

Descubrí a este Freud otro, hosco hombre de imágenes que no de palabras, en la abarrotada cubeta de una librería parisina, hace ya un buen montón de años.
La sorpresa fue grande. Antes de abrir aquel folleto-libro algo ajado que tenía ante mis ojos, yo esperaba encontrar manchas metafóricas, abstracciones de color; a lo sumo signos, fórmulas o símbolos indescifrables. Cuando separé las manos hacia los costados, separando al mismo tiempo las páginas satinadas de aquel libro en un gesto mecánico, propio de un negligente (h)ojeador de librería, me sorprendió esa explosión de humanidad cercana, esa galería de rostros evasivos, vacilantes, intensamente humanos. No esperaba encontrarme con aquella planta tropical domesticada, tan alta como el hombre que la había pintado: arrinconada y sola como él mismo, conservando como él sus hojas muertas, su pasado mustio, acartonado, anclados los pies a un oscuro suelo de madera. Me sorprendí espiando por la ventana que da a un cultivo de basuras, o frente a aquella niña con ojos como hojas frescas o a la mujer rubia que despierta o convalesce en un hotel ¿de encuentros furtivos? mientras su partenaire la observa desde las sombras de un contraluz más cinematográfico que pictórico.
Pasaron los años y su pintura no se separó nunca más de mi. Lo vi adentrarse en la materia, olvidar la metáfora, la veladura, las supuestas elegancias estilísticas, para descubrirnos, descubriéndose, una realidad más carnal y desprovista de coartadas.

Nieto de aquel Feud que desnudó nuestro inconsciente buscando esa verdad siempre evasiva, diversa, personal, subjetiva, desvestía sin piedad los cuerpos más rotundos buscando la ternura escondida detrás de la piel fláccida y los músculos vencidos, adentrándose en la materia que envuelve y modifica nuestros sueños.
Se retrató a lo largo de su vida con el mismo impío valor no desprovisto de ternura conque retrataba al mundo. Quizás haya llegado a conocerse en profundidad, hasta la misma médula. Es posible que siempre fuera esa la verdadera meta de su largo viaje.
A partir de ayer, de las últimas horas, hay un punto final para su obra, no así para las interpretaciones que puedan, podamos, hacer sobre ella.
Gracias por haber trabajado tanto y tan bien, estimado Lucian. Es una suerte para todos que hayas heredado la estirpe curiosa, creativa, inteligente, analítica, arriesgada, de tu también imprescindible abuelo.
