lunes, septiembre 28, 2009

museos, alcoholes y cintas argentinas


Salgo del Club Coliseum de Rambla Cataluña, un cine que forma parte de ese lujo de otro tiempo que deberíamos preservar: espacios amplios, techos altos, alfombras mullidas, sillones cómodos donde esperar el comienzo de la función, esculturas de firma, aseos bien aseados y hasta un puñado de lámparas Pipistrello de Gae Aulenti para alumbrar suavemente los rincones. Como estoy bastante satisfecho con la película que he visto -El secreto de sus ojos-, vuelvo caminando sin ninguna prisa por Rambla Cataluña hasta mi casa, seis o siete calles más arriba.
Las terrazas están llenas de gente que consume ruidosamente y a destajo para festejar la crisis, mientras en un segundo plano ganado por las sombras, hay adolescentes abúlicos sentados en los bancos del paseo con botellas de alcohol entre sus manos y mucha suciedad a sus pies. Doblando por Mallorca, a cien metros de casa, me cruzo con otros grupos de muchachos que caminan igual que yo, aunque sin destino fijo. Llevan bolsas de plástico con botellas de alcohol dentro y van bebiendo del pico que asoma apenas, como si pretendieran esconder lo que están haciendo. Fingen, por supuesto; todos sabemos que quieren exhibirse emborrachándose para ver si alguien les da una buena razón para hacerlo. Ellos no la tienen. Si la tuvieran se los vería relativamente felices o al menos más realizados. Un suicida que logra su comentido descansa en paz, uno que ni siquiera se atreve a llegar al final vive lleno de ansiedad, desesperado.
Si yo encontrara alguna razón valedera para hablar con ellos les haría preguntas sencillas, de fácil respuesta.
-¿Estudias o trabajas?
-¿Vives con tus padres o ya te has independizado?
-¿Te emborrachas porque te gusta el sabor de lo que bebes, para desinhibirte, bailar desenfrenadamente, echarte un polvo o sólo para quedar semidormido como un zombie y no pensar en nada?
La otra noche, en el vernissage-inauguración de Modernologías, una exposición de arte con folleto explicativo -soy de emocionarme hasta las lágrimas frente a un Matisse, así que imaginen como me siento en estas muestras tan actuales-, servían, además de un recorrido incomprensible por no sé qué cosas, copas pagadas por Moritz, la cervecera. Todo el mundo hizo lo que yo: darse una vuelta por las salas, transitar los pasillos, subir y bajar las pasarelas del impoluto MACBA y terminar reunido con sus conocidos, si los tenía, alrededor de la gran mesa con mantel negro donde los camareros despachaban cerveza de la marca anunciante, cava de bajo costo o edulcoradas cocacolas. Casi todos los que estaban allí tenían una copa de alcohol en la mano, y varios, era notable, las llevaban ya dentro del cuerpo. Entre estos últimos sobresalía un grupo de adolescentes con look entre rastafari urbano y Woodstock's Original, que, triunfadores de nada, fantaseaban con ser pilotos ganadores de fórmula uno y se entretenían agitando los botellines de la cerveza patrocinadora para que el contenido se derramara como exitosa espuma alcohólica sobre sus ropas y el suelo.
El arte despierta sensibilidades y pasiones, no hay duda.
Después de ver esto decidí marcharme. No puedo soportar los vómitos ajenos.
La calle se mostraba animada, sin embargo muchos homeless ya empezaban a armar esa cama precaria donde pasarían la noche. Desde hace varios años, el refinado edificio de Maier tiene algunas alambradas provisorias para proteger sus flancos de estos seres extraños que fabrican alcobas en los rincones inútiles de las Obras Maestras de la Arquitectura. Como nunca falta un resquicio -Borges dixit-, allí están, durmiendo cada noche tras las vallas supuestamente disuasorias.

