miércoles, enero 31, 2007

Diálogo


-Es que yo soy un apasionado de las relaciones.
-¿Públicas?
-Sí, aunque tampoco desdeño las privadas. Si hay gente de por medio, otras personas, vaya, puedo gastarme horas sin hacer nada más que eso: relaciones...
-Bueno, yo no podría decir que no me interesa la gente, pero estoy muy ocupado durante el día... Y en el weekend, ya sabes, se juntan un montón de cosas que no pudiste hacer durante la semana y, bueno, tampoco tienes demasiado tiempo para dedicarle a los amigos...
- A eso voy. A compartir tu tiempo por completo, a darle tu tiempo a los demás sin pensar siquiera en que tienes que mantener una casa, sin preocuparte por tus necesidades básicas, por tu trabajo, tu profesión o tu familia... Hoy, por ejemplo. Comencé la mañana recibiendo a los tipos de la telefónica que se supone venían a arreglarme las conexiones del ADSL...Pues mira, nos enrrollamos a hablar de la teoría cuántica, el ensimismamiento de los investigadores de Palo Alto y los efectos positivos de la reverberación acústica sobre los brotes de soja, un descubrimiento de peso realizado en las comunidades agroecológicas de San Francisco, y olvidé que tenía que pasar por el banco para solucionar un descubierto de 8.000 euros. Mal rollo. Sin embargo, cuando me percaté del olvido ya eran las dos y media de la tarde y el banco estaba cerrado. ¿Qué podía hacer? Como dijo Confucio: Si tiene solución para qué te vas a preocupar, pero si no la tiene, ¿qué sentido tiene preocuparse? Me fuí a comer a la vuelta de casa. Te podría decir que los dueños más que restauradores son amigos, así que cuando terminé con el menú nos tomamos un café juntos y me comentaron que les habían fallado dos chicos en la cocina. La maldita gripe, que sigue haciendo estragos. Nada, que sin dudar ni un segundo me arremangué la camisa y me puse a lavar platos y cacharros hasta las seis de la tarde. No fue ningún sacrificio porque el cocinero es diseñador gráfico en sus ratos de ocio y me estuvo explicando las bondades del nuevo Windows Vitalínea. Un prodigio de la informática que además reduce el colesterol y elimina las arrugas de expresión. Los muy amorosos querían que me quedara a cenar. Imposible, ya que tenía otro compromiso: Renata y su marido querían consultarme respecto al nombre de su primer hijo y yo les había prometido caerme por su casa con el diccionario de la RAE y el Gran Libro de los Sinónimos Castellanos. Fue lo que hice. Parece que finalmente le pondrán Marmota si es niña y Deductivo Racional Inferente en caso de que nazca varón. Mientras abríamos y cerrábamos los libros esperando que el método aleatorio nos diera algún nombre medianamente aceptable, Renata, una apasionada de la música de cuerdas, me enseñó a tocar algunas canciones de Renato Carozone y el último éxito de Figuerola Montalvano: Prendi da qui. Perdona, pero, ¿qué hora es?
-Yo tengo las nueve y diecisiete.
-Seguimos mañana, querido. Tengo un compromiso impostergable con los vecinos. Es que, sabes, soy el presidente de mi escalera...

martes, enero 30, 2007

Alejo, cercano

Eso de que "a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos", el que escribe, poco amante de las cercanías familiares, lo ha transformado en un más personal "quien prefirió no tener niños, acaricia felinos".
Sin embargo, como no vivo solo, desde hace unas semanas nos visita un sobrino de las lejanas pampas bonaerenses...
La primera noche, para abrir boca en su degustación de Barcelona, lo llevé a ver la Pedrera, que queda a unos pasos de casa. Cuando estuvimos delante levantó con desgano la cabeza, mientras lanzaba un ¡ah! con bastante menos enfasis del que ahora le otorgan a éste mismo los signos de admiración que le he adosado, e inmediatamente, cambiando la dirección de su mirada, acotó "¡qué barbaridad ese Bentley!".
Nunca me fijo en los coches que pasan a mi lado, salvo que se trate de un Jaguar, a ser posible de ese verde inenarrable que algunos llamamos "inglés" y que está muy cerca de los azules y los negros. Como no sé conducir, supongo que ese interés es sólo una prolongación de mi amor por los gatos, pero, aunque también me gusta Fellini y he sido fan del Gato Barbieri, detesto particularmente el musical Cats, así que no sé si esta suposición es demasiado válida.
Volviendo al sobrino turista, después de esa primera visita guiada me dí cuenta que no le interesaban las cosas sin ruedas, así que desistí de llevarlo al museo Picasso, a la Sagrada Familia o a la torre Agbar. No pareció frustrarse en absoluto. Libre de nuestra compañía, se dedicó a conocer las tiendas y los bares de moda y a pasear alegremente por los países cercanos.
No suele hablar demasiado, pero es tanta su pasión por los rodados que cuando ve algo que le gusta exclama ¡Joya!, poniendo los ojos redondos como ruedas.
Él, demasiado joven, no lo sabía, pero esta expresión -muy usual entre algunos jóvenes argentinos- nace de los carteles manuscritos que pegaban hace tiempo los vendedores de coches de segunda mano en los parabrisas de sus vehículos en oferta:
Se vende:
¡Joya! Nunca fue taxi.
(photo : bertini)

