viernes, octubre 22, 2010

Patrick Blanc, la felicidad es verde


Viernes ansioso.
Lo real lacaniano irrumpe torpemente haciendo trastabillar mis siempre algo inseguras certezas.
Red Bull nos creó alas, nos permitió volar. Ahora, hoy mismo, la otrora prestigiosa compañía Air France corta con un gesto torpe cualquier posibilidad de vuelo.
Gritaría ¡merde! en sus malditas jetas para salpicarlas con el color del desconsuelo... si no fuera porque podría confundirse con un deseo de buena fortuna, de suceso, de éxito y aplausos. Sintiéndolo mucho, no puedo desearles nada de todo esto.
Este Viernes no es Verde, salvo porque, a pesar de todo, conservo la esperanza de un final feliz. ¿Dónde está la maleta en la que, entre otras muchas cosas materiales, iba también la llave de un sueño, monsieur Sarkozy?
Gracias desde ya, con ilusionada anticipación, por devolverla. Nos la merecemos. Tanto como usted y sus compatriotas merecen un futuro sin sombras, tintado con el verde vertical y verdadero de la siempre erguida y auténtica felicidad.

The private jungles of Patrick Blanc from Jotaeme on Vimeo.

lunes, octubre 18, 2010

Mario Vargas: Losa contra/sobre Foucault



El viernes pasado fui invitado por el Casal Lambda para hablar sobre mi país natal, Argentina. En realidad la gente del Casal quería que me centrara especialmente en el antes y después de la aprobación de la Ley de Igualdad de Derechos entre heteros y homosexuales, en los cambios posibles a raíz de la promulgación de esta ley, y si, de existir estos, eran muy evidentes.
Llevaba conmigo unas veinte carillas escritas que pensaba leer si el público asistente no me demostraba cansancio o, simplemente y sin más, abandonaba la sala con gesto de aburrimiento y desagrado.
Los papeles quedaron sobre la mesa, porque cuando Joan Sebastian, organizador de estos polifacéticos Viernes del Casal, lanzó sin demasiado preaviso sus dos primeras preguntas, cogí el hilo del discurso, -no se si llamarlo espontáneo por haberlo hecho sin apoyaturas escritas- y no lo solté hasta que, hora y pico después, me anunciaron que debíamos despejar la sala y pasar a otro espacio donde servirían la cena a la que también había sido invitado.
Dado que estaba pensado como un introito anómalo, un hors d'oeuvre que no encajaba fácilmente en el tema central de la charla, antes de pasar a la mesa leí el corto texto que publico a continuación, escrito momentos antes del encuentro.