Vuelvo a ese cine que abandoné un momento antes de distraerme con el paseo por las ramblas, la exposición del MACBA y los borrachos.
El secreto de sus ojos es una película clásica dirigida por el argentino Juan José Campanella. Y digo clásica porque en ella se cuenta una historia intrincada con principio, desarrollo y un desenlace que no excluye el contenido moral. El protagonista se llama Expósito, como se llamaron muchos de los neonatos que se abandonaban sin nombre ni apellido en las casas cuna de otras épocas. Este tipo resulta ser, más que un solitario, un solo, y lo interpreta, es un decir, Ricardo Darín, un actor con cara y carisma suficiente como para convertirse en el personaje que le ha tocado en suerte y desde esa impostura hacernos creer cualquier cosa que el autor nos proponga. Gran parte de la historia transcurre en la Argentina de los primeros años setenta, por lo que resulta casi natural la abundancia de malos. El peor de todos se llama Morales y, como es de suponer, no tiene ninguna. Campanella ha dirigido varias películas exitosas, quince capítulos de House, varios de Ley y Orden y una decena de Sopranos. Se nota bastante. Sirviéndose de un espléndido guión y, sobre todo, de unos diálogos contundentes, ingeniosos, creíbles, convierte una historia mínima en una película compleja de difícil catalogación genérica. Quizás no se merezca recibir Concha de metal alguno -en realidad ni siquiera la necesita- pero es una buena película de casting modélico y espléndidas actuaciones, capaz de atraparnos durante todo su largo metraje.
Un detalle clave de la historia me llega especialmente. Darín-Expósito, oficial de Tribunales ya jubilado, quiere escribir una novela para sacarse de encima sangrientos fantasmas del pasado. Una noche de pesadillas recurrentes, garabatea como puede la palabra TEMO en una pequeña libreta de espiral que tiene al lado de su cama.
¿Cómo no tener miedo en un lugar así, dónde la justicia es una broma de mal gusto y el asesinato un expediente más que se pretende archivar sin siquiera mirarlo?
Como es obvio, yo no soy Darín; tampoco un personaje de película. Sin embargo, por un sentimiento muy similar a éste estoy viviendo donde vivo.


Ilustra: Fuera de catálogo, fotos de Dante Bertini sobre origamis de autor desconocido, abandonados en la inauguración de Modernologías (MACBA, BCN).

jueves, septiembre 24, 2009

¡FIESTAS?


Al fin el PP y el PSOE, las dos SRL que administran nuestro presente devastando nuestro futuro, se han puesto de acuerdo en alguna cosa.
Lo han hecho por lo bajo y sin la presencia física de sus máximos líderes, ambos de paseo por el mundo.
Si fuéramos un poco más ingenuos podríamos pensar que en algún lugar de su conciencia estos huidizos personajes guardan todavía un resto de pudor, una mínima sombra de sus evaporadas, perdidas, aparentemente inexistentes sensibilidades.
Se trataba de abolir la publicidad de los espectáculos y fiestas donde se torturan y matan animales como forma de diversión y entretenimiento público. Repito: ni siquiera se pretendía acabar con las fiestas y espectáculos en sí, sino solamente con la publicidad de esos espectáculos y fiestas donde se torturan y matan animales como forma de diversión y entretenimiento público.
O sea: podríamos seguir siendo parte de un país donde la alegría se sirve acompañada de puntazos, visceras y sangre, aunque haciéndolo de forma recatada. Sin levantar nunca la perdiz, sólo matándola.
Casi al mismo tiempo, algunos de los que apoyan el genocidio animal se asombran mediáticamente de la violencia juvenil y, para ponerle algún remedio, planean elevar a maestros y profesores quince o veinte centímetros del suelo. Suponen que al convertir a los educadores en auténticos próceres de peana, obligarán a respetarlos de la misma manera en que, dicen, se hacía en otras épocas. Yo fui alumno y tengo memoria. Sólo los respetables se ganaban respeto. A muchos otros apenas si les teníamos miedo.
Lo de la tarima profesoral en las aulas es una solución absolutamente formal, parecida a la de esas pulseras de plástico que avisan de la cercanía del ex amante asesino, sin tener en cuenta que si alguien ha decidido matar no se detendrá porque suene un pitido.
Escribo esto con el temor de que me lea la señora Pajín (junior) y me acuse de plantear problemas sin dar soluciones, así que esbozo humildemente una:
¿No sería más que necesario dejar de sostener espectáculos y fiestas donde se torturan y matan animales como forma de diversión y entretenimiento público?
Digo... Por aquello del buen ejemplo, nada más.
Foto de Gian Paolo Barbieri

