martes, diciembre 04, 2012

Dibujar, escribir, dibujar

Saul Steinberg (Râmnicu Sărat (Rumania), 15 de junio de 1913 - Nueva York (Estados Unidos), 12 de mayo de 1999) fue un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano. Es conocido por sus trabajos para The New Yorker.
Aldo Buzzi (10 August 1910 – 9 October 2009) was an author and architect.
Born in Como, Italy, Buzzi graduated from Milan School of Architecture in 1938. Though primarily an author of travel and gastronomy books, he also worked as an architect; as assistant director, scene writer, and screen writer for various film production companies in the former Yugoslavia, and in Rome, Italy, and France. He edited the following films: La Kermesse heroica, Ridolini e la collana della suocera e Ridolini esploratore, and Sette anni di guai, all produced by Editoriale Domus, 1945. (de Wikipedia)

Romántica amistad epistolar con encuentros esporádicos, sus cartas son editadas por la espléndida y atípica MEDIA VACA valenciana:
Saul Steinberg
Cartas a Aldo Buzzi
(1945-1999) 



 ...Trabajo mis 2-3 horas diarias y observo, al ver lo que hago, que me desembarazo de terrores, etc., dibujándolos de manera cómica - a la manera de los salvajes-; y así lo que dibujo es parte de un diario.

Un libro de culto: sabroso, bonito, sensible, cercano.

lunes, noviembre 26, 2012

Buenos Aires, Julio de 1993 ¡EROTISMO LITERARIO!

Desde hace cuatro o cinco años uso zapatos MBT. No se trata de hacer publicidad a esta firma, pero sucede que hoy mismo, cuando estaba pagando el par que me había comprado, la vendedora, -Claudia, casi vecina, también amiga- me dijo que había encontrado una entrevista que me hicieron por televisión en Buenos Aires, cuando fui a presentar mi novela "El hombre de sus sueños", ganadora del Premio La Sonrisa Vertical.
No la había visto nunca. Allí estaba demasiado ocupado como para mirar televisión y pocos días después de esta distendida charla partí nuevamente hacia mi casa de Barcelona, sin que se me ocurriera pedir una copia de la grabación.
En poco más de seis meses se cumplirán veinte años de ella y ni siquiera se si agradecí lo suficiente al entrevistador, Martín Wullich, un hombre relajado y encantador, amistoso y desprejuiciado como pocos.
La dejo aquí, en este cajón de sastre repleto de miguitas de pan de todo tipo y tamaño. A mí me gustó reencontrarme con este momento pasado, y muy feliz, de mi vida.
Ya me dirán ustedes qué les parece. Abrazos.

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Fotografía de Wolfgang Tillman.

jueves, noviembre 15, 2012

Una cierta sonrisa

Un certain sourire. Así se llamó, se llama, una novela corta, la segunda, de Francoise Sagan, escritora francesa que tuvo un propio y solitario boom al editarse su primera y muy temprana novela: Bonjour tristesse. Un título tan rotundo y universal como el éxito de esta mujer, ya algo olvidada fuera de los límites de su país.
Todo pasa, sí, sin duda, y las estelas en la mar se desvanecen hasta ser suplantadas por otras nuevas. "¿Nouvelle vague? Siempre las olas lo son", dijo un famoso y muy tradicionalista crítico, también francés, frente a aquel supuesto fenómeno cinematográfico de mediados del siglo pasado, vivero de notables directores y unas cuantas buenas películas, entre las que por supuesto jamás se podría inscribir la versión desangelada, "babélica" y comercial (?) del libro de Sagan.

 ¿Vamos a hablar de cine o de novelas? No era mi intención ocuparme de ninguno de estos temas, pero ya se sabe, soy un esclavo de la asociación libre -nada menos libre que ella, en realidad- y en el momento de poner título a lo que pensaba escribir (a veces empiezo las cosas por el principio... o al menos no siempre lo hago por el final) apareció la frase, trayendo de inmediato a mi memoria el título de la novela, la autora, el filme, Machado, las nuevas y viejas olas, Rossano Brazzi y ¡EEN ZEKERE GLIMLACH!
 
 
Ayer por la tarde, día de huelga general con aires catastróficos, me acerqué hasta Paseo de Gracia para ver como discurría (!!!) una de las populosas manifestaciones de ¿malestar, protesta, indignación?, coincidentes con el paro convocado por los dirigentes sindicales con el apoyo expreso del PSOE.
Varios, muchos miles de personas, en su mayoría jóvenes de entre 20 y 45 años, recorrían con pancartas de todo tipo una de las calles más cosmopolitas y caras de Barcelona. Podría haberme emocionado y de alguna manera lo hice. Sin nudo en la garganta, sin lagrimeo ni congoja. ¿Es el escepticismo una emoción? He visto demasiadas marchas como esta, participé codo con codo y grito a grito en decenas de ellas. Mis consignas siguen en el aire muchos años después; algunas, inclusive, suenan rancias, desubicadas, ilusas, a pesar de que en ellas se mencionaban algunas palabras que todos lo himnos nacionales proclaman defender.
"No ser dios y cuidarlos", repetía el estribillo de una canción del recién fallecido Leonardo Favio, autor, cantante y director de cine enrolado -¡si es que todo casa!- en lo que dió en llamarse "Nuevo Cine Argentino". Pues eso. En cierto momento encontré en mi cara, pude sentirlo, una cierta sonrisa complaciente, búdica, gatunamente Cheshiriana. ¿Un tic, un truco, una máscara, un sentimiento?
No supe contestarme. Quizás sólo se trataba de tragar sin demasiado dramatismo todo aquello que hubiera deseado y nunca he podido, o hemos podido, cambiar. 

lunes, octubre 29, 2012

De todo y de nada


Durante los últimos meses, el que esto escribe, siempre tan dado a las palabras, se ha quedado poco a poco sin ellas.
Creo que las he gastado todas intentando cambiar el destino, al suponer, iluso o fantasioso, que podría dibujar una sonrisa feliz y un sí satisfecho sobre unos labios sellados, al menos para mí, por una negación básica, primaria, casi ancestral.
El tiempo pasa sin borrar de forma definitiva los rastros del naufragio. Mareas de memoria los cubren por un breve instante, para, apenas otro instante después, volver a mostrarlos en toda su imperturbable consistencia.
No logro cambiar ese paisaje desolado. Voy y vengo por la casa, me sumerjo sin mucha convicción en mis quehaceres cotidianos. Dibujo o leo, veo algunas películas por televisión, escucho noticieros por la radio, voy al cine, recorro museos y teatros, salgo con amigos e inclusive viajo.
Ni siquiera intento ser feliz; tan sólo procuro no sentirme demasiado desgraciado. He dejado el yoga para algún otro momento y ni siquiera logro dar los cien o ciento cincuenta pasos necesarios para llegar al gimnasio. Tampoco asomo la nariz por ese trastero que iba a convertirse -en realidad ya existe como tal, aunque yo no lo use para ello- en mi lugar diario de trabajo.
Sin embargo no dejo de hacer lo que debo. Cada día, cuando estoy a punto de caer en la inercia, de dejarlo todo como está, de decir como Bartleby, "prefiero no hacerlo", salto de la literatura al cine, recuerdo a Spike Lee (Do the right thing) y vuelvo a ponerme en marcha.
Hay que hacer las compras del supermercado y las de la frutería, lavarse la ropa y tenderla a secar, cocinar, alimentarse y lavar la vajilla, cuidar a Federico, mi maravilloso gato, dormir y despertarse.
Ya no escribo aquí como lo hacía antes. Tampoco hay demasiados lectores para este blog que en pocos días, el mismo de mi cumpleaños, cumplirá sus primeros seis años de existencia.
Aunque quizás sea sólo una excusa para no aceptar como debiera que los que antes me seguían ahora me han abandonado, me digo y me repito que todos preferimos mirar a leer, y entonces me dedico, con la misma pasión que ponía antes en este cachito de espacio literario, a las frases cortas y a las coloridas imágenes, que pretendo rotundas, del omnipresente facebook.

