viernes, enero 28, 2011

Fin de Enero


Revuelves papeles viejos, viejas fotografías, y al hacerlo, inconsciente y torpemente, pones en movimiento una película retrospectiva, siempre parcial y arbitraria, de tu vida.
Cuando protestando y a regañadientes decides no esquivar el bulto que te ha caído encima -a pesar de tus muchos traslados, de tus casi incontables mudanzas, todavía no has aprendido a ubicar sin riesgos los incómodos trastos del pasado- los habitantes de ese segmento postergado de tu vida reaparecen con la fuerza que les dio una larga espera, quieta y silenciosa, en esa especie de limbo sin destino adonde los tenías confinados.
Pasa que te ves en una fotografía antigua con un perfil que ya no tienes y para escapar de la evidencia sin mancharte demasiado las manos, te pones de inmediato a hojear una inocente revista de decoración que compras cada mes como parte de tu particular rutina doméstica. Al parecer es día de reencuentros: esparcidas por un lujoso piso de la alejada Buenos Aires, ves obras de un amigo al que no habías vuelto a nombrar desde su muerte y, para terminar la jornada con puntos suspensivos y un subrayado continuará al día siguiente, poco antes de acostarte recibes un email donde otro amigo en standby te envía sus itálicas elucubraciones sobre la muerte y la eutanasia.
Contestas, por supuesto, aunque al hacerlo descubres tu presente; moldeas, sin quererlo, un posible futuro.

Maticemos...como gustan decir por aquí.
Estoy en mi cuarto de trabajo -¿despacho, taller, escritorio?- y afuera el día es gris, muy frío.
Invierno en Barcelona.
A través de la cristalera que da a la calle Mallorca -nunca pensé que mi destino estaría tan unido a las islas baleares- veo el bello, sólido, señorial y sin fiorituras, edificio años cuarenta del hotel de enfrente, montado en lo que en otro tiempo fueran unas amplias y desangeladas oficinas estatales.
Hay plantas en mi balcón y también dentro; la casa está tranquila: Jorge trabaja en su despacho, a diez metros del mío, y Adrián acaba de salir hacia el gimnasio. Nos veremos allí en una hora para compartir nuestra clase semanal de yoga.
Acabo de recuperar una butaca thonet que teníamos arrumbada. Después de décadas de alejamiento (hasta mi escapada de Buenos Aires solíamos timbear cada semana con Pablo Suárez, Noemí Raimundo, Hugo Monzón, Santiago Giacobbe o algunos otros menos fervorosos) he rescatado nuevamente el póker como excusa para encuentros amigables. Y, más afectos a los sillones, faltaba una silla cómoda, que ahora, previo bricolage reparador, ya tenemos.
Federico, el felino, se niega a salir de su almohadón. No hay sol para calentar su cuerpo, y él, tan maduro como astuto, no se arriesga a desagradables enfriamientos.
No estoy hablando de la eutanasia, lo sé, sin embargo, a raíz de tu nota estoy pensando en ella. La descripción anterior relata un instante preciso en un momento asaz idílico de mi vida. Pasajero, fugaz, impermanente, como lo son todos siempre.
¿De qué vale pensar en la muerte, esa desgraciada inevitable, si ella está pensándonos constantemente, si no nos olvida ni un mínimo instante?
Supongo que los que deciden acabar con su vida sin esperar que la siempre inesperada parca se decida a actuar, ya no ven un paisaje apetecible, ya no habitan un cuerpo que responde a sus deseos ni alientan una esperanza que los empuja a seguir.
Beatriz de Moura, la editora, y el escritor Salvador Pániker, entre otros muchos, adhieren a una asociación por el derecho a la eutanasia.
Cualquier libertad sobre el propio cuerpo me parece inobjetable, quizás por eso mismo nunca he querido firmar según qué compromisos. Ya llegará el momento de hacerlo, supongo; ya habrá alguien, amante y amado, que decida por mí si yo no pudiera acometer semejante empresa cuando se haga necesario.
Mientras tanto, y puesto que nadie nos pidió opinión alguna antes de encendernos la vida, permitamos, sin cortes, prohibiciones ni censuras, que cada uno elija el final, pocas veces feliz, de su película.
Te quiere, Dante.