lunes, septiembre 21, 2009

Amores Mediáticos


Buscaba la letra de un lied de Schubert (!) y me encontré con esto que veréis pulsando aquí.
Los románticos desocupados disfrutarán de este video con los ojos humedecidos y el alma ganada por la melancolía, mientras se susurran: "¡ya podría pasarme a mí!".
Los escépticos darán por sentado que se trata de un montaje, obra de un productor discográfico, o televisivo, especialmente astuto.
Los que entiendan francés se preguntarán si estos dos tipos son de fiar, confesando como confiesan, a toda voz y sin ningún complejo, ser capaces de hacer cualquier cosa que les pida su amor.
Por último, los supervivientes de terremotos o tsunamis saben muy bien que por más enamorado que se esté es imposible pasar por alto catástrofes tan destructivas y ruidosas como esas.
¡Ah! Ella es belga-canadiense, él francés con genes italianos, como Ives Montand.
Aunque aquí no sabemos casi nada de esta pareja -¡ay! ...si fuera sólo esto...-, parece que el muchachote de negro canta desde los trece años, ha actuado en infinidad de galas y conciertos e interpretó un buen puñado de comedias musicales.
El romance con Lara -laralalá-, también cantante de éxito en su país, comenzó en 1998.
No quieran saber el final de la historia. Ellos aseguran que la eternidad y el cielo los tratará aún mejor que la vida misma. Sensible como soy a cualquier tipo de desenlace, he preferido no enterarme de nada más. Por si acaso.
Como gran final, los invito a comprobar mediante vuestros propios ojos y oídos que aquello de "donde caben dos, caben tres" , puede resultar verdadero. A pesar de las notorias, y aparentemente irreconciliables, diferencias existentes.
Ilustra un fotomontaje de Jean Paul Goude.

POSDATA: Luzdeana ha puesto una razón a mi siempre irracional subconsciente. Hoy, 21 de septiembre, empieza la primavera en Argentina. Este post al que suponía arbitrario, quizás no lo sea tanto. O lo es con la misma alegre arbitrariedad de este otoño europeo que recién empieza, llenando de flores y color los balcones de mi casa.
Un recuerdo especial para mis amigos del otro lado del Atlántico; también para los más cercanos Maxime Ruiz y R.C. El primero por haberme hecho conocer a Maurane, la segunda por ayudarme a recorrer los laberintos de Ariadna.


POSDATA 2: hoy a las tres de la tarde ha muerto An(Toni)o (López)Lamadrid, editor-creador de la Editorial Tusquets. Otra pérdida lamentable que me toca de cerca. Tanto como para equivocar alguna fecha en la anterior posdata. Gracias a Marina, ahora ese error ya está solucionado.

viernes, septiembre 18, 2009

una semana más


Una semana extraña, ¿pero acaso alguna no lo es?
Siguiendo con la lengua y sus aplicaciones, corroboro que también puede usarse como "arma destructiva de amplios efectos colaterales".
Esto incluye "el ninguneo",
el "no entiendo qué mierda me quieres decir"
y
el "me hago el/la sord@, te entiendo muy, pero que muy bien, mientras simulo que no entiendo nada y al traducirlo lo convierto en mío, robándote la idea por la cara".
El folleto con las explicaciones pertinentes se vende en Shopping Barcelona, la millor botiga del món.

Llega y vuelve a irse un amigo argentino al que no veía desde hace más de treinta años. Es arquitecto y está muy feliz con su encantadora nueva mujer. Casi no hablamos del pasado. Los llevo a ver edificios emblemáticos, calles particulares, hierros y piedras antiguas. Nos sacamos fotos en el Paseo de Gracia, en la rambla del Borne y en el Fossar de les Moreres, junto al mar y en mi casa, donde cenamos productos "de la tierra" acompañándolos con buen vino francés (soy partidario de las fusiones, y además los caldos franceses se pueden comprar a muy buen precio en La part des anges, Enrique Granados casi Valencia). A los postres, entre helados y sorbetes, me pregunta si pienso volver algún día a Buenos Aires. Le contesto evasivamente. ¿Cómo puedo saberlo?

Gracias (?) a Liberation me entero de la muerte del componente femenino de Peter, Paul and Mary, un trío famoso en los primeros años del Peace and Drugs con Margaritas in the Sky. Como suelo ser muy agradecido, agradezco también a la babélica YouTube, donde puedo constatar que Mary tenía un apellido y era una hermosa mujer con una pequeña y agradable voz. Adiós Mary Travers, fue un gusto conocerte.

