Me sorprendió que Buenos Aires fuera tan majestuosa a partir de las segundas y terceras plantas y tan ruinosa a la altura del suelo, como si el esplendor del pasado hubiera quedado suspendido en lo alto y se negara a bajar o a desaparecer.
(Tomás Eloy Martínez, El cantor de tango. Planeta)
HE DICHO, y suelo repetirlo hasta el cansancio, que Buenos Aires es una ciudad preciosa.
No tiene un río que la atraviese, ni rascacielos con gorila de celuloide incorporado, ni un símbolo con el prestigio de la Tour Eiffel, pero sus avenidas son espléndidas, el cielo es de un azul celeste que levanta el ánimo y por sus calles hay tanto o más misterios que en una novela de Eugène Sue o Wilkie Collins.
Sin embargo, ¡ay!, siempre hay un sin embargo, tiene también un buen montón de seres aburridos, faltos de talento y rebosantes de agresividad, que se ocupan, es un decir, de llenar cualquier superficie limpia con firmas ininteligibles, insultos de baja estofa, garabatos infantiles y oscura y simple mugre sin ninguna otra posible especificación adjunta.
No resulta nada original. Por aquí, en Europa, no faltan tampoco esta especie de artistas.
En los setenta New York exportó al mundo entero esa supuesta forma de rebeldía, ese supuesto gesto artístico y salvaje, de la misma manera certera y exitosa conque ya había exportado hamburguesas, bebidas gaseosas o pantalones vaqueros.
Para darle más peso a su impronta, tuvo hasta un artista genuino, Basquiat, muerto en plena juventud, como suelen hacerlo las estrellas con desmedida ambición de inmortalidad.
No está bien visto criticar ciertas cosas... y esta es una de esas cosas que, lo se muy bien, son incriticables.
Pasa que desde que tengo uso de razón me muevo entre lápices, pinceles, pinturas y pinturitas de todo tipo y, sobre todo, multitud de imágenes. Son tantas las que han pasado ante mis ojos, tantas las que se quedaron archivadas en mi memoria, que ya no quiero, no necesito, más. Sobre todo si no me agregan nada valioso, si no (me) son necesarias.
Al llegar aquí empezarán las críticas. Ser reacio a ciertas cosas es casi peor que ser adicto a otras. Tu puedes ser de ultraderecha, pero si te adhieres devotamente a los amantes del grafiti y los tatuajes es como si sacaras un carnet de progresista.
Confieso que a mi los cuerpos tatuados no me gustan; los encuentro excesivos. Si son de buena hechura, ¿para qué agregarles firuletes, adornos, fileteados? Y si no lo son, ¿es necesario ponerles abundante publicidad gráfica para compensar sus supuestos excesos o carencias?
No estoy diciendo que los que quieran tatuarse no lo hagan. Allá ellos. Que lo disfruten, que se pongan un tatuaje o mil, que sean tan felices como puedan. Por el momento al menos, nadie te tatúa por la fuerza, salvo que caigas en un campo de concentración o en una cárcel cualquiera (debe haber más posibilidades, aunque en este momento no se me ocurran).
Pero he visto cristales (entre ellos los originales, biselados, de los salones del Palacio de Versalles), mármoles, monumentos, piedras centenarias, esculturas, maderas regias ya inhallables, mosaicos, vagones de tren y metro, camiones de reparto y hasta árboles, cubiertos de torpes gestos, de firmas que descubren la torpeza de los que las ejecutan. Infinidad de joyas irreemplazables del patrimonio urbano han sido arruinadas sin remedio por pura y vanidosa tontería.
Lo comenté entre amigos. "Es la rebeldía juvenil, Dante", me dijeron, como si el solo gesto de ponerle un nombre a algo lo transformara en inocuo o lo hiciera al menos más llevadero.
No es así. Al menos en este caso, los bautizos espontáneos no sirven de exorcismo para lo que en definitiva es pura destrucción del patrimonio urbano y, en muchos otros casos, simple agresión sobre la propiedad ajena.
En Buenos Aires esta "rebeldía juvenil" adquiere características apocalípticas. En una mega-urbe como ella la información es tanta y tan constante que se agradecerían algunos espacios de silencio.
¿Por qué no permitir que los muros hablen por sí mismos?
¿Por qué no aprovechamos la rebeldía, sea esta juvenil o madura, para aportar nuevas ideas a un mundo que las necesita con absoluta, imperativa urgencia?
Ilustran: pedestal de una escultura bonaerense y un vagón de metro porteño con todos sus cristales grafiteados por fuera. Imposible saber en qué estación te encuentras.