miércoles, febrero 23, 2011

Buñuel: 111


A veces recibo invitaciones:
"Queridos amigos.
Estáis invitados a celebrar el 111 aniversario del nacimiento de Luis Buñuel el próximo martes 22 de febrero.
Los actos tendrán lugar en el Centro Buñuel de Calanda a partir de las 10 de la mañana, en una jornada en la que además de recordar al cineasta aragonés, se hablará de Ecología, de Enseñanza, de Historia, de Cultura… en fin, se hablará de Cine."
A veces estas invitaciones se me traspapelan, porque, pero, la vida sigue igual y nos trae un montón de sorpresas.
Casuales o no, algunas de esas sorpresas son tan intrascendentes como memorables. Desayunar mesa por medio con Sigourney Weaver -bastante menos estresada y llorosa que en la escena de Alien Resurrection recogida por el documental de Zizek del que daba cuenta en el post anterior- puede ser una de ellas. La foto al pie -tomada con la distancia necesaria para no molestar el desayuno, por lo demás normal, de la aguerrida estrella- da borrosa cuenta de esa momentánea convivencia -podría decirse cohabitación- con la clonada Comandante Ripley.


La celebración de Buñuel era ayer, me he perdido la fiesta, pero hoy no es demasiado tarde para recordar a un hombre que me regaló imágenes, historias, diálogos y escenas inolvidables. Además de un libro, su biografía, que está sin ninguna duda entre mis preferidos.
En la foto familiar -de una familia en apariencia muy distinta a la de la obra de teatro que ví anoche en el teatro Borrás- don Luis está de pie y separado del resto...¿o es sólo mi mirada cinéfila la que destaca su presencia del conjunto?


domingo, febrero 20, 2011

¡POSEÍDOS!


Con nombre de mito, (nadie dudaría en cuanto a la inspiración de un local que se llamara Monroe, Brando o Angelina) Montiel es un restaurante no tan pequeño de la calle Flassaders, en pleno barrio del Borne y a escasos metros de la ampliación -supuestamente práctica y asaz desangelada-del Museo Picasso. Allí comimos anoche en mesa de cuatro, rodeados de paredes de piedra, gente poco ruidosa y un servicio bien atendido por los nada ansiosos, casi flemáticos, Marcos y Mariola. Como punto final y regalo de la casa, Marcos nos ofreció, junto a un inesperado cuento corto con premonitoria, apocalíptica moraleja final, alguna bebida placentera a elección. Yo, poco afecto a los alcoholes, hablé del Sauternes y el amo-maitre-contador de cuentos me, nos, hizo conocer un Tokaj húngaro de nombre evangélico-Oremus-, y sabor y aroma angelicales.
Como según los autores de la exitosa Black Swan la perfección sólo lleva a la muerte, a pesar de todas las gratificaciones recibidas llegué a casa ligeramente acongojado: por el camino hasta ella encontré demasiada gente estúpida que no respeta los límites ajenos, demasiada suciedad de botellón, demasiado ruido superficial para tan pocas nueces. Y, fenómeno creciente, un montón de sincasa durmiendo faltos de esperanzas y zapatos en los cajeros de los bancos o las caixas.
Además, ya se sabe o debería saberse, el alcohol desata lenguas y muestra con descarnada impiedad algunos pareceres poco amables.
No hay de qué preocuparse.
No pasa nada, Todo está bien, sin embargo yo prefiero no jugar personajes que ya interpretó mucho mejor y bastante antes esa gran dama inglesa con un punto ácido y autodestructivo a la que todos conocimos como Vivien Leigh. Se puede confiar en la bondad de los extraños, pero en la esgrima cotidiana del (con)vivir social, conviene estar preparado y alerta para una posible estocada, ya sea esta inconsciente, fortuita o meticulosamente premeditada.
Como soy afecto a las pantallas, la noche anterior y en Caixa Fórum había visto el largo "documental" donde Zizek, valiéndose de algunas obras maestras del cine universal, explica sus teorías lacaniano-marxistas sobre el inconsciente, el deseo, las pulsiones, el sexo. Lo realmente bueno de este tipo es que en vez de usar como arquetipos los manoseados dioses del Olimpo, recurre a los más cercanos dioses del cinematógrafo.
La función fue "una joya, que no taxi", acuñable slógan publicitario de los vendedores porteños de vehículos de segunda mano. Según R.C., sentada a mi lado durante la proyección, el hallazgo de Zizek es interpretar escenas sueltas, nunca películas completas. Creo que no se equivoca. Con esta particular disección de los filmes logra que todos ellos parezcan dramatizaciones cinematográficas de sus teorías, ilustraciones de lujo que él, a su vez, vuelve a visitar después con particular desprejuicio y aguzado espíritu crítico.
Ese recorte zizekiano convierte a una hipnótica, sobrecogedora escena rodada por Clarence Brown en 1930, en la síntesis perfecta de toda su posterior disertación.
El que avisa no es traidor: todos los asistentes, tal la bellísima Joan Crawford del filme, seríamos poseídos de inmediato por ese deslumbrador encadenamiento de imágenes y palabras que, durante dos horas y media de obligada atención, nos brinda The Pervert's Guide to Cinema, dirigida en el año 2006 por Sophie Fiennes, colaboradora de Peter Greenaway y hermana de los actores Ralph y Joseph Fiennes.
El edificio del Fórum (¿por qué este no tendrá un jardín vertical como el de Madrid?)estaba muy bien iluminado, el público era más que respetuoso y la película se proyectó en una versión estereovisual -la gran pantalla central no funcionaba y sólo pudimos verla en dos más pequeñas de los costados- que, por lo singular, hubiera hecho las delicias del gesticulante, excesivo, brillante psicofilósofo esloveno.



