Estaba de mal humor...
Algo tan poco eventual como mi casi total desafección por las presentaciones literarias. No es como con el verano, no. Ni las odio, ni me molestan, ni descreo de la literatura.
El verano es inapelable: apenas si puedes escaparte de él. Un libro puedes no abrirlo, dejarlo para otro momento, olvidarte para siempre de su existencia.
Mi creciente desamor por las presentaciones literarias se basa en que cuando vas a uno de estos eventos todavía no has leído ni una sola línea de lo que van a presentarte y tienes que confiar en el gusto y la honestidad de los personajes que ofician de padrinos. Como si aplaudieras una película o una obra de teatro antes de su comienzo. Como si felicitaras a una futura madre por la belleza, inteligencia, simpatía, del niño que aún no ha parido:
-Se llamará Gabriel o Gabriela, aún no lo sé. Todavía desconozco su sexo.
-¡Qué importa el nombre o el sexo! Siendo un hijo tuyo será con toda seguridad precioso...¡Y mira qué bonitos los escarpines que le ha tejido la abuela!
Se supone que este diálogo podría desarrollarse con cierta intimidad, pero imaginen que la futura madre hubiera decidido presentar a su niño no nato rodeada de todos sus amigos y familiares.
¿Qué cara le pones?
¿Disimulas que nada de lo que pasa allí te interesa un pepino, y entonces mientes, sonríes, gesticulas lo necesario para quedar bien, para que ninguno de los presentes piense "de dónde habrá salido este friki desalmado que no se emociona con un futuro crío"?
¿Y si para colmo de males los escarpines o la mañanita que te muestran resultan ser horrorosos y cuando decides que ya está bien, que lo mejor es escapar rápidamente de aquella encerrona, te das cuenta de que la puerta de salida está bloqueada por los parientes más cercanos?
En definitiva: no me ilusionan demasiado las presentaciones de libros y además aquella tarde estaba de mal humor.
No por el libro, con toda seguridad magnífico, que presentaba un muy querido amigo con credibilidad asegurada. Digamos que en los últimos meses me molestan bastante las noticias y mucho más ciertas opiniones que no encuentro inteligentes y, mucho menos, ciertas. Debería haberme quedado en casa, aunque con la radio y la televisión apagadas. Sin embargo, cabezón que soy, decidí acudir al evento con toda mi acritud encima, y en medio mismo del acto, ya arrepentido por repetir una experiencia que en sí misma pocas veces me resultaba satisfactoria, apoyé la mano sobre una mesa de novedades y casi tiro al suelo un libro que, vaya por dónde, se llamaba, se llama,
Antología del Culo.
No conocía al autor, Adrián Melo.
Atrevido, pensé, mientras lo abría en un lugar cualquiera. Mi nombre, Dante Bertini, encabezaba, supongo que por pura casualidad, una página derecha, las que se consideran de visión obligada. El autor de la antología resultó ser argentino. La editorial, de Buenos Aires. La compañía, inmejorable. Entre otros conocidos de siempre están Bocaccio, Marco Denevi, Casanova, Hervé Guibert, Luis Cernuda, Manuel Puig, Julio Cortázar, Pasolini, Quevedo, Néstor Perlongher, Rabelais, Góngora, Sade, Esquilo, Rimbaud y Verlaine, Allen Ginsberg, Osvaldo Lamborghini, Reinaldo Arenas, Roberto Fontanarrosa... (la lista continúa)
Volví a casa de buen humor, excitado, y unos minutos después Adrián Melo y yo empezábamos a ser amigos.
Transatlánticos y Virtuales, al menos por el momento...