El homeópata catalán que me atendía hace unos años (¿cómo eludir una consulta con el Doctor Pros cuando nos sentimos rodeados de inumerables contras?) pretendía que yo, una auténtica personalidad pulsatilla, siempre algo dada al ensueño y a la melancolía, aceptara el carácter, según él impermanente, de las cosas.
No terminaba de entender, o yo no sabía dejárselo claro, que en realidad podía comprender desde muy pequeño que “lo nuestro es pasar”, pero sin embargo no lograba aceptar internamente, sorteando esa irremediable y profunda pena, que la realidad fuera así, porque en ese pasar, en esa provisionalidad, en esa impermanencia de las cosas, se perdían algunas de ellas muy queridas.
Los seres humanos somos muy afectos a acumular recuerdos. Lo hacemos en la memoria, pero también en cajones, estantes, novelas, diarios personales y ahora, en estos tiempos de informatización y ordenadores personales, en blogs y páginas de facebook.
Una de las enfermedades de la época, también una de las más temidas, es sin duda alguna el alzheimer.
Será porque si perdemos los recuerdos lo perdemos todo, definitiva y fatalmente.
Jorge Luis Borges, uno de los grandes poetas de la lengua castellana, dijo alguna vez, y sé muy bien que me repito citándolo,“si algo no existe es el olvido”.
O era demasiado optimista, cosa que dudo y él mismo se ha encargado de negar más de una vez, o simplemente estaba hablando de su propia capacidad de recordar, tan memoriosa como la de su personaje, Funes.
Yo lo recuerdo a él ahora porque el mismo día que el escritor peruano-español Vargas Llosa se ganó el Premio Nobel, un ilustrador de periódico llamado Erlich, dibujó al escritor argentino sentado en una nube, provisto de alas, su bastón de ciego y preguntándose:
“¿No era que a mí nunca me otorgaron el Premio Nobel por ser de derechas?”
Mientras alguien mostraba excelente memoria, muchos diarios progresistas parecían haber olvidado que Vargas Llosa se presentó como candidato a presidente de su país con un programa que no era precisamente de izquierdas, dedicándole páginas y páginas de elogios y ensalzándolo como si fuera un auténtico Mesías, el letrado y omnisciente Salvador de nuestra humanidad y nuestra lengua, ambas siempre al borde del abismo.
Pocos días después, para corroborar su bien nutrido currículum de burgués medio, defensor de la familia tradicional y de las buenas costumbres, el nuevo Nobel de literatura se presentó en una Universidad de Estados Unidos con una conferencia en la que defenestró el recuerdo y la trayectoria del filósofo francés Michel Foucault, acusándolo de que, en vez de buscar la sabiduría en las bibliotecas y los libros, lo hacía en los saunas y bares gays de San Francisco (sic).
¿Olvidaremos por causa de su ahora premiada homofobia (¿cómo se puede entender, sino como homófoba, esta mención ramplona y desvalorizadora de las actividades privadas del filósofo francés?), por su indudable y menos refulgente resentimiento “intelectual” (¿qué estaba haciendo usted, señor Vargas “Losa” en Mayo del 68?), por esta amarillista y descalificadora mirada sobre la vida de alguien que, como Michel Foucault, aportó toda su calidad intelectual a los debates abiertos sobre “las otras sexualidades”, que luchó comprometidamente por la aceptación de la igualdad de derechos y donó pensamiento y palabra a los combativos movimientos gays de(sde) finales de los años sesenta?
¿Podrá la fuerza calculadora de este premio tan mediático como manipulado(r), sepultar para siempre a Foucault entre los escombros desechables de los años ya pasados, como si se tratara de una marca más de ropa, de una nueva dieta infalible o de una línea de cosmética milagrosa, día a día presumiblemente superada por otra que lo es aún más?
No se si esto viene a cuento, pero como los días se suceden y ya hace más un mes que fui invitado a darles esta charla, mis intereses van cambiando de lugar… o voy aceptando gozosamente otros que anteayer no tenía.

He venido aquí para hablarles de Argentina y su nueva ley de igualdad, no me confundo. Este introito de último momento, aupado a las últimas noticias del último periódico, sólo me sirve para no olvidar, intentando al mismo tiempo que tampoco olviden ustedes, que el señor Vargas Llosa no es un gay friendly y que su concepto de la seriedad intelectual, de la praxis y el compromiso, elude cualquier posibilidad diferente a la que pueda prestar un libro cualquiera, a ser posible lujosamente encuadernado.