Y ahora otro adiós. Es lamentable tanta necrológica, lo sé, sin embargo es imposible alegrarse por el nacimiento de alguien, suponiendo que con el tiempo, quizás, sólo quizás, nos hará la vida más llevadera llenándola de sueños. Willy Ronis fotografió París de una manera única: la de mis fantasías. Gracias por tus 99 años de tiernas miradas.


Preparo para los próximos miércoles -23 y 30- dos encuentros poéticos en el ajardinado espacio de Librería Bertrand, el mismo del 3 x 3 del mes de julio. Los llamo Diálogos Poéticos e invito a dos escritores por sesión, todos de Barcelona: Pura Salceda y Enrique Badosa para el primero, Carmen Borja y José Corredor-Matheos para el segundo.

Los diarios siguen asombrándome con sus titulares. ¿Quién habló de crisis?
Nos comunican un nuevo Record Guinness, esta vez auténticamente planetario: el mundo ya cuenta con mil millones de hambrientos. ¿Por cuánto hay que multiplicar la población de toda España para llegar a esa cifra? Creo que estamos exagerando el consumo de cerveza negra.
Una de hambre y otra de voracidad. Un señor muy conocido, responsable del Palau de la Música barcelonés, se declara culpable de usar tesoros públicos para vicios privados. Caros por supuesto, ya que la malversación asciende a varios millones de euros, casi tantos como costará blanquear la fachada de la también barcelonesa basílica de Santa María del Mar. El abogado del musicólogo defraudador espera que teniendo en cuenta la confesión escrita de éste y su evidente arrepentimiento, la justicia lo absuelva sin más. Es probable que pueda conseguirlo. Algo parecido pasó con un bailarín flamenco que sigue zapateando por el mundo a cambio de abundante dinero, mientras su víctima, un hombre de treinta y pocos años, atropellado sin auxilio, ya no baila más: ahora sólo alimenta malvas en un cementerio.
Incluir con cada ejemplar del diario que leo una copia de Apocalypse Now, ¿es un ardid publicitario o un presagio encubierto?

Semidormido, escucho por la radio un tema de Joaquín Sabina. Poco después sueño que voy junto al cantante por una estrecha calle madrileña. Mientras él susurra su canción ronca bajo un sombrero negro, yo bailo alegremente con los pies descalzos. No sabía que su música me gustara tanto.

lunes, septiembre 14, 2009

¡No me saques la lengua! (segunda entrega)


