Arisco, falto de palabras, demasiado ocupado, vago, perezoso, acalorado, introspectivo -pueden poner la excusa más simpática que encuentren- resulta que no tengo ganas de soltar muchas palabras. Termino de armar, diagramar, revisar, corregir, transAtlánticos, mi nutrida antología-listín de poetas argentinos de/en Barcelona. Ha llevado su tiempo y aún faltan detalles, así que, tratando de sintetizar al máximo, de no excederme en las apreciaciones personales, les dejo algunos anuncios-consejo que pueden seguir si es que quieren hacerlo. Son todos de alimento para los ojos; inocentes y poco comprometidos, porque quizás el martes próximo -Oh, bama, Oh, bama, oh bama e, oh bama a- se nos cae encima el imperio... y yo todavía sin nada nuevo que ponerme.
Vi la Elegy de Philip Roth e Isabel Coixet por el canal CTK de Imagenio. Siempre la dejaba para otro momento, nunca decidía elegy(rla), jejé, pero esta vez me encontró desprotegido, con las autodefensas bajas y devoré sus casi dos horas de melancolía en absoluta soledad, sin cosas de picar ni humanas compañías. Las gnossiennes del siempre oportuno Satie, indisolublemente unidas en mi memoria a Louis Malle, Maurice Ronet, El fuego fatuo, ayudan a que el tono general sea gris marengo, muy propio para este verano atípico.
Al comienzo del filme la cámara se pasea por un interior amable, culto, cálido, apetecible, mientras la voz en off del protagonista, el siempre preciso Ben Kingsley, repite una frase terrible de la "malvada" Bette Davis: La vejez requiere mucha valentía. Mi cita no es textual, pero esa es la esencia del asunto. No es un film optimista, desde ya, pero vale toda la pena que nos tira a la cara.
Como si faltaran excusas para lagrimear, ayer, después del temporal que oscureció algo más Barcelona y, ¡vaya desgracia! abatió algunos de esos árboles anónimos que nadie defiende, nos lanzamos a ver Beginners...
(Mientras escribo esto, en una ventana del hotel de enfrente, una mujer madura cubierta con un albornoz rojo fuma un cigarrillo mientras mira distraída hacia la calle, cuatro pisos más abajo. Su expresión asusta. Hace temer que de un momento a otro arroje la colilla sin soltarla.)
...retorno a los Beginners. Es una película con cartel publicitario de comedia ligera, pero yo sabía bien de qué iba la cosa por un buen amigo de Inglaterra, que no la vio pero sí la leyó en los comentarios periodísticos, y además, pensé, si hay un gay de setenta largos involucrado en el asunto y un director sensible al mando de la historia, mejor llevar pañuelos.
Pues sí, alguno...o dos, por si el primero no alcanza.
Cinco actores divinos -incluyo a la madre y al perro Cosmo-Arthur, por supuesto- en una sensible e inteligente disquisición sobre las cosas del querer, la familia, la soledad y las (in)decisiones que tomamos para huir o sumergirnos hasta las cejas en todas ellas.
La vida, en suma, incluyendo, -cómo no hacerlo si se trata de ser serios- ese fracaso final e inevitable al que llamamos muerte (lo lamento, Andrés: no pude obviarla). Si pensamos que la historia, escrita y dirigida por Mike Mills, exquisito dibujante, es autobiográfica, todo adquiere un punto de proximidad mayor, de veracidad insoslayable.
Como no todo han de ser películas, también fui al teatro. Vi, vimos,Todos eran sus hijos, del flaco Arthur Miller, alguna vez marido de la carnal Marilyn Monroe. La puesta del cada día más triunfante actor, dramaturgo y director argentino Claudio Tolcachir es sobria y respetuosa del texto. Que tampoco es para reírse. Estos tipos escribían sobre los problemas de la sociedad desde una ética personal, madura, nada sectaria, no excluyente. Gente rara, molesta, a la que gracias a las supuestas "imposiciones del mercado" y a los modernos elixires de laboratorio, hemos convertido en autores de éxito.
¡Ah!, casi me olvido: el televisivo, mediático, musical Fran Perea -el heredero, Chris Keller, en la puesta de Tolcachir- es un cielo de humildad y entrega.
