Con nombre de mito, (nadie dudaría en cuanto a la inspiración de un local que se llamara Monroe, Brando o Angelina)
Montiel es un restaurante no tan pequeño de la calle Flassaders, en pleno barrio del Borne y a escasos metros de la ampliación -supuestamente práctica y asaz desangelada-del Museo Picasso. Allí comimos anoche en mesa de cuatro, rodeados de paredes de piedra, gente poco ruidosa y un servicio bien atendido por los nada ansiosos, casi flemáticos, Marcos y Mariola. Como punto final y regalo de la casa, Marcos nos ofreció, junto a un inesperado cuento corto con premonitoria, apocalíptica moraleja final, alguna bebida placentera a elección. Yo, poco afecto a los alcoholes, hablé del Sauternes y el amo-maitre-contador de cuentos me, nos, hizo conocer un Tokaj húngaro de nombre evangélico
-Oremus-, y sabor y aroma angelicales.
Como según los autores de la exitosa
Black Swan la perfección sólo lleva a la muerte, a pesar de todas las gratificaciones recibidas llegué a casa ligeramente acongojado: por el camino hasta ella encontré demasiada gente estúpida que no respeta los límites ajenos, demasiada suciedad de botellón, demasiado ruido superficial para tan pocas nueces. Y, fenómeno creciente, un montón de sincasa durmiendo faltos de esperanzas y zapatos en los cajeros de los bancos o las caixas.
Además, ya se sabe o debería saberse, el alcohol desata lenguas y muestra con descarnada impiedad algunos pareceres poco amables.
No hay de qué preocuparse.
No pasa nada, Todo está bien, sin embargo yo prefiero no jugar personajes que ya interpretó mucho mejor y bastante antes esa gran dama inglesa con un punto ácido y autodestructivo a la que
todos conocimos como Vivien Leigh. Se puede confiar en la bondad de los extraños, pero en la esgrima cotidiana del (con)vivir social, conviene estar preparado y alerta para una posible estocada, ya sea esta inconsciente, fortuita o meticulosamente premeditada.
Como soy afecto a las pantallas, la noche anterior y en Caixa Fórum había visto el largo "documental" donde Zizek, valiéndose de algunas obras maestras del cine universal, explica sus teorías lacaniano-marxistas sobre el inconsciente, el deseo, las pulsiones, el sexo. Lo realmente bueno de este tipo es que en vez de usar como arquetipos los manoseados dioses del Olimpo, recurre a los más cercanos dioses del cinematógrafo.
La función fue "una joya, que no taxi", acuñable slógan publicitario de los vendedores porteños de vehículos de segunda mano. Según R.C., sentada a mi lado durante la proyección, el hallazgo de Zizek es interpretar escenas sueltas, nunca películas completas. Creo que no se equivoca. Con esta particular disección de los filmes logra que todos ellos parezcan dramatizaciones cinematográficas de sus teorías, ilustraciones de lujo que él, a su vez, vuelve a visitar después con particular desprejuicio y aguzado espíritu crítico.
Ese recorte zizekiano convierte a una hipnótica, sobrecogedora escena rodada por Clarence Brown en 1930, en la síntesis perfecta de toda su posterior disertación.
El que avisa no es traidor: todos los asistentes, tal la bellísima Joan Crawford del filme, seríamos poseídos de inmediato por ese deslumbrador encadenamiento de imágenes y palabras que, durante dos horas y media de obligada atención, nos brinda
The Pervert's Guide to Cinema, dirigida en el año 2006 por Sophie Fiennes, colaboradora de Peter Greenaway y hermana de los actores Ralph y Joseph Fiennes.
El edificio del Fórum (¿por qué este no tendrá un jardín vertical como el de Madrid?)estaba muy bien iluminado, el público era más que respetuoso y la película se proyectó en una versión estereovisual -la gran pantalla central no funcionaba y sólo pudimos verla en dos más pequeñas de los costados- que, por lo singular, hubiera hecho las delicias del gesticulante, excesivo, brillante psicofilósofo esloveno.
En un lento goteo, mi cabeza va asimilando algunos conceptos complicados del señor Lacan, aunque todavía hoy
el objeto A se me confunda con algún exuberante florero de cristal y
lo real -esa gaviota que ataca a una ilusionada Tippi Hedren en el momento menos oportuno de su desembarco en Bodega Bay- pueda deslizarse hacia los terrenos menos sofisticados del realismo socialista.
Algo así como confundir
Los pájaros de Hitchcok con la doble
Lady Bird del hiperrealista, también británico, Ken (Plomazo) Loach.
(Imagen de Dante Bertini.
Gracias, Joan...Crawford, por supuesto.)