uno de mis preferidos,
recreado por Beyoncé
que nos han dado tanto)
Alimento para corazones desesperados : el blog de DANTE BERTINI ダンテ ベルティニ -
Si tuviera que irme quisiera que me piensen al menos unos minutos, callada y sosegadamente. Que recorran con los ojos todo lo que fue mi pequeño mundo doméstico, los altares privados de mi vida cotidiana. No creo haber logrado mucho, pero tal vez haya sido demasiado teniendo en cuenta que tampoco ambicioné nada en especial, salvo vivir tranquilo, ser feliz, rodearme de las personas y las cosas amadas. Supe desde siempre que era necesario elegir y hacerlo a cada instante; sin prejuicios, carnal y apasionadamente. Ante la violencia elegí la suavidad, pero no me atemoricé si era necesario defenderse. Nunca fui adicto al vértigo, a la velocidad, al desenfreno. Necesito tiempo para madurar las cosas, necesito tiempo para cuidar de lo que amo -mi pareja, mis animales, mis plantas, mis amigos- y he intentado no vender minutos de mi vida más allá de lo estrictamente necesario. Siempre me gustó gustar. Nunca seduje por el banal, egocéntrico, impío, estúpido placer de hacerlo. He luchado por lo que me interesaba, sin embargo estoy casi seguro de no haber sido jamás artero, traidor o desalmado. He sido, soy, muy crítico; cómo no reconocerlo, si acostumbro serlo conmigo de forma constante. Supongo que también fuí, más de una vez, injusto. Para mi descargo diré que he intentado con verdadero ahínco ser precisamente lo contrario. A veces pienso que viví más de una vida, tan largo se hace el camino recorrido. He aprendido hablando(me) y he cantado sin saber cantar. Alguna gente, no necesariamente amiga, (me) ha dicho cosas que marcaron mi existencia. He reído mucho y he bailado con todas mis fuerzas, en profundidad y hasta el agotamiento. También lo he llorado todo, como recomendaba uno de mis más constantes maestros de vida, Oliverio Girondo. Nunca comprendí algunas pérdidas, pero tuve que acostumbrarme a vivir, ¡vaya sarcasmo!, con ellas como compañeras.
¿Qué banda sonora tendrá la película que está rodando Woody Allen en Barcelona? Me lo pregunto porque hace varios días que distintas zonas del barrio donde vivo están colapsadas por sus huestes filmadoras, decididas a utilizar como localización algunos de los lugares emblemáticos del Ensanche/Eixample barcelonés. Y ahora ya no hay bromas, equivocaciones ni extras del inserso, como en otro reciente post de este mismo blog (Very Welcome, Mr. Allen). Les cuento. El jueves salí a media mañana para comprarme de urgencia una silla "comme il faut", cosa de poder trabajar en el ordenador sin que se me desintegre la columna vertebral. Llevo casi un año con una de muy buen aspecto pero nada ergonómica y los resultados están haciéndose notar en toda mi estructura ósea. El día era precioso, con un cielo relativamente claro y una brisa que hacía soportable la potencia abrasadora del sol mañanero. Doblé por Rambla Catalunya, y allí mismo, entre Aragón y Consejo de Ciento, estaba don Woody con su cara amarga de siempre bajo el sombrerito de turista maduro que suele usar cuando dirige o simplemente turistea. Pensé en cómo me hubiera emocionado esta misma situación hace unos cuantos años, cuando todavía pensaba que W.A. era un director independiente. Había vallas ¿amarillas? para acordonar la zona, guardias urbanos desviando a los que querían acercarse demasiado y un montón de gente con cámaras digitales que pretendían tener "su" propia foto del director neoyorkino. Cerca de don Allen esperaba un señor bastante parecido a él y vestido casi exactamente igual. "Debe ser su doble", pensé, aunque el peso de la copia prácticamente doblaba la del original. Sobre la zona de filmación habían desplegado unos toldos blancos similares a los de la calle Sierpes de Sevilla y un enorme camión, totalmente abierto por un costado como un kiosco de feria, cubría las necesidades gastronómicas del equipo. Al verlo me surgió otra pregunta: "Si comen tanto, ¿cómo hacen para conservar la línea?" En fin, que no me quedé allí