jueves, enero 25, 2007

once + 4


Ayer por la tarde nos reunimos en el Ateneo Barcelonés para homenajear al poeta venezolano José Barroeta. Éramos quince* (parece que se llevan las multitudes en escena) y teníamos pocos minutos para explayarnos y leer el poema que habíamos elegido con total libertad entre los de su antología (Todos están muertos, Editorial Candaya).
El título del libro, la muerte relativamente temprana de su autor y la gripe que me atacó tan fieramente dieron como resultado el pequeño texto que incluyo a continuación.

Hace pocos días, durante la clausura del Año Freud en el auditorio de Caixa Fórum, alguien dijo que solemos llamar experiencia a todas aquellas circunstancias por las que hubiéramos preferido no pasar nunca.
La muerte es la experiencia final e inevitable, y el hombre, único ser vivo que tiene conciencia de esa angustiosa realidad, de su propia fragilidad y contingencia, de su deterioro paulatino y de su definitiva desaparición, ha tratado persistentemente de hallar algún móvil que excuse ese destino inapelable.
Condenados todos a una inexorable pena de muerte, ¿nos queda algo más que penar por ella?
Ante la ausencia de respuestas tranquilizadoras -atravesados por esa angustia primordial, aturdidos por el dolor de la pérdida y la conciencia del absurdo- intentamos escapar de nuestro intransferible destino, de nuestra abrumadora certeza, imaginando paraísos y reencarnaciones, erigiendo estatuas, monumentos y mausoleos, ofreciendo ceremonias, recordatorios y homenajes.
Para escapar del vértigo terrorífico que produce todo aquello que nos resulta extraño, hemos creado un personaje-otro que es sólo un espejo de nuestras facetas más oscuras -una representación metafórica que, paradójicamente, parece llena de vida- y después de dotarla de voluntad y arbitrio nos entretenemos preguntándole por qué actúa como lo hace, fantaseando que de conocer sus motivaciones tal vez podríamos ganar una batalla que sin embargo sabemos perdida de antemano.
Ese personaje tan cruel como arbitrario, de corazón impío y artera estocada, ha mostrado a través de los tiempos y las diferentes culturas una camaleónica, y no siempre siniestra, identidad.

Para el poeta venezolano José Barroeta, la muerte parece no tener forma alguna: está melancólicamente asociada con la ausencia, con la desaparición, con el silencio.
Con menos de veinte años escribió el poema que daría título a su primer libro y ahora también a la antología de su obra editada por Candaya. En él dice:

La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.

