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miércoles, marzo 28, 2012

CLOROFILIA (PERVERTI-2)

En julio de 2011 envié este texto a la editorial de Parafilias, Traspiés, que me había invitado a colaborar en su volumen número dos. Las consignas eran claras: un número determinado de líneas y la descripción de una parafilia, fuera ésta inventada o ya existente. Opté por la primera opción a partir de un juego de palabras que encontré sugerente: Clorofilia.
Acaba de editarse y me dicen que a partir de ahora puedo hacer con mi texto lo que me plazca.
Aquí va para ustedes, queridos y fantasmales -¿o fantasmagóricos?- visitantes.

Me tranquilizó ver que al irse la abandonaba junto a la puerta.
Iluso, ilusionado, imaginé un gesto amable de su parte; un final elegante para una relación que se estaba convirtiendo en un auténtico calvario.
Su odio empezó el día en que me descubrió abrazándola y con uno de aquellos apéndices jóvenes, apetitosos, introducidos en mi boca.
Intentó matarnos con un único, definitivo golpe de su bate de béisbol. Por suerte la carambola le falló: pude esquivar aquel ataque, pero el tiesto de cerámica se hizo añicos contra el suelo.
Seguramente la hubiera dejado morir allí, fuera de su vital elemento. Fui yo quien volvió a plantar las raíces en la tierra, dentro de un tarro de cocina que ofició de maceta.
Ahora compruebo que a último momento decidió llevársela.
Consuela un poco saber que pese a todos mis esfuerzos siempre se mantuvo algo distante.
Mañana mismo me compraré una hiedra.



La primera versión, anterior al recorte que le hice por exigencias de la convocatoria editorial, es la siguiente.

CLOROFILIA


Me tranquilizó ver que se iba dejándola allí mismo, en el lugar donde habitualmente solíamos ponerla.
Iluso, ilusionado, imaginé que como estaba llevándose mucho más de lo que había traído cuando llegó a casa -aquel lejano día sólo arrastraba una pequeña maleta con ruedas y al irse precisó una camioneta para cargar todas sus cosas- pensé, digo, que tendría la delicadeza de dejármela.
Un gesto amable de su parte para poner punto final a una relación que en los últimos meses se estaba convirtiendo en un auténtico calvario.
Yo había resistido durante varias semanas a aquellos llamados de atención en forma de mensajes verdebrados –sí, digo bien: verdebrados- , de forma acorazonada y superficie silenciosa. Ella los dejaba caer a mi paso con un ligero temblor que ponía al descubierto un más que sensible interés por mi persona. Mensajes en verde, sin palabra alguna escrita encima. Pobrecita... No se atrevía a decirme nada, consciente de su difícil situación de forzada huésped, fatalmente condenada a aceptar lo que cualquiera de nosotros dos decidiera hacer con ella.

Mi mujer no pudo soportar los celos, lo sé, y aunque ahora ella diga que huyó de mi sádica indiferencia, seguiré pensando que tanto odio hacia mi comenzó el mismo día en que me descubrió abrazándola sobre la cama matrimonial y con uno de aquellos apéndices jóvenes y apetitosos introducidos en mi boca. Aunque nadie lo crea, aquel infausto día mi mujer intentó matarme. Y no sólo eso: pretendió ahorrarse esfuerzos matándola también a ella con un único y definitivo movimiento.
Por suerte la carambola le falló: yo alcancé a esquivar el golpe, aunque no pude evitar que el tiesto de cerámica blanca se hiciera añicos sobre la odiosa cabecera de madera y bronce.
Supongo que ella la hubiera dejado morir allí, desparramada y sucia, fuera de su vital elemento. Fui yo el que la recogió, podó sus ramas rotas y volvió a plantar sus raíces en la tierra, dentro de un tarro de cocina que, a falta de otra cosa, ofició de maceta.
Ahora veo que finalmente se la ha llevado.
Me consuelo pensando que a pesar de mis esfuerzos, Benjamina fue siempre algo distante.
Mañana mismo me compraré una hiedra.


DANTE BERTINI
Junio 2011

lunes, marzo 26, 2012

tr3s por uno = tr3s


PRESENTACIÓN DE NUEVAS VOCES
Ateneo Barcelonés
15 de Marzo de 2012
Porque suelo ser olvidadizo con los menesteres diplomáticos, prefiero empezar por los necesarios y muy merecidos agradecimientos:
Agradezco a la ACEC, que convoca y ha creado este espacio, a todos vosotros por estar aquí y al poeta y escritor Antonio Tello, que me habló de estos tres treintañeros nada tristes, muy valiosos y de absoluta contundencia en la palabra escrita.

