozara harto (vaya la expresión como recuerdo cariñoso a los golpeados amigos de Chile, que ya no son primera plana de los periódicos), si uno no gozara, repito, con aquello que se inventa cada día, habría que decir "preferiría no hacerlo", imitando al Bartleby de de Vila Matas que inspiro tantísimo a un tal Herman Melville...¿O era exactamente al revés?

¡Ah!, casi se me olvida. El choripan es un sandwich de chorizo criollo cocinado a la brasa. Que les aproveche.

Posdata: estoy afiebrado y griposo, o sea que mi humor de estos días no es de los mejores posibles. Me gustaría tener en casa el Moonfire de Norman Mailer que editó Taschen (con varios de sus títulos más, por supuesto), pero como a nadie se le ocurrió regalármelo(s), me conformo con la fantástica colección Hitchcock que edita el diario ABC: dos películas juntas en magníficas copias subtituladas al precio regalo de un euro. Son las de siempre, sin embargo tenerlas en casa en nuevo soporte tranquiliza más que un té de tila.

En la foto, mamá Bertini cuida a su bebito. Foto Van Dick, Rivadavia 3958, Buenos Aires.

martes, marzo 09, 2010

A Single Man, el libro



En los últimos tiempos, harto de tanta basura envuelta en papel celofán, espolvoreada con abundante purpurina dorada y hábilmente adornada con cintas de colores vivaces, vuelvo a los filmes que me hicieron feliz en algún momento pasado de mi vida.
Lo hago con muchísimo tacto y pisando con pies de ángel, conocedor de esas trampas de la memoria que te hacen imaginar esplendores donde tal vez sólo hubo miserias.
Una semana atrás encontré entre las ofertas del video club de la manzana donde vivo, New York, New York de Scorsese en una edición "definitiva", con dos cedés que incluyen un buen montón de bonus, entre ellos los comentarios del director y hasta unos torpes dibujos de su autoría haciendo las veces de inicial, garabateado story board.
La había visto por primera vez en el indescriptible cine Serra de Ibiza de principio de los años ochenta, doblada al castellano, pésimamente conservada y con una proyección deficiente. Si me preguntaran cómo hizo un porteño del centro como yo, acostumbrado a los cines de estreno bonaerense y a las películas en copia nueva y versión original subtitulada para adaptarse a toda aquella cutrez, respondería que ir al cine seguía siendo una fiesta, ya que aún a trozos y en las peores circunstancias, las películas conservan algo de esa magia fantasmal que tanto subyuga a los cinéfilos.
Por esto quizás, o por la presencia de la Minelli, un ídolo, New York, New York no me resultó demasiado decepcionante, aunque en aquellos primeros tiempos de mi inmigración, más preocupado por la proyección bien enfocada de mi propia vida, ni siquiera programé volver a verla alguna vez. Debería haberlo hecho: su versión completa, "extendida" según dice en la carátula, es, me atrevo a asegurarlo, realmente magnífica.
Como hoy no tengo demasiado tiempo para entretenerme con enlaces arbitrarios, vuelvo al libro que da título a este post.


Ayer por la noche, después de un largo paseo bajo la nieve barcelonesa, el consiguiente enfriamiento, un chocolate con churros en el Farga de Diagonal y la tranquilizadora constatación de que la glaciación definitiva todavía no se había instalado entre nosotros, me metí en la cama acompañado por A single man y el cáustico, atrevido, Christopher Isherwood.
Me alegra no haber leído el libro hasta poco después de ver la película dirigida por Tom Ford.
Conocí a Isherwood, a su literatura, a partir de esa obra imprescindible que se llama Cabaret, basada muy libremente en su novela Adiós Berlín. A pesar de que el guión le pertenece en parte, el autor nunca estuvo de acuerdo con algunas decisiones tomadas por Bob Fosse, decidido a convertir ese pequeño relato melancólico e intimista en un espectáculo musical brillante que no desdeñara los contenidos políticos ni filosóficos.
Por fortuna existen artistas con carácter férreo, decididos a llevar adelante su obra a pesar de todos los impedimentos que puedan cruzarse en su camino. Si Fosse hubiera escuchado a Isherwod, Cabaret como tal no hubiera existido y podríamos haber ganado muy poco más, o menos, que la ilustración respetuosa de un texto que no necesitaba en absoluto de imágenes para lograr emocionarnos.

