Hace pocos días aparecía en el diario La Vanguardia un extenso artículo sobre la preocupación de algunos ayuntamientos catalanes frente a la proliferación de aves no autóctonas, entre ellas las parlanchinas, vistosas y coloridas cotorras argentinas.
Como drástico remedio a esta inmigración natural, no deseada, en la misma nota se anunciaba la reimplantación en la ciudad de Barcelona de un buen número de jóvenes halcones. Una especie autóctona esta, según parece.
¡Adiós a la hasta ahora más que evidente convivencia pacífica -basta acercarse a alguna de las escasas plazas de la ciudad para comprobarlo- entre gorriones, palomas y cotorras!
Los poderosos mandamases, tan afectos a los enfrentamientos de todo tipo, no pueden soportar que otras especies se monten una historia despojada de insultos, disparos y explosiones; una relación incruenta y muy pacífica, bien distinta a la suya.
"¡Invadidos por indignas especies foráneas, muy pronto desaparecerán todas nuestras aves!", proclaman con evidente indignación los susodichos, mientras dan por sentado que todo lo cercano les pertenece.
Para avivar cierta inquietud que ganaba mi alma, por esos mismos días Messi ganó por segunda vez un premio -tan arbitrario como todos, supongo- que lo acreditaba como el mejor jugador de fútbol del mundo y gran parte de los medios "comunicadores" españoles rasgaron sus gargantas clamando al cielo por tanta desvergüenza. Los que conceden el trofeo no habían tenido en cuenta a ninguno de los dos jugadores españoles que conformaban con Messi la terna de favoritos, eligiendo una vez más al "argentino", un tipo sin militancia "argentinista" alguna, formado desde niño en Barcelona y que desarrolla su brillante carrera goleadora en el equipo de esta ciudad, para muchos al menos, española.
Parece que el verde cotorra es inalterable, más fuerte y más "cantor" que cualquier otro.
Después de treinta y cinco años de vida europea, gran parte de ella en tierras catalanas, con un DNI español y larga
militancia laboral, creativa y social en Barcelona, me pregunto si no habrá algún halcón adiestrado y hambriento esperando que mi inmigrado ser pase a su lado para demostrarme, de una buena vez y para siempre, de quien son realmente las calles, el aire, las baldosas y hasta los contaminados árboles con todas sus ramas de invernal color marrón miseria, despojadas al fin del molesto, foráneo, extranjero y por ende extraño, verde cotorra.
Posdata: cotorro es una de las palabras que el lunfardo argentino utiliza para llamar a un nidito de amor, al bulín, a la garçoniere francesa...foto de Alastair Thain