Y como decía al final del post anterior, un 28 de diciembre de 1975, ¡vaya inocentada!, desembarqué en la capital de España.
Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en tí...
"El flaco" Agustín Lara conocía muy bien los secretos de la seducción: si los piropos hechos canción no eran suficiente para el homenajeado, agregaba a las corcheas y bemoles alguna que otra joya de notable valor.
Con Madrid usó imaginación y savoir faire para describir elogiosamente una ciudad que ni siquiera conocía. A la grandísima María Félix -"la Doña", articulada y con mayúscula, como la llamaron siempre sus congéneres, su propia "doña" frente a Dios y la ley- le dedicó María Bonita, mitificándola lo suficiente como para convertirla en un glamuroso ícono universal. Lo hizo sin olvidarse de que los diamantes, tal vez porque suelen acompañarlas en los momentos más dificiles de su vida sin pedir nada a cambio, son el mejor amigo de las mujeres de mundo, y María Félix, a pesar de su misteriosa, para muchos ambigua sexualidad, lo era sin posibilidad de duda.
Aunque tal vez produzca algún picor entre los madrileños que me leen, parece justo decir que el enlutado Madrid que nos recibió en el 75 no era tan juguetón ni colorista como lo retrató Lara en su chotis de los cincuenta. Frío, inhóspito, casi podría decirse hostil, resultaba particularmente anacrónico para alguien recien llegado de un país de América, por más al Sur que este estuviera. Allí éramos más pobres, pero también menos formales. Rígidos horarios, rígidas costumbres, rígidos sentimientos, la gente del centro de Madrid se veía tan estructurada como esos Loden verde musgo que lucían con orgulloso ademán de europeo pudiente. Unos porteros uniformados y de gesto huraño te abrían la puerta de calle con una llave que tú nunca poseías y con la misma culpabilizadora actitud de una madre sobreprotectora si acaso cometías el error de golpear las manos para llamar su atención una vez pasadas las que ellos consideraban prudenciales diez de la noche. Supongo que para hacerte más llevaderas las calenturas de la carne, las calles se lavaban cada noche con manguera y los empleados municipales que las manipulaban con auténtica saña limpiadora no estaban adiestrados para tener miramientos con los viandantes noctámbulos.
"Si andas a estas horas fuera de tu casa te mereces un buen chorro de agua", parecían decirte mientras te mojaban los pies o te salpicaban los pantalones sin ningún remordimiento.
Allí, en la bella y distante Madrid, descubrí que un ligero cambio en la forma del saludo podía resultar tan sorpresivo como inquietante. Los porteños, siempre amigos del exceso, solíamos recibir a alguien conocido con palabras amistosas unidas a exageradas muestras de cariño:
-¡Qué decís, mi amor! ¡Qué alegría verte de nuevo por aquí! ¡Cómo estás, mi vida!
Si se trataba de un cliente, lo habitual era decir:
-¡Buenos días, don Tal! ¿Puedo servirlo en algo?
En Madrid el recibimiento solía constar de dos palabras, dichas siempre sin acompañamiento de sonrisa o mueca alguna:
-¿¡Qué pasa!?
Al principio daba por sentado que yo no les gustaba por mi condición de inmigrante argentino... ¿O me verían cara de delincuente? ¿O sería porque al caminar se me volaba alguna pluma sin que yo me diera cuenta?
Me costó entender que aquella era la forma habitual de saludo en tierras castellanas y que, aunque no contuviera ni el más mínimo rastro de afección o simpatía, tampoco significaba que tú les importaras un pimiento. Ni siquiera para tenerte aversión o manía.
En esa, por otra parte espléndida ciudad imperial, comprendí que no hablábamos el mismo idioma aunque usáramos las mismas o parecidas palabras. ¡Qué fácil era coger un tenedor, un autobús o la manija de una puerta, pero qué complicado resultaba comunicarse sensual o afectivamente con cualquier ser humano!
A cambio, nadie te molestaba porque sí y tampoco te encontrabas con ninguno que quisiera reprimirte, torturarte o simple y llanamente hacerte desaparecer para siempre del mapa. Algo más que un detalle, llegando de donde llegábamos.

¿Continuará? Hoy mismo no puedo asegurarlo. Como pregonaba el loro de La isla (Island) de Aldous Huxley, en este momento sólo puedo repetir: "Aquí y ahora, aquí y ahora, aquí y ahora..."

jueves, septiembre 10, 2009

¡No me saques la lengua! (prima puntata-primera parte)