Dedicado a Gore Vidal, toda una declaración de principios sentimentales e ideológicos, ahora mismo, mucho antes de terminarlo, podría afirmar que A single man, el libro, no es recomendable para momentos de bajón anímico, ya que desde la primera página la descripción de los efectos del tiempo sobre el protagonista difiere mucho de la imagen que nos dan Firth y Ford de este mismo personaje en la película:
"Lo que allí aparece es menos un rostro que la expresión de un conflicto. He aquí lo que se ha hecho a sí mismo, la maraña donde ha conseguido enredarse en cincuenta y ocho años, traducid(¿o?) en una mirada apagada, atormentada, una nariz basta, las comisuras de la boca abatidas como si sus propias toxinas hubieran alcanzado el máximo de amargura, las mejillas desprendidas del anclaje de los músculos y el cuello fláccido, colgando en pequeños pliegues."

¿Maquillaje, operación quirúrgica, estetización frívola o, simplemente la adecuación de un texto ajeno a las realidades de alguien que decide servirse de las palabras de otro para contarnos su propia historia? Me inclino por esta última explicación, ya que el filme de Ford es digno, serio, tanto como no lo sería si este diseñador de clase alta hubiera intentado travestirse de empobrecido intelectual progresista del siglo pasado para trasladar respetuosamente un texto al lenguaje cinematográfico.
El dolor frente a las pérdidas, la sensación inapelable de no sentirse igual a esa mayoría que se dice dueña del mundo, la falta de ilusión por un mundo mutante, extranjerizado, alejado de su pertenencia, y una sensibilidad parecida en lo sensual-amoroso, podrían acercar sus experiencias vitales, a pesar de las diferencias, más notorias que supuestas, de sus cuentas bancarias, el lujo de las casas que habitan o la calidad de la ropa que visten y de los automóviles en los que se pasean.
Si hubiera leído este libro antes de ver la película podría haberme sentido defraudado por una traslación que no es nada fiel al paisaje literario, quizás el mismo del filme, aunque descripto de manera mucho más cruda y terminal, sin concesiones a la presunta sensibilidad del lector. Fruto tan amargo como inequívoco de la mirada desencantada de un Chistopher Isherwood al borde de los sesenta años.

En las fotos: Isherwood y Auden por Carl van Vechten, cubiertas de las ediciones inglesa y española y el actor Matthew Goode, Jim en la película de Tom Ford.

Posdata: Benjamin Biolay ha ganado dos de los premios más importantes de la competición francesa Victoires de la Musique, los correspondientes al mejor intérprete masculino y al mejor álbum del año.
Este blog apostaba por él. ¡Congratulaciones!

jueves, marzo 04, 2010

pequeña serenata otoñal (a single man)