Pienso en vos, Argentina. Sueño con vos, país donde nací. Recuerdo cada segundo de los pasados allí en mi última visita,  hace ya más de dos años. Y me quedo sin palabras, ahogado por unas lágrimas no siempre tan virtuales como la relación que tengo con mis supuestos, cada día más callados lectores.

Ilustra: Mi cara como objeto. Autorretrato por Bertini.

miércoles, octubre 03, 2012

Sexo Oral para Donjuanes

 
La revista colombiana DON JUAN me pidió un texto sobre sexo oral para el número que festeja su sexto aniversario. Es este que tenéis aquí, después de la entradilla de los editores:


El sexo oral ha producido cientos de páginas de buena literatura, millones de tomas de cine porno y por poco logra "succionar" del poder a un presidente de los Estados Unidos. Abra bien la boca y tráguese este texto de uno de los ganadores de la Sonrisa vertical, el premio más sofisticado y prestigioso de la literatura erótica.
Por Dante Bertini - Fotografías: Getty Images

"Abro un poco más las piernas, y para que no confunda el camino que le exijo tomar, recojo mi falda acampanada hasta el ombligo, dejando al aire mi pelvis desnuda, sin bragas ni vello, y la blanca y expectante curvatura de mi vientre.
-Los labios que tienes que besar están entre mis piernas.
No creo que sirva para ninguna otra cosa. De rodillas frente a mí, hocicando con torpeza entre mis muslos, puedo imaginarle unas dimensiones que no tiene; una fortaleza que, de ser verdadera, no me permitiría coger su redonda cabeza por los lados y apretarla, como lo hago, contra mi vulva..."

-¿Tú has escrito esto?
-Sí, ¿por qué? ¿Debería avergonzarme?
-No, pero me parece raro que esté escrito en primera persona y la que narre sea una mujer... Escucha:


"Tropiezo con el borde de la cama, caigo sentada sobre ella. Él ha seguido avanzando y solo se detiene cuando su pene tropieza con mi boca, cuando el glande descansa entre mis labios. Si no fuera por aquel olor extraño que lo impregna, quizás podría zafarme, escapar, encerrarme en el baño o la cocina, llamar a los bomberos para que me rescaten; pero es demasiado tarde, estoy allí, sin moverme, entregada al perfume de ese animalito imberbe que se mete en mi boca como si de su cueva se tratara, sorteando los dientes con destreza, deteniéndose a descansar un instante en la lengua, para luego seguir, sin prisas, el camino hacia la garganta. Me cojo de sus nalgas para no naufragar en solitario y él las endurece."

-Lo conozco bien, no te molestes en leérmelo. ¿Debería llamarlo una licencia poética o simplemente confesar que hacerlo así me ponía caliente?
-Ni una cosa ni la otra. Deberías callarte de una buena vez, escritor, y demostrarme que tu boca y tu lengua sirven para algo más que dar conferencias...

La primera vez que sucedió fue por casualidad. La afortunada unión de mi habitual desorden y la curiosidad sincera, sin inhibiciones, de una eventual visita. Estaba revisando las primeras pruebas de alguna de mis novelas y aquella irrupción inesperada me encontró con las manos en la masa.
-¿Es tuyo? ¡Déjame ver! Para mí es una experiencia única... Cuando te den el Nobel podré decir que fui la primera persona que leyó tu libro...
¡Inocente! Sin siquiera tener en cuenta otras razones más poderosas, creo que jamás podría ganar el tan ceremonioso premio de los suecos con una narración que contiene un párrafo como el que leyó aquel día mi ocasional visitante:

"Ella, finalmente, obedece. Quizás temerosa de un castigo más severo, mete sin más protestas el pesado miembro -que otra vez ha perdido la dureza- por completo dentro de su boca, moviéndolo de un lado a otro, puerilmente, como si se tratara de un caramelo exagerado. Lo que la mujer ha comenzado como una tarea indeseable, llevada a cabo de manera deslucida y mecánica, pasa a ser un instante más tarde una desesperada succión, una búsqueda voraz, su frenética inmersión en el placer largamente esperado. Él afloja poco a poco la presión del brazo hasta soltarlo, y ella, liberada, responde a la confianza y, lejos de escapar, se abraza a las piernas de su dueño, intentando que lo que lleva dentro de la boca, ya crecido, no escape de sus fauces. Parece conocer muy claramente que entre la totalidad y el casi todo hay solo un paso: el de la náusea. Decidida, lo da, y al hacerlo corcovea, se le quiebra la espalda y oscurece la cara, produciendo unos ruidos cavernosos, subterráneos."

-Resulta un guión maravilloso, ¿te gustaría representar la escena?
-¿Quieres decir ahora? ¿Aquí? ¿Contigo?

Una mano apoyándose sobre mi miembro inquieto otorga la respuesta que su boca ha callado. No puedo, ni quiero, evadirme:
-Vale, hagámoslo.
Desde aquella primera vez sin cálculo, inocente, siempre dejo mis libros esparcidos por la casa, al alcance de todas las visitas.

