domingo, julio 08, 2012

Pélleas and Mélisande Wilson


...a veces se llega tarde a algunos acontecimientos...
Lo digo porque acabo de ver en el Teatro Liceo de Barcelona, Pelléas et Mélisande, preciosista y preciosa ópera de Claude Debussy, en la versión de Robert Wilson (1941), un tejano del que llevo leyendo comentarios y críticas elogiosas desde hace un buen montón de años.
Conocido como artista rompedor, vanguardista, iconoclasta, nunca -al menos es lo que apunta mi memoria- había visto una puesta suya en directo, aunque sí una buena cantidad de imágenes en forma de vídeos y fotografías, y aunque temía lo peor en cuanto a contenidos, me colgaba bastante de su estética exquisita, válida deudora de algunos de los más poderosos creadores de imágenes del arte universal más sofisticado.
¿Habré llegado tarde a Robert Wilson o acaso él habrá llegado tarde a mí?
Obra simbolista de pocos personajes, sin coros contundentes, movimientos masivos ni vistoso cuerpo de baile, toda la acción de Pélleas et Mélisande pasa por el brillante, envolvente cromatismo sonoro de Debussy, a quien, según creo, le deben más que mucho todos los compositores de música para cine.


La historia -basada en la obra homónima de Maurice Maeterlinck- es simple, tal vez demasiado: dos medio hermanos se enamoran de una misma mujer que, a pesar de haber sido bastante vapuleada por la vida y los hombres, parece conservar hasta la muerte toda su ilusión e inocencia. El final es trágico, tal vez porque así lo mandan los cánones operísticos; tal vez porque, de no ser así, la historia resultaría aún más inconsistente.
Robert Wilson, que posiblemente descree de los amores humanos o al menos de la manera en que se representan, convierte a los cantantes, -excelentes todos ellos, magnífica María Bayo-en unos maniquíes robóticos guiñolescos que hacen extraños movimientos y desfilan por el escenario -despojado, chic, tan bellamente iluminado como el piso neoyorkino de un decorador minimalista- sin tocarse jamás. Su aparente despojamiento descriptivo elimina también muchos de los elementos que el texto describe profusamente. Así, la larga cabellera de Mélisande, con especial protagonismo en la historia, se transforma en una melena corta a la garçon y la espada que atraviesa el cuerpo de Pelleas en el puño cerrado de su torturado hermanastro.
¿Distanciamiento brechtiano? ¿Deconstrucción emocional? El argentino Alfredo Rodríguez Arias hacía algo similar en sus espectáculos teatrales del Instituto Di Tella porteño a mediados de los sesenta, cargando de ironía surrealista los tics y modismos del adocenado teatro de la época. Como los textos solían ser también de su autoría, nadie podía achacarle una interpretación arbitraria o errónea de estos.
Pasó más de medio siglo de todo aquello, y hoy mismo, después de mucho traqueteo por los senderos de las diversas vanguardias, yo me pregunto: si a Cenicienta le quitas la calabaza que se convierte en carroza y suprimes al hada madrina con sus poderes mágicos, ¿dónde queda el cuento?
Quizás se trataba de potenciar voz y partitura, pero entonces ¿no hubiera sido preferible una versión de concierto?
Como lo pide su autor, el coro es sutil hasta el suspiro y la orquesta, dirigida por Michael Boder, matiza y enriquece sensiblemente cada sonido. Puro y bello Debussy, en suma.


fotos de Dante Bertini.

4 comentarios:

39escalones dijo...

Toda la razón. Digamos que Debussy es para la música de cine lo que Goya es para los reporteros gráficos: un precursor involuntario. Pero su música, de un aire tan decididamente visual, impregna la obra de los grandes músicos de cine, tanto de los clásicos de los primeros tiempos como de los más "modernos", que ya no se inspiran, sino que directamente copian, al gran francés y a sus primeros discípulos en el celuloide. Ahí tienes a John Williams, reputadísimo músico múltiples veces ganador del Oscar y millones de veces nominado, que esconde más de un plagio en sus partituras. Por no hablar de otros "copiotas", más evidentes, como James Horner o Hans Zimmer, que han hecho del plagio y la copia su forma de vida.
De la ópera poco puedo decir, excepto una frase que le oí a George Peppard una vez (sin duda su mayor acierto en toda su carrera): "la ópera no termina hasta que no canta la gorda".
Abrazos

Ātman dijo...

Nunca he ido a la ópera pero creo que me gustaría. Quitar de sus vestimentas a las cosas es abstraerlas, como el arte que así se llama. Otra cosa es que se consiga comunicar lo esencial y no se pierdan las cosas por el camino. Aunque no parece que sea éste un género muy apropiado para la abstracción siempre existe la posibilidad de reinventarlo. Quizás fuera ésa la intención del autor y un intento fallido según tu opinión.
Espero te encuentres mejor de tus males.
Un abrazo

Dante Bertini dijo...

Alfredo,
me alegra que compartamos esta idea.
Como no leo críticas de música, tal vez sea una obviedad, sin embargo nunca nadie (me) lo ha dicho de forma clara y directa.
Acá no había gordas, no excesivas al menos, y la señora Mélisande abre la obra...¿deberíamos haber escapado en ese momento?
Es una broma; me encanto oír esta maravilla musical en directo.
Abrazos

Dante Bertini dijo...

Átman:
comienzo por el final.
Voy mucho mejor, por suerte y por cierto, aunque las noticias diarias y mi vida en particular no sean una fiesta, como la del París de Hemingway o Woody Allen.
Cuando tengas un Mozart, un Verdi, un Puccini cerca, no dejes de verlo. La ópera puede ser una experiencia única, inolvidable.
Un abrazo, y otro.