(para Pilar, con año recién cumplido)Abrió la nevera y se dirigió directamente al congelador. Allí, tras varios envases plásticos con tapas semitransparentes que albergaban diversas salsas para los tallarines, pequeños trozos de tarta de alguna fruta de estación y otros de de tortillas de diferentes vegetales, sobras de purés, macedonia y sopas de colorida apariencia, todo un surtido variopinto de restos que después de un tiempo considerable de hibernación irían a parar sin la más mínima piedad al cubo de la basura, estaban los papelitos arrugados conteniendo los nombres de todos aquellos que habían osado menospreciarla, atacarla o simplemente contradecirla en alguna de las cuestiones consideradas esenciales por Amalia López Winocourt.
Llevaba en la mano, apretándolo con fuerza, como si temiera que pudiera cobrar vida y escaparse entre sus dedos, un nuevo papel amarillo estrujado en donde había escrito el nombre de su extravagante compañera de trabajo, la tan insólita como reiterativa Celia Cecilia Etchepareborde. Iba decidida a colocarlo en "el nicho de hielo" -también aquel nombre era creación de la octogenaria vidente serrana- junto a los de todos los otros traidores de su vida. "¡Que se le caiga la lengua! ¡Ojalá que se le caiga!" Nunca iba a perdonarle aquello. ¡Si al menos se lo hubiera dicho cuando estaban solas! ¡Si al menos no hubiera habido dos indeseables testigos de toda aquella ignominia! No era la primera vez que discutían por alguna noticia leída en las numerosas revistas del corazón que la dueña del Moona Lysa compraba para entretener a las clientas, pero nunca aquellas discusiones excedían ciertos límites considerados normales, respetuosos y de buen gusto, por las personas educadas.
-Te estás equivocando, Celia Cecilia. Estoy convencida de que a la princesa le queda mucho mejor el pelo suelto.
-Perdona que te contradiga, Amalia, pero el otro actor, aquel que la acompañaba en la fiesta de los Grammy, parecía muchísimo mejor persona...¡y que pedazo de tío!
-¿Rojo? ¿A tí te parece que se puede llevar un vestido rojo brillante a su edad?
-¡Me dices que no está operada! Querida mía: te estás volviendo ciega... ¡No puedo creer que pienses que esas tetas tan grandes como melones puedan ser naturales!
A la habitualmente parca Amalia le divertían muchísimo aquellas discusiones. Con su madre, la otra cotidiana interlocutora de la improvisada congeladora de lenguas, era imposible polémica alguna. Siempre estaba de acuerdo con todo lo que opinaba su pequeña y adorada hija.
-Es que tú sales más que yo, queridita mía... ¿Qué puede opinar tu pobre madre sobre cosas tan especiales si casi no se mueve de casa?
Amalia terminaba no oyéndola, ya que, como era imposible no sentir el reproche implícito en las palabras de su madre, aquello transformaba lo que debería haber sido una charla superficial, entretenida y sin mayor trascendencia, en un rosario de culpas, quejas y descalificaciones de todo tipo.
Abrió poco a poco los dedos y se quedó mirando la bola de papel amarillo que parecía refulgir sobre la palma de su mano, interrumpiendo las profundas y bien dibujadas líneas del corazón, del amor, de la vida.
-Que no quieres ser una estrella!!! ¿Qué me estás diciendo, pringadilla?
Era como si Celia Cecilia estuviera nuevamente frente a ella, moviendo los labios muy rojos de forma exagerada, articulando minuciosamente cada palabra que decía. Amalia podía reconstruir la escena en su totalidad, desde el mismo momento en que por pura diversión contestó en voz alta la quinta pregunta de un horrible formulario, por el cual, se supone, sabría reconocer al hombre de su vida apenas se cruzara en su camino.
-¿Cómo dices eso, Amalia? Y yo que te tenía por una mujer inteligente. ¿Me quieres decir que pierdes tu tiempo con esta mierda de revistas para ampliar tu mente? ¿O es que acaso lo haces para refinar tu espíritu? No, ya sé. Es una penitencia que junto a la castidad y el rosario cotidiano te ayudará a entrar en la Tierra Prometida. ¡No me hagas reír! ¿De verdad te interesa si la Condesa del Madroño se tira al Duque del Felpudo? Y todas esas putitas mostrándonos los interiores de sus casas sin imaginación ni vida, ¿te parecen verdaderamente imprescindibles? ¿Necesitas saber si Doña Perfecta sigue enamorada del Señor Maravillas? ¿Te ayuda en algo enterarte de los extravagantes caprichos sexuales de ese imbécil presentador de televisión con cara de macaco recién nacido?