-¿Vas a escribir sobre el sexo oral? ¿Y de todas las otras formas de sexualidad no dirás nada?
La que pregunta es mi amiga Renate, a quien yo, lenguaraz desatado, conté el proyecto que tenía en mente. Como no sé qué decirle, dejo que el silencio conteste por mí.
-¿Y de qué escribirás? ¿Piensas detallar tus experiencias eróticas por las playas del norte? -es mi amiga que insiste-. ¿O acaso esta vez has tenido una vacaciones castas?
Me fascina esa forma francesa, presque parisina, de no inmiscuirse jamás en asuntos ajenos, pero mientras hablo con mi querida amiga no puedo apartar de mi cabeza un pensamiento recurrente: por alguna razón que desconozco, en los apretados anuncios de los diarios españoles llaman "un francés" al tan latino felatio, difundida especialidad oral ofrecida por algunas chicas de pago por minuto como un plus muy destacado de sus servicios.
En mi muy temprana educación erótica-sentimental, ¡gracias querida familia!, hacer ciertas cosas con la boca no pertenecía a ninguna nacionalidad precisa. Es más: la oralidad sexual nos resultaba tan extraña como un menú en cirílico y recién nos atrevíamos a degustar esa forma específica del placer cuando alguien más avezado, y con abnegadas dotes de educador, nos demostraba mediante la práctica que no siempre llevarse a la boca ciertas partes del cuerpo ajeno era algo propio de caníbales.
Poco tiempo antes, entre las tapas blandas y sonrosadas de unas Memorias de la Princesa Rusa de edición pirata -llegada a una de mis manos cuando todavía no había cumplido los diez años- pude enterarme de cómo "la bella e insaciable aristócrata se comía glandes rojos y jugosos como ciruelas maduras", aunque yo, esporádico monaguillo en las misas matutinas de mi colegio salesiano y sobreexcitado hasta el desvanecimiento por aquellas narraciones tan explícitas, solía pasar por alto esos detalles.
En realidad no me preocupaba traducir en imágenes lo que suponía metáforas rebuscadas de origen eslavo, recursos estilísticos propios de esa literatura a la que mi madre, hábil investigadora de mis secretos más recónditos, celosa guardiana de mi supuesta inocencia infantil, no dudó en denominar "puerca", entregando el pequeño volumen rosa al fuego purificador de sus hornallas.
Cinéfilo apasionado desde la más tierna infancia, oficié de muy buena gana como paquete inevitable y guardahonras familiar de las por entonces virginales siete hermanas de mi madre, todas ellas amantes de las matinés de los cines de barrio, sobrecargadas de romances, parpadeos e ilusiones perdidas, durante larguísimas, pero jamás fatigosas, sesiones de tres títulos.
Como es de bien nacido ser bien agradecido, reconozco las deudas que tengo con el séptimo arte en lo referente a mi educación amoroso-sexual, robustecida a partir de la primera adolescencia por un cine algo más profundo y artístico que aquel que consumían mis parientas aún célibes.
Recuerdo ahora Jules et Jim, Los amantes y El imperio de los sentidos; El último tango en París y su mantecosa fantasía; la calidoscópica Calígula, de Tinto Brass, con guion del recién fallecido Gore Vidal y que solo se podía ver sin cortes en una pequeña y pringosa sala de París, alternando funciones con la sádicamente escatológica Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini.
También Casanova, La Dolce Vita, Satiricón: todas las envolventes pesadillas italianas de Federico Fellini; Dulce pájaro de juventud, El zoo de cristal, De repente el último verano, La gata sobre el tejado de zinc caliente, esos textos dramáticos de Tennessee Williams que yo ya había devorado en libro, trasladados a la luminosidad colorida del cine; Bob, Carol, Ted and Alice y Dos en la carretera, puro explosivo envuelto en suave papel de seda; Vértigo y Marnie, obras maestras del enorme Alfred Hitchcock y las mucho más cercanas: The Pillow Book, Shame, Kinsey, American Beauty o Revolutionary Road...
Creo que me resultaría imposible enumerar todos los filmes que por una u otra razón han dejado un tatuaje imborrable en mis pieles más íntimas, pero sería injusto si, por estúpida mojigatería o pura vanidad culturalista, no añadiera a estos títulos de qualité la enorme cantidad de películas "porno" que alegraron muchos de mis momentos solitarios.
De ellas no podré poner títulos, lo siento -no suelen importar demasiado a la hora de verlas- aunque sí me gustaría edificar una peana virtual recubierta en pan de oro, al más puro estilo de Versace o Dolce & Gabbana, para poner en lo alto de ella al superdotado Rocco Siffredi y su alegre, desenfadada manera de gozar del sexo frente a las cámaras de cine.
A pesar de esto y aunque muchos piensen lo contrario, no soy un consumidor de erotismo literario y mi interés por la pornografía cinematográfica es algo tardía. Cuando en el panorama mediático internacional apareció Linda Lovelace con su Garganta profunda -un hito libertario que la historia tendría que tener en cuenta-, los censores argentinos estaban en su máximo apogeo, y los adolescentes de la época, hijos del rigor moral patrio, tan meticuloso como hipócrita, dábamos por sentado que aquellas modernidades del porno estadounidense nunca desembarcarían en nuestras costas y que de hacerlo sería cuando nuestra sexualidad ya estuviera empañada por los apremios prostáticos de la senectud.
Pasó algo así, por supuesto, aunque yo no me quedé a esperarlo. Partí hacia Europa y recalé por doce años en Ibiza, donde el erotismo y todo lo concerniente a él resultaba tan natural como vestir extravagancias en las pistas nocturnas de Pachá y Amnesia o caminar desnudo por la desprejuiciada y plurisexual playa de Es Cavallet, donde la multiculturalidad de sus visitantes, la inabarcable pluralidad de sus lenguas, obligaba a la acción directa, a una (de)liberada oralidad sin palabras. Justo lo contrario de aquello que sucedía en algunos ambientes intelectuales de mi ciudad natal, en la que muchos llamábamos sexo oral a reunirse para charlar hasta la extenuación sobre las innumerables fantasías irrealizadas de nuestras, más que solapadas, ocultas sexualidades.
Tiempo después, cuando a casi nadie le importaba el destino de aquella muchacha llamada Linda, de más que relativa belleza física, húmedos lazos de amoral-amor-oral y clítoris vagabundo y desubicado, me enteré por un diario de parroquial aspecto e isleña desprolijidad, que la antigua estrella del ¡chúpate esta!, había decidido re(de)generar su vida casándose con un policía.
Según contó ella luego, durante su mediático juicio por separación, este tipo llamado Larry Marciano, nada extraterrestre a pesar de su apellido y con la misma profesión del padre de la susodicha, se empeñó en alejarla a golpes del porno clase B, metiéndola de inmediato a fregar, guisar y tener hijos como cualquier ama de casa media normalizada, sin delirios estelares ni garganta orgásmico-fagocitadora.
Tuvieron que pasar algunos años más para que otra joven mujer estadounidense, Mónica Lewinski, becaria en la Casa Blanca de Bill Clinton, un presidente tan rosado como la Pantera Rosa de Friz Freleng o las cubiertas color rosa de la sonrojante colección erótica de La sonrisa vertical, pusiera la felación en la ovalada órbita presidencial, develando al mismo tiempo que los presidentes estadounidenses, además de inolvidables rubias oxigenadas para cantarles el Happy Birthday desde un escenario, suelen poseer también un pene, aunque en este caso preciso estuviera algo desviado.
Gracias a gente como ellos, mártires mediáticos del sexo oralizado, ya nadie se asombra cuando las cámaras de cine continúan enfocando los cuerpos de los amantes en plena labor erótica, deteniéndose inclusive en la descripción visual minuciosa de todos los detalles.
No sé qué harían hoy mismo mis tías cinéfilas con los preciosos y fragantes pañuelos que siempre llevaban a mano para enjugar sus lágrimas, pero pongo a Dios por testigo de que me gustaría ver sus caras de sorpresa cuando las cámaras, lejos de abandonar a los protagonistas unos pasos antes de su entrada al dormitorio, lejos de enfocar una nube que pasa, un detalle artesanal del techo o una lámpara arrinconada sin ningún interés, se pusieran a mostrar con lujo de detalles y en vibrantes colores, cada cosa que estos personajes se llevan, tan golosos como desinhibidos, a sus rutilantes, luminosas, bien iluminadas bocas.
Y ahora me despido. El calor no decrece y esto del sexo oral en plan escrito me ha dejado la boca más seca que antes. ¡Seven Up y hasta muy pronto!

