sábado, agosto 11, 2012

Héctor Bianciotti


Alguno me ha escrito aquí, o en mi ajetreado muro de facebook, que soy demasiado afecto a las necrológicas. Como en los duelos virtuales del glorioso y olvidado Ferdidurke de Gombrowitz, basta que te nombren el pecado como tal para que sientas que debieras estar arrepentido de haberlo cometido.
Intento no caer cada día en estas despedidas que, a juzgar por los comentarios, o por la falta de ellos, deben dar un tono gris oscuro, fúnebre y terminal, a mis páginas, haciendo que mis posibles lectores lleven una mano a una de sus mamas o a uno de sus testículos, según se trate de una mujer o de un hombre, para alejar de sí posibles malos farios, mientras se alejan presurosos de la página, como lo harían de un apestado, de un apestoso o de un simple pordiosero.
Hoy sin embargo, por una pura casualidad en la que no creo, me encontré con un viejo Babelia del mes pasado en donde Alberto Manguel, otro escritor, otro argentino, despedía de bellísima forma, tierna y contenida, a nuestro compatriota Héctor Bianciotti, el primer autor de lengua castellana que accedió como miembro activo de la Academia Francesa, un honor al que muy pocos medios dieron la trascendencia que en realidad tenía. ¿Pecados capitales, miserias terrenales?, todo ello, ¿muy humano?
Argentina, su gente en realidad, dice sentirse orgullosa de sus antepasados europeos, aunque no es muy dada a reconocer el triunfo de los hijos o nietos de estos en ese extranjero que tanto veneran.


Cuando a fines de los noventa propuse al suplemento literario del diario Clarín, donde por una corta temporada publiqué extensas notas sobre arte y cultura, una serie dedicada a los argentinos que habían hecho brillantes carreras en esos campos fuera del país -adelantado una veintena de nombres entre los que se contaban varios Premios Nacionales españoles- me respondieron que no les interesaban esos artículos porque allí, en Argentina, a estos personajes no los conocía nadie.
¿Pecados capitales, miserias terrenales?, todo ello, ¿muy humano?
Quizás sería el momento de cambiar esa mentalidad estrecha, al menos para que nunca vuelva a suceder algo tan deplorable como lo que nos cuenta Wikipedia en las últimas líneas de su página dedicada a Héctor Bianciotti, ilustrada, además, con una única, horrible, borrosa imagen del siempre elegante autor argentino:
Luego de una larga enfermedad murió  (en junio de este añoen París, solitario, en la miseria, y con escasísimos amigos que lo visitaban en un hospital del Distrito 15 .



TÍTULOS DEL AUTOR en Editorial TUSQUETS:
El amor no es amado
La busca del jardín (Marginales)
La busca del jardín (Andanzas)
Como la huella del pájaro en el aire
Los desiertos dorados
Detrás del rostro que nos mira
Lo que la noche le cuenta al día
La nostalgia de la Casa de Dios
El paso tan lento del amor
Ritual
Sin la misericordia de Cristo

domingo, agosto 05, 2012

-No deberías haberte ido...

No, no deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber soportado la falta de horizontes, la falta de dinero, la falta de esperanzas.
Nunca deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber cerrado los ojos, todavía inocentes, frente a las arbitrariedades y las injusticias, y los oídos, aún tiernos, ante los insultos y las vulgaridades.
No deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber acatado las órdenes que nos obligaban a no tener deseos propios, a aceptar sin reparos, matices ni quejas aquellos que habíamos heredado; los deseos antiguos, genéticos, paternales, eclesiásticos, los que, bendecidos por las iglesias junto a las armas de la fuerza, se aupaban al mástil de la bandera única, patriótica, viril e irrenunciable.
No. Jamás deberíamos habernos ido a constatar si otra vida era posible. Para nosotros no lo era.
El mundo que deseábamos, el de los libros, las revistas, el cine, ese paisaje, por momentos idílico, por donde se movían o se habían movido los personajes admirados, los artistas que amábamos, sólo podía contemplarse a la distancia, desde afuera.
A algunos se nos permitía una beca de un año o una visita turística de veinte días. Los que no éramos tan dotados como para ganarla o tan pudientes como para pagárnosla, tendríamos que haber comprendido que ese mundo lejano no era el nuestro. A lo sumo había sido el de nuestros padres, el de nuestros, casi siempre desconocidos, abuelos.
Nunca deberíamos habernos ido.
Hay otros mundos, pero no nos pertenecen. Hay otros mundos pero son ajenos, extraños, extranjeros.
No deberíamos habernos ido... Tenés razón. Nadie debería irse nunca del lugar que le asignó el destino.
Tendríamos que haber luchado por conseguir un espacio mejor en "nuestra tierra", aunque en esa lucha tuviéramos aseguradas la persecución, las torturas, las vejaciones, las diversas formas del castigo y termináramos ganando poco más que el espacio necesario para cavar una fosa: la nuestra.
     Fotografía de Chris Marker