viernes, abril 30, 2010

Un día como cualquier otro (a mi madre, ausente)

Doblaba la esquina de mi casa con el corazón en un puño y la respiración contenida, los deseos convertidos en un único miedo, mis pobres culpas inocentes transformadas en invocaciones mántricas que pretendían detener lo que al mismo tiempo suponía inexorable.
Imaginaba mi calle bloqueada por un puñado de ambulancias de color blanco fantasmal, grafiteadas con siglas incomprensibles y enormes cruces de colores; atravesada en todo su ancho de avenida importante -nada menos que la más larga del mundo, Rivadavia- por sangrantes camiones repletos de bomberos; atestada de curiosos que, sudando, enrojecidos por el esfuerzo, estiraban el cuello para traspasar los cordones policiales que les impedían el paso.
Se había convertido en una obsesión que no podía quitar de mi cabeza. Mientras volvía del colegio de curas para almorzar junto a mis padres, un segundo antes de doblar la esquina desde donde podía ver mi casa, imaginaba que nada más hacerlo algún vecino correría hacia mí con cara compungida, dispuesto a consolarme con abrazos de amigo al mismo tiempo que me comunicaba la brutal noticia. Mientras tanto su mujer, uniéndose a otras tan solidarias como ella, todas con actitudes igualmente graves, formarían un apretado coro de lloronas, torciendo la cabeza en señal de duelo frente a los restos humeantes de lo que había sido mi casa.
Solitario oficiante de un secreto ritual íntimo que repetía semana tras semana, de lunes a viernes y poco después del mediodía, todavía no me era dado comprender el porqué de aquellas catastróficas fantasías.
Yo pensaba que eran premonitorias, sin embargo la realidad nunca confirmó aquellos temores recurrentes y aungustiosos. Jamás lo siniestro se presentó en forma de incendio, derrumbe o terremoto. La sangre no corrió por las altas escaleras que comunicaban mi casa con la calle ni las llamas devoraron la falsa boiserie del salón donde imperaba, como un trono candente que nadie se atrevía a ocupar, la chimenea de mármol jaspeado, jamás encendida. Mi madre no pereció en una explosión de gas ni fue encontrada nunca bajo los escombros de aquella cocina estrecha con paredes de azulejos color verde nilo que tanto frecuentaba.

Todo lo deshizo el tiempo con su ritmo impasible. Segundo a segundo, sin necesidad de estruendos ni gritos; sin alarmas, sirenas, imprecaciones ruidosas o extravagantes alharacas. Sin descanso ni piedad.
Terca y silenciosamente, como acostumbra hacerlo.

Ilustra foto de Francesca Woodman

miércoles, abril 28, 2010

Escrito sobre el cuerpo

¿Han visto The Ghost Writer, El escritor, según la traducción simplificada y pánfila de nuestros distribuidores-traductores? (A propósito de este poco usual adjetivo: hoy mismo es San Pánfilo, por si no lo sabéis y os apetece festejarlo.)
Un padre que da consejos, más que padre es un amigo, dice el gaucho rimador Martín Fierro. Yo no soy padre de nadie y apenas amigo virtual de algunos, pero les aconsejo sin remilgos que no se pierdan este filme. Después de Hitchcock sólo nos queda Polanski y no se sabe por cuanto tiempo, ya que los Grandes Canguros Inquisitoriales han decidido que lo más efectivo para dar ejemplo a los consumidores de basuras variadas sin filtro ni freno, es encarcelar a este señor casi anciano por un pecado juvenil que ni la supuesta víctima quiere ver castigado.
No voy a hacer crítica a favor o en contra de este thriller político dirigido con la solidez, elegancia y precisión de un clásico. Sólo les digo que entre sus muchos suspensos hay uno que no llega a resolverse, al menos en la versión, tal vez expurgada, de las pantallas hispanas. A pesar de varias escenas que parecieran anticiparlo, el actor protagonista, Ewan McGregor, habitual del striptease cinematográfico, no se desnuda por completo en ningún momento. Algún plano fugaz de su trasero, sí, pero ninguno tan frontal como los de la sensual y caligráfica The Pillow Book (foto superior) o la para mí desconocida Young Adam (foto inferior). Supongo que Roman Polanski no está para crearse nuevos problemas con genitales ajenos a una edad donde ya se tienen bastantes con los propios. De cualquier manera, y a falta de imágenes de la sonora performance que presencié anoche junto a otras treinta personas en una pequeña y elegante sala alternativa de la ahora mismo amenazada avenida Diagonal, -The Living Room, seis jóvenes personajes que encontraron su angélico autor en el ya muerto, que no desaparecido,Jerzy Grotowski- ilustro este post desencantado con dos imágenes del escocés McGregor. Pretende ser un pequeño homenaje for your eyes, equivalente a esa hitchconiana escena final de El escritor en la que una nota pasa de mano en mano hasta llegar a su definitivo destinatario, no necesariamente previsible. En este caso es un homenaje personal, repito, dirigido a aquellos inocentes visitantes necesitados de visiones algo demoníacas, todas ellas destinadas a desaparecer en poco tiempo de esta red global, otrora libertada.

