viernes, julio 27, 2012

WONDERLAND (sueños rotos)



España perdió frente a Japón en su primer encuentro olímpico y todos los medios españoles se estremecieron, olvidándose por unos momentos, que resultaron ser días, de la movediza, voluble (la donna é mobile) prima de Riesgo; de los alemanes y franceses, de los griegos y de los italianos, de los endeudamientos billonarios sin porqués ni cómos y de los políticos y banqueros corruptos, floreciendo con un desenfreno parecido al de los hibiscus rojos en los jardines asiáticos.
Mientras tanto, en letra pequeña, vamos enterándonos de que el hijo del honorable senyor Pujol y su señora esposa podrían estar pringados -al menos tanto como otras princesas y príncipes consortes de más alcurnia- en oscuros manejos financieros, que los dineros evaporados del Palau flotan perdidos por no se sabe dónde y que el antes medido ministro Gallardón ha decidido mostrar su lado más oscuro, condenando, en nombre de una moral dudosa, oscurantista y medieval, a desgraciados seres no nacidos a una vida de perpetua agonía y a sus familiares más cercanos a una auténtica muerte en vida.
Poco importa frente a tanto desatino que los programas de Radio Nacional más exitosos desaparezcan de improviso o cambien de contenido sin siquiera una excusa, o que un alcalde de tierras catalanas -arrasadas durante la última semana por un fuego asesino- resulte ser un pirómano (re)conocido hasta por sus propios vecinos. Tampoco que las nieves de Groenlandia se derritan a pasos agigantados, una plaga de algas malolientes invada las playas atiborradas de turistas y la muerte de artistas e intelectuales logre menos líneas en los medios que los amoríos estivales de un torero cualquiera con una (¡yo no repetí cualquiera!) modelo de lencería....

Como el face-amigo Raúl Ariza, sonrío.
Riego mis plantas, acaricio a mi gato, charlo con amigos, pero, sobre todo, me dedico a lo mío, a lo más personal e íntimo. Y sigo maravillándome ante esas enormes hojas brotadas de la nada -en realidad de una maceta estrecha con un poco de tierra y algunas gotas de agua- de mis colocasias y mis strelitzias augustas.
También, porque las palabras (me) importan, leo los poemas de Héctor Viel Temperley , que trajo, cariñosa, Cynthia F. desde Buenos Aires. Y sigo agradeciendo el milagro del arte, creador desde vaya a saber dónde, desde la nada y el todo, con la sola ayuda de una cabeza, unas manos y la infatigable imaginación humana, de un sinfín de productos divinos que alivian, sedan y a veces hasta curan nuestras almas.

Buen fin de semana. Si no tienen nada mejor que hacer,
vean esta película.
No entiendo por qué pasó desapercibida.
http://www.imdb.com/video/imdb/vi2212626713/

martes, julio 10, 2012

Evelyn Lear: Lulú en el recuerdo


La vi en el escenario del Teatro Colón de Buenos Aires cuando representó la Lulú de Alban Berg -el papel que la consagró para siempre, internacionalmente-, y a pesar de los muchos años transcurridos, casi incontables, nunca olvidaré su imagen, cantando tirada boca arriba desde una chaise longue tapizada en terciopelo: la cabeza echada hacia atrás, el cuerpo enfundado en un estrecho corsé y las largas piernas de bailarina, cubiertas por unas cabareteras medias de red, jugando con el aire. 
Un auténtico tour de force para cualquier cantante y una inesperada y grata sorpresa para los espectadores de ópera, acostumbrados a imaginar belleza, juventud y seducción donde habitualmente sólo hay, o al menos había, obesidad y un vestuario recargado, ampuloso, intentando disimular al mismo tiempo la total falta de atractivo físico y los muchos kilos sobrantes en el cuerpo de los intérpretes.
Primera Plana, revista emblemática de aquella época, una de las exitosas creaciones periodísticas de Jacobo Timerman, había adelantado la presencia en el gran coliseo bonaerense de esta soprano neoyorquina con magnífica voz y aspecto de estrella cinematográfica, por lo que el tout Buenos Aires, bastante ajeno a las bondades del compositor, se mataba por ver a ese fenómeno llegado del imperio.
Cuando terminó aquel aria primera, ya de pie frente al público, espléndida en su papel de cortesana de pocos escrúpulos, la Lear se ganó con creces los aplausos a telón abierto de un público deslumbrado por su poderío escénico.