Romper el silencio, apoderarse de la palabra desde la poesía, era para José Barroeta, un ser notablemente obsesionado por la muerte, abandonar toda esa tristeza soterrada, saltar ruidosa y casi alegremente al devenir de la existencia.
Para remarcar ese gesto y como si de un exorcismo se tratara, “Todos han muerto” está dedicado a su hija: “Vida, que nació en Mayo”.
Quizá por deformación profesional -también me interesan, o preocupan, los colores- quizá como sortilegio personal, he elegido para leerles esta tarde Rojo en el Delta, un poema sobrevolado por un suave y ambiguo erotismo.
En él Barroeta, dueño ya de su palabra, reclama con obstinada ternura la voz ajena, la carnal e insustituible presencia del otro.
Rojo en el Delta:
Necesito el unguento
Camilo.
Quiero que vengas esta noche
a mi cama
con tus miserias
y te acuestes debajo de mí
y me hables hasta que nadie nos escuche
del río
de los senos de las mujeres que salen
por los ojos
de aquellos pies a orillas de los caños
que se desenterraban y enterraban.
Necesito Camilo de tu nuca
de tus animales de tus piedras de tus puestas de sol
de tu manera de favorecer las causas perdidas.
Necesito que vengas esta noche
porque llego desde la lluvia huyendo
no estaban en sus gotas las formas de mi padre
y hablo solo bajo el misterio de la copa llena.
Necesito que vengas esta noche
que me desesperes con alevosía
que me indignes como de costumbre
con amor
que me dejes más silencioso que un triunfo
dispuesto a mirar tus ojos con alegría en lo muerto.
Ven esta noche
esperemos hasta que ella duerma y contaremos historias
sobre cada sitio de su cuerpo.
Los dos navegaremos conversando sobre los hilos
de su estrella mayor
atentos a lo más fugitivo de la vida.

*por orden de lectura: Juan Antonio Masoliver Ródenas, Eduardo Moga, Edgardo Dobry, José Corredor-Matheos, Teresa Martín Taffarel, Helena Usandizaga, Dante Bertini, Juan Pablo Roa, Diómedes Cordero, Carlos Vitale, Juan Gabriel Vásquez, Pedro Serrano, Mario Campaña, Olga Martínez Dasi, Jordi Carrión.
(ilustración : membrillos anónimos y fragmento de una pintura de ricardo cinalli en photo de bertini)

lunes, enero 15, 2007

veinte indiecitos

Para clausurar el Año Freud, la librería Xoroi convocó a veinte -sí, 20- arriesgados "personajes" de edades, sexos, profesiones e ideologías variadas, para un homenaje sabatino en el auditorio de la Caixa Fórum. Alumno aplicado, escribí este texto que no sobrepasaba los seis minutos previamente concedidos a cada uno de los convocados. No todos respetaron ese límite, pero a juzgar por la recepción y los aplausos, el público que llenaba la sala estaba de lo más satisfecho con el acto.
Es que Freud, como Gardel, cada día canta mejor.

MI NOMBRE ES FREUD, SIGMUND FREUD

Cuando me fui de Buenos Aires, a fines de 1975, el lenguaje freudiano ya había traspasado los muros universitarios, los estrictos límites del encuadre psicoanalítico y el hermetismo casi iniciático de los grupos de estudio, para integrarse al énfasis expresivo y a la jerga siempre mutante del lenguaje porteño.
Cinéfilos empedernidos, nos había fascinado de inmediato el concepto de proyección y lo usábamos para rebotar sin el más mínimo remordimiento cualquier juicio desfavorable sobre nuestra conducta. Lo contrario hubiera sido sentirse, o ser,“culposos”, y aquello era algo que los jóvenes “comme il faut”, todo lo asumidamente neuróticos que la modernidad exigía, no podíamos permitirnos.
Dejamos de estar tristes o preocupados para sentirnos atrapados por la angustia, y, frívolamente enganchados al dinámico dúo de Eros y Tánatos, muchos llamaban “mi amor” a todo el que se le ponía cerca y proclamaban convencidos que aquello que los hacía gozar “mataba”.
Por más que uno pusiera todas sus defensas en situación de alerta, se hacía muy difícil aceptar que en medio de una discusión pudieran tacharte de superyoico, narciso, castrador, o encajar que tus lapsus dejaban al descubierto deseos muy ocultos.
Nos preocupaba el estado de nuestra libido, manteníamos bajo sospecha nuestras pulsiones, y, más que un gran amor, deseábamos una buena transferencia.
La catarsis ocupó el lugar del bricolage, los hobbies o las aficiones y los problemas domésticos de Edipo parecían tan cercanos y conocidos como los del primo Ángel o la tía Elvira.
Por aquellos años las amas de casa dejaron de lado las neuralgias para comenzar a sufrir traumas y complejos y muchos adolescentes decían no soportar más las castraciones paternas y se lanzaban airadamente contra ellas escribiendo frases de inspiración freudiana sobre paredes y pancartas. Mientras los enamorados pretendían huir del emparejamiento simbiótico entregándose alegremente a terapias grupales de distinto signo, las madres hablaban de la “oralidad” desenfrenada de sus bebés, los estudiantes acusaban a sus profesores de fijaciones infantiles y los hinchas de algunos equipos habitualmente perdedores se autodenominaban “masocas” o masoquistas y tildaban a sus rivales de paranoicos y psicópatas.
Al mismo tiempo que Manuel Puig, autor de “El beso de la mujer araña”, “Boquitas pintadas” y “La traición de Rita Hayworth” sostenía que el inconsciente tenía la estructura de un folletín, los culebrones televisivos empezaban a incluir algún psicoanalista sui generis entre los innumerables personajes secundarios, y palabras como subconsciente o sublimación entre los obtusos parlamentos de los actores protagonistas…


