sábado, junio 06, 2015

VINÇON, ¿SE VA?

Era la primavera del año 1976 y yo llegaba a Barcelona por primera vez.
Me esperaban Daniel Melgarejo y su pareja, el psicoanalista Marcelo Puig, dispuestos a abrirme por unos días las puertas de su piso en el Paseo San Juan, por entonces una avenida de bellos edificios descuidados y locales antiguos, nada sofisticados; un barrio de clase media bien surtido de pequeñas industrias familiares, de almacenes, bares y cafeterías.
-Vení, me dijo Daniel, te voy a mostrar Barcelona.
Caminamos sin descanso por la ciudad vieja, el antiguo Borne, las Ramblas de las Flores, hasta que finalmente llegamos, conmigo bastante exhausto, a un Paseo de Gracia de otra época: una avenida provinciana con poco tránsito, escasos transeúntes, grandes baldosas con diseño de Gaudí y la extraña, escenográfica Pedrera teñida en un apalomado, sucio, melodramático gris oscuro.
Faltaban varias décadas para el desembarco en el paseo central barcelonés de esas grandes firmas internacionales que hoy muestran sus carísimos productos junto a los menos glamurosos, pero también más populares, productos de Zara, Mango o HM.
El incansable Daniel dejó para el final ("esto es muy para vos", me dijo con el convencimiento de un experto) la visita a la antigua tienda de HugoVinçon, convertida por sus herederos en un bazar de diseños clásicos y muebles especiales que convivían, sin molestarse por tanta globalizada proximidad, con las exóticas trouvailles de algún viajero inquieto: aceites hindúes para engrasarse el pelo, acartonadas muñecas de otra época, juguetes artesanales de madera y latón, cajas, recortables e impresos de todo tipo...
En aquella pueblerina Barcelona las diversiones solían ser domésticas o extraterritoriales. Internarse en los pasillos siempre asombrosos de Vinçon resultaba una diversión tan cercana y barata como estimulante. A medida que mi situación económica fue estabilizándose, pasé de ser un simple voyeur a convertirme en un cliente más de aquel bazar desprejuiciado y cosmopolita.
Por su parte, la tienda fue creciendo año tras año, ganando, de una forma silenciosa, sin alharacas ni envalentonamientos, gran parte de los locales vacíos que la rodeaban.
Cuatro décadas después, Vinçon anuncia su cierre. Habitat, Ikea, Vitra, Muji, Tiger... Si en algún momento reunía todos esos conceptos tan diversos en un solo local, parece que ahora ha perdido la batalla frente a esas otras poderosas firmas internacionales.
Una auténtica pena que convertirá en recuerdo el logotipo con la mano verde de seis dedos que les creó otro amigo argentino, el talentoso y zumbón América Sánchez.
¿Esto era todo?, me digo, repitiendo la pregunta desconsolada de una bella canción de Ornella Vanoni, aunque yo lo hago para mis adentros, sin micrófono ni acompañamiento musical alguno.
Me anega un dolor casi inexplicable, atribuible a que con la desaparición de Vinçon desaparece también el escenario central de mi primer paseo, entre inicial e  iniciático, por aquella ciudad de provincias todavía anclada en la posguerra.
La Barcelona melancólica, oscura y fatal de mi siempre añorado Daniel Melgarejo.