¡Ay, la lengua!
Cuántos crímenes se cometen en tu nombre...
Casi la mitad de mi vida la viví en un país de habla argentina. En él, nuestras primeras, entrañable maestras, nos enseñaban a leer y escribir con métodos que ahora me parecen algo primitivos:
-C y a, ca, b y a, ba, elle y o, llo: Ca-ba-llo... ¡A ver niños! Repitan: Ca...ba...llo.
Tenían detrás un gran rectángulo de pizarra negra y en la mano un puntero de madera para señalar la palabra que pretendían hacernos repetir, escrita con tiza blanca y con mejor o peor letra sobre la áspera superficie de lo que llamábamos, con lógico énfasis, pizarrón.
-Ca...ba...llo...
Las más fanáticas de la pronunciación castellana acentuaban la Ll, logrando un sonido que se parecía a una L seguida de varías íes:
-Ca...ba...liiiio.
Sonaba raro, por supuesto, sin embargo nadie se negaba a imitar el sonido que nos proponía aquella señorita avejentada de guardapolvo blanco. Nuestra educación admitía reprimendas, amonestaciones, insultos, expulsión de la clase y hasta un buen punterazo de tanto en tanto. Algo parecido a lo que sucede actualmente, aunque con los personajes trastocados. Los alumnos dábamos por sentado que las horas de escuela estaban regidas por reglas distintas a las de nuestra vida fuera del aula, de la misma manera que sabíamos que el caballo de la maestra era otro, de especie muy diferente a los de Cisco Kid, el Zorro o Poncho Negro.
-Póngase de pié, alumno Aracama... Bien... Ahora repita conmigo: ca-ba-llo...
Y Aracama o cualquier otro de la clase pronunciaba ca-ba-llo sin pensar realmente en lo que estaba diciendo. Qué necesidad tenía de hacerlo, si nada más salir de allí ese ca-ba-llo desconocido se convertiría en alguno de los cabayos habituales de nuestros "cauboys" favoritos.
Carne fresca para los mercachifles de la educación, nadie se preocupó nunca por la coherencia idiomática de nuestros textos de lectura, por tanto los editores usaban sin culpa y con total desparpajo traducciones argentinas, centroamericanas y españolas. De pronto la pequeña princesa protagonista de un relato no podía dormir por la nada inocente presencia de tres guisantes bajo sus treinta colchones de plumas, o un pirata malvado exclamaba "cáspita" o "pardiez" sin que aparentemente, y nunca mejor dicho, viniera a cuento. Los que éramos afectos a los diccionarios podíamos enterarnos de que aquellas palabras querían decir algo concreto en una lengua extranjera que, vaya confusión, se suponía era la nuestra. Los otros, poco amantes de la letra escrita -para qué negarlo: una inmensa mayoría- pasaban por alto el significado de esos extraños vocablos al mismo tiempo que despreciaban los cuentos, las princesas europeas con problemas de insomnio y hasta el mismísimo pirata con pata de palo y loro alfabetizado al hombro.
Sin sospecharlo siquiera, esas mujeres tiernas y voluntariosas con vocación educadora nos estaban acostumbrando al escepticismo y la desobediencia. Si aquel mayestático caballo escolar se convertía en un simple y vulgar cabayo apenas poníamos un pie fuera del aula, ¿quién nos aseguraba que todo lo demás que nos enseñaban en aquel lugar no era igualmente arbitrario, discutible, relativo?
Muchos años después, ya crecidito y porteñamente acentuado, desembarqué en España, cuna de nuestro idioma... pero de eso, si no les molesta, me ocuparé en el próximo capítulo.
Ilustra: foto promocional de Doris Day, sin guardapolvo.

Posdata: ¿Qué será, será? Gracias a Poli, recuerdo que hoy, 11 de septiembre, es el Día del Maestro en Argentina. Colgué este post sin pensar en ello, pero resulta que mi inconsciente trabaja, como suele hacerlo siempre, por su cuenta. Pues gracias, felicidades y recuerdos para los, mis, maestros. A su manera, con acierto y equivocaciones, todos me enseñaron algo sobre esta carrera sin diplomatura que resultó ser la vida.

sábado, septiembre 05, 2009

imágenes sucias


¡El calor no amaina, aparcero!
Vuelvo fatigado de roturar los campos, sombrero de fieltro en la cabeza y alpargatas desflecadas en los pies. Si bien el cuerpo está molido por la dura labor, el corazón permanece contento y el espíritu en paz, ya que como todo el mundo sabe y los sabios aconsejan, sólo el trabajo nos otorga la tan ansiada felicidad.