mucho más de diez minutos. Los necesarios para que si algún día veo la película terminada no me arrepienta por haber dado la espalda a un hecho tan trascendental como este. ¿O es que acaso esta brillante comedia de reparto multiestelar será sólo la primera de una larga serie de producciones internacionales que tendrán como escenario la cada día más turística ciudad de Barcelona? El film debe ser muy interesante porque antes de verlo ya me acosan un sinfín de incógnitas. Ahora mismo, dos días después de lo que cuento, se me ocurre pensar qué banda sonora llevará la película del talentoso director estadounidense. Porque son las cuatro de la mañana y bandas de jóvenes (de clase media, de ambos sexos, propios del país) cantan insultan y (se) gritan porque sí, mientras el camión de la basura desgrana una sinfonía de sonidos tan Wagnerianos como para despertar los deseos invasores de nuestro ahora cercano Woody Allen, y un aguerrido ejército de motos con caños de escape amplificados se añaden al bélico concierto con vigoroso empeño. ¿Sonará así la película del autor de "Match point"? ¿O preferirá las melodías matutinas, con el mismo coral motorizado de la noche uniéndose a los diferentes, variados, diversos sonidos, siempre igual de machacantes, de las numerosísimas obras públicas y privadas que nos circundan, una auténtica superproducción catastrofista, decidida a convertir esta tranquila ciudad provincial en un escenográfico e inhabitable set cinematográfico?
Los veranos de mi infancia no solían resultar felices. Al aburrimiento y la monotonía de mis largos días de niño solitario, prefería la escuela, con su diversidad de gente y la obligatoriedad del horario, los recreos y las clases. Además, casi todos los veranos estaba obligado a viajar centenares de kilómetros sobre trenes algo desvencijados con duros asientos de madera, para visitar a mi abuela argentina, una mujer agria y dictatorial que para hacer honor a su nombre, Concepción, había parido ocho criaturas, entre ellas mi madre. Esta mujer robusta y de piel agrietada a la que yo nunca añoré, ni quise, ni temí, poseía un sentido de la disciplina de inspiración medieval. Cuando sus pequeñas, -creo que debo usar el femenino, ya que tuvo siete niñas y un único hijo varón, el último, cuya obcecada búsqueda había causado las otras siete (a)pariciones-, cuando esas pequeñas, repito, tenían la osadía de cometer alguna travesura, Doña Conce, mi abuela, acostumbraba atarlas con sábanas viejas a los troncos de los árboles, lo suficientemente inmovilizadas como para "que se las comieran las hormigas", un destino seguro de haberse prolongado el castigo más allá de los veinte o treinta minutos que la abuela solía fijarse como límite. Creo que de esta infancia sometida, a la que supongo nutrida de acusaciones y denuncias fraternas, surgió el afecto desconfiado, lleno de trampas y engaños, que se tuvieron mis tías de mayores, así como el excluyente rechazo que siempre sufrió de parte de todas las otras la hermana más grande, esforzada lugarteniente de su madre en la aplicación de esos atemorizadores castigos.
Nadie podrá decir, ni tú mismo, que lo hayas buscado. Hace mucho tiempo que tus intereses van por otro camino, alejado de aquel que te causó tantas alegrías y no pocos sollozos. Siempre le echaste la culpa a tus novelas, donde habías destripado el amor y el sexo. Tu amor y Tu sexo, para ser más precisos, que en estos terrenos la generalizaciones pueden hacer que te hundas en un cenagal sin fondo. Ahora, hoy mismo, tendrás que echarle la culpa a las estaciones. O a ese "otro", que te saltó a la cara con toda su frescura; con su olor a pan fresco -¿nada es casual en esta vida?- y su palabra desatada. Anoche estuviste despierto un buen rato con los ojos fijos en alguna cosa que no veías ni te interesaba ver, su cara sonriente colgando del espacio como la materialización evanescente de un mentiroso mago de kermesse. Y esta mañana no te has afeitado. Comienzas a poner barreras, a pesar de que tienes ganas de romperlas todas.