domingo, septiembre 23, 2012

"El muerto" no soy yo

 
Resulta extraño meterse en el cine un lunes cualquiera al mediodía, sin embargo, un poco acostumbrado a consumir películas como si fuera una parte más del desayuno desde mis incursiones como jurado en dos de los Festivales de Cine Latinoamericano de Lleida, me atrajo la la posibilidad de aceptar la invitación que me había llegado por email para ver en preestreno El muerto y ser feliz, extraño, incómodo título de la última película de Javier Rebollo y Lola Mayo, a quienes conocí, precisamente, mientras oficiábamos de jurados en ese festival.
Rodada en su totalidad por pueblos y carreteras secundarias de la Argentina, esta particular road movie hispano-argentina muestra a José Sacristán convertido en un quijotesco, alucinado, terminal mercenario al servicio exclusivo de sí mismo. Este asesino a sueldo fatalmente herido por tres cánceres, pero aún más por la memoria de sus crímenes, inmune al alivio que su cuerpo maltrecho recibe a través de la morfina, decide, ante la proximidad de su propia muerte, no seguir matando y emprender una huída hacia ningún lugar, que en esta historia resulta ser el caliente, somnoliento y lujurioso norte argentino.
Mujeres piadosas que se niegan a  mostrarle las tetas, pero a las que no les importa conseguir las drogas que necesita el moribundo, prestándose además a bañarlo, hacerle masajes e inclusive masturbarlo para aliviar por un momento sus dolores y urgencias, se unen a perros, pistolas y a un auto de otra época, casi tan cascado como muchos de los lugares que transita, casi tan noble como la imagen que, a pesar de todas sus desdichas, este atormentado caballero español parece tener de si mismo.
No les contaré más de la trama para no reventarles el suspenso, la intriga. Tampoco se trata de hacer crítica cinematográfica, que para eso ya tienen otros blogs, sobre todo el del exhaustivo Don Alfredo y sus 39 escalones. Solamente pretendo desmentir un anuncio fúnebre que se da en la aún no estrenada película de mis amigos Rebollo y Lola Mayo: si bien el peronaje de Pepe Sacristán, obsesionado por recordar cómo se llamaba el primero de sus ajusticiados, me nombra en la larga lista de sus víctimas pasadas, destacando además mi nombre con un silencio previo, les juro y prometo que todavía no estoy muerto.... si bien ahora mismo, después de esa impactante experiencia, podría estarlo.
No soy de asustarme frente al público, las cámaras o los micrófonos: tengo alguna experiencia con estos artefactos y me gusta comunicar con la gente. Sin embargo fue raro oir mi nombre a toda voz en medio de una proyección de cine.
¿Iban a pedirme que pasara al frente, que me presentase ante los guardianes del orden, que tomara el último tren a Yuma, que abandonara la sala de inmediato? Nada de eso, por supuesto. Entre broma íntima y particular "homenaje", los autores del filme me habían puesto en la larga lista de despachados sin retorno.
Al final de la proyección me acerqué a uno de los autores del infundio:
-No sé si agradecerte o enfadarme, Javier, pero optaré por lo primero.
Rebollo, que hablaba vaya a saber con quién, se giró hacia mí para poder mirarme de frente. Lo hizo separando un poco más los párpados, un gesto bastante habitual en él. Todavía no tengo claro si denota sorpresa o cualquier otra emoción peliculera, tan simpática como ficticia.
-¿Has visto? Te puse con los muertos... ¿Te molesta?
-No. Está bueno...Ya me mataste una vez... ¡A lo mejor no me muero nunca más!
Reímos, nos dimos dos besos y le deseé mucha suerte en San Sebastián. La tendrá, seguro.



Anoche vi Todos tenemos un plan, otra historia oscura rodada también sobre paisajes argentinos, aunque en este caso sean los más acuosos y turbios del bonaerense Delta del Tigre.
Viggo Mortenssen está perfecto en sus dos papeles, la historia es original y los secundarios resultan cercanos y creíbles, como casi siempre en los filmes argentinos. De no ser la opera prima de una directora sudamericana, la escena de la ducha podría competir sin rubores con la famosa, escalofriante, milimétricamente montada, escena de Psicosis.
Se estrenó hace una semana y ayer en la sala éramos menos de treinta personas. No se merece tanta indiferencia. Por suerte cuenta con el apoyo de RTV y en algunos meses, confío, podremos verla por la segunda cadena.
Quizás entonces las primeras líneas del guión resulten menos inocentes:
"Si la colmena no funciona hay que cambiar a la reina."
Apenas unos segundos después vemos como la joven Rosa acata la orden del jefe y despanzurra a la abeja recién destronada entre dos de sus dedos. ¿Será una metáfora?



martes, septiembre 18, 2012

NAZARIO: un artista de la desmesura.


El mundo de Nazario está dormido entre las pálidas pulpas del papel de grueso gramaje.
Sobre una mesa de cristal, junto a un manojo de lápices afilados, descansa también un puñado de lirios.
De pronto, una punta de grafito rasga el blanco, convirtiendo el silencio en desmesura.
Trescientas falsas vírgenes se lanzan a la calle, trotando por las Ramblas de Barcelona detrás de ese falso cartel de toreros sevillanos; paseantes de la villa: sin traje de luces, con cuerpos de infarto.
Jaurías de faunos rodean la Plaza Real olisqueando el sexo de los amantes machos, suspirando por ellos en un compartido, orgiástico orgasmo. Travestis negras de caderas anchas y flacos chulos pálidos, de ojeras pintadas, disputan espacios bajo las recovas, mientras gigantescas figuras de cartón coloreado lucen con orgullo portentosos falos y unos cabezudos ciegos encienden las tracas que anuncian la fiesta.

El fondo musical es vasto, complejo, electrizado. Un hombre moreno, apenas cubierto con pieles de naranja, grita “butano” como si anunciara un evento magno, mientras la Callas, vestida en rojos sangre de Merimèe, canta Puccini por peteneras, y la sobrenombrada Betty Boop, celosa, caliente, tramontana, se lanza a ladrar subida a sus tacones, volviendo a ser esa criatura que alguna vez, hace un montón de años, fuera abandonada como un perro abandonado en medio de la calle.

El pincel se hunde en el vaso y el agua transparente se convierte, apenas un instante después, en leche marmolada. El diván donde descansaba el cuerpo desnudo, terciopelo y roble, es, de pronto y sin más, un tálamo sepulcral, la losa de una tumba.

Azul ultramar, blanco de plomo: marineros náufragos cabalgan sobre brisas fúnebres.

La acuarela amarilla abre un paso de agua sobre las sombras nocturnas.

La raya que cruza el papel de lado a lado es el horizonte por donde asoma el sol, ese clavel de fuego que aromatiza el aire y despeja los temores.

La vida cruje como un sobre de carta, abriéndose paso entre los delantales almidonados de las pescaderas.

El mundo de Nazario es otro, pero sin ninguna duda pertenece a éste; el mismo que ahora, abrazándolo, lo abrasa.
 
Dante Bertini, Barcelona, 2004.
 
 
(*Este texto prologó el catálogo de la exposición Nazario, Antología erótica (diseñada y montada por mí) en el XII Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona (FICEB), 2004. 
Encontrado hoy por la noche, mientras hacía una limpieza de papeles virtuales.) 

jueves, septiembre 13, 2012

Carta desde Barcelona



(Me habían pedido una carta poco extensa y yo les envié esta. De comun acuerdo hicimos una síntesis dejando aquello que se refería al tema concreto, Barcelona.)