-Un pez y un pájaro pueden enamorarse, pero ¿dónde construirán su nido? Lo dice Woopy Goldberg en Corina, Corina, una comedia inocente que resulta no serlo tanto. ¿Cómo podría ser inocente siendo que plantea una relación amorosa, en realidad el lento crecimiento de ella a través del contacto cotidiano y los pequeños (des)encuentros domésticos entre una sensible mujer negra y un joven hombre viudo, blanco y con hija pequeña al que interpreta ese mafioso asesino de ojos claros que se llama Ray Liotta? Era sábado y me había tirado a dormir alguna película digestiva de la tarde para prevenir posibles cabezazos en una reunión nocturna con comida japonesa y, supuse mal, no menos oblicuas charlas psicoanalíticas. Me desperté para ducharme y lo hice entre escalofríos. El agua estaba en su punto justo, pero el mundo había girado algunos grados más hacia el horror y la desesperanza. Noruega, sí, pero también Amy Winehouse: ¡pobre muchacha loca, qué poco le duró la vida! Mientras veía por la tele estropicios variados y cadáveres nórdicos afeando el plácido orden de las calles céntricas de Oslo, no podía apartar de mi cabeza la imagen de la incómoda cantante, ahora ya muerta y, para mí, con las medias rotas. No podía imaginarla de cuerpo entero, ni siquiera pretendía hacerlo -algo me decía que la situación en que la habían encontrado no sería para nada agradable, muy poco apropiada como aperitivo de mi sushi dinner posterior- sin embargo se me aparecían una y otra vez sus piernas quietas, cubiertas con unas medias largas, calzas en realidad, de tejido grueso y dibujos de colores vivos -calaveras, estrellas, corazones, porros o jeringuillas- profusamente salpicadas de enganches, corridas y grandes agujeros. Como nunca fue una top-model anoréxica, ni una actriz joven con problemas amorosos, ni una antigua miss en depresión aguda, ni una pobre heredera desgraciada, abundarán los tópicos lagrimeos mediáticos, aunque esta vez nadie dirá, espero, aquello tan resabido de la muñeca rota. Mientras tanto, los que de verdad la querían, los que amaban su voz especial, ella sí rota con la desgarrada ternura de un viejo par de medias, encenderán una vela en su memoria, escucharán sus pocos discos editados, aumentarán las ganancias de la casa productora. Pasado algún tiempo -él siempre pasa, inexorable- su imagen icónica se convertirá en póster y película, en chándal, coche o camiseta; será una ilustración más en la Guía Universal de Muchachas Descarriadas. Y es que la cosecha de mitos malditos nunca se acaba.
Retrato de Amy en técnica mouse por Dante Bertini.
Descubrí a este Freud otro, hosco hombre de imágenes que no de palabras, en la abarrotada cubeta de una librería parisina, hace ya un buen montón de años. La sorpresa fue grande. Antes de abrir aquel folleto-libro algo ajado que tenía ante mis ojos, yo esperaba encontrar manchas metafóricas, abstracciones de color; a lo sumo signos, fórmulas o símbolos indescifrables. Cuando separé las manos hacia los costados, separando al mismo tiempo las páginas satinadas de aquel libro en un gesto mecánico, propio de un negligente (h)ojeador de librería, me sorprendió esa explosión de humanidad cercana, esa galería de rostros evasivos, vacilantes, intensamente humanos. No esperaba encontrarme con aquella planta tropical domesticada, tan alta como el hombre que la había pintado: arrinconada y sola como él mismo, conservando como él sus hojas muertas, su pasado mustio, acartonado, anclados los pies a un oscuro suelo de madera. Me sorprendí espiando por la ventana que da a un cultivo de basuras, o frente a aquella niña con ojos como hojas frescas o a la mujer rubia que despierta o convalesce en un hotel ¿de encuentros furtivos? mientras su partenaire la observa desde las sombras de un contraluz más cinematográfico que pictórico. Pasaron los años y su pintura no se separó nunca más de mi. Lo vi adentrarse en la materia, olvidar la metáfora, la veladura, las supuestas elegancias estilísticas, para descubrirnos, descubriéndose, una realidad más carnal y desprovista de coartadas.
Nieto de aquel Feud que desnudó nuestro inconsciente buscando esa verdad siempre evasiva, diversa, personal, subjetiva, desvestía sin piedad los cuerpos más rotundos buscando la ternura escondida detrás de la piel fláccida y los músculos vencidos, adentrándose en la materia que envuelve y modifica nuestros sueños. Se retrató a lo largo de su vida con el mismo impío valor no desprovisto de ternura conque retrataba al mundo. Quizás haya llegado a conocerse en profundidad, hasta la misma médula. Es posible que siempre fuera esa la verdadera meta de su largo viaje. A partir de ayer, de las últimas horas, hay un punto final para su obra, no así para las interpretaciones que puedan, podamos, hacer sobre ella. Gracias por haber trabajado tanto y tan bien, estimado Lucian. Es una suerte para todos que hayas heredado la estirpe curiosa, creativa, inteligente, analítica, arriesgada, de tu también imprescindible abuelo.