Dibujos de David Levine y Matt Groening

jueves, octubre 14, 2010

Fugaz Belleza


La descubrió de pronto, mientras tonteaba aburrida entre las plantas de una enorme florería cercana a su casa. Iba allí como quien entra sin ninguna devoción a una iglesia vacía: para cargarse de silencio y belleza, para impregnarse de colores y aromas que no le eran habituales, para compartir una mística imprecisa que, aún sin comprenderla totalmente, la atraía siempre.
"Amarillys", leyó en el pequeño cartel que acompañaba una hilera de bulbos sin flor y recordó a una actriz de su infancia a la que no pudo poner rostro. Amarilis Carrié...¿qué sería de ella?.
-Este bulbo, ¿dará flores?, preguntó al vendedor que se acercó a atenderla.
-Por supuesto... Mire aquí: tiene dos varas. Cuando se abran los capullos será realmente precioso.
Podía creerle o no. Ni siquiera recordaba cómo era aquella flor de nombre rebuscado, aunque sin saber por qué, no podía pensarla en ningún tono de amarillo. Finalmente el precio, cinco euros, y la esbeltez de los tallos y las hojas verde fresco la convencieron más que un hipotético futuro florecido al que ni siquiera podía dar color.
Había imaginado aquellas anchas cintas verdes sobresaliendo de un gran vaso de cristal transparente que tenía en su casa, así que volvió a ella más ilusionada, cuidando que las hojas llegaran sanas a su destino. Puso el bulbo con su pequeña maceta de plástico dentro del vaso de cristal y les agregó agua. Al día siguiente, nada más levantarse, vio con alegría que los capullos empezaban a despuntar en rojo.
Durante dos semanas la planta siguió regalándole flores de un color tan luminoso y vibrante como para teñir con sus reflejos de fuego todo lo que la rodeaba. También su corazón, que hasta la llegada de Amarillys estaba gris de tristeza, opacado por la melancolía, robó para sí un poco de aquella vitalidad vegetal sin excusas ni explicaciones, de una gratuidad sin más, casi insultante.
"Florece porque está programada para ello. Ese es su destino."
Se preguntó si el suyo sería simplemente languidecer; viva, sí, aunque sin flores restallantes que iluminaran el paisaje. Había dejado atrás un sueño tan gratificador e inesperado como aquella floración, para regresar a su cálida, placentera, aunque también previsible y rutinaria, realidad cotidiana.
Miró a su gato, que dormía plácidamente sobre un sillón antiguo de desgastada pana marrón. Como él, aunque por propia decisión, había cambiado el riesgoso placer de la aventura por la tranquilidad sin sobresaltos de la vida doméstica.
Se miró las manos con resignada tristeza. No le crecerían flores, de eso estaba bien segura, sin embargo, muy poco tiempo atrás, aquellas mismas manos habían despertado fuegos tan intensos como para iluminar más de una vida.
Se estremeció de arriba a abajo como queriendo sacarse de encima una piel molesta, desgastada y en desuso. Un segundo después corría hacia su cuarto para revolver ansiosa el cajón donde guardaba los cosméticos. Mientras esmaltaba con un rojo furioso de Revlon sus uñas cortas, habitualmente pálidas, una sonrisa que de puro extraña resultaba felina, comenzó a dibujarse en sus labios entreabiertos, en sus ojos otra vez esperanzados.

Foto de Richard Avedon

sábado, octubre 09, 2010

Buenos Aires, viejos libros









La plaza Armenia y la Cortázar-Serrano concentran gran parte de la actividad comercial del borgiano, turbio y cuchillero barrio de Palermo, reconvertido ahora en el colorido, comercial y turístico Soho bonaerense.
Comercios modernos, refinados y caros, bares de todos los tamaños y enormes restaurantes -restós dicen los porteños- de impecable diseño, más la presencia, como en casi toda Buenos Aires, de artesanos verdaderos y supuestos que, junto a una incalculable cantidad de vendedores callejeros de chucherías varias, esperan a sus eventuales clientes charlando de puesto a puesto o desparramándose ordenadamente junto a sus mercaderías por las anchas aceras, conforman el paisaje, trajinado aunque nada ruidoso, de toda esa zona.
La tarde del último siete de septiembre, mientras buscabábamos por el que durante dos meses fuera mi barrio un lugar donde festejar, comiendo opíparamente, el cumpleaños número veinticinco de AM, nos cruzamos con una mujer delgada que arrastraba parsimoniosamente, sin demasiado esfuerzo aparente, un gran carro repleto de libros usados.
Como siempre vemos en primer lugar aquello que estamos esperando ver o ya hemos visto antes alguna otra vez, estiré sin pensar el brazo para sacar de entre el ordenado barullo de aquella auténtica biblioteca rodante, un volumen de Remedio para melancólicos , brillante recopilación de cuentos cortos del infatigable Ray Bradbury.
Era la primera edición castellana de ese título en la editorial Minotauro, propiedad del para muchos mítico Paco Porrúa, auténtico descubridor del primer, aún joven, García Márquez. Como si todo tuviera un sentido que no alcanzo a descifrar, por aquel barrio de Palermo, a pocas calles de donde estábamos, vive ahora un auténtico gallego de Galicia: Marcial Souto, coruñés de las cercanías de Betanzos, amigo personal de Bradbury y traductor de gran parte de su obra, aunque, y lo corroboro buscando entre sus primeras páginas, no precisamente de este libro, traducido a dúo por la inolvidable, deliciosa, ya desaparecida Matilde Horne y el mismo Porrúa, camuflado una vez más bajo uno de sus muchos seudónimos.
La mujer que arrastraba el carro, y vuelvo nuevamente a ella, tenía el cabello largo hasta los hombros, blanco de canas y apenas recogido tras las orejas con la ayuda de una "vincha" ("diadema" las llaman por aquí, aunque a mí me suena bastante principesco, un poco demasiado cursi). Esta era bastante estrecha y también blanca, de punto. Junto al abrigo de color camello, la bufanda borravino algo desteñida, la piel clarísima y los rasgos afilados de judía centroeuropea, la estrecha vincha blanca otorgaba a la mujer un aspecto fuera de lugar, algo anacrónico, casi de otra época.
Personaje secundario de una película de los cincuenta sobre la resistencia francesa, cuando sumergió la mano entre sus libros imaginé que iba a sacar un arma, o tal vez esa granada que explotaría poco después contra las odiadas fuerzas de ocupación alemanas.
-Si se lleva ese, le regalo este otro.
En su mano derecha estaba ahora "Más que humano", la novela de Theodore Sturgeon que iluminó mis ilusiones y fantasías entre los dieciséis y los diecinueve años.
-Se ve que a usted le gustan mucho los libros. En casa tengo cientos y quiero deshacerme de la mayor parte de ellos. Ya estoy vieja, no puedo cuidarlos. Apenas si doy abasto con mi cuerpo y mi gato.
Le doy los cinco pesos que me pide mientras acerco los dos volumenes a mi pecho como si fueran dos reencontrados juguetes de la infancia.
Hace mucho, demasiado tiempo que no releo estos libros, sin embargo puedo recordar de qué tratan. El cuento que da título al de Bradbury, otorga al amor que no desdeña la sexualidad categoría de remedio infalible para los desfallecimientos melancólicos. El de Sturgeon habla sobre la ética, el compañerismo y las diversas, e inexploradas, posibilidades de relación entre los seres vivos.
Serán otro buen regalo, imprevisto, casual, yo diría que también algo mágico, para el joven amigo que va a mi lado.