Querida Noemí:
Por extrañas razones de la vida misma, ha pasado más tiempo del que yo hubiera deseado y esta carta que comienzo hoy, 19 de marzo, es la contestación tardía a una tuya donde mi voz era tachada de sepulcral –“sepulturera” ponías tú con total desparpajo sin saber cuánto me cuesta tener una voz relajada, cálida y sensual como la que tengo ahora- y también a esa cinta donde agradecías que me ocupara cariñosamente de tu, por entonces, endeble salud.
En el interín (una palabrita de lo más bailarina) ha entrado en casa un moderno PC, que lejos de ser una fracción contestataria comunista escapada de las purgas del Este y refugiada -¡Dios y Alá nos guarden!- en nuestro tan humilde como fotogénico piso del Barrio Gótico, es nada más ni nada menos que ese aparato que los antiguos llamábamos computadora, los modernos ordenador y los más precisos Personal Computer.
Sirviéndome de Él escribo esta carta, la primera con la que me atrevo a usarlo. Espero me sirva para ir familiarizándome con la cantidad de botones, teclas y mandos diferentes, algunos de los cuales son un auténtico misterio para mí.
Podría decirte que desde que llegó a nuestra casa todo ha cambiado. Jorge y yo casi no nos miramos y es rara la vez que osamos dirigirnos la palabra. Estamos embobados en su contemplación y dedicándole por completo todos nuestros pocos ratos libres. Ajeno a tanta adoración, el enigmático PC no sucumbe al narcisismo estéril y suele portarse más que bien. Silencioso y callado, hace las tareas que le encomendamos con diligencia y celeridad extremas y siempre le queda tiempo para jugar a infinidad de cosas divertidas con sus nuevos anfitriones. Como partenaire resultó algo caro, lo reconozco, pero al menos no se ha ido después de la primera noche y, en documento anexo, promete una cantidad de servicios extras, además de calidad y larga duración.
Como es japonés no desconfiamos de su palabra. Gracias a Kurosawa, Mishima y tantos otros, sabemos que por esas tierras el honor es fundamental. Teniendo en cuenta esa misma condición nipona nunca dejamos cerca de él cosas afiladas: tememos que en cualquier momento, enloquecido por nuestra occidental ineptitud, pueda hacerse un harakiri en los cables.
Como no todo ha de ser bonhomía, felicidad y gozo, también llegada de Oriente, tuvimos en casa otra visita: ¡LA GRIPE ASIÁTICA!
Me tuvo a mal traer durante diez o quince días, con dolores de todo tipo, bastante fiebre y una larga convalecencia con notable bajón anímico. Fue una plaga en Barcelona, con gran cantidad de amigos atacados por el virus, cosa que, tal vez por ser yo tonto, resultó un mínimo consuelo.
Harto de la depresiva enfermedad, decidí irme a Ibiza para cambiar de aires. Allí, con mi adorable homeópata alemán y el cariño de algunas gentes maravillosas, más un poco de sol y mucho viento y lluvia, logré disipar los últimos fantasmas de la fiebre. El resto es trabajo para las Flores de Bach.

 
Pasaron varios días, es la una y cuarto de la tarde y acabo de llegar de la calle...
Fui a comprar las benditas flores de Bach que se me habían acabado y comprobé con asombro que pese a las declaraciones de nuestro presidente actual asegurando que no hay inflación, las mismas esencias que me costaron hace unos años 12.000 pesetas hoy cuestan ¡46.000!
También paseé un buen rato por la Rambla. Vivo a dos calles de ella, así que es casi imposible no hacerlo. Un río de gente variopinta de todo el mundo agregada a los personajes típicos de la zona: estatuas vivientes, floristas, kiosqueros, travestis y buen un puñado de locos con delirios poéticos. Aproveché para tomar un café en un bolichito ecuatoriano, “de lo más bonito”, según la camarera peruana que lo atiende, con un amigo arquitecto que tiene su estudio al lado de casa. A veces soy infiel al Escribá, del que ya te hablé en otra carta, con su frente modernista y sus exquisitos cruasanes de mantequilla, pero como según mi médico tengo que cuidar la línea, últimamente no voy tanto. Al salir me encontré con “la Pavlovsky”, Ángel, también vecino, que iba hacia la radio en la que actúa casi cada día. Intercambiamos algunos chismes y nos reímos un buen rato de nosotros mismos. Cuando nos separamos encontré a Peret, el dibujante –no te asombres; este barrio es así de social-  que había hecho noche en casa ajena e iba para su estudio de la calle Guifré. Otro rato de charla sobre dimes y diretes del ambiente “ilustrativo”, al final del cual nos despedimos prometiéndonos visita. Me detuve, como siempre, a mirar plantas y flores, dudando en hacerme con otro pececillo, el octavo, para mi pequeño acuario, hasta que me dije: “frente a la duda, abstente”. Entonces dirigí mis pasos a una librería-drugstore muy encantadora donde suelo encontrar chollos (gangas) en libros de artes y culturas varias. Hace unos días me había hecho con dos preciosos volúmenes sobre medicinas orientales, uno para mí, uno para regalar en una ceremonia de Bar Mitzvah a la que asistí el sábado. Textos magníficos e ilustraciones soberbias a todo color, buen papel y tapas duras, a menos de ¡tres pesos! argentinos.
Por supuesto, ya no quedaba ninguno...Pensaba regalárselo también a mi profesora de yoga, pero ¡vaya frustraciooooónnnnn!...así que me acerqué hasta el mercado de la Boquería (“abocado” a una restauración total) y, en plan literario, sthendaliano, me compré un kilo de rojas cerezas y otro de negros y gordos aguacates, las paltas de allí...
Como verás, ante la frustración: ¡gratificación! Doble en realidad, porque al llegar a casa me encuentro en el buzón tu carta, hermosa, bien nutrida y con estampillas de clara influencia yanqui...Influencia es un decir: son ¡¡¡absolutamente yanquis!!! Con barras y estrellas y esos típicos corazones enamorados de “Nuyork”, que diría mi siempre recordado Melgarejo.
Bueno, traduzco... quiero decir que me gustaban más las estampillas argentinas de siempre, entre campestres y naif. Recuerdo algunas con flores patrias y otras con los personajes de Mafalda y aún otras más con pájaros sudamericanos de diverso y multicolor plumaje.

 
Retomo el hilo anterior:  llegué a casa preso de algunas urgencias insoslayables, así que agarré el teléfono inalámbrico, tu carta y mis gafas y me fui con todo, corriendo, al retrete...en el teléfono había un mensaje de nuestro Carlos “de Inglaterra”. Hacía un montón de tiempo que no me llamaba...¿otra coincidencia? Parece que a pesar de los años transcurridos,  sigue existiendo ese invisible hilo dorado que nos unió siempre.
Te cuento lo que hacemos en los largos meses de este verano que, según decís, es para vos “el más crudo invierno de los últimos años”. Por lo pronto no nos vamos de vacaciones. Poco antes del verano estuvimos en San Sebastián, donde Jorge tenía que dar una conferencia con los psicoanalistas lacanianos. Decidimos que fueran tres días de lujo y paramos en el María Cristina: grandes salones, habitaciones espaciosas, cubertería de plata, altas cortinas de pana roja y rosas frescas sobre las camas recién tendidas. He descubierto que no me molestaría nada vivir siempre de esta “anacrónica” manera.
Mientras tanto disfrutamos de la casa nueva en el Gótico, con su terraza, sus plantas, sus gatos y sus peces, pero también, y espero no despertar en vos adormecidos pecados capitales, estamos gozando del Grec (el festival de verano de Barcelona), dedicado este año ¡a la maravillosa y lejana ciudad de Buenos Aires!
Como mi nombre debe figurar en algún mailing importante -que tal vez sea el de la actual cónsul cultural, la actriz Cecilia Rosetto, con quien volví a encontrarme aquí después de varias décadas- me han invitado a una buena cantidad  de espectáculos. Además del suyo, vi los de Juanjo Domínguez trío, Susana Rinaldi, Adriana Varela y uno teatral, de texto: El fulgor argentino (grupo vocacional de Catalinas Sur, tu antigua residencia): una delicia de gente que se dice no profesional y lo es mucho. Son más de cien personas en escena, (re)interpretando con notable brío la historia nacional.
Anoche mismo fuimos a La Paloma, un salón de baile finisecular aunque muy bien conservado, impregnado de un glamour auténtico, de otra época. Se trataba de oír y ver a los chicos de “El Arranque”, orquesta típica “clásica” con un cantante a lo Fiorentino, lírico él, perfecto en su papel de vocalista de otra época, de perfil bien dibujado, entre Perón joven, Gardelito y Robert de Niro. Era su primera actuación en el exterior y triunfaron. Se lo merecen porque suenan como treinta personas y son sólo ocho...
Yo, ya te conté antes por teléfono, sigo componiendo canciones: el otro día un amigo (médico, tanguero y compositor; todo un personaje literario argentino) estrenó uno en el atrio del convento de Sant Cugat. A ti el nombre te sonará raro, ¿verdad?, pero no pienses que finalmente canonizaron a Xavier, el rumbero catalán que triunfó en Hollywood. Sant Cugat es una localidad residencial muy cercana a Barcelona, y allí mi amigo estrenó, decía, un tango que se llama Rambleando, con letra de mi autoría (vaya palabrita). El estribillo dice:

Desde su alto pedestal rodeado de leones/
Colón señala con un dedo tieso/
aquel lugar lejano, aquel sitio perverso
donde sin darme cuenta yo perdí tu amor...
chán, chán...

No tengo claro que don Cristóbal señale con el dedo hacia nuestra tierra, aunque cada día se hace más evidente cuantos amores perdí al marcharme de ella.
Me cansé de teclear y tengo que ponerme a trabajar un rato con el lápiz y el papel de toda la vida. Sigo otro día.
Besos,
Dante.

 
Barcelona, Julio de 2001.
(Fecha de la transcripción:
Febrero de 2012, Barcelona)

Algunos links:


sábado, septiembre 01, 2012

La Rioja, Bilbao, Cantabria, Asturias... Agosto 2012

Pocas palabras y varias imágenes.
Para que (me) imiten alegremente, para que repitan el viaje que hice.
Vale la pena, y siempre se puede mejorar lo ya realizado.

 
 
 
















Escultura de Jesús Otero en Santillana del Mar. Dos tiendas en la vieja Logroño, una playa en Llanes, 3 imágenes de Gijón, la plaza del Museo con un edificio de César Pelli y varias imágenes robadas(lo siento) de la espléndida expo Hockney en el Guga de Bilbao. Escaparates de Vuitton, Bilbao. El Hidalgo de Quijas, habitación con ángel(es). Habrá más.

sábado, agosto 11, 2012

Héctor Bianciotti


Alguno me ha escrito aquí, o en mi ajetreado muro de facebook, que soy demasiado afecto a las necrológicas. Como en los duelos virtuales del glorioso y olvidado Ferdidurke de Gombrowitz, basta que te nombren el pecado como tal para que sientas que debieras estar arrepentido de haberlo cometido.
Intento no caer cada día en estas despedidas que, a juzgar por los comentarios, o por la falta de ellos, deben dar un tono gris oscuro, fúnebre y terminal, a mis páginas, haciendo que mis posibles lectores lleven una mano a una de sus mamas o a uno de sus testículos, según se trate de una mujer o de un hombre, para alejar de sí posibles malos farios, mientras se alejan presurosos de la página, como lo harían de un apestado, de un apestoso o de un simple pordiosero.
Hoy sin embargo, por una pura casualidad en la que no creo, me encontré con un viejo Babelia del mes pasado en donde Alberto Manguel, otro escritor, otro argentino, despedía de bellísima forma, tierna y contenida, a nuestro compatriota Héctor Bianciotti, el primer autor de lengua castellana que accedió como miembro activo de la Academia Francesa, un honor al que muy pocos medios dieron la trascendencia que en realidad tenía. ¿Pecados capitales, miserias terrenales?, todo ello, ¿muy humano?
Argentina, su gente en realidad, dice sentirse orgullosa de sus antepasados europeos, aunque no es muy dada a reconocer el triunfo de los hijos o nietos de estos en ese extranjero que tanto veneran.


Cuando a fines de los noventa propuse al suplemento literario del diario Clarín, donde por una corta temporada publiqué extensas notas sobre arte y cultura, una serie dedicada a los argentinos que habían hecho brillantes carreras en esos campos fuera del país -adelantado una veintena de nombres entre los que se contaban varios Premios Nacionales españoles- me respondieron que no les interesaban esos artículos porque allí, en Argentina, a estos personajes no los conocía nadie.
¿Pecados capitales, miserias terrenales?, todo ello, ¿muy humano?
Quizás sería el momento de cambiar esa mentalidad estrecha, al menos para que nunca vuelva a suceder algo tan deplorable como lo que nos cuenta Wikipedia en las últimas líneas de su página dedicada a Héctor Bianciotti, ilustrada, además, con una única, horrible, borrosa imagen del siempre elegante autor argentino:
Luego de una larga enfermedad murió  (en junio de este añoen París, solitario, en la miseria, y con escasísimos amigos que lo visitaban en un hospital del Distrito 15 .



TÍTULOS DEL AUTOR en Editorial TUSQUETS:
El amor no es amado
La busca del jardín (Marginales)
La busca del jardín (Andanzas)
Como la huella del pájaro en el aire
Los desiertos dorados
Detrás del rostro que nos mira
Lo que la noche le cuenta al día
La nostalgia de la Casa de Dios
El paso tan lento del amor
Ritual
Sin la misericordia de Cristo

domingo, agosto 05, 2012

-No deberías haberte ido...

No, no deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber soportado la falta de horizontes, la falta de dinero, la falta de esperanzas.
Nunca deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber cerrado los ojos, todavía inocentes, frente a las arbitrariedades y las injusticias, y los oídos, aún tiernos, ante los insultos y las vulgaridades.
No deberíamos habernos ido.
Tendríamos que haber acatado las órdenes que nos obligaban a no tener deseos propios, a aceptar sin reparos, matices ni quejas aquellos que habíamos heredado; los deseos antiguos, genéticos, paternales, eclesiásticos, los que, bendecidos por las iglesias junto a las armas de la fuerza, se aupaban al mástil de la bandera única, patriótica, viril e irrenunciable.
No. Jamás deberíamos habernos ido a constatar si otra vida era posible. Para nosotros no lo era.
El mundo que deseábamos, el de los libros, las revistas, el cine, ese paisaje, por momentos idílico, por donde se movían o se habían movido los personajes admirados, los artistas que amábamos, sólo podía contemplarse a la distancia, desde afuera.
A algunos se nos permitía una beca de un año o una visita turística de veinte días. Los que no éramos tan dotados como para ganarla o tan pudientes como para pagárnosla, tendríamos que haber comprendido que ese mundo lejano no era el nuestro. A lo sumo había sido el de nuestros padres, el de nuestros, casi siempre desconocidos, abuelos.
Nunca deberíamos habernos ido.
Hay otros mundos, pero no nos pertenecen. Hay otros mundos pero son ajenos, extraños, extranjeros.
No deberíamos habernos ido... Tenés razón. Nadie debería irse nunca del lugar que le asignó el destino.
Tendríamos que haber luchado por conseguir un espacio mejor en "nuestra tierra", aunque en esa lucha tuviéramos aseguradas la persecución, las torturas, las vejaciones, las diversas formas del castigo y termináramos ganando poco más que el espacio necesario para cavar una fosa: la nuestra.
     Fotografía de Chris Marker

viernes, julio 27, 2012

WONDERLAND (sueños rotos)



