No te mueres solo, Bowie. Con pocas horas de diferencia se han ido también Antonio Carrizo, Pierre Boulez, Silvana Pampanini, el modisto Courreges, -que no "inventó" la minifalda, pero la convirtió en una prenda de haute couture,- todos retratos cercanos de la muy ilustrada galería de mi vida; iconos inalterables de esa época especialmente brillante, la de mi juventud, a la que sin embargo los temores propios de la inexperiencia teñían de oscuridad en forma de fantasmas y presagios.
Fue en Ibiza donde aprendí a escucharte con la atención que te merecías y lo hice gracias a un amigo italiano y otro argentino. Ambos se marcharon muy pronto arrastrados por el sida. Si no hubiera sido así en este mismo instante te estarían llorando, estoy seguro.
En 1987, cuando anunciaron que ibas a actuar en Barcelona con tu Glass Spider Tour, pensé que no podía perderme un acontecimiento al que con toda seguridad podríamos haber ido juntos.
Claustrofóbico, poco afecto a las multitudes y los macroconciertos, me atreví a comprar entradas para oírte en un estadio, y una vez dentro me atreví un poco +, apretujándome con otras decenas de fans en los primeros metros cercanos al escenario. Quería verte de cerca y pude hacerlo. Un mito no tiene edad y yo ni siquiera me pregunté cuál tenías tú entonces. Ahora me entero que estabas viviendo tus 40 años y puedo asegurar que lo hacías lleno de energía, elasticidad y genio.
Ayer, como desmintiendo tu desaparición, oí tu voz por la radio. Decías que tus sonoros viajes espaciales eran sólo una excusa para volar hacia tus fantasías más íntimas; que no te interesaba lanzarte al espacio y que la idea de hacerlo, además de parecerte poco interesante te producía un insoslayable terror. También que no temías a la vejez ni te molestaban los cambios físicos que ella iba produciendo, pero que sí te asustaba, y mucho, esa otra señora + radical: la muerte.
Oyéndote comprobé que compartíamos algo + que las iniciales de nuestros nombres.
Debo confesar que ya lo suponía.