En un lento goteo, mi cabeza va asimilando algunos conceptos complicados del señor Lacan, aunque todavía hoy el objeto A se me confunda con algún exuberante florero de cristal y lo real -esa gaviota que ataca a una ilusionada Tippi Hedren en el momento menos oportuno de su desembarco en Bodega Bay- pueda deslizarse hacia los terrenos menos sofisticados del realismo socialista.
Algo así como confundir Los pájaros de Hitchcok con la doble Lady Bird del hiperrealista, también británico, Ken (Plomazo) Loach.

(Imagen de Dante Bertini.
Gracias, Joan...Crawford, por supuesto.)

viernes, febrero 18, 2011

Limbo Rock


A veces me pregunto qué hubiera sido de mi, ¡Santa Terpsícore de las Bellas Danzas!, si no hubiese visto, en la casi absoluta soledad de una función de tarde, con mi exigua paga mensual y por propia e infantil decisión, "Cantando bajo la lluvia", el musical más célebre de la historia de Hollywood.
Suena a antigualla, lo se, pero ¿qué cosa suena a modernidad cuando uno ha pasado ciertas edades que, por ser delicados, socialmente correctos, acostumbramos llamar maduras?
En estos días de destape egipcio, cuando todos los bien pensantes pusieron sus bienintencionados pensamientos en una tierra que todavía brillaba -al menos para algunos tilingos como yo- gracias a los decadentes fastos áureos de Elizabeth Taylor -esa eterna niña prodigio que aún resiste los embates de tanto macho faraónico, de tanta vida mal-bien vivida, la misma desmesurada Cleopatra de bellos ojos color violeta, adornada hasta el exceso por un ya agónico Mankiewicz, y cortejada, y cortajeada, por el algo alcohólico y bastante malhumorado Richard Burton, tan enamoradizo y británico como ella- en estos días de multitudes en movimiento, digo, yo, cada vez más afecto a las individualidades, me enteré por unos recortes del periódico o por algún programa matinal de la radio -ahora, pasados varios días, resulta difícil precisarlo- de la muerte de María Schneider y Paul Getty (jr), dos seres mediáticos del siglo pasado, convertidos, por culpa de su propia historia, de sus dramáticos, casi trágicos avatares, en esfinges impávidas de su también ahora desértico entorno, en momias semiembalsamadas del Museo Universal de Antiguas Celebridades (MUAC!), imponente local con acceso restringido al gran público actual y por el que cada tanto se acerca la parca para darse unos banquetes de muerte.
Así como me pregunté en su momento por la real incidencia de aquel clásico musical estadounidense en mi vida, ¿qué hubiera sido de ellos -me pregunto ahora- sin aquel mafioso corte de oreja, sin aquella lubricante escena de la mantequilla -¿o era una más light margarina?- parisiense?