Lo repito otra vez: hay mucho más que buena carne, descontento e inseguridad en esta enorme, inabarcable, no sé si misteriosa ciudad de los Buenos Aires.
Todas las fotos que ilustran esta nota son de Dante Bertini.

lunes, octubre 04, 2010

tres tipas tristes


pequeños crímenes de amor...
esta es, señoras y señores, la película que me hubiera gustado hacer a mi alguna vez:
tres tipas tristes;
tres actrices que se parecen entre sí, que se mueven en una línea de actuación similar;
tres mujeres solas buscando su razón de vivir.
Como dice Zizek con nuevas palabras, como dice una antigua canción con las palabras de siempre:
el amor es algo mágico que asusta,
que hiere pero que gusta,
naranja pero limón...

Todos los seres que aparecen en este filme son oscuros y solitarios. Apenas magnificados por el ojo amplificador de las cámaras, por el achinado ojo sabio de quien sabe desprenderlos de su contexto gris, opaco, desabrido, para contar sensiblemente sus historias sin grandeza, aparecen como insectos atrapados en una escenografía luminosa y colorida que les brinda esa luz que no tienen (en) sus vidas.
Cercano y minucioso, Won Kar Wai mete a estos tipos del montón, a estos personajes que no le pertenecen del todo, en una estrecha pecera barroca de restaurante chino, en una caja de cristal trasparente, en la falsa escenografía verdadera de los bares, las carreteras, los casinos, las ciudades de hoy.
Son poco más que una parte del paisaje estas tres mujeres tristes.
Veladas, semiescondidas, ausentes; insaciables buscadoras del amor fuera de sí, de la pareja que las complete, que las alimente, que les de una razonable razón para vivir. Rasgando con dolor los edulcorantes velos de la complacencia, intentan conseguir esa compañía mágica que les conceda una llave maestra para abrir la puerta de lo permanente y, luego de hacerlo, poder no cerrarla por nunca jamás, jamás, jamás.
Simplemente para permanecer allí, protegidas del temible desierto exterior y los pavorosos infiernos propios.

Veánla, no se la pierdan.





POSDATA: recibo un volumen de la Antología Poética en homenaje a José Luis Giménez- Frontín editada por Puerta del Mar, Málaga, y recopilada por Jesús Aguado y José Ángel Cilleruelo. En la página 17, el poema que escribí al día siguiente de su muerte. Hoy mismo, la Comisión de Cultura de ACEC aprobó la obra en bronce que he diseñado para el premio anual que llevará el nombre de mi, nuestro, inolvidable amigo José Luis.