Lo primero que oí fueron gritos. Un momento después, cuando ya estaba en la calle con chanclos, camiseta y pantalones cortos de andar por casa, me enteré de que no había habido ningún crimen. Según el empleado del parking de enfrente, sólo era que Woody Allen estaba filmando su esperada película en el hotel que está frente a casa, el mismo al que rebauticé "el tanatorio" porque tiene lámparas con pantallas de tul negro, unos floreros altos de metal plateado con orquídeas artificiales y bastante mármol marrón oscuro por todas partes. El edificio es muy noble, con buenos materiales y una más que correcta arquitectura pre-racionalista, aunque la decoración, tan pretenciosa como barata, le ha bajado unos cuantos puntos. Algunas veces, después del cine o de una cena en grupo, vamos allí con los amigos. Obviamos el aire algo entristecedor de la recepción y lo impersonal de los salones porque la atención es buena, los sillones muy cómodos y los precios más que razonables. Para la filmación de hoy habían puesto a la entrada un portero que nunca han tenido, vestido con librea verde engalonada de oro. Pensé que podrían dejarlo para siempre, ya que otorga al barrio en general y a esa esquina en particular una categoría que no suelen lucir. Las dependientas del local de fotocopias querían saber si Javier Bardem andaría por allí. "¡Y la Penélope!", exclamó la más mayor, una setentona a la que la historia de los géneros la trae sin cuidado. Tres enormes camiones más grandes que esos habituales de las empresas de mudanza ocupaban gran parte de la calle y un típico autobús turístico repleto de gente estaba estacionado a las puertas mismas del hotel. Me quedé unos quince minutos viendo como repetían una y otra vez la misma toma. Los que estaban en el autobús, vestidos de extranjeros de los sesenta en visita a Roma, muy en plan "esto no será un Fellini pero yo me marco un buen tanto imitándole el estilo", bajaban y subían del vehículo una y otra vez, aunque lo que de verdad importaba era que pasaran frente a la cámara con cara de "¡qué bonitou lugar!" e ingresaran en el establecimiento hotelero sorteando al portero de librea verde, que parecía estar puesto para entorpecerles el paso. Desde el lugar donde me encontraba era imposible verlo, pero casi podría asegurar que al cartel del frente le habían agregado una o dos estrellas. El camarero del bar de abajo de casa estaba muy nervioso: "¡Qué bueno, chaval! Imagínate la cantidad de gente que va a ver esta película! ¡Y en todo el mundo!". "Sí", le dije, "pero, ¿por qué eso te pone tan contento?". "Por la publicidad, hombre, por la publicidad. El hotel se llenará de gente y mucha de esa gente vendrá luego a comer aquí... Pura ley de probabilidades, ¿vale?" La encargada de la lavandería había cerrado el chiringuito nada más enterarse. "¡Qué feliz hubiera sido mi marido teniéndolo a Woody Allen al alcance de la mano! Voy a pedirle un autógrafo para llevárselo un día de estos al Clínico." Tampoco faltó la cajera más joven del Caprabo. "¡Qué mala suerte! ¡Justo hoy trabajo por la tarde, si no me quedaba aquí hasta que pudiera verlo!" No aclaró a quién, pero tal vez de puro prejuicioso pensé que ella también estaba refiriéndose a Javier Bardem. "¿Sos vecino, no? ¿Creés que necesitaran extras?", era un compatriota que me había reconocido el acento. "¡Soy un super fanático de Woody, soy! ¿Sabés si yego a salir en una peli de este tipo? ¡Mi vieja se muere! ¿Cuál de todos estos será el mandamás?" Eran demasiadas preguntas como para que esperara realmente una contestación. Ví cómo se abría paso entre la gente y llegaba hasta el lugar desde donde un tipito de barba parecía dirigir toda la movida. Un instante después lo perdí de vista.