Me gusta caminar por las ciudades solitarias cuando los escaparates tienen las luces apagadas y los maniquíes semejan fantasmas de ellos mismos, sin el brillo glamuroso que les otorga la mirada ajena. Me gusta inquietarme con los ruidos extraños; soportar una presencia que se acerca haciendo sonar sus pasos sobre la acera y contener el deseo de dar vuelta la cabeza para comprobar si ese alguien me está siguiendo. Estirar mi ansiedad hasta el último segundo, mientras fantaseo conque el brazo extraño podría alargarse hasta tocar, golpear, herir de muerte. Esta noche, como tantas otras, voy conmigo a solas. Sin distracciones exteriores, sin intenciones extrañas a las mías; escudado en mi cuerpo, protegido por mi piel. Hoy, como casi cada día, he salido a la calle escapando del clima agobiante de mi dormitorio. La ventana abierta de par en par sólo dejaba entrar oleadas de humedad pringosa, olor a desagües estancados y el ruido insoportable de las ambulancias, abriéndose paso entre alaridos desaforados para transportar a los que ya no quieren aguantar ni un segundo más y, en un último instante decisivo, exageran la dosis de droga o la de medicamentos, se lanzan al vacío como si fuera una piscina olímpica, abren sus venas con un trozo de vidrio o se cuelgan de una viga del techo, imaginándose que tal vez después de muerto puedan encenderse y brillar, como una araña versallesca. Como soy un transeúnte, ni siquiera me preocupan los suicidas rodados, esos que estrellan sus vehículos contra los árboles y las farolas, contra los afilados quitamiedos de metal, contra los otros desgraciados conductores.
En según qué lugar corre alguna brisa leve: podemos fantasear conque aún respiramos. Empiezo a pensarme como el único habitante de la tierra. De pronto se rompe el ensueño. Oigo unos pasos indudablemente femeninos -tacón muy fino de metal, pasos cortos de falda estrecha- viniendo a mi encuentro desde la vuelta de la esquina. Me detengo en un escaparate mirando nada. Quiero verla aparecer, esperarla allí donde estoy. No me interesa tropezar con ella. Un instante después la veo acercarse, marcando el ritmo de sus pasos como si atravesara una pasarela rodeada de admiradores curiosos. Llega envuelta en aromas de perfumes dulces; también en su egocentrismo, en su levedad, en su más que notable tontería. Rubia artificial, de mediocre peluquería de barrio, las largas extensiones bailan sobre el escote pronunciado, acarician ese canal profundo que forman sus senos demasiado grandes, demasiado redondos, demasiado idénticos. No soy quien para asegurar que es una obra de alta cirugía, pero sin embargo me atrevería a decirlo sin demasiado temor a equivocarme. Pasa a mi lado sin siquiera dirigirme una mirada. No pretende ignorarme; ya me ha visto antes. Posiblemente sea una tasadora nata, posiblemente haya aprendido a serlo noche tras noche en la misma calle. Da igual. No encuentra nada de interés en mi persona. Tengo pinta de viandante sin dinero, de turista pobre de fin de semana. Encajo mal el desprecio. Empiezo a seguirla. Llevo suelas de goma. Me veo obligado a arrastrar los pies de forma exagerada para hacer notar que voy tras ella. Puedo oler su intranquilidad a la distancia: el miedo perfuma aún más que sus cosméticos. Dicen que la venganza es un placer de dioses. Me miro de perfil en el cristal oscuro de un escaparate para ver cuánto he cambiado con mi repentino endiosamiento. Otra vez la desilusión llama a mi puerta. El tipo que me mira desde el vidrio es un viejo conocido: sigo siendo yo, el mismo. Ni siquiera me han crecido cuernos de luz, crines de caballo, prietas nalgas de efebo o de doncella. A pesar de ello, mi hipotética víctima recibe el mensaje y gira un poco la cabeza. Ya puedo sentirme satisfecho. He movido ficha, la he convertido en una presa acorralada. En sólo unos segundos, mil fantasmas infantiles se han encarnado en mí, en este oscuro hombre que la sigue. Ahora está siendo ella la que espera el golpe, el ataque artero, la mortal puñalada.
No quiero que el juego llegue demasiado lejos. La miro por última vez y un tatuaje mal hecho asoma entre el cinturón de símil cuero y la blusa corta y estampada. Un vulgar corazón de repostería con dos flechas cruzadas. Giro sobre mis pasos, abandono la persecución.
Dejo que siga buscando al amor de su vida.
photo : dante bertini
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Between the connections we build with others, and the physical locations
that ground us, Berlin choral ...
Hace 1 día
26 comentarios:
Hmmm...corazón de repostería en una rubia artificial de peluquería barrial,con escote demasiado pronunciado...
¿quién quiere bailar con la vulgaridad a dos patas un tango así de triste?
Me gustan tus caminatas nocturnas porque perfuman de sombra esta cuidad de glamour falso.
besotes
musa
¡Qué aventura! Comparados con los tuyos mis paseos nocturnos no son nada atractivos.
Besos.
que bueeno de verdad, me gustó, andar viendo vitrinas, ¿metáfora?