-Las experiencias no son esas cosas que suelen sucederte, sino lo que tú haces con ellas.
Lo dice Tom Ford por boca del profesor George Falconer, que a su vez está citando a Aldous Huxley en su novela After Many a Summer (Viejo muere el cisne).
Este atildado profesor Falconer es Colin Firth, un actor inglés del cual no me importaría nada hacerme amigo durante las próximas semanas. Tiene cara de buena persona, de esas capaces de escuchar tus lamentos y compartir tus alegrías como si fueran propias. ¿Ganará un Oscar por este trabajo? Si se lo dan debería compartirlo con los responsables del casting: no es que que su actuación sea especialmente buena, sino que él es ese personaje en cada uno de sus gestos, en cada uno de sus tonos, en cada uno de sus movimientos. Ni la maravillosa casa en la que vive ni el coche que conduce le quedan grandes, de prestado. Son de su misma talla, hechos a medida para él, como toda la ropa que usa en la película, realizada con materiales nobles y mejor sastrería. Resultan, junto a la ambientación general, la minuciosa y delicada fotografía, la música, simplemente perfecta, y un reparto sin fisuras -el debut de Jon Kortajarena promete una carrera exitosa-, otros regalos estéticos de Tom Ford, director de A single man -no me convence la traducción Un hombre soltero porque single es bastante más que eso- y ex diseñador de la empresa Gucci, un icono, gracias a él, del lujo y el glamour mundano a finales del siglo pasado y principios de este. Localizar la historia en los ambientes privilegiados de Los Angeles de los años sesenta, época en la que transcurre la novela, es más que un gesto respetuoso hacia el material básico del filme. Su elección nos enfrenta a una forma de vivir más contenida en la que palabras como elegancia, educación, pudor o sobriedad no eran necesariamente sinónimos de conservadurismo. Sofisticada sucesión de cajas chinas, Colin Firth parece copiar la trayectoria vital de Falconer, que a su vez repite de manera casi idéntica los detalles biográficos de Christopher Isherwood, autor de la novela de 1964 en la que se basa el guión de la película. Los tres son ingleses cultos de mediana edad trasplantados a Estados Unidos y de los que al menos dos han aceptado con total soltura su homosexualidad.
Película triste sin ser melodramática, me recordó casi de inmediato a El fuego fatuo (Le feu follet, ¡1963!) de Louis Malle.
Partiendo de un relato de Drieu de la Rochelle y con el fondo sonoro de las melancólicas Gymnopédies de Erik Satie, el director francés de películas tan disímiles como ¡Viva María! o Tio Vania en la calle 42, abandonaba la decisión final en manos del desesperanzado, vacío, estragado protagonista. Aquí, y pese a toda la dureza de la escena final, Tom Ford deja un mínimo resquicio para la esperanza, aunque haciendo intervenir una vez más a la fatalidad, compañera desgraciada de un hombre que siempre ha intentado huir de ella sin lograr conseguirlo.



En las fotografías, sin pie de autor, Tom Ford asoma detrás de Colin Firth y Christopher Isherwood asoma por una ventana de su casa.