Pido perdón. Creo que el bochorno sostenido de este agosto convertido en septiembre -sí: yo uso esta palabra con P, una bonita y contundente letra; no creo que eliminarla porque sí ayude a la modernización de nuestros trajinados espíritus-, el bochorno de estos últimos meses, decía, debe haber licuado por completo mis neuronas, o al menos ha producido en ellas un cortocircuito que me hace confundir el personaje. Cosa rara esta, ya que no suelo sentir grandes cambios entre el tipo que se afeita o se deja el bigote, y el que escribe, no siempre juiciosamente, estos mensajes con cristal pero sin botella.
Es cierto que en mi vida se han producido algunos cambios que podrían afectar mi natural cordura (!!!), sin embargo me cuesta entender la aparición intempestiva de este personaje campestre en medio mismo de mis urbanas dependencias (...están permitidas todas las interpretaciones).
Llega a tanto mi desneurización, que esta mañana creí oír, ¡fijénse qué tontería!, que las tropas alemanas habían matado un centenar de personas en su campaña de pacificación de Afganistán. No he dormido bien, seguramente. Anoche mismo, sin sueño, aunque agotado por un día de sostenida labor no especialmente campestre, decidí desconectar conectándome. Primero ví por cable un telefilm del que desconocía hasta su existencia: Dirty Pictures. Va del juicio por obscenidad que las "fuerzas vivas" -¿por qué se las llamará así cuando suelen ser precisamente lo contrario?- de Cincinatti, hicieron al director del Museo de Arte Moderno de esa ciudad, Dennis Barrie*, empeñado en exponer las "sucias" fotografías del por entonces ya desaparecido Robert Mapplethorpe. Esto no sucedió en 1909, sino en 1990. Por aquellos tiempos aquí estábamos transitivamente mejor. La ¡vaya a saber dónde se ha metido! Paloma Chamorro, había realizado bastante antes dos exhaustivos programas para la TeleVisión Española sobre la obra y la vida del conocido fotógrafo estadounidense. En ellos no sólo lo entrevistaba en su estudio, desprovista en absoluto de prejuicios o complejos, sino que además mostraba detenidamente, obviando cualquier tipo de censura y con explícitos primeros planos, la obra más controvertida de RM. En el 92, año de fastos barceloneses, Mapplethorpe aterrizaría en la Fundación Miró mediante una exposición en la que tampoco se prohibieron imágenes consideradas obscenas por más de un museo del mundo anglosajón. Por extrañas vueltas de la vida nada ajenas a un recuperado amigo de mis años ibicencos, Javier González Porta, ayudante en New York del por entonces famosísimo fotógrafo, asistí a aquella inauguración con Pablo González -hijo del entonces presidente del gobierno- de icógnito acompañante. Pero, como suelo decir cada vez que me encuentro en estas encrucijadas de la memoria, esa es otra historia que merece su propia narración.
Volviendo a la película, no puedo decir que Dirty Pictures sea una obra maestra del séptimo arte -hoy ni siquiera recuerdo qué arte era ese- pero además de contar en su elenco con James Woods, Susan Sarandon y algún otro bienintencionado luchador por los derechos civiles, cumple con lo que se había propuesto: poner en entredicho la censura, acercando al mismo tiempo a los ojos del público televisivo una obra fotográfica tan valiosa como perseguida.
Terminado el film debería haberme quedado satisfecho, apagando de inmediato el aparato. No fue así. Cansado como estaba, seguía sin poder dormirme, así que me dediqué durante un buen rato al zapping. Quizás siguiendo el ejemplo esclarecedor del telefilme estadounidense, Telecinco puso en pantalla un magnífico programa de entrevistas a diversas personalidades del mundo cultural de nuestro país. Si mis neuronas estuvieran en su sitio, cumpliendo fielmente con la labor que les ha sido encomendada, podría recordar los títulos académicos que preceden al nombre de algunos investigadores, científicos, intelectuales y creadores presentes en el programa. Para mi desgracia, y por culpa, supongo, del inesperado tsunami que acaba de afectar a mi entendimiento, nada de todo eso se ha grabado en mi memoria. Hoy en ella sólo resuenan algunos gestos excesivos que podría atribuir a alucinaciones esporádicas propias y varios nombres de los doctos invitados a tan concurrida tertulia: Belén Esteban, Lidia Delgado, Kiko, los hermanos Mata Moros, Jorge Javier Vazquez y una encantadora anciana a la que todos llamaban afectuosamente Karmele.
Es extraño. Puedo recordar hasta el título del programa, ¡Sálvame!, sin embargo en ningún momento pude entender nada de lo que en él se decía.
En un primer momento pensé que estaría auspiciado por alguna organización religiosa con sanas intenciones regeneradoras, pero ahora que lo pienso con más detenimiento me pregunto: ¿no estaré sufriendo los efectos de una invasión extraterrestre?
ilustra: retrato de Lisa Lyon por Robert Mapplethorpe

miércoles, septiembre 02, 2009

Homenajes...¿homenajes?


