Durante los últimos meses, el que esto escribe, siempre tan dado a las palabras, se ha quedado poco a poco sin ellas.
Creo que las he gastado todas intentando cambiar el destino, al suponer, iluso o fantasioso, que podría dibujar una sonrisa feliz y un sí satisfecho sobre unos labios sellados, al menos para mí, por una negación básica, primaria, casi ancestral.
El tiempo pasa sin borrar de forma definitiva los rastros del naufragio. Mareas de memoria los cubren por un breve instante, para, apenas otro instante después, volver a mostrarlos en toda su imperturbable consistencia.
No logro cambiar ese paisaje desolado. Voy y vengo por la casa, me sumerjo sin mucha convicción en mis quehaceres cotidianos. Dibujo o leo, veo algunas películas por televisión, escucho noticieros por la radio, voy al cine, recorro museos y teatros, salgo con amigos e inclusive viajo.
Ni siquiera intento ser feliz; tan sólo procuro no sentirme demasiado desgraciado. He dejado el yoga para algún otro momento y ni siquiera logro dar los cien o ciento cincuenta pasos necesarios para llegar al gimnasio. Tampoco asomo la nariz por ese trastero que iba a convertirse -en realidad ya existe como tal, aunque yo no lo use para ello- en mi lugar diario de trabajo.
Sin embargo no dejo de hacer lo que debo. Cada día, cuando estoy a punto de caer en la inercia, de dejarlo todo como está, de decir como Bartleby, "prefiero no hacerlo", salto de la literatura al cine, recuerdo a Spike Lee (
Do the right thing) y vuelvo a ponerme en marcha.
Hay que hacer las compras del supermercado y las de la frutería, lavarse la ropa y tenderla a secar, cocinar, alimentarse y lavar la vajilla, cuidar a Federico, mi maravilloso gato, dormir y despertarse.
Ya no escribo aquí como lo hacía antes. Tampoco hay demasiados lectores para este blog que en pocos días, el mismo de mi cumpleaños, cumplirá sus primeros seis años de existencia.
Aunque quizás sea sólo una excusa para no aceptar como debiera que los que antes me seguían ahora me han abandonado, me digo y me repito que todos preferimos mirar a leer, y entonces me dedico, con la misma pasión que ponía antes en este cachito de espacio literario, a las frases cortas y a las coloridas imágenes, que pretendo rotundas, del omnipresente facebook.
Pienso en vos, Argentina. Sueño con vos, país donde nací. Recuerdo cada segundo de los pasados allí en mi última visita, hace ya más de dos años. Y me quedo sin palabras, ahogado por unas lágrimas no siempre tan virtuales como la relación que tengo con mis supuestos, cada día más callados lectores.
Ilustra: Mi cara como objeto. Autorretrato por Bertini.