miércoles, abril 21, 2010

Un canguro de contrabando


Soy un pecador, lo reconozco, pero la otra noche, después de tropezar con el panegírico de don Mario Vargas Llosa a favor del toreo y toda su brutal parafernalia, por pura terapia regeneradora necesité sumergirme en algo pornográfico a la antigua, con cuerpos desnudos que jadean y se entremezclan, que simulan gozar y sufrir, pero sin abrir heridas ni derramar sangres propias o ajenas.
El inflamado texto del autor de tanta novela prestigiosa, lucía bien destacado como columna central de las páginas editoriales del diario El País, y a pesar del desagrado que me producía imaginar aquella cara impávida -que alguna vez intentó ser presidencial- mientras declamaba al mundo entero las bondades de un espectáculo de tortura y muerte, fui leyendo aquel texto suyo de punta a punta. Y nunca mejor dicho, porque lo que recibí fueron puntazos que hicieron sangrar esa cosa intangible a la que algunos todavía llaman alma, otros pocos psiquis, y yo, ahora, me atrevo a llamar simplemente conciencia.
"Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla. Que ambas están siempre enfrascadas en una lucha permanente y que la crueldad -lo que los creyentes llaman el pecado o el mal- forma parte de la condición humana."
También la tortura es parte de esa condición, según puede verse a través de nuestra historia, aunque sería preferible no promocionarla de la manera que don Mario lo hace, en plan espectáculo público, imperecedero legado cultural, exquisita manifestación de arte.
Para ver brillos y alamares, paquetes y culitos ceñidos, sepa usted perdonarme, señor escritor, yo sigo prefiriendo el ballet clásico.

Sin embargo, como no era mi intención contribuir a la difusión de la encendida publicidad taurina made in Vargas Llosa, sino contarles que un canguro se había metido en mi casa sin que yo lo invitara, vuelvo a la primera frase de este post, allí donde les decía que:
Soy un pecador, lo reconozco, pero la otra noche, después de encontrarme con el panegírico de don M.V.Ll. a favor del toreo y toda su brutal parafernalia, por pura terapia regeneradora necesité sumergirme en algo pornográfico a la antigua, con cuerpos desnudos que jadean y se entremezclan, que simulan gozar y sufrir pero sin abrir heridas ni derramar sangres propias o ajenas.
Resulta que no pude hacerlo.
Cuando pulsé en la dirección deseada, ejem, un cartel bicolor cubrió toda la pantalla, anunciándome que Canguro Net había decidido que aquella página no me convenía y por tanto bloqueaba la entrada a ella.
¡La mano que mece la cuna!, pensé, haciendo uso de mi memoria paranoide-cinematográfica.
Frustréme, dormíme, y a primera hora de la mañana siguiente, poco después de un frugal desayuno, llamé a Teléfonica. Tuve que pasar por tres operadoras, tres, que me pidieron tres veces, tres, los mismos datos. Al fin la tercera me pasó a la cuarta y esta resultó tener un acento diferente, con notable ritmo centroamericano. Por cuarta vez, bastante más airado que las otras tres anteriores, le dije que no quería canguros en mi ordenador. La mujer se mostró sorprendida:
-¿Por qué le molesta? Está bueno, señor...Impide la entrada de contenidos pornográficos, la publicidad de drogas o cualquier otra información malsana que podría dañar su sensibilidad o la de sus niños...
Mi cabreo iba en aumento. Le expliqué que en la casa no había niños, sólo personas mayores que podían discernir muy bien qué cosas le convenían, o no, ver.
Después de oírme, la cuarta operadora dijo "un momentito" y me dejó a la espera cerca de diez minutos. Supongo que era el precio que debía pagar por mi enfado. Una contribución más de este habitual contribuyente.
-¿Sigue allí?
Era ella, la cuarta mujer.
Conteste "sí". Tal vez esperaba haberme disuadido por cansancio.
-Bueno, señor. Ya he pasado su pedido. En tres días desactivaremos el Canguro Net.
Esta vez no recabaron, como suele ser habitual en ellos, una puntuación final sobre la atención recibida. Además, adelantándose al plazo anunciado, ese mismo día desapareció de mi ¿¡Personal Computer!? el canguro infiltrado. Temo que al mismo tiempo mi nombre haya pasado a engrosar una lista, si no negra, de tintes sumamente oscuros y vaya uno a saber bajo qué desolador epígrafe.
Como suele suceder en estos casos, ahora que ya no cuento con su silencioso control, me pregunto si entre las funciones no especificadas de este canguro subterráneo estaría también la de censurar declaraciones, para mí muy dañinas, lacerantes, como las pro-taurinas del escritor consagrado, y esas otras, no escritas aunque bien difundidas, del mandatario Evo sobre el consumo de pollos amariconadores, o al menos las de ese prelado que nos visita, dispuesto a asociar, aunque sea contra natura, la homosexualidad y el lebianismo a cualquier otra cosa de fácil combustión.
Pura obscenidad sin el más mínimo filtro.

