Escucho radio por la noche, desde la cama y con intención de dormir. Alguien dice: "Hay que tener cuidado con la gripe" y el tipo que lleva el programa le pregunta: "¿Con la gripe? ¿Qué gripe?" "No importa cuál", dice el otro, y yo, que empezaba a dormirme, vuelvo a despertar para saber si debo o no debo preocuparme por el asunto.
¿Hipocondríaco? Tal vez. Me dan igual las definiciones que pretenden hacernos un ser más comprensible y cercano, minimizando nuestras innumerables, casi infinitas, posibilidades neuróticas. Solo sé que salgo con extrema lentitud de un malestar general que duró más de una semana y al que dos médicos distintos, uno varón, el otro fémina, no supieron dar un nombre aceptable, aunque sí un buen montón de remedios distintos.
"Esta gripe", dice, repite en realidad, el tipo sin nombre, "puede matar al 80 por ciento de la población mundial." Creo que mis pesadillas, recurrentes, casi amigas, son más soportables que otro anuncio de pandemia aniquiladora al que nadie, ni los gobiernos, ni los laboratorios, podrían poner freno. Según el tipo anónimo, esa voz sin nombre de la radio, porque serían precisamente ellos, gobiernos y laboratorios, los creadores del virus asesino. "Sobra gente en el mundo, somos demasiados. No hay ni habrá solución para esta crisis", alcanza a decir
El que anuncia un cataclismo, poco antes de que la conexión comience a hacer ruidos extraños, una estridente sinfonía dodecafónica de pitos y silbidos, hasta terminar cortándose.
"Deben ser los marcianos, deben ser", decía un cómico radial argentino de hace un montón de años cada vez que no podía dar respuesta a los embrollos en los que se veía envuelto. Al poco tiempo media Argentina repetiría la frase, en un intento más que vano de culpar a los selenitas por todo lo que sufríamos entonces -y ni siquiera sospechábamos que llegaríamos a sufrir un tiempo después- por culpa de unos personajes siniestros, muchos de ellos asesinos uniformados; muy marciales, que no marcianos.
Me dormí, por supuesto, y también por supuesto, tuve pesadillas, si bien no puedo echarle la culpa de ellas al oyente apocalíptico. Suelo tenerlas, así me haya dormido con una exaltada cantata de Bach o un romántico preludio de Chopin. Como algunos dicen que los sueños son compensatorios, me consuelo pensando que mi vigilia debe ser demasiado ordenada y volátil y necesita, como contrapeso, esos interminables vagabundeos al borde mismo de la catástrofe.
Hoy a la mañana y también por la radio, anuncian que, según informes de la comunidad europea, de seguir alargándose nuestras vidas no se podrá asegurar el mantenimiento de la salud pública.
¿Habrá que tener cuidado con la gripe?
(foto Bertini.BCN.012. El 15 M: Pegatina de la última convocatoria.)