España perdió frente a Japón en su primer encuentro olímpico y todos los medios españoles se estremecieron, olvidándose por unos momentos, que resultaron ser días, de la movediza, voluble (la donna é mobile) prima de Riesgo; de los alemanes y franceses, de los griegos y de los italianos, de los endeudamientos billonarios sin porqués ni cómos y de los políticos y banqueros corruptos, floreciendo con un desenfreno parecido al de los hibiscus rojos en los jardines asiáticos.
Mientras tanto, en letra pequeña, vamos enterándonos de que el hijo del honorable senyor Pujol y su señora esposa podrían estar pringados -al menos tanto como otras princesas y príncipes consortes de más alcurnia- en oscuros manejos financieros, que los dineros evaporados del Palau flotan perdidos por no se sabe dónde y que el antes medido ministro Gallardón ha decidido mostrar su lado más oscuro, condenando, en nombre de una moral dudosa, oscurantista y medieval, a desgraciados seres no nacidos a una vida de perpetua agonía y a sus familiares más cercanos a una auténtica muerte en vida.
Poco importa frente a tanto desatino que los programas de Radio Nacional más exitosos desaparezcan de improviso o cambien de contenido sin siquiera una excusa, o que un alcalde de tierras catalanas -arrasadas durante la última semana por un fuego asesino- resulte ser un pirómano (re)conocido hasta por sus propios vecinos. Tampoco que las nieves de Groenlandia se derritan a pasos agigantados, una plaga de algas malolientes invada las playas atiborradas de turistas y la muerte de artistas e intelectuales logre menos líneas en los medios que los amoríos estivales de un torero cualquiera con una (¡yo no repetí cualquiera!) modelo de lencería....

Como el face-amigo Raúl Ariza, sonrío.
Riego mis plantas, acaricio a mi gato, charlo con amigos, pero, sobre todo, me dedico a lo mío, a lo más personal e íntimo. Y sigo maravillándome ante esas enormes hojas brotadas de la nada -en realidad de una maceta estrecha con un poco de tierra y algunas gotas de agua- de mis colocasias y mis strelitzias augustas.
También, porque las palabras (me) importan, leo los poemas de Héctor Viel Temperley , que trajo, cariñosa, Cynthia F. desde Buenos Aires. Y sigo agradeciendo el milagro del arte, creador desde vaya a saber dónde, desde la nada y el todo, con la sola ayuda de una cabeza, unas manos y la infatigable imaginación humana, de un sinfín de productos divinos que alivian, sedan y a veces hasta curan nuestras almas.

Buen fin de semana. Si no tienen nada mejor que hacer,
vean esta película.
No entiendo por qué pasó desapercibida.
http://www.imdb.com/video/imdb/vi2212626713/

martes, julio 10, 2012

Evelyn Lear: Lulú en el recuerdo


La vi en el escenario del Teatro Colón de Buenos Aires cuando representó la Lulú de Alban Berg -el papel que la consagró para siempre, internacionalmente-, y a pesar de los muchos años transcurridos, casi incontables, nunca olvidaré su imagen, cantando tirada boca arriba desde una chaise longue tapizada en terciopelo: la cabeza echada hacia atrás, el cuerpo enfundado en un estrecho corsé y las largas piernas de bailarina, cubiertas por unas cabareteras medias de red, jugando con el aire. 
Un auténtico tour de force para cualquier cantante y una inesperada y grata sorpresa para los espectadores de ópera, acostumbrados a imaginar belleza, juventud y seducción donde habitualmente sólo hay, o al menos había, obesidad y un vestuario recargado, ampuloso, intentando disimular al mismo tiempo la total falta de atractivo físico y los muchos kilos sobrantes en el cuerpo de los intérpretes.
Primera Plana, revista emblemática de aquella época, una de las exitosas creaciones periodísticas de Jacobo Timerman, había adelantado la presencia en el gran coliseo bonaerense de esta soprano neoyorquina con magnífica voz y aspecto de estrella cinematográfica, por lo que el tout Buenos Aires, bastante ajeno a las bondades del compositor, se mataba por ver a ese fenómeno llegado del imperio.
Cuando terminó aquel aria primera, ya de pie frente al público, espléndida en su papel de cortesana de pocos escrúpulos, la Lear se ganó con creces los aplausos a telón abierto de un público deslumbrado por su poderío escénico.

Yo me había iniciado en el gran espectáculo gracias al desprendimiento casi angelical de mi amigo Adolfo Tessari, que ponía la devoción y el dinero necesarios, y a la paciencia sin límites, beatífica, de Mariana Orgambide, una amiga común dispuesta a hacer horas y horas de cola a la intemperie con tal de conseguir entradas decentes para alguna de las pocas funciones que se daban de cada título. 
Mi bautismo con la ópera había sido poco tiempo antes en aquel mismo gran teatro y con otro personaje cumbre del bel canto: el Don Giovanni de MozartNo creo haber tenido demasiadas emociones estéticas más fuertes que esta en toda mi vida, aunque casi no me quedan imágenes de la puesta del Don Juan de Mozart y sin embargo nunca olvidé a la pelirroja soprano neoyorquina en su papel de Lulú. 
Ha muerto esta semana y no le digo adiós porque se que seguirá estando en mi memoria. 

domingo, julio 08, 2012

Pélleas and Mélisande Wilson


...a veces se llega tarde a algunos acontecimientos...
Lo digo porque acabo de ver en el Teatro Liceo de Barcelona, Pelléas et Mélisande, preciosista y preciosa ópera de Claude Debussy, en la versión de Robert Wilson (1941), un tejano del que llevo leyendo comentarios y críticas elogiosas desde hace un buen montón de años.
Conocido como artista rompedor, vanguardista, iconoclasta, nunca -al menos es lo que apunta mi memoria- había visto una puesta suya en directo, aunque sí una buena cantidad de imágenes en forma de vídeos y fotografías, y aunque temía lo peor en cuanto a contenidos, me colgaba bastante de su estética exquisita, válida deudora de algunos de los más poderosos creadores de imágenes del arte universal más sofisticado.
¿Habré llegado tarde a Robert Wilson o acaso él habrá llegado tarde a mí?
Obra simbolista de pocos personajes, sin coros contundentes, movimientos masivos ni vistoso cuerpo de baile, toda la acción de Pélleas et Mélisande pasa por el brillante, envolvente cromatismo sonoro de Debussy, a quien, según creo, le deben más que mucho todos los compositores de música para cine.


La historia -basada en la obra homónima de Maurice Maeterlinck- es simple, tal vez demasiado: dos medio hermanos se enamoran de una misma mujer que, a pesar de haber sido bastante vapuleada por la vida y los hombres, parece conservar hasta la muerte toda su ilusión e inocencia. El final es trágico, tal vez porque así lo mandan los cánones operísticos; tal vez porque, de no ser así, la historia resultaría aún más inconsistente.
Robert Wilson, que posiblemente descree de los amores humanos o al menos de la manera en que se representan, convierte a los cantantes, -excelentes todos ellos, magnífica María Bayo-en unos maniquíes robóticos guiñolescos que hacen extraños movimientos y desfilan por el escenario -despojado, chic, tan bellamente iluminado como el piso neoyorkino de un decorador minimalista- sin tocarse jamás. Su aparente despojamiento descriptivo elimina también muchos de los elementos que el texto describe profusamente. Así, la larga cabellera de Mélisande, con especial protagonismo en la historia, se transforma en una melena corta a la garçon y la espada que atraviesa el cuerpo de Pelleas en el puño cerrado de su torturado hermanastro.
¿Distanciamiento brechtiano? ¿Deconstrucción emocional? El argentino Alfredo Rodríguez Arias hacía algo similar en sus espectáculos teatrales del Instituto Di Tella porteño a mediados de los sesenta, cargando de ironía surrealista los tics y modismos del adocenado teatro de la época. Como los textos solían ser también de su autoría, nadie podía achacarle una interpretación arbitraria o errónea de estos.
Pasó más de medio siglo de todo aquello, y hoy mismo, después de mucho traqueteo por los senderos de las diversas vanguardias, yo me pregunto: si a Cenicienta le quitas la calabaza que se convierte en carroza y suprimes al hada madrina con sus poderes mágicos, ¿dónde queda el cuento?
Quizás se trataba de potenciar voz y partitura, pero entonces ¿no hubiera sido preferible una versión de concierto?
Como lo pide su autor, el coro es sutil hasta el suspiro y la orquesta, dirigida por Michael Boder, matiza y enriquece sensiblemente cada sonido. Puro y bello Debussy, en suma.