Gracias a Diego Sabanés, anoche me invitaron al cine Alexandra para el pase único y semi-privado de una película argentina. Se llama como el pueblo donde transcurre la historia, La Tigra, Chaco, y Fernando Godfrid, uno de sus dos jóvenes directores, contestó a mi pregunta sobre las características de su obra definiéndola como "muy chiquita". No se equivocaba. Si la comparamos con Avatar o Los diez mandamientos resulta minúscula: pocos actores, en su mayoría no profesionales, escenarios auténticos y ni un solo peso gastado en deslumbrantes efectos especiales. Aunque en realidad no tiene sentido compararlas. Una posada con encanto enfrentada sin ninguna necesidad a un mayestático hotel de siete estrellas. Se preguntarán si me gustó. Dan ganas de quedarse por un tiempo allí; sumergido en esos paisajes de ensueño siestero, viviendo una vida real -transparente según Godfrid- entre un puñado de personajes no menos reales, sin guión ni cuento.
Otrosí. Algunos cuantos humanos anónimos -maltrechos, lesos, indignados- hartos de ciertos feroces individuos, han decidido estropearles el disfraz, despeinarles el tupé, sacarles la careta de persona; borrarles de una buena vez y a ser posible para siempre, esa sonrisa dentífrica que se dibujan en la cara cada día, después del afeitado o los afeites. Utilizando las pocas fuerzas que les quedan, los últimos vestigios de una cada día más desesperanzada esperanza, estos cuantos, los damnificados, acechan frente a los edificios que albergan los "téjeme un maneje" de los bien trajeados y allí los esperan, los individualizan, se les acercan y los cercan, para, después de recriminarles que sean tan indiferentes, tan corruptos, tan (in)felices sin que haya verdaderas razones para que lo sean, increparlos, insultarlos, empujarlos, zamarrearlos, patearles el culo e, inclusive, si la oportunidad se tercia, lanzar algún puñetazo directo a sus rostros rastreros, sin rastros de humanidad alguna. No, queridos míos, mis desgraciaditos anónimos, que eso no se hace. Es que no me gusta la violencia. La detesto. Más de una vez -disfrazada de paz, de amor, de democracia o populismo- golpeó a mi puerta, y yo, ingenuo, la abrí de par en par, para comprobar unos segundos después que ahuyentaba a mi querido gato, meaba en los rincones, destruía sin razón las plantas y, por pura aprensión al color rojo, vaciaba de carpas la inocente y muy, ¡vaya!, transparente pecera. Entiendo que los ahora golpeados se han pasado varias estaciones y ni siquiera pueden escudarse tras el desconocimiento: la Gran Historia Universal les anuncia con fecha, hora y lugar precisos -ya sea desde el Pequeño Larousse, las innumerables mediatecas o la Gran Enciclopedia Británica- los resultados, habitualmente sangrientos, de otros casos de abuso de poder parecidos a estos. Recordemos si no, aunque con notorio gesto de desagrado y ceño adusto, al Dr. Guillotine y su afilado invento para recortar pelucas.
Llegado a este punto de tarantinesco perfil, prefiero olvidarme del mundo exterior, abandonar aquí mismo esta divagación sobre los efectos imprevisibles de la Gran Crisis y pasar con evasiva, displicente actitud, a la otra pantalla casera. Me espera una película del mismo director de la que supongo claustrofóbica, para mi insoportablemente angustiosa, Buried. No la he visto y no la veré. Creo que este, su primer largo, es una comedia muy, más que muy divertida, con el guapo y mullido Leonardo Sbaraglia como protagonista. Por aquí al lado, muy curioso que soy, tengo una escena de ella bajada del youtub. Se las dejo, aunque yo prefiero no verla. Me gusta llegar fresco a los filmes, que no me develen el final de los chistes y, no se muy bien por qué, me parece que esta escena contiene uno tan,pero tan grueso, que puede hacernos desternillar de risa.
Los dibujos que ilustran el texto, preciosos, son del Muy Honorable maestro Grandville.
