Arriesgándome, sin pensarlo demasiado, escribo "fortuito" y, repentinamente temeroso, corro a buscar en el diccionario virtual la definición que nos da la esplendorosa RAE.
No me equivoco.
Fortuito: que sucede de forma casual, inesperada.
De eso se trata.
Paseaba yo mis brutales zozobras junianas por la calle Consejo de Ciento a la altura de Aribau o Muntaner -ahora mismo no podría precisarlo y tampoco importa- cuando decidí volver a viejas costumbres que creía olvidadas. Se trataba de entrar a un típico local de libros de segunda mano con olor a humedades varias y ponerme a rebuscar entre los invisibles ejércitos de ácaros, escondidos y alertas entre las pilas desparejas, en delicado equilibrio, de los innumerables volúmenes amarilleados por todo ese tiempo pasado en soledad, sin amo ni lectores.
Supongo que era un intento, más que vano, de revivir una antigua, inocente, alquímica ilusión: la que en otras épocas me hacía descubrir oro entre aquellos restos desahuciados de miles de naufragios literarios. Antes de traspasar el umbral, me detengo en él, inquieto. Esta vez las madalenas proustianas tienen olor a pis de gato, a perros de paja húmeda, a amargas lágrimas de Petra von Kant.
Pero qué importa. Mi vida, nuestras vidas, no huelen mejor en estos momentos. El paraíso de nuestras fantasías abrió sus compuertas y un montón de mierda depositada a interés fijo ha caído sobre nuestras cabezas.
En las mesas abarrotadas de las librerías de viejo nunca faltan unos cuantos clásicos inmortales; tampoco muchos títulos contemporáneos que intentaron serlo e inclusive estuvieron a un paso de lograrlo durante algunas, en general pocas, semanas.
No me dejo atrapar por lo ya conocido y voy directamente a las mesas de los saldos finales, las de "todos por un euro/tres por dos". Los desechados del desecho. Espero encontrar algo que me atrape, un libro del que después pueda enorgullecerme y repetir, ufano, aquello de "no busco, encuentro".
Tengo suerte, supongo. Allí, verde entre un montón de grises desvaídos, estaba el libro, una plaquette en realidad, de una para mí desconocida Florencia Pérez de Ayala. Poemas perdidos. Una docena de poesías sin nombre y una breve reseña biográfica donde se nos cuenta que la poeta nació en Montevideo, Uruguay, en 1979 y murió "de forma trágica" (?) en el año 2008. Ninguna foto, ninguna reseña sobre ella y/o su obra en Google. Sigo buscando y tampoco encuentro noticia alguna sobre los editores. Vuelvo esa misma tarde a la librería para preguntar sobre la tablette y su procedencia:
-No sabría decirle. Llegan publicaciones y libros casi cada día.
Tal vez me deje llevar por el misterio y la escasa información, por el nombre con resonancias literarias y cinematográficas.
Y tal vez estas sólo sean coartadas. Las explicaciones bastardas que le doy, pobre de mí, a una emoción sin nombre.
"Rosa es una rosa es una rosa es una rosa"
y cielo es un cielo es un cielo es un cielo
...al que tu me llevas para mi desvelo.