Extraña misión la mía. Tengo que presentar, creyéndome lo importante que para ellos significa que yo haga esto que estoy haciendo, a tres escritores que, según he podido ver en sus notas biográficas, han publicado mucho más que yo y, como si esto no fuera suficiente, tienen currículums muy abultados en carreras y premios.
Acepto entre avergonzado y respetuoso semejante reto y lo hago con total alevosía. Se supone que en este espacio alguien presenta a algún otro, mientras que yo, incapaz de separar esta literaria trinidad eligiendo sólo a uno de sus componentes, he decidido convocar a los tres, porque además de notables en su oficio, se dicen compañeros en proyectos literarios y vitales y, por momentos, me arriesgo a asegurarlo, son también cómplices, seguramente involuntarios, en la descripción de escenarios y personajes:

“...la violación, los cortes, el asesino que busca el bolso y no lo encuentra y unos cuantos ladridos (vaya a saber qué perro ladra de esa manera, tan grave y tan cerca) que le alertan y no tiene más remedio, por primera vez, que sentir miedo y coger el coche y salir de allí...” Iván Humanes, Los caníbales, en el libro del mismo título.
“Un perro ladra al borde de mis dedos. La mañana parece un ajedrez, dibujado en el fondo de un gran vaso de espuma roja.” Juan Vico, Breakfast with Bacon, Still life.
“El ladrido del perro ha marcado el límite del paseo...Nos miramos y nos sabemos cercanos: él allí, sin dejarme entrar; yo más lejos, admitiendo que todo, incluso la vida, tiene un final.” Alex Chico, Final, Dimensión de la frontera.

Nostálgicos, migrantes, insatisfechos, trashumantes o apátridas, comparten también una mirada extranjera, distanciada, al borde de la ausencia definitiva:

“La luna tiembla en el retrovisor, de vuelta a casa.” Juan Vico, Days of Being Wild, Still life.
“Despedirse nuevamente no es una premisa indispensable del azar, sino una condición del que invariablemente observa.” Alex Chico, Meditación en Barcelona , Dimensión de la frontera.
“Nosotros afuera. Los sutiles habitantes de las demás viviendas sonriendo desde su más allá. La puerta de la entrada cerrada desde dentro y la llave en el bolsillo de su chaqueta. Sin tiempo de llevarnos apenas nada.” Iván Humanes, Retomada, Los caníbales.

Observadores sin deseos de imparcialidad, se mueven entre las ruinas de un mundo otro, definiéndose en la nostalgia del futuro, en la imposibilidad del encuentro, en la improbable aprensión de un huidizo presente:

“...un espacio vacío nos resume, sin extender la pregunta, sin entender la pregunta, sin atender la pregunta...” Juan Vico, Les Amants, Still life.

“Hoy estas cuatro paredes sostienen el abismo” o “Pasajeros se vuelven los rostros que amamos, encadenados en la distancia porque ya no importan.” Alex Chico, Dimensión de la frontera.

“Eso era lo peor, no saber el motivo del pequeño agujero negro en la habitación de matrimonio.” Iván Humanes, La zona, Los caníbales.

Entre encuentros y hallazgos, entre abandonos y pérdidas, los tres han elegido la literatura como retorno hacia un sí mismo que se revela en su impreciso y voluble dibujo.
Tal vez porque, como dice Alex Chico en Testament :

“Ahora lo sé. Sólo escribí para morir con cierta dignidad.”



Alex Chico:
nació en Plasencia, Cáseres, en 1980. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, ejerce como profesor de Lengua y Literatura en un instituto barcelonés. Codirector de la Revista de Humanidades Kafka en formato digital, publicó varias plaquettes (Nuevo alzado de la ruina, Las esquinas del mar, Escritura) y los poemarios “La tristeza del eco” (en el 2008) y “Dimensión de la frontera” (en el 2011)
Iván Humanes:
BCN 1976, es licenciado en Derecho por la universidad de esta ciudad. Publicó “La memoria del laberinto” y “La emboscada”, el ensayo “Malditos” y una colección de relatos breves ilustrados, “101 coños”. Fue coeditor de la revista literaria Dado Roto y ha colaborado con varias revistas literarias: Sibila, Literaturas.com, Crítica y Revista de letras, entre otras. Recibió por sus relatos los premios Ciudad de Jerez, Diomedea y El fungible, además de algún otro que su biografía no consigna.
Juan Vico:
Badalona, 1975, es licenciado en Comunicación audiovisual y máster en Teoría de la literatura y Literatura Comparada. Colabora con artículos y críticas en revistas de cine y cultura y ha publicado el libro de poemas “Víspera de ayer” y los cuadernos “Densidad de abandono” y “Gozne”.

martes, marzo 06, 2012

Shame, ¿vergüenza?