Foto doméstica no digital. Preparándome para una fiesta de disfraz en casa de amigos. Ibiza, fines del siglo pasado.

lunes, enero 24, 2011

cotorras y halcones


Hace pocos días aparecía en el diario La Vanguardia un extenso artículo sobre la preocupación de algunos ayuntamientos catalanes frente a la proliferación de aves no autóctonas, entre ellas las parlanchinas, vistosas y coloridas cotorras argentinas.
Como drástico remedio a esta inmigración natural, no deseada, en la misma nota se anunciaba la reimplantación en la ciudad de Barcelona de un buen número de jóvenes halcones. Una especie autóctona esta, según parece.
¡Adiós a la hasta ahora más que evidente convivencia pacífica -basta acercarse a alguna de las escasas plazas de la ciudad para comprobarlo- entre gorriones, palomas y cotorras!
Los poderosos mandamases, tan afectos a los enfrentamientos de todo tipo, no pueden soportar que otras especies se monten una historia despojada de insultos, disparos y explosiones; una relación incruenta y muy pacífica, bien distinta a la suya.
"¡Invadidos por indignas especies foráneas, muy pronto desaparecerán todas nuestras aves!", proclaman con evidente indignación los susodichos, mientras dan por sentado que todo lo cercano les pertenece.
Para avivar cierta inquietud que ganaba mi alma, por esos mismos días Messi ganó por segunda vez un premio -tan arbitrario como todos, supongo- que lo acreditaba como el mejor jugador de fútbol del mundo y gran parte de los medios "comunicadores" españoles rasgaron sus gargantas clamando al cielo por tanta desvergüenza. Los que conceden el trofeo no habían tenido en cuenta a ninguno de los dos jugadores españoles que conformaban con Messi la terna de favoritos, eligiendo una vez más al "argentino", un tipo sin militancia "argentinista" alguna, formado desde niño en Barcelona y que desarrolla su brillante carrera goleadora en el equipo de esta ciudad, para muchos al menos, española.
Parece que el verde cotorra es inalterable, más fuerte y más "cantor" que cualquier otro.
Después de treinta y cinco años de vida europea, gran parte de ella en tierras catalanas, con un DNI español y larga militancia laboral, creativa y social en Barcelona, me pregunto si no habrá algún halcón adiestrado y hambriento esperando que mi inmigrado ser pase a su lado para demostrarme, de una buena vez y para siempre, de quien son realmente las calles, el aire, las baldosas y hasta los contaminados árboles con todas sus ramas de invernal color marrón miseria, despojadas al fin del molesto, foráneo, extranjero y por ende extraño, verde cotorra.

Posdata: cotorro es una de las palabras que el lunfardo argentino utiliza para llamar a un nidito de amor, al bulín, a la garçoniere francesa...
foto de Alastair Thain

lunes, enero 17, 2011

Despedidas


Hace apenas unas horas comenté el post donde la escritora Isabel Núñez daba noticia de la muerte de su madre:

Lo siento, Zbelnu; por ella y por tí.
Me costó mucho despedirme de mis padres. Con él ya muerto tuve una charla en aquel precioso café de maderas oscuras y rincones silenciosos que ahora es un pringoso burguer, al lado mismo de Plaza Cataluña, imaginándolo en la piel de otro inmigrante cercano con uniformado disfraz de marinero.
Allí pude llorarlo al fin, dándome cuenta de cuánto nos parecíamos: los dos inquietos, ligeramente aventureros, muy curiosos.
Para los que no tenemos el consuelo de un más allá glorioso, siempre es duro despedirse.
No hay reencuentro posible, salvo en la memoria.