Ilustra: Alfred Hitchcock (1898-1980) con el ave culpable de su calvicie, ejecutada. Fotografía de Albert Watson.

martes, abril 20, 2010

Romántica Argentina (1932)



La República Argentina y su ciudad capital, Buenos Aires, llamada por entonces la Reina del Plata, la Capital de las Américas, la París del Cono Sur, se veían más o menos así cuando mi padre desembarcó después de un largo y azaroso viaje que lo alejó para siempre de la siempre recordada Europa y, más precisamente, de su pequeña ciudad natal, Lucca: el bello, amurallado corazón blanco de esa Toscana roja que nunca volvería a ver.
Muchos años después yo repetiría el mismo trayecto a la inversa...y aquí estoy todavía.

sábado, abril 17, 2010

Resumen leridano (volver...)

...si en este momento me pusiera a cantar el "todo pasa" machadiano musicado por Serrat caería en el más obvio de los lugares comunes, pero es lo único que se me ocurre ahora mismo, recién desembarcado en mi casa barcelonesa después de un agradable viaje de apenas una hora, cómodo, relajado, amigable; un viaje tranquilo que no me ha obligado a soportar aberrantes esperas, colas interminables y/o angustiosas cancelaciones. Y todo gracias a ese AVE delicioso que, sin alas, traqueteos, humos tóxicos o densas nubes volcánicas, me ha trasladado con plumosa delicadeza desde la ciudad de Lleida, unas pocas horas después de finalizada su muestra anual de cine iberoamericano.No les voy a hablar del Palmarés final, de todas las películas a competición ni de los jurados convocados para cada categoría: pueden entrar a la página del festival si de verdad les interesa saber quiénes y de qué manera han intervenido y también cuáles entre todos ellos se han llevado los premios otorgados por el certamen. Yo prefiero seguir con mis notas -entrecortadas, arbitrarias, desparejas- sobre una semana de estadía en esa otra ciudad cada año más cercana.

Mi palmarés particular incluiría en más de un rubro a la premiada El hombre de al lado, al niño Conrado Valenzuela, protagonista de Andrés no quiere dormir la siesta, a Cecilia Rossetto por su papel de madama depravada en la atrapante, angustiosa, muy lograda, La mosca en la ceniza, segundo largometraje de Gabriela David, al corto Uyuni, refinada publicidad de una camioneta todoterreno que deviene tragedia sangrienta.

"Aquí se habla mucho" podría ser otro slogan publicitario de la Muestra de Lleida. Se habla por los pasillos, en la recepción y en el bar del hotel, a la entrada y salida de las proyecciones, sean estas competitivas, especiales o retrospectivas, en el pub africano cercano al hotel donde suelen gastar sus noches los más noctámbulos y, sobre todo, se habla muchísimo mientras se desayuna, almuerza o cena, aunque, gente educada esta del cine, nunca, jamás, lo hace con la boca llena.