Cuando llegué a esta ciudad, en la primavera de 1976, su gente empezaba a vivir una transición colmada de expectativas e incertidumbres. Los cambios políticos y sociales se sucedían con tal velocidad que el vértigo no permitía detenerse en las palabras.
Ahora se me ocurre pensar que el psicoanálisis tenía muchos puntos en común con el té, esa infusión que los holandeses importaron de China a Europa para que los ingleses la convirtieran en uno de los símbolos más universales de su cultura.
Si bien es verdad que no resultaba demasiado difícil de encontrar, seguía siendo un producto minoritario, bastante exótico y de poquísima difusión popular. Como el psicoanálisis, el té no se asociaba con el placer y se usaba exclusivamente en casos muy específicos de malestar o enfermedad. Física y leve, si se trataba de la dorada infusión oriental, mental y grave si decidíamos internarnos en esas otras aguas, presuntamente más turbias, del psicoanálisis.

Pasaron más de treinta años y son muchas las cosas que han cambiado en este tiempo.
Tantas, que hoy abundan los “Tea Shops” por las calles de Barcelona y nosotros podemos reunirnos a festejar públicamente y sin rubores el sesquicentenario del nacimiento del inventor del psicoanálisis: Freud, Sigmund Freud.

…a pesar de que, cada vez que escribo la palabra Freud, el corrector automático de Word insiste en cambiar la u átona por una i acentuada, convirtiendo el apellido del ilustre vienés en un imperativo de tintes gastronómicos.

(más información en crucigrama, uno de los links vecinos)

jueves, enero 11, 2007

lo quimporta es la salú...


esta frase era un lugar común que servía para terminar cualquier conversación sin interés ni destino, algo equivalente a "bueno, un día de estos te llamo" o "no me entretengo más porque en casa me matan...".
sin embargo hoy, a pocas horas de una presentación en público -freudiano para más inri- me siento atacado por los virus -que sea uno solo me parece aberrante, hiere mi orgullo de 88 kilos- y tengo ganas de repetírmelo una y otra vez, como quien mete el dedo en sus llagas para ver cuánta capacidad de aguante tiene...
¡a ver cuán macho eres, cuate!
imagino largos paseos sin dolor de cabeza, preciosas películas sin dolor de cabeza, un plato humeante de buena comida sin dolor de cabeza, mi libro de borges-bioy -tanto o más gordo que aquel inolvidable libro gordo de Petete- sin dolor de cabeza, este mismo momento, aquí y ahora, sin dolor de cabeza...

no hay nada que hacerle, vieja: ¡¡¡lo quimporta es la salú!!!

(photo : blumenfeld)

martes, enero 02, 2007

principio y fin (el orden de los factores)


todo empieza y todo acaba, y cuando sabemos que siempre es así sólo nos queda adaptarnos a los movimientos de la vida, alegrándonos cuando nos toca hacerlo y llorando cuando nos hiere algún dolor... un año nuevo, o un nuevo minuto, nos traerá horas y sensaciones diferentes, situaciones y personas distintas, rutinas y repeticiones que nunca serán exactamente iguales... marcamos el tiempo de forma arbitraria, y es el corazón, la inteligencia, nuestra propia y única sensibilidad quienes nos dicen qué a cambiado y cómo lo ha hecho; también qué rastro ha dejado cada suceso en nuestra existencia...
la pequeña rosa que florece en mi ventana pasa del amarillo al naranja y de allí al rojo sin que ello signifique demasiado para el resto del universo, tan vasto como mi pensamiento me permita imaginarlo...

sin embargo otro año ha pasado
y todavía estoy aquí:
¡ALELUYA!

(photo : Dante Bertini, autorretrato)