Duele la muerte, aunque sea ajena. A veces como una puñalada en el corazón, otras como un golpe que quiebra tu verticalidad y te hace caer de rodillas, orante de un credo que ni siquiera profesas, oficiante de un rito desconocido, esotérico, al que ni siquiera rindes pleitesía. Duele la muerte, sí, y aunque digamos que no duelen menos algunos abandonos, el desamor, las pérdidas, ninguno de estos avatares es tan irreversible, irreparable, desgarrador, como la muerte física. ¿Qué quedará de nosotros? ¿Qué de nuestros orgullos, nuestras hambres y deseos, nuestra vanidad y nuestro egocentrismo? Alguna vez, en otra década, heredé, comprándola, la casa de un hombre que había muerto lejos de ella. A sus hijos solamente les interesaba el dinero. Fantaseaban con adquirir sus propios deshechos futuros, su propia basura. Tuve que tirar la ropa del finado y limpiar cajones donde guardaba sus cartas y sus fotos, los recibos de ese teléfono que ya no volvería a usar y los pasajes de los autobuses que nunca más tomaría. Encontré gemelos de camisa desparejados, programas de teatros ya desaparecidos, agujas, hilos y hasta algún botón perdido que jamás volvería a ocupar aquel lugar preciso que alguna vez había ocupado; ese lugar que esperaba un regreso que se supone necesario con una desolada, redonda sombra de vacío. También me deshice de un montón de postales ajadas, enviadas por una desconocida que con toda seguridad había sido para él, el hombre muerto, la más amada, la más apetecida. Otra vez, en otra fecha, esta mucho más cercana, heredé por simple abandono la habitación de alguien que escapó en silencio de la ¿poco gratificante? ¿aburrida? ¿insostenible? ¿simplemente horrorosa? cotidianidad que le ofrecían. En un único cajón de color verde desesperanzado, un montón de tarjetas y folletos que habían sido sueños, proyectos de vida, ilusiones desvanecidas de un posible futuro compartido, se mezclaban de forma por demás promiscua, casi podría decir obscena, con algún documento personal donde el ahora alejado mostraba una juventud aún mayor de la que llevaba encima en el momento mismo en que decidió desandar el camino y volver a su lugar de origen, a sus bien conocidos, quizás protectores, espacios infantiles; a sus, por ajetreados, más tranquilizadores fantasmas familiares. ¿No imitaría yo su huida si todavía pudiera hacerlo? Estúpida pregunta. Hace años que, casi sin darme cuenta, por pura vocación de supervivencia, tuve que elegir el cobijador desamparo del exilio, y por esa elección precipitada, sin ninguna otra elección posible, parezco obligado a quedarme hasta la muerte donde estoy; desprendido de todo lazo familiar, nostálgico y desarraigado. La muerte duele, sí, pero mientras esperamos su llegada con la secreta y estúpida esperanza de que nos olvide para siempre, de que nunca jamás llame a nuestra puerta, ¡cuánto y qué profundamente duelen algunas despedidas!
Tardía-mente (la mía), que por escuchar simplezas de otra época (Debussy, Chopin, Bill Evans, Sinatra o Manzanero, por poner algunos ejemplos) me pierdo algunas inocentes bobadas de la época actual, como, por ejemplo, esta canción del incendiario grupo mexicano Molotov que hasta ayer mismo no conocía.
¿¿Que Muy Machino??, ¿¿A Muy Machino??, Marica Nena, Mas Bien Putino, ¿¿Que Muy Machino??, ¿¿A Muy Machino??, Marica Nena, Mas Bien Putino. ¿¿Que Muy Machino??,(Puto) ¿¿A Muy Machino??,(Puto) Marica Nena,(Puto) Mas Bien Putino,(Puto) ¿¿Que Muy Machino??,(Puto) ¿¿A Muy Machino??,(Puto) Marica Nena,(Puto) Mas Bien Putino. ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! El Que No Brinque, El Que No Salte, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! El Que No Brinque Es Chinguesmadre, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!!! El Guey Que Quedó Conforme, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! El Que Creyó Lo Del Informe, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! El Que Nos Quita La Papa, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! También Todo el Que Lo Tapa, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! El Que No Hace Lo Que Quiere, ¡¡¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!!! Puto Nace Y Puto Se Muere, Amo Al Matón, Matarile (¿matarife?) Al Maricón, ¿¿Y Que Quiere Este Hijo De Puta?? ¡¡¡Quiere Llorar!!! ¡¡¡Quiere Llorar!!! Amo Al Matón, Matarile Al Maricón, ¿¿Y Que Quiere Que,Que,Que,Que?? ¡¡¡Quiere Llorar!!! ¡¡¡Quiere Llorar!!! Y Este Es Un Son Dedicado A Micky, Y A Toda Su Familia... Y A Iñaky, Su Hermano, Jajajajaja, ¡¡¡¡¡Puto!!!! Le Faltan Tanates Al... ¡¡¡¡¡Puto!!!!! Le Faltan Trumpiates ¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!! Le Faltan Ganas Al... ¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!! ¡¡¡¡¡Puto!!!! Le Faltan Tanates (huevos) Al... ¡¡¡¡¡Puto!!!!! Le Faltan Trumpiates (huevos) ¡¡¡¡¡¡Puto!!!!!! Le Faltan Tanates Al... ¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!! Amo Al Matón, Matarile Al Maricón. ¿¿Y Que Quiere Este Hijo De Puta?? ¡¡¡Quiere Llorar!!! ¡¡¡Quiere Llorar!!! Amo Al Matón, Matarile Al Maricón. ¿¿Y Que Quiere Este Hocicón?? ¡¡¡Quiere Llorar!!! ¡¡¡Quiere Llorar!!! ¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!, ¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!,¡¡¡Puto!!!