Hasta ahora no me he subido a una balanza para saber cuántos kilos estoy pesando, sin embargo podría segurar que vuelvo de Lleida con alguno más encima. La mirada, que yo sepa, no ayuda a consumir calorías, y allí, durante la Muestra, nos llevan de un cine a otro y, como breve intervalo de descanso entre una y otra película, del comedor del hotel a un restaurante y de un bar a una cafetería.
Para colmar mis kilos y nada más volver, una amiga fotógrafa me invita a un té con simpatía, charla y diversas exquisiteces (la foto muestra los scones y el brownie esperando para pasar à table) en su no menos exquisita casa-estudio del barrio de Gracia. A punto de convertirse en joven abuela, ha decidido dedicar parte de sus días a dos cosas a las que su trabajo profesional había quitado casi todo el tiempo: recibir gente amigable y cocinar para ellos.
La mesa, loza blanca dispuesta sobre una tela africana de color crudo con dibujos en negro, estaba colocada junto a una de las amplias terrazas de la casa: luz de atardecer sin volcánica nube negra a la vista y la cercanía de un buen montón de plantas que comienzan a sentirse primaverales, despuntando verdes brillantes y floraciones varias.
Para acompañar una y otra taza de té darjeeling (Tealosophy) con nubes de leche fría, comimos sándwiches de pan inglés de molde, scones con confituras caseras de naranja y boniato, diversas tartas saladas de verduras. De postre, un brownie de chocolate bañado en nata fresca y varias horas de animado diálogo. Un auténtico festín de cine. Tanto placer refinado no es nada discriminatorio: todo aquel que lo pague puede disfrutarlo cuantas veces quiera. Sólo hace falta llamar con antelación al 639161197 y preguntar por Cristina.

Como compañero de viaje elegí el primer tomo de Obras, la reciente reedición por Anagrama de toda la narrativa del escritor y dibujante Copi (Raúl Damonte, Buenos Aires, 1939-1987).
Edgardo Entín, casi un clon físico del autor de aquella Eva Perón teatral tan iconoclasta e irreverente como toda su obra, me lo presentó en un bar de Ibiza a principios de los ochenta. Parecía un tipo melancólico, de pocas palabras y menos ironías. Nada habituado a los delirios exhibicionistas fuera de la escena, poco agraciado para los cánones gays de la época, se aferraba a una copa de gin tonic con una mano y a la pringosa barra del bar con la otra. Iba vestido formalmente y de blanco, como el personaje masculino de Súbitamente el último verano (Suddenly Last Summer), ese Sebastián Venable inmolado sobre la arena de una playa por los oscuros y hambrientos muchachos españoles depositarios de su deseo. Cuando pienso en él, desubicado, totalmente fuera de lugar en aquel ruidoso e inhóspito bar ibicenco, me pregunto si no estaría imaginando un final parecido para su ya por entonces herida existencia.
ilustran dos retratos de Copi, el último dibujado por el Tomi

domingo, abril 11, 2010

fragilidad de celuloide (apuntes desde Lleida)

Llego tarde al cine. Son poco más de las doce del mediodía y afuera un potente sol de prima-verano llama a la playa, al sudor y las malas compañías, o, en todo caso, por falta de un cercano mar Mediterráneo, a un asiento cómodo en una terraza urbana cerca del río, con algún diario cualquiera para enterarse de cómo sigue el mundo y una bebida fría y sin alcohol servida en vaso grande, jamás a las oscuridades de una sala de cine y a una copia deficiente, infectada de ruidos y decoloraciones (la única, según me enteraré a la salida) de una película sobre la revolución mexicana de la que no tengo más información que el nombre: La soldadera (1966).
La protagonista, Lázara (la Biblia está muy presente en esta Mostra), es Silvia Viridiana Pinal (¿alguien sabe de quién estoy hablando?), aunque aquí está convertida en un personaje secundario del Marat-Sade de Peter Weiss según aquel psicótico montaje del inglés Peter Brook, con imposible superposición de trajes y sombreros, de cananas, fusiles, pollos semivivos y varias bolsas al hombro, sobrecargadas de estatuillas, trapos y deshechos. Por allí anda también una (aún) joven Chabela Vargas: dura, masculina; personaje de pocas palabras y muchas violencias. La película, magnífica en muchos aspectos, fue dirigida por un para mí desconocido Bolaños, que no es ese escritor chileno muerto hace algún tiempo en Cataluña, sino un otro Bolaños mexicano, José, de quien sus actuales compatriotas saben poco y dicen nada.