fotos de Dante Bertini.

martes, junio 26, 2012

Programa Doble

Barcelona anuncia otro Festival de Cine Gay y Lésbico, el número 17. 
Uno más siete: ocho, la cifra de lo eterno. Larga vida para este magnífico festival de cine alternativo.
Fuera de programa, aunque no fuera de tema, la televisión por cable nos ofrece estos días dos espléndidos documentales:
Chris and Don, a love story, cuenta los 33 años de relación amorosa entre Christopher Isherwood (1904/1986) -autor de las novelas Goodbye Berlin y A single man, base de dos películas tan especiales e icónicas como Cabaret y Un hombre soltero- y Don Bachardy (1934), dibujante retratista que, ¡aleluya!, aún vive y trabaja en Santa Monica, California.



El segundo documental, Rise Up and Shout, nos acerca a otra forma de solidaridad, tan necesaria como creativa.




Si pueden, no se los pierdan. 

lunes, junio 18, 2012

Louise Hay, ¿puede sanar tu vida?



Nuestra mente es como un ordenador. Si te ponen delante un aparato de última generación, el mejor posible, y no sabes qué hacer con él, resulta pura chatarra, pero si aprendes a usarlo... ¡puedes lograr cosas maravillosas!
Louise Hay, curadora estadounidense.

En los 80/90 del siglo pasado, los libros de esta mujer se vendían en los supermercados. Yo la leí en Ibiza, cuando mis pulmones maltrechos me decían que se hacía necesario abandonar con urgencia el tabaco. Me ahogaba al subir escaleras, me ahogaba si me dormía boca arriba, me ahogaba en cualquier espacio cerrado. A un vicio adquirido con bastante esfuerzo -los primeros cigarrillos de la adolescencia me resultaban asquerosos- tuve que ponerle el doble de trabajo en el momento que decidí abandonarlo. Hacía más sesiones de yoga y saunas diarios, pero al salir de las clases o al abandonar aquel agradable espacio con aromas y vapores relajantes, me apresuraba a encender un Camel o un Marlboro, ¡puaj!, vaya a saber por qué necesidad inconsciente de castigo. Me lo habían vendido en la infancia como un amigo leal, que siempre, y no importaban las circunstancias en las que me encontrara, estaría a mi lado. Sin embargo nadie me había dicho el altísimo precio que tendría que pagar por su turbia, polucionante, hedionda, asesina compañía. 
Cuando finalmente logré dejarlo, convencido de que estaba conviviendo con un enemigo que, disfrazado de amante compañero, en realidad deseaba destruirme, padecí una serie de síntomas atroces que varios médicos alopáticos -fumadores ellos- intentaban solapar empujándome a una posible nueva esclavitud -el diozepan, el Valium-  y que sólo la homeopatía, los masajes terapéuticos, las flores del Bach británico y los consejos prácticos, aparentemente ingenuos, de esta señora ya octogenaria lograron disipar. 
25 años después y luego de dos meses de antibióticos, antiestamínicos, antitusivos, inhalaciones de Rilaz y un sinfín de análísis y radiografías que me decían "Usted está bien, ¿de qué se queja?", vuelvo a la rubia y bienintencionada Louise como quien vuelve al primer amor. Al menos hasta que decida regresar, para siempre y físicamente, a mi lejano Sur, esa utopía.


ilustra: Retrato de (otra) Louise (Bourgeois) (París, Francia, 25 de diciembre de 1911- Nueva York, Estados Unidos, 31 de mayo de 2010 , por Robert Mapplethorpe.





miércoles, junio 13, 2012

Encuentro fortuito

Arriesgándome, sin pensarlo demasiado, escribo "fortuito" y, repentinamente temeroso, corro a buscar en el diccionario virtual la definición que nos da la esplendorosa RAE.
No me equivoco.
Fortuito: que sucede de forma casual, inesperada.
De eso se trata.
Paseaba yo mis brutales zozobras junianas por la calle Consejo de Ciento a la altura de Aribau o Muntaner -ahora mismo no podría precisarlo y tampoco importa- cuando decidí volver a viejas costumbres que creía olvidadas. Se trataba de entrar a un típico local de libros de segunda mano con olor a humedades varias y ponerme a rebuscar entre los invisibles ejércitos de ácaros, escondidos y alertas entre las pilas desparejas, en delicado equilibrio, de los innumerables volúmenes amarilleados por todo ese tiempo pasado en soledad, sin amo ni lectores.
Supongo que era un intento, más que vano, de revivir una antigua, inocente, alquímica ilusión: la que en otras épocas me hacía descubrir oro entre aquellos restos desahuciados de miles de naufragios literarios. Antes de traspasar el umbral, me detengo en él, inquieto. Esta vez las madalenas proustianas tienen olor a pis de gato, a perros de paja húmeda, a amargas lágrimas de Petra von Kant.
Pero qué importa. Mi vida, nuestras vidas, no huelen mejor en estos momentos. El paraíso de nuestras fantasías abrió sus compuertas y un montón de mierda depositada a interés fijo ha caído sobre nuestras cabezas.

En las mesas abarrotadas de las librerías de viejo nunca faltan unos cuantos clásicos inmortales; tampoco muchos títulos contemporáneos que intentaron serlo e inclusive estuvieron a un paso de lograrlo durante algunas, en general pocas, semanas.
No me dejo atrapar por lo ya conocido y voy directamente a las mesas de los saldos finales, las de "todos por un euro/tres por dos". Los desechados del desecho. Espero encontrar algo que me atrape, un libro del que después pueda enorgullecerme y repetir, ufano, aquello de "no busco, encuentro".
Tengo suerte, supongo. Allí, verde entre un montón de grises desvaídos, estaba el libro, una plaquette en realidad, de una para mí desconocida Florencia Pérez de Ayala. Poemas perdidos. Una docena de poesías sin nombre y una breve reseña biográfica donde se nos cuenta que la poeta nació en Montevideo, Uruguay, en 1979 y murió "de forma trágica" (?) en el año 2008. Ninguna foto, ninguna reseña sobre ella y/o su obra en Google. Sigo buscando y tampoco encuentro noticia alguna sobre los editores. Vuelvo esa misma tarde a la librería para preguntar sobre la tablette y su procedencia:
-No sabría decirle. Llegan publicaciones y libros casi cada día.

Tal vez me deje llevar por el misterio y la escasa información, por el nombre con resonancias literarias y  cinematográficas.
Y tal vez estas sólo sean coartadas. Las explicaciones bastardas que le doy, pobre de mí, a una emoción sin nombre.

"Rosa es una rosa es una rosa es una rosa"
y cielo es un cielo es un cielo es un cielo
...al que tu me llevas para mi desvelo.