El último domingo, después de un nutritivo almuerzo en familia, fui(mos) a ver Shame. Y ahora me pregunto: ¿hubiese(mos) ido a verla con tanta urgencia de no ser por la morbosa curiosidad que se creó alrededor(?) del aparato reproductor masculino del protagonista? (Uso esta jerga algo demodé porque, con los tiempos que corren, temo que si llego a poner v...., p..., p... o p...., me caiga encima una Junta Censora de la Red, obligándome a un arrodillado arrepentimiento sobre un espeso colchón de sal gruesa) ¡Teniendo como tengo las rodillas!
Para ir directamente al grano, les digo que no es para tanto. Y no se confundan: estoy refiriéndome a la película en su totalidad, si bien el notable báculo de Michael Fassbender tampoco es mayor que los de varios de sus antecesores en esto de la exposición, sin tapujos, alteraciones ni sombreados, del fibroso cairel de la entrepierna masculina. Y conste que no incluyo en esta lid por la posesión del miembro de mayor tamaño a los astros superdotados del cine porno, sino sólo a los actores de los filmes atrevidos pero sin eyaculaciones manifiestas, como Daniel "007" Craig o el polivalente Ewan McGregor, por poner algunos ejemplos relativamente actuales. El interiorizado Mark Walhberg de Boogie Nights no entra en competición: todos pudimos ver que aquella desmesura que se refleja poco antes del final en un espejo era la bastante burda imitación, ampliada y en látex, de algún original en carne.
Después de los primeros minutos, saciada ya la curiosidad sobre las dotes no actorales del distante, ácido, frío, aunque también expresivo, elegante y sensible Fassbender, el director Steve McQueen -¿cómo se atreve? De haberme llamado Dante Alighieri, al menos me hubiera puesto Dante Alí como seudónimo- nos introduce en los avatares de este joven apuesto y sin apuros económicos, aunque con unas necesidades eyaculatorias presuntamente excesivas.
Desarrollando una versión masculina de aquella mítica y setentera Diane Keaton de Buscando al señor Goodbar, el personaje trajina noche y día detrás de un orgasmo, y de otro, y aún de otro más, como si nunca se hubiera enterado de que ciertas búsquedas, aunque pueden no ser infructuosas, casi siempre resultan frustrantes, repetitivas, asaz insatisfactorias. A su hermana, la quebradiza, atormentada, espléndida Carey Mulligan, le basta con una versión contenida, vacilante, trémula de New York, New York, para explicarnos que en este paisaje desolador de la modernidad pequeño burguesa no habrá ganadores, que en realidad nunca los ha habido.
Una banda sonora excelente, que por momentos recuerda al omnipresente Satie de El fuego fatuo de Louis Malle, y una fotografía exquisita, satinada, que parece encantarse con los reflejos, las transparencias, los cristales y espejos con sus deformantes y mentirosos espejismos, no hacen olvidar un metraje algo excesivo, en medio del cual refulgen escenas diagramadas con la incisiva, sádica, bella crueldad de un coleccionista perverso que muestra, deleitándose, sus más ocultos y sucios tesoros.



Dos días después sigo preguntándome de quién es y sobre qué planea la palabra vergüenza que da título al film. ¿Hay una fábula moralizadora con pretendida proyección social escondiéndose tras esta historia de individualidades sufrientes o el levísimo chisporroteo en los ojos del protagonista anuncia que todo sigue igual después de la tormenta, que el deseo es amoral, arbitrario y rara vez admite renuncias o auténticos arrepentimientos?



Este último Shame cantado nada tiene que ver con la película, pero resulta fresco y gratificante. A Steve McQueen, con nombre de famoso actor muerto, no le molestará que la canción (2010) lleve el mismo nombre de su film, que se llama a su vez igual que otro (1968) del sesudo, sueco y siempre algo avergonzado Ingmar Bergman.