Resulta extraño meterse en el cine un lunes cualquiera al mediodía, sin embargo, un poco acostumbrado a consumir películas como si fuera una parte más del desayuno desde mis incursiones como jurado en dos de los Festivales de Cine Latinoamericano de Lleida, me atrajo la la posibilidad de aceptar la invitación que me había llegado por email para ver en preestreno
El muerto y ser feliz, extraño, incómodo título de la última película de Javier Rebollo y Lola Mayo, a quienes conocí, precisamente, mientras oficiábamos de jurados en ese festival.
Rodada en su totalidad por pueblos y carreteras secundarias de la Argentina, esta particular
road movie hispano-argentina muestra a José Sacristán convertido en un quijotesco, alucinado, terminal mercenario al servicio exclusivo de sí mismo. Este asesino a sueldo fatalmente herido por tres cánceres, pero aún más por la memoria de sus crímenes, inmune al alivio que su cuerpo maltrecho recibe a través de la morfina, decide, ante la proximidad de su propia muerte, no seguir matando y emprender una huída hacia ningún lugar, que en esta historia resulta ser el caliente, somnoliento y lujurioso norte argentino.
Mujeres piadosas que se niegan a mostrarle las tetas, pero a las que no les importa conseguir las drogas que necesita el moribundo, prestándose además a bañarlo, hacerle masajes e inclusive masturbarlo para aliviar por un momento sus dolores y urgencias, se unen a perros, pistolas y a un auto de otra época, casi tan cascado como muchos de los lugares que transita, casi tan noble como la imagen que, a pesar de todas sus desdichas, este atormentado caballero español parece tener de si mismo.
No les contaré más de la trama para no reventarles el suspenso, la intriga. Tampoco se trata de hacer crítica cinematográfica, que para eso ya tienen otros blogs, sobre todo el del exhaustivo Don Alfredo y sus
39 escalones. Solamente pretendo desmentir un anuncio fúnebre que se da en la aún no estrenada película de mis amigos Rebollo y Lola Mayo: si bien el peronaje de Pepe Sacristán, obsesionado por recordar cómo se llamaba el primero de sus ajusticiados, me nombra en la larga lista de sus víctimas pasadas, destacando además mi nombre con un silencio previo, les juro y prometo que todavía no estoy muerto.... si bien ahora mismo, después de esa impactante experiencia, podría estarlo.
No soy de asustarme frente al público, las cámaras o los micrófonos: tengo alguna experiencia con estos artefactos y me gusta comunicar con la gente. Sin embargo fue raro oir mi nombre a toda voz en medio de una proyección de cine.
¿Iban a pedirme que pasara al frente, que me presentase ante los guardianes del orden, que tomara el último tren a Yuma, que abandonara la sala de inmediato? Nada de eso, por supuesto. Entre broma íntima y particular "homenaje", los autores del filme me habían puesto en la larga lista de despachados sin retorno.
Al final de la proyección me acerqué a uno de los autores del infundio:
-No sé si agradecerte o enfadarme, Javier, pero optaré por lo primero.
Rebollo, que hablaba vaya a saber con quién, se giró hacia mí para poder mirarme de frente. Lo hizo separando un poco más los párpados, un gesto bastante habitual en él. Todavía no tengo claro si denota sorpresa o cualquier otra emoción peliculera, tan simpática como ficticia.
-¿Has visto? Te puse con los muertos... ¿Te molesta?
-No. Está bueno...Ya me mataste una vez... ¡A lo mejor no me muero nunca más!
Reímos, nos dimos dos besos y le deseé mucha suerte en San Sebastián. La tendrá, seguro.
Anoche vi
Todos tenemos un plan, otra historia oscura rodada también sobre paisajes argentinos, aunque en este caso sean los más acuosos y turbios del bonaerense Delta del Tigre.
Viggo Mortenssen está perfecto en sus dos papeles, la historia es original y los secundarios resultan cercanos y creíbles, como casi siempre en los filmes argentinos. De no ser la opera prima de una directora sudamericana, la escena de la ducha podría competir sin rubores con la famosa, escalofriante, milimétricamente montada, escena de
Psicosis.
Se estrenó hace una semana y ayer en la sala éramos menos de treinta personas. No se merece tanta indiferencia. Por suerte cuenta con el apoyo de RTV y en algunos meses, confío, podremos verla por la segunda cadena.
Quizás entonces las primeras líneas del guión resulten menos inocentes:
"Si la colmena no funciona hay que cambiar a la reina."
Apenas unos segundos después vemos como la joven Rosa acata la orden del jefe y despanzurra a la abeja recién destronada entre dos de sus dedos. ¿Será una metáfora?