Hablo por teléfono con una amiga psicoanalista.
"Argentina", darán por supuesto algunos. Pues no, se equivocan. Es profunda y auténticamente catalana.
Sin que venga demasiado a cuento, me confiesa que volvió al análisis a raíz de una discusión que tuvimos durante unas vacaciones de agosto en la Costa Brava.
- ¡Contigo y con mi padre en el mismo día! ¡Un auténtico error! Me dije que no podía ser, que seguramente necesitaba revisar ciertas cosas. Gracias a eso volví al análisis, cosa que agradezco muchísimo. El entredicho contigo apareció reiteradamente durante las primeras sesiones...Fue muy positivo para mí hablar sobre aquello.
La escucho en silencio sin saber qué cara poner, pero como la conversación es telefónica puedo quedarme muy tranquilo sin poner ninguna.
Dos días después me llama J, una ex peluquera de mano precisa y cortes extremados. Me ha visto en Karakia, un programa de la televisión catalana que viene repitiéndose dos o tres veces por año desde hace más de un lustro. Cada vez que pasan el episodio donde aparezco durante unos minutos hablando de comidas y costumbres porteñas, alguien me dice que lo ha visto. Hoy mismo ha sido una camarera centroamericana del Farga de la calle Córcega, hace unos días el canoso dependiente pakistaní de un colmado-almacén del barrio gótico. Este último me sorprendió con un saludo expresivo y cálido después de ignorar los míos durante varios años. Tengo como costumbre saludar cada vez que entro y salgo de algún comercio, haya o no comprado en él, me resulte o no simpático el dependiente que está atrás del mostrador. No sé si esto es mejor o peor, sólo sé que a mí me satisface hacerlo. Fui educado con esas formas precisas, algo caducas hoy, en un tiempo y un lugar donde los pequeños gestos de sociabilidad tenían muchísima importancia, facilitaban el trato, la convivencia cotidiana.
-¡Hola...buenos días!, -me dice el pakistaní canoso.
-Hola, ¿qué tal?, -contesto yo algo sorprendido por esa inusual comunicatividad, mientras me dirijo a la estantería donde están las comidas para animales.
Cuando voy a pagar, el señor de las canas, habitualmente adusto, me dice con una gran sonrisa:
-Anoche lo vi en televisión...¡Muy bien, muy bien!
¿Qué debería decir para que el vendedor pakistaní continúe saludándome en los próximos años? Como no lo sé, sonrío también, muevo la cabeza en un gesto que ni siquiera yo mismo entiendo, pago y me voy a casa con dos latas de comida gatuna y la sensación extraña de no haber estado a la altura de las circunstancias.
¿Y si no supiera ser famoso?
Esa misma noche me reencuentro con la voz de un amigo al que no escuchaba, ni veía, hace más de veinte años. Me rastreó por la red y dió conmigo, intercambiamos teléfonos y finalmente estuvimos durante más de dos horas contándonos los años que pasamos distanciados en plan resumen de telenovela. Él vive aquí al lado, en París. Nos separan solamente unos trescientos kilómetros más de los que separan Buenos Aires de Córdoba. El problema reside en que yo no soy muy afecto a los desplazamientos y me parece que él tampoco viaja demasiado.
-Me hice diseñador gráfico por vos, -lo ha lanzado de pronto, como si hiciera mucho tiempo que deseara comunicarme aquello.
Me refugio en la técnica de no decir nada. No hay espejos cerca, así que tampoco puedo saber si esta vez he puesto alguna cara especial.
-Cuando nos presentaron y vi algunas de las cosas que hacías(*), pensé que tu trabajo me gustaba mucho. Nunca había conocido una manera mejor de ganar dinero.
No puedo asegurar que se haya hecho rico, pero sí que es un excelente diseñador-fotógrafo-grafista. Trabajamos juntos hace muchos años inventando el merchandising para el lanzamiento de un nuevo disco de Julio Iglesias en Miami, uno de los encargos más extraños de mi vida. ¡Corbatas! Tuve que diseñar e imprimir corbatas. Si bien no me hicieron famoso, pude pagar con creces todos los gastos de un largo invierno parisino.
Hoy mismo, conversando con un amigo suizo que me había visto leyendo, bastante imprecisamente por cierto, un poema mío en el Canal L, le cuento algunas de estas cosas. Es una manera como cualquier otra de hablarle de mis sentimientos.
-Me asusta un poco tanto reconocimiento, -le digo quejumbroso-. Es como si de pronto me hubiera convertido en un anciano venerable y todos sintieran la necesidad de gratificarme.
-¡Qué tontería! -dice él-. No deberías quejarte. Tus amigos tienen buena memoria y además son agradecidos. Mi mujer y yo siempre decimos que nos casamos gracias a que tú le aconsejaste que lo hiciera. Y mira, ya vamos por el tercer hijo...
Es lo que digo: me estoy haciendo muy mayor. Ha llegado el tiempo de los homenajes. Si yo tuviera que hacérselos a todos los que de una u otra manera han influído en mi vida, no podría separarme nunca más de este teclado.
Ilustra: autoRetrato de Dante Bertini.
(*):
http://www.avenidademayo.com/avenida/descargas/bac/revista_septiembre.pdf
(pag 21)