Pura Poesía. Un salmo de paz desde, y hacia, uno de los países más violentos del mundo. La canción, para no dejar dudas sobre la importancia de su imaginativo estribillo, se llama simplemente "Puto", y ellos, los no menos imaginativos composito-ejecutores, son tan elegantes, refinados, atractivos y bien hechos como se puede ver en la siguiente imagen:
(Lo se: no es una noticia de última hora y el temita tiene varios años sonando por los bajos fondos de este mundo, pero yo, que a veces prefiero moverme por espacios mejor ventilados, recién lo recibí hoy. Fue un recuerdo cariñoso enviado desde la Provincia de Buenos Aires.)
La petite mort (La pequeña muerte) hace referencia al orgasmo sexual y al período posterior a este. Describe la pérdida del estado de conciencia o desvanecimiento post-orgásmico sufrido por algunas personas en experiencias sexuales muy satisfactorias.
No es una ¡ÚLTIMA NOTICIA! (se nos había pasado por alto), pero sin ninguna duda es una ¡MUY BUENA NOTICIA! La colección crece, se vende y tiene buenas críticas. Gracias a LOS AUTORES, a nuestro trabajo...y a quien corresponda.
Harto de tanta belleza natural, de la inocente y provisoria paz de un lugar de vacaciones tan despoblado de turistas como de sus pobladores habituales, casi hastiado de la compañía no invasora, musical, armónica, de olas, gatos, nubes, aromas, gaviotas, mirlos, lagartijas y gorriones, recurro al honorable, presque bilingüe, diario La Vanguardia para sumergirme nuevamente en la incómoda aunque más reconocible realidad cotidiana. Las páginas de actualidad y política suelen proporcionarme cada día un poco más de lo mismo: actualidad teñida de política y política disfrazada de actualidad. Negro sobre gris, tinta sobre papel, sangre sobre sangre. Mejor pasar con etérea ligereza y soterrada alegría a aquellas otras, las que vienen tintadas de un ambiguo rosado cultural; tal vez en ellas encontremos el equilibrio justo entre la cruda realidad y el siempre fugitivo ensueño. Desde allí, un señor a quien no había leído nunca antes, nos habla de la actual proliferación de biografías noveladas, esa prolongación culta de los programas televisivos donde triunfan personajes con nombre o apellido de otra cosa: belén, campanario, zapatero, botín o, ¿por qué no?, mingitorio. El articulista cuenta que Bertrand Russell, filósofo, matemático, activista social y Premio Nobel de Literatura, uno de esos tipos aburridos a los que nunca se nombra por televisión, decidió en un momento de su vida preguntarse para qué había vivido. Como era un intelectual sensible y un hombre respetuoso de sí mismo, tuvo a bien contestarse. Confesó haberlo hecho por tres pasiones a las que consideraba tan simples como intensas: "el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento humano". No creo que sus motivaciones tuvieran el más mínimo interés para las plateas televisivas medias, más inclinadas al lagrimón sentimental, a la condena judicial o al siempre resultón y excitante estupro. Para redondear la descripción de un personaje al que supone, sin equivocarse, poco recordado, el periodista agrega: "hubo una época en la que los intelectuales enarbolaban banderas críticas y éticas, aún con el riesgo de perder cargos y conferencias o ir directamente a prisión. Russell fue uno de esos intelectuales." Y no le fue nada mal, al menos en la longitud de su existencia. Vivió casi cien años colmados de todo tipo de experiencias. Ahora, ¿puedo yo, sin ningún cargo importante esperándome a la vuelta de la esquina, con poco poder y mucho menos talento y crédito que el longevo y nobelado señor Bertrand Russell, arriesgarme a decir en todo momento lo que en realidad pienso? No lo sé, temo que no, que quizás no debiera, ¿pero acaso puedo tragar sin atragantarme lo que pugna por salir mientras escribo?
Ilustra un retrato de Bertrand Russell de autor desconocido.
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