Yo me había iniciado en el gran espectáculo gracias al desprendimiento casi angelical de mi amigo Adolfo Tessari, que ponía la devoción y el dinero necesarios, y a la paciencia sin límites, beatífica, de Mariana Orgambide, una amiga común dispuesta a hacer horas y horas de cola a la intemperie con tal de conseguir entradas decentes para alguna de las pocas funciones que se daban de cada título. 
Mi bautismo con la ópera había sido poco tiempo antes en aquel mismo gran teatro y con otro personaje cumbre del bel canto: el Don Giovanni de MozartNo creo haber tenido demasiadas emociones estéticas más fuertes que esta en toda mi vida, aunque casi no me quedan imágenes de la puesta del Don Juan de Mozart y sin embargo nunca olvidé a la pelirroja soprano neoyorquina en su papel de Lulú. 
Ha muerto esta semana y no le digo adiós porque se que seguirá estando en mi memoria. 

domingo, julio 08, 2012

Pélleas and Mélisande Wilson


...a veces se llega tarde a algunos acontecimientos...
Lo digo porque acabo de ver en el Teatro Liceo de Barcelona, Pelléas et Mélisande, preciosista y preciosa ópera de Claude Debussy, en la versión de Robert Wilson (1941), un tejano del que llevo leyendo comentarios y críticas elogiosas desde hace un buen montón de años.
Conocido como artista rompedor, vanguardista, iconoclasta, nunca -al menos es lo que apunta mi memoria- había visto una puesta suya en directo, aunque sí una buena cantidad de imágenes en forma de vídeos y fotografías, y aunque temía lo peor en cuanto a contenidos, me colgaba bastante de su estética exquisita, válida deudora de algunos de los más poderosos creadores de imágenes del arte universal más sofisticado.
¿Habré llegado tarde a Robert Wilson o acaso él habrá llegado tarde a mí?
Obra simbolista de pocos personajes, sin coros contundentes, movimientos masivos ni vistoso cuerpo de baile, toda la acción de Pélleas et Mélisande pasa por el brillante, envolvente cromatismo sonoro de Debussy, a quien, según creo, le deben más que mucho todos los compositores de música para cine.


La historia -basada en la obra homónima de Maurice Maeterlinck- es simple, tal vez demasiado: dos medio hermanos se enamoran de una misma mujer que, a pesar de haber sido bastante vapuleada por la vida y los hombres, parece conservar hasta la muerte toda su ilusión e inocencia. El final es trágico, tal vez porque así lo mandan los cánones operísticos; tal vez porque, de no ser así, la historia resultaría aún más inconsistente.
Robert Wilson, que posiblemente descree de los amores humanos o al menos de la manera en que se representan, convierte a los cantantes, -excelentes todos ellos, magnífica María Bayo-en unos maniquíes robóticos guiñolescos que hacen extraños movimientos y desfilan por el escenario -despojado, chic, tan bellamente iluminado como el piso neoyorkino de un decorador minimalista- sin tocarse jamás. Su aparente despojamiento descriptivo elimina también muchos de los elementos que el texto describe profusamente. Así, la larga cabellera de Mélisande, con especial protagonismo en la historia, se transforma en una melena corta a la garçon y la espada que atraviesa el cuerpo de Pelleas en el puño cerrado de su torturado hermanastro.
¿Distanciamiento brechtiano? ¿Deconstrucción emocional? El argentino Alfredo Rodríguez Arias hacía algo similar en sus espectáculos teatrales del Instituto Di Tella porteño a mediados de los sesenta, cargando de ironía surrealista los tics y modismos del adocenado teatro de la época. Como los textos solían ser también de su autoría, nadie podía achacarle una interpretación arbitraria o errónea de estos.
Pasó más de medio siglo de todo aquello, y hoy mismo, después de mucho traqueteo por los senderos de las diversas vanguardias, yo me pregunto: si a Cenicienta le quitas la calabaza que se convierte en carroza y suprimes al hada madrina con sus poderes mágicos, ¿dónde queda el cuento?
Quizás se trataba de potenciar voz y partitura, pero entonces ¿no hubiera sido preferible una versión de concierto?
Como lo pide su autor, el coro es sutil hasta el suspiro y la orquesta, dirigida por Michael Boder, matiza y enriquece sensiblemente cada sonido. Puro y bello Debussy, en suma.


fotos de Dante Bertini.