Amalia estaba impresionada. Como no sabía qué contestar, contestó lo primero que se le pasó por la cabeza:
-Bueno...Igual que a tí. Tú también te zampas de lo más complacida todas esas revistas que ahora te parecen pura mierda.
-¡Sí, claro, pero lo único que yo quiero ser en esta vida es una gran estrella! ¡La más grande! ¡Quiero conocer gente interesante que diga y haga cosas interesantes! ¡Quiero vestirme maravillosamente bien, de lujo, con ropa cara y de la mejor calidad! ¡Olvidarme de las fibras sintéticas! ¡Que la lana sea lana y la seda seda! ¿Te crees que soy feliz tomando el metro cada mañana y cada tarde, rodeada de gente como yo, harta de hacer lo mismo cada día? ¡No, decididamente no! Yo quiero viajar en mi avión privado a una isla donde me esté esperando una preciosa casa junto al mar, con sombrillas y reposeras de bambú, cortinas blancas movidas por una suave brisa y una mesa servida con todo tipo de manjares. Y que al llegar me llamen por mi nombre, respetuosamente. No miro estas revistas para salir de mí, no curioseo en sus esplendorosas vidas para olvidarme por un rato de la mía, tan simple y repetitiva. No los admiro en absoluto: solamente los envidio... Trato de conocer ese secreto milagroso, ese embrujo mágico que puede convertirme en uno más de ellos. ¡Yo sí quiero ser una estrella, brillar más que ninguna! Y no pongas esa cara de incredulidad. Si al menos no lo sueño, jamás, ¿me oyes?, jamás podré conseguirlo.
Montse y Erica, las otras dos peluqueras, andaban por allí, haciendo como que ordenaban botes de suavizante y cajas de tintura. Cuando Amalia vio que se intercambiaban rápidas miradas cargadas de burlona complicidad no quiso oír más:
-¡Vete a la mierda, Cecé! ¿Acaso no te has mirado nunca a un puto espejo? Además de varios cirujanos plásticos, necesitarías al hada madrina de Cenicienta con todos sus pájaros y ratoncitos como ayudantes. ¿Me quieres decir de qué manera te vas a convertir en una estrella mediática, pedazo de idiota?
Celia Cecilia la miró a unos segundos a los ojos y después lanzó una única y amenazadora palabra en forma de pregunta:
-¿Matándote?
(¿continuará?)
ilustra : Audrey Hepburn por Irving Penn

-Que no quieres ser una estrella!!! ¿Qué me estás diciendo, pringadilla?
Las cosas siguieron exactamente igual en la vida de Amalia hasta la llegada de una nueva empleada al salón de belleza Moona Lysa. Si las trombas suelen ser de agua, podríamos decir que esta venía directamente de algún río cercano a una tintorería industrial, tal era la sinfonía de colores que arrastraba consigo. Se llamaba, según ella misma dijo, "Celia Cecilia Etchepareborde, encantada". Y, sin dar a Amalia la más mínima posibilidad de presentarse o emitir al menos una interjección que corroborara su presencia en aquel lugar, la nueva añadió: "Soy especialista en tinturas y extensiones y estoy convencida de que esta que hoy comienza será poco más que una breve etapa en mi carrera". Su siguiente frase, lanzada como un proyectil explosivo de considerable envergadura hacia la redondeada, y en ese momento estupefacta, cara de Amalia, fue: "Te lo digo para que no te sientas amenazada. No vine a quitarte el puesto. Soy un pájaro de paso y no me interesa hacer nido en un sitio como este... Tengo ambiciones mucho más elevadas." A todo esto Amalia ni había abierto la boca. Seguía impactada por la presencia de la nueva empleada, tanto como para que su discurso fuera poco más que un susurro incomprensible al que ni siquiera podía prestar atención. Si la ropa de Celia Cecilia era inenarrable -una audaz fantasía futurista en negro y grises, con profusión de ojales, hebillas y hombreras-, su peinado entraba en la categoría A de alucinatorio. Un cardado en color fucsia estridente servía de soporte a un sinfín de trenzas multicolores de grosores diferentes que caían por la espalda hasta casi tocar la cintura, de considerable circunferencia y envuelta por tres cinturones distintos: uno de cadena color cobre, otro de falsa piel de leopardo y un tercero de charol negro. "A esta mujer le gustan las reiteraciones", pensó Amalia, mientras, en señal de amistad, le acercaba un paquete de cigarrillos Marlboro a la nueva especialista en tintes. "Gracias querida", dijo la mujer, "te lo agradezco de verdad y entiendo tu buena intención, pero no tengo entre mis futuros proyectos el suicidarme. No sé si lo sabes, pero eso que me estás ofreciendo es puro veneno".
Desde muy pequeña, Amalita había repudiado los intentos de su madre por convertirla en una estrella de la danza. Odiaba con todo su corazón las zapatillas de media punta, y