Entro porque acabo de salir, y no es un chiste. En el mismo edificio, con pocos metros de distancia entre una y otra sala, CaixaForum ofrece una espléndida muestra de Mucha, el diseñador y cartelista más famoso del Art Nouveau europeo. Si hubiera podido ver esta exposición a mis porteños diecinueve o veinte años, hubiera caído de rodillas, ya que me apasionaba el trabajo de este hombre al que sólo conocía por las reproducciones que aparecían en algunos libros y revistas importados de USA y Europa, siempre demasiado caros para nuestros bolsillos rioplatenses. (Deberíamos agradecer al señor Taschen por haber hecho el arte mucho más accesible)
Durante mi corta visita a la exposición Mucha me detengo especialmente en sus fotografías de personajes como Paul Gauguin -su retrato tocando el piano en calzoncillos es sublime- o la responsable del Frente de Liberación Femenina de Turquia en 1930(¡!). La ceremonia de inauguración de la Muestra de Cine Latinoamericano de Cataluña se hace por primera vez en el recién estrenado edificio de la Llotja*, un espacio compuesto por otros muchos más pequeños, todos ellos unidos por enormes pasillos, galerías, distribuidores. Mi asiento está justo detrás de los de Guillermo Toledo y el galardonado Ernesto Alterio, amigo de amigos, un ser sorprendentemente cercano, tierno y cariñoso. Antes de ubicarme tengo que pasar por el photocall junto a Sergio Espada, director del Museo Buñuel de Calanda. No habrá preguntas y respuestas, solamente un rápido posado fotográfico. A mí me divierte el paseíllo en plan estrella; a él, un hombre a quien no suelen asustar ni el surrealismo desbocado de don Luis ni el ruido atronador de los tambores de su tierra en fiestas, no le gusta absolutamente nada pasearse, y posar, frente a las cámaras que nos retratan.

Marisa Berenson aparece por el Festival coronada de estrellas. Dulce en sus maneras, elegante en sus actitudes, precisa en el atuendo para cada ocasión, algunos cuentan que ha exigido que las sábanas y toallas que usará en el hotel se estrenen para ella y luego se destruyan. Cuando nos cruzamos por primera vez le digo ¡Hola! sin agregar Marisa. Me ha salido espontáneamente, como si estuviera saludando a una vecina de escalera. Ella no lo sabe, pero yo y todos mis amigos de la adolescencia la admirábamos desde la platea de nuestro inolvidable cine Roca. Su frágil presencia asoma en al menos tres películas de culto: Barry Lindon, Cabaret, La muerte en Venecia. Confiesa 63 años. Podría decir 50 y para los que no conocen su historial sonaría creíble. La acompaña un señor rubio, alto y simpático que trabaja como doble de Clint Eastwood. Hombres y mujeres opinan que "está más bueno que el pan", ensombreciendo la presencia del hasta ahora modelo Joel West, el último Cristo cinematográfico, hijo de María Berenson, en ese indescriptible biopic litúrgico llamado El discípulo. En una escena de La soldadera, Lázara, una joven mujer de clase media convertida a su pesar en guerrillera, asiste conmovida, junto a un puñado de revolucionarios armados, a una función de cine al aire libre. Lo que al principio resultará jocoso y unos segundos después hipnótico, subyugador, terminará con el proyectista muerto y la pantalla "aterrada" por el mandamás de aquella compañía de desheredados sin rumbo, que no admite se escamotee ni un segundo de atención a su persona.
Lázara, que alguna vez tuvo una casa familiar y siempre ha soñado con poseer una propia, se acerca hasta el lienzo que hacía las veces de pantalla, lo recoge del suelo y busca entre sus pliegues esas imágenes que hasta un momento antes tenían movimiento y vida. No hay nada allí, por supuesto. Los seres que habitaban aquel rectángulo de luz se han desvanecido en el aire. La pobre mujer desconoce la mágica ilusión del cine tanto como la combustible fragilidad del celuloide, similar a la de su, nuestra, propia existencia.

*Proyecto y obra de Francine Houben - Mecanoo, Holanda.

miércoles, abril 07, 2010

LO QUE ES MODA NO INCOMODA



Cacho de pan agradece a Tunny Alterman (Buenos Aires, Argentina) el envío de este interesante videoclip publicitario de nueva generación.
Podéis ver la pantalla A MAYOR TAMAÑO con sólo pulsar sobre la imagen.