martes, marzo 02, 2010

Imperial Tarraco

-Mis pacientes de los geriátricos no se plantean estar en forma; sólo quieren seguir envejeciendo.
Lo dice como corolario de su ponencia, la segunda de la tarde, un médico especializado en personas de edad avanzada, todas ellas sujetas a la polimedicación.
Es viernes 26 y estoy en un aula del Ayuntamiento de Tarragona asistiendo a una mesa redonda sobre El cuerpo medicado. Llenando el aforo del aula hay unas cien personas que en su gran mayoría han llegado una vez pasada la hora de inicio del encuentro, 18.30, haciendo crujir los brillantes suelos de madera y moviendo de lugar las sillas metálicas, bastante menos amplias que ruidosas, sin darle mayor importancia a los esfuerzos de la primer ponente del encuentro, una antropóloga que, power point mediante, nos explicó de qué iba esto del cuerpo medicinado.
“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, dicen, o decían, algunos españoles devotos de la santa madre de Jesús, con la ilusión vana de detener el tiempo y sus no siempre felices consecuencias en algún momento cualquiera, que, sin ser perfecto, les resultara suficientemente satisfactorio.
Ninguno de los conferenciantes nombra a la innombrable, pero todos los allí presentes sabemos que, igual que los pacientes del geriátrico, pretendemos seguir envejeciendo el mayor tiempo posible, sabedores de que un poco más allá, al final de ese proceso natural de envejecer, no hay nada más que muerte.
Sábado. Habitación 412, cuarto piso del Hotel Imperial Tarraco. Tengo encendido el televisor y la cadena Rac 105 pasa videos de Hearth, Wind and Fire. El nombre del grupo no resulta nada inocente en un momento como este, salpicado de catástrofes. Los meteorólogos anuncian algo tan aterrador y desconocido como una ciclogénesis y yo me pregunto si el mar que tengo enfrente enloquecerá de pronto y una ola gigante nos engullirá a todos. Morir como turista de una ciudad cercana a aquella en la que estoy viviendo no me parece un final apetecible; es más, lo encuentro de una vulgaridad despreciable.
Cuando me asalta una idea de este tipo no puedo abandonarla así como así. La exprimo, la llevo hasta sus últimas consecuencias, me detengo en los más mínimos detalles tratando de sacar la mayor información posible de mi obsesiva, meticulosa imaginación. Me pregunto si un tsunami llegaría hasta el piso donde estoy, si tendré la posibilidad de subir hasta la terraza para escapar de él, si realmente convendrá hacerlo o será mejor quedarse en la habitación con las puertas cerradas y las persianas bajas, esperando que la gran ola se disuelva y las aguas vuelvan a su cauce. Imagino los objetos que pasan a mis pies, flotando como juguetes de goma en la bañera de un niño: habrá coches, árboles y sillas; cientos de sillas de los bares de playa, de las terrazas de restaurantes y cafeterías.
Supongo que también flotarán turistas aferrados a sus cámaras, decenas de perros liberados de amos y correas, latas vacías de refrescos y cervezas, carteles publicitarios invitando a conocer otras tierras donde la inasible, evanescente felicidad, se suponga todavía posible.
¿Qué estoy haciendo aquí?, me pregunto. ¿Habré venido a buscar mi muerte, a encontrarme con ella como el desorientado personaje de algún cuento borgiano?
Tal vez esto le daría un sentido a esta situación sin demasiado sentido en la que me encuentro.
Sábado a la noche. R.C. me lo había anunciado apenas nos sentamos a la mesa:
-Al final cantarán, ya verás. Siempre lo hacen.
Mediterráneo, Al vent, Valencia, alguna copla tradicional con corazones rasgados y sentimientos a flor de piel, cantos libertarios de amor y de guerra.
La banda sonora de otra época más ilusionada, menos pragmática que ésta.
La alegría del encuentro llena el aire, aunque yo sienta también la presencia nostálgica de lo irrecuperable.
Como si todos los amores se hubieran marchado y todas las guerras se hubiesen perdido.
Domingo. Catherine Millet ha venido a Barcelona para presentar su libro Celos. Con más de sesenta años confesados, no se baja del burro que le dió fama y declara: "¿Hay otra cosa fuera del sexo?". Según confiesa al periodista que la ha entrevistado, creía saber todo sobre sexualidad hasta que se encontró con los celos.
¿Hay otra cosa fuera del amor propio?
El mismo diario utiliza un titular catástrofe, ¿qué menos?, para anunciar CHILE TIEMBLA. Mi cabeza no comenta nada. Ha enmudecido frente a este nuevo horror, sumado a todos los otros ya enquistados. ¿Alguien sabe qué pasó con los afectados por el temporal de New Orleans o conoce el último parte sobre los supervivientes de Haití?
Por las ventanillas del tren en el que vuelvo a Barcelona -era esto o comer calçots, una experiencia interesante que en principio preferiría no repetir jamás-, por las ventanillas (repito), todas ellas con los cristales muy sucios (añado), se ve el mar cercano: está gris, tanto como el cielo sobre el que no se recorta. Casi idéntico en su grisura a las matas presuntamente verdes, a la arena supuestamente dorada, a las rocas, de un gris piedra algo más oscuro, un poco, solamente un poco, menos frío.
El sueño de la razón crea monstruos. El de la resaca nos hunde en el paisaje catastrófico, y también monstruoso, de la conmiseración.
Fotos de Bertini: el mercado en refacción, el mar desde el hotel, el casco antiguo, los ombúes del paseo marítimo, una esquina de la rambla.