La muerte, si no nos negáramos testarudamente a convivir con ella y su fatal designio, debería convertir casi todo lo humano en lo que en realidad es: algo poco trascendente, pasajero, leve, que sólo adquiere importancia en nuestro fuero interno porque decidimos no tener en cuenta lo frágil de la existencia humana, la nimiedad perecedera de todos nuestros instantes, a pesar del valor que, por pura cerrazón egocéntrica, les adjudicamos.

ilustra: retrato de Andy Warhol por Alastair Thain.

martes, enero 11, 2011

María Elena Walsh









Todas estas mujeres ligeramente parecidas fueron una misma: María Elena Walsh.
La vida nos va modelando a su antojo, y ella, que vivió ochenta años, le dio tiempo y motivos suficientes para hacerlo una y otra vez.

Fuiste la banda sonora de muchos momentos cruciales de mi vida.
Ya no estás y, enmudecido por la tristeza, sólo se me ocurre despedirme.
Adiós, querida.





El video con la maravillosa voz de Rosa León lleva incorporado un error tan garrafal como estúpido: adjudicar el precioso poema de María Elena Walsh a Rafael Alberti. Equivocada estás, Paloma. Tanto como la de la canción, esa sí, del poeta gaditano.

Gran parte de los retratos de M.E.W. que acompañan este texto son obra de la que fuera su compañera, amiga, amante, durante más de 25 años, la fotógrafa Sara Facio.

lunes, enero 10, 2011

2 + 0 + 1 + 1 = 4



¿De qué cuatro estaremos hablando?
¿De Las cuatro estaciones de Vivaldi?
¿De los cuatro hermanos Marx?
¿De los cuatro puntos cardinales?
¿De los cuatro dedos de Mickey Mouse?
¿De Los cuatro mosqueteros?
¿De los Cuatro jinetes del Apocalipsis?

A juzgar por lo que pronostican los medios de comunicación, siempre tan propensos a los titulares catástrofe, si buscáramos un motivo representativo de este año recién comenzado, sin ninguna duda habría que optar por estos últimos caballeros de triste figura y peores intenciones. Los cuatro jinetes, digo. Sin embargo, como mi musical juego de llantos lleva una semana colgado y mis lágrimas han durado mucho, pero que muchísimo menos, he decidido dejarles un pequeño regalo -espero que realmente lo sea- para los días venideros.
Disfrútenlo... si es que les queda algo de tiempo libre entre liquidación y liquidación, entre los malestares de estómago y las gripes alfabetizadas, entre los últimos excesos y las primeras dietas.
Entre Lágrimas y sonrisas, Gritos y susurros, jadeos y suspiros.

Que sean, seamos, muy felices.







lunes, enero 03, 2011

after party: ¿to cry for..?


"No llores, niño, eso no es de hombres."
"...¡porque un hombre macho no debe llorar!(tango)"
"A ver si demostrás lo hombrecito que sos y parás de llorar de una buena vez."
"Si fueras suficientemente hombre no llorarías como una mujer."

Nadie se avergüenza de reír en público, pero hasta hace pocos años llorar en presencia de otra gente era señal de cobardía o debilidad.
Contradiciendo con sus lágrimas tanta frase tópica y prejuiciosa soltada al boleo por cuanto idiota quería sentar cátedra de filósofo diplomado en la tan omnipresente como virtual Facultad de la Vida, mi padre italiano lloraba bastante: lo hacía mirando películas sentimentales por televisión, cuando alguien le hablaba de sus antepasados o de sus hijos, mientras leía alguna noticia triste en los periódicos o simplemente cuando te abrazaba para despedirse.
Se acabó un año, según parece, y en este tiempo pasado que llamamos 2010, (nos) sucedieron un montón de cosas buenas y malas, como en cada uno de los anteriores. Dado que las buenas ya han sido suficientemente festejadas, antes de que lleguen los Reyes de Oriente con sus oros, sus incienzos y sus mirras, quiero hacer un paréntesis entre tanta algarabía y, en lugar de tirar más petardos y encender más bombillas de colores, me propongo soltar algunas lágrimas por los adioses definitivos, por las pérdidas irrecuperables, por los recuerdos que ya nunca más volverán a ser lo que alguna vez fueron: instantes de palpitante, conmovedora, inapresable y auténtica vida.























¡Y a quien no le guste la clase de música que canta mi esposa, pude retirarse inmediatamente!

Poema de Oliverio Girondo dicho por Dario Grandinetti. Ilustración de Roy Lichtenstein