domingo, abril 04, 2010

Pretérito cercano

Ya se nos acabó la santísima Semana Santa de este año y dentro de nada estaremos preparando nuevamente las vacaciones del beatífico Agosto. Los sucesos se suceden de forma sucesiva y con periodicidad anual, marcándonos, con ritmo de marcha militar o paso de liturgia sevillana, las pautas sociales a seguir en cada uno de ellos.
Yo trato de evitar las aglomeraciones, así que rara vez aprovecho los asuetos que brinda con gran alharaca esta sociedad caníbal a sus obedientes asalariados.
No, no crean que me he puesto tardíamente contestatario (con el paso de los años, inclusive esta palabra de trinchera urbana setentera ha perdido fuerza y significado). La frase anterior es sólo un homenaje a mi recuerdo enternecido de la primera "pintada" que vi en Francia, treinta años atrás y apenas traspasada la frontera catalana. Fue en la cercana, hoy olvidada Perpignán, por aquellos tiempos capital de la pornografía para los todavía sexualmente censurados españoles.
"La société est une fleur carnivore"; la consigna me gustó tanto que hasta me hice una foto delante de ella.
Y hablando de carnívoros, ayer nuestros amigos cordobeses del Montseny nos invitaron a un asado en su acogedora casa-taller. Por aquellos parajes todavía arbolados, los pocos ejemplares que han aguantado absolutamente indemnes los embates devastadores de los últimos vientos otoñales, presque apocalípticos, están más que muy verdes, los cerezos y las mimosas han florecido con desparpajo y el silencio es tan sedante como el olor que desprenden los pinos, salvo cuando los perros con propietarios de tipo paranoide-psicópatico se ponen a ladrar a todo lo que se mueva frente a sus narices como forma de ganarse el pienso diario, al mismo tiempo que prueban con cada tirón descontrolado de su cuerpo la fortaleza y extensión de esas cadenas que les recuerdan su condición de obligados cancerberos domésticos. Extraña gente toda esta, que llega a un lugar paradisiaco y decide convertirlo poco a poco en un infierno. Talan los árboles más asentados y frondosos, propios de un bosque mediterráneo, para plantar especies tropicales que no resistirán al primer frío; alisan el terreno a golpe de topadoras y talonario, despojándolo, no sólo de esa personalidad que supuestamente los había cautivado, sino también de los espesos matorrales de plantas autóctonas, muchas de ellas aromáticas y comestibles. Su único propósito parece ser la construcción de enormes y descorazonadoras explanadas de cemento donde puedan aparcar al mismo tiempo veinte automóviles todo terreno y cincuenta ruidosas Harley Davidson.
Espero que un día se detengan a pensar por qué no son felices si han hecho todo lo supuestamente necesario para serlo.

Además de comer, pasear y conversar serranamente, he vuelto a encontrarme con Ven-gansa Sissi Ocarina después de varios meses de mutuo distanciamiento. Ella vive ahora con el resto de aves y aunque sigue bañándose con la misma dedicación placentera del último verano, ahora se pasea menos por las cercanías de la casa y pone cada tanto algún huevo que cuida con celo no discriminatorio, junto a los de las cuatro gallinas del pequeño corral. Se la ve totalmente integrada, y aparentemente feliz, con los otros animales de su clase.
Tengo una vaga y poco demostrable teoría sobre su adecuación actual a la vida corralera. Creo que finalmente ha desistido de vivir como persona, un insistente intento durante sus primeros meses de vida, frustrado con la misma insistencia por todos los habitantes de la casa a causa de su nula contención excretoria.
Los campesinos de Argentina llamaban "pato de campo" a esos personajes poco afortunados que cometen una cagada con cada paso que dan en la vida. Pues eso. Digamos que las ocas actúan en lo referente al intestino de la misma manera que los patos de campo, y la Ven-gansa Sissi Ocarina, a pesar de su encanto personal y de la distinción otorgada por sus numerosos, variopintos nombres, no resulta ser una excepción a esa fluida, a la vez que socialmente incómoda, regla de la/su naturaleza.
Para completar el día de manera festiva a la par que culta, los dueños de casa bajaron con nosotros a Barcelona y nos fuimos todos al cine Alexandra. Queríamos ver Las viudas de los jueves y llegamos a tiempo para la última función nocturna. Sin colas ni amontonamientos, con la afable tranquilidad de otras épocas barcelonesas menos turísticas y de apariencia más santificada.
Ahora no tengo ganas de hacer crónicas cinematográficas, lo siento. La semana que viene estaré otra vez en el Festival de Lleida, hartándome, mañana, tarde y noche, de cine latinoamericano. Quizás la crítica a la película de Marcelo Piñeyro decida hacerla Alfredo algún día de estos desde esos 39 escalones que hoy cumplían tres robustos años de vida, o la haga Liliana Sáez desde su Kinéphilo blog, mientras festeja su primer año de cinéfila existencia.

Fotografía endiablada de Ruven Afanador. Retrato en Perpignán por J.CH.