Porque, seamos sinceros: Paul y María o Getty y Schneider, agradables jovencitos, no parecían superdotados para la actuación pública, y si bien en el tránsito hacia la eternidad uno perdió un apéndice auditivo y la otra su castidad virtual, estas pérdidas físicas, cual ofrenda a vaya saber qué dioses oscuros, les otorgaron una fama que difícilmente hubieran obtenido de otra forma.
Cisnes blancos de la prensa, cisnes negros de la vida "real", María y Paul se fueron para siempre cuando lo que en ellos fue violenta irrupción de los tiempos venideros, se ha convertido en el pan habitual de cada uno de nuestros días sin olímpicos dios(es).
Alguien me dijo alguna vez, hace ya de esto un montón de tiempo, que los seres que donan su imagen al mundo son recompensados con una eternidad angélica. En este espacio neblinoso todo lo perdido se les restituye de la manera más gratificante y con sus debidas creces. Virtudes y bellezas desgastadas por las miradas y el tiempo recobran su lozanía juvenil, su castidad y su inocencia.
Tal vez se trate solamente de un deseo ancestral convertido en leyenda o de una publicidad auspiciada por cirujanos astutos y cosmetólogos avispados, aunque yo, tilingo al fin, amigo de cantar bajo las tormentas y bailar alegremente al ritmo de la lluvia, ahora mismo prefiero imaginarlos allí, recortados sobre un memorioso paisaje de sueño -lo más parecido a una virtual, idílica playa ibicenca- y con todos los atributos que la fama, ¡un puro cuento!, les quitó en su día.

miércoles, febrero 16, 2011

Black Swan


Porque tiene un elenco femenino de lujo.
Porque hay que ser valiente para volver al Lago de los Cisnes en la era de Lady Gaga.
Porque no sabemos si es una historia sencilla tratada de forma por demás oscura o precisamente todo lo contrario.
Porque la Portman se merecía este papel y lo aprovecha sin miedos ni pudores.
Porque director y guionistas nos mantienen durante todo el metraje del filme dudando sobre el género de su producto: ¿drama, comedia, musical o thriller? ¿Fantástica o de terror, erótica o psicofilosófica?
Porque más allá de cualquier encasillamiento, esta historia habla de la creación y sus límites, del sufrimiento y el placer, de la locura y el goce.
Porque todas las otras que andan por ahí, Oscar más o menos, con niñas vengadoras y rangers decadentes, con o sin reyes tartamudos, son bastante menos interesantes, bastante más soporíferas que ella.
Porque pocas veces los productores-creadores se preocupan por lograr un cartel, en este caso varios, con algo más que impacto publicitario.
Veánla y después me cuentan...



jueves, febrero 10, 2011

la flaca Annie (Lennox)


¿Tiempo de palabras o tiempos de silencio?
Se acerca el fin de semana y los medios anuncian que esa boina atroz que cubre nuestros cielos y oculta nuestro sol, seguirá creciendo.
¡Cantemos y bailemos que mañana toseremos!
No es la primera vez que Annie -si la hubiese conocido en Buenos Aires, entre los amigos la hubiéramos llamado cariñosamente "la flaca"- aparece por aquí.
Esta mujer me gusta siempre y desde siempre. Desde los 80, vaya, que a veces soy muy exagerado.
Tiene amigos, otros tan flacos como ella, que también me gustan, y cuando se hace imprescindible defiende causas que yo también defiendo o defendí.
Se las presto un rato, porque creo que presentarla no será necesario.
Es nuestra, vuestra.
Algunos de sus mejores videoclips están sujetos a unas leyes de reproducción muy precisas y acotadas.
Aquí y aquí y aquí pongo los links para que los veáis. Bien valen un click.

¡Que lleguemos felizmente al lunes y un sol claro como los ojos de Annie vuelva a brillar sobre nuestras cabezas!











Fotografía/retrato de Mark Ridell

domingo, febrero 06, 2011

Aniversarios



Desayuno en Cornelia & Co., un novísimo lugar por donde todavía se pasean los fantasmas orientales de la extinta Compañía Francesa de la China. Corpóreos y lozanos, bellos y cerámicos, transformados en cacharros de lujo o escondiendo dentro de sí los espíritus evanescentes de otras épocas no tan lejanas, son como restos arqueológicos del museo de una memoria personal, la mía, que quizás ya no tenga compañía alguna y esté condenada a desaparecer cuando el último de esos artesanales objetos resbale entre unas manos húmedas y apresuradas para ir a estrellarse contra el fondo de una pica, o simplemente decidan, por puro cansancio vital, hacerse trizas sobre la superficie embaldosada de la que supongo muy ajetreada cocina del exitoso café restaurante de Valencia casi Balmes.
Me gusta este lugar. Es moderno, amplio y está bien, cálida y amorosamente, atendido; sus lemon pie son excelentes y la cheese cake con salsa de frambuesas es sin ninguna duda la mejor que he comido hasta el momento. Además algunas de sus sillas de estilo "café vienés" imitan un trabajo que vi por primera vez, realizado por mis propias manos, en los, para mí ibicencos, años ochenta, cuando la imaginación y el reciclaje todavía suplían la falta de dinero: collage de papeles diversos, casi todos ellos recortes de periódicos y revistas de moda y actualidades, tapando los deterioros irrecuperables de diversos objetos de uso cotidiano. Sillas, por ejemplo. En el vestidor de nuestro piso conservamos hasta hoy un viejo armario cubierto de amarilleados papeles de periódico en los que se daba cuenta de algunas noticias que nos habían impactado. Un trabajo tan Dadá como el nombre de la tienda de la también ibicenca calle Muntaner donde vendíamos nuestro Art Wear: prendas únicas serigrafiadas con diseños propios y método absolutamente artesanal.
Sentado en una de esas sillas collage -hace algunos meses encontré otras similares en el pequeño restaurante Paradoja de la calle Mallorca, a cien escasos metros de casa -leí esta mañana que Patrick McNee, el atildado protagonista de Los Vengadores, cumplía 89 años. Sólo un muchachote si lo comparamos con Zsa Zsa Gabor, quien, terrible desgracia para uno de los mayores íconos sexuales del siglo pasado, ha inaugurado sus 94 con una pierna menos. La platinada húngara, vértice sobresaliente de un volcánico tripartito fraternal de rubias descocadas, ya no era ninguna piba cuando Jessica Tandy y Marlon Brando estrenaron Un tranvía llamado deseo (1947)en un teatro de New York y le faltaba poco para cumplir veinte febreros en el momento en que la visionaria Tiempos Modernos de Chaplin se proyectaba por primera vez sobre una pantalla.



Gracias a los periódicos me entero también que Mecha Ortiz -excelente actriz de temperamento fuerte y voz cascada- estrenó el drama tranviario de Tennessee Williams en Buenos Aires apenas (?) nueve años después de su estreno neoyorkino y cuando habían pasado casi cinco desde su traslado a la pantalla, bajo la dirección de Elia Kazan y con Vivian Leigh en el papel de la por entonces demasiado teatral, poco taquillera, Tandy. Parece que los milicos "libertadores" del 55 eran más despistados o menos censores que algunos funcionarios del gobierno del General Perón, ya que la obra estuvo esperando en un cajón de los productores argentinos hasta después de que nuestro generalísimo se marchara del país oculto en una cañonera paraguaya.
El tiempo pasa...
Podría ser el título de un nuevo álbum de Natalie Cole, la otrora niña mimada de aquel gran rey negro del jazz, pianista y cantante, al que todos llamaban Nat. Hoy su pequeña Natalie también cumplía años, sesenta y uno, y yo, para festejar tanto aniversario, apuré de un trago mi café con leche, mientras brindaba en un día de sol primaveral por los maravillosos tiempos idos y los convulsos, inquietantes, no menos espléndidos días por llegar.

Ilustran: dos imágenes de Zsa Zsa Gabor, programa porteño de época y Mecha Ortiz (Blanche) con Carlos Cores (Stanley) en el montaje de "Un tranvía...", Buenos Aires 1956.

martes, febrero 01, 2011

El día de la langosta/mitines y motines

¿De la eutanasia a otro largo adiós? Quizás sea, más que mucho, demasiado. Cada día me acuesto pensando que ustedes, los que a veces me leen, no se merecen semejante cosa. Imagino posts donde la gente baile, cante, sonría, ame, sea feliz, ya sea bajo la lluvia, las estrellas, las luces de neón o un sencillo sol radiante, y de inmediato me dejo ganar por ese real que golpea a mi puerta cargado de oscuras amenazas y sórdidos presagios, como el supuesto resucitado de La pata de mono.
Lluvias y vientos arrastran poblaciones enteras, la cifra de parados no para de aumentar, el paisaje se oscurece entre nubes tóxicas y vertidos asesinos...¿hace falta enumerar más detalles? Mientras el futuro se vuelve aún más impreciso, nuestros políticos sonríen entre ellos, divertidos, para un segundo después atacarse malévolamente frente a los medios, haciendo gala de un humor variable al que podríamos calificar, con cierta ligereza aunque sin temor a equivocarnos, de absolutamente bipolar. Protestas masivas ganan las calles de varias ciudades, no siempre de forma pacífica, y aunque se hace difícil tomar partido por la destrucción y el caos, somos conscientes de que es casi imposible soportar en silencio según qué situaciones.
"Sin embargo tu vida no está mal", susurra a mi oído el Pepito Grillo Positivo, pero al mismo tiempo el del lado izquierdo -no necesariamente izquierdista- opina que mi presunta dicha, egocéntrica, escapista, burguesa, está sembrada de paquetes bomba tan bien envueltos como dispuestos a explotar apenas me relaje demasiado.
Bah!, que harto de mis contradictorios grillos bicolor, les abro la ventana para que salgan a refrescarse un rato. Tanta exploración hamletiana no lleva a nada. Enciendo el televisor y me solazo con El fantasma del Paraíso, dirigido por un musical, muy temprano Brian de Palma, o con Resplandor, o esplendor, en la hierba, del contradictorio y bienintencionado Elia Kazan, o con la oscura, pesimista, casi depresiva Delitos y faltas de Woody Allen. (¡Gracias CTK!)


Cuando finalmente entro al blog, voy directo a la página de 39 escalones.
Alfredo da cuenta de que ayer ha muerto el compositor John Barry y uno de sus visitantes recomienda "Como plaga de langosta", excesiva, barroca, espléndida película de John Schlesinger sobre una novela corta (1939) de Nathanael West, a la que el ahora finado Barry había puesto música.
Es una de mis "inolvidables", pero como la memoria, no me canso de repetirlo, tiene recovecos oscuros donde esconde lo que podría doler demasiado, la había olvidado hasta hoy.
No se la pierdan.



Un detalle "curioso" que tal vez ya conocieran: el personaje que interpreta Donald Sutherland en "The Day of the Locust" se llama Homer Simpson y como tal ya aparecía en la novela de West. Rizando el rizo, la troupe de Matt Groening homenajea irónicamente a Jacobs, autor de La Pata de Mono, en uno de sus capítulos. Para gritar.