Que buen relato! Tu historia me mantuvo at the edge of my seat [disculpas por el spanglish, no encuentro la expresion apropiada en castellano en este minuto]. Y tambien la foto que acompanha el post, me encanto. Gracias!
Me dieron ganas de salir a caminar, encontrarme en las sobras, en el eco de la ciudad dormida.
Que deleite cada paso, línea, palabra. Excelente relato.
Creo que lo leeré otra vez.
Saludos.
nanci: alguien habrá, espero...todos nos merecemos un baile, aunque sea así de triste.
3musas3: besotes perfumados.
Y con ese molde han hecho a muchas... y aún giran cabezas :)
Gran historia!
Besiños!
Eso es un paseo, una buena historia.
Creo que los peores tatuajes son los que no se ven. Al menos cuando se hacen suelen causar más daño.
Saludos.
lucía: hay mucha literatura, mucha libertad poética...besos too
literófilo: 5o por ciento de invención y el resto de ¿realidad?
Fijate que yo presto muchísima atención al sonar de los pasos de las personas. Si algun dia escucho tus pasos aproximarse, entonces volteare para invitarte un té de perlas. Un abrazo.
Confieso que me has asustado!
cada vez me cuestan más esos paseos llenos de fantasmas en mi propia ciudad, pequeña y conocida, por eso tal vez tan importante visitar otras, de vez en cuando, y dejarse perder por sus calles
beluka, nueva por aquí, bienvenida.
zbelnu: no era mi intención, aunque me gustaría que me lo aclararas. un nuevo alfred o un nuevo american psycho?
karen, lilian: gracias...dos veces.
39 escalones: de esos tatuajes todos tenemos, verdad? menos decorativos y más imborrables.
los mensajes me entran a destiempo: la rebelión de los nexos! iré contestando como pueda, pero a no ofenderse, porfavor...
Tu caminata nocturna, o mejor dicho tu relato, yo lo vivi por el gotico, me encanta el barrio y leyendote me traslade allí.
Me atrapas en cada narración, eres genial!!!!!!!!!
Muaks!!!!!
nobska: tan buen oído?
pequeña a: te visito y te digo.
gise: me gusta ese beso gordo!
Aquí sí que no hay mucha vida. No dejes comentarios anónimos, todo se sabe.
Se es tanto la mirada del otro nos califique.
Poco importaba como se viera él en el espejo.
Me pregunto, abandonó porque allí cedió su sadismo, o por mera desilusión de tan irrelevante presa?
Buen fin de semana
Todos alguna vez nos sentimos así acorralados por el miedo del que nos sigue o por el placer del equívoco... tatuajes tenemos todos, eso sí, y son imborrables aunque no tan visibles, como bien dices.
A mí también me gustó el relato. Tiene su dosis de suspenso.
Besote.
Qué mal asumimos esa mirada despreciativa o indiferente del otro, aun cuando ese otro nos resulte a nosotros mismos tan indiferente e incluso tan despreciable.
Pero en su mirada, precisamente por desconocida, sólo nos vemos a nosotros mismos. Nuestras inseguridades, nuestras debilidades, nuestro ego siempre ávido de reconocimiento.
Ser seguido por un desconocido también tiene su punto de fascinación, mezclado con el miedo. ¿Quién no se ha sentido tremendamente solo al comprobar que el desconocido que le seguía se ha perdido al girar la esquina?
¡Un beso!
Cacho!!!!
no soportas ni soportarás jamás la invisibilidad!!! vete acostumbrando, porque viene trotando. Si quieres un poquito de adrenalina callejera y nocturna, te invito a que repitas tu ejercicio en Caracas
yo pago la ambulancia
besos
el anónimo de anónimo es de lo más escalofriante: un policía en la red?(debe haber cientos de miles, espiando para ver que todo esté en orden)...pero este me acusa de vaya a saber qué...tiene su intriga, coherente con el post que todos suponen de mi propia experiencia y es sólo un ejercicio de estilo...vaya, tendré que cuidarme un poco más y aclarar que soy un escritor, un artista, que inventa cosas a partir de su persona, pero no necesariamente autobiográficas...será la rubia tatuada que nunca existió?(aunque habrá muchas por allí, tantas como policías)
umma 1 : me pides que continúe el cuento? tal vez lo haga, aunque hasta allí llegó la inspiración.
liliana, 39e: bueno, vosotros también lo véis como un relato...parece que algunos me imaginaron como un asesino en serie que sale por las noches a buscar presas por las calles de su barrio...
antígona: uno escribe para descubrirse, por eso es extraño que te acusen de exhibicionismo en un medio que abusa sin más de ello.
Creo que entiendes por donde pretendieron ir mis caminatas, que no son las mías por supuesto. Yo sólo salgo con dos guardaespaldas filipinos que saben karate.
gata: alguien que lleva un blog no pretende ser el hombre o la mujer invisible, salvo que viva muy equivocado. Yo tengo claro que nunca lo he sido. Es una cuestión de carácter...y de carisma. Vivo en esta ciudad porque por ahora se puede caminar sin que tu destino más certero sea una ambulancia. Aunque repito: sólo se trata de literatura.
gracias a todos por el interés, inclusive al anónimo investigador amenazante.
Y a los que les moleste qué o cómo escribo, ya sabéis: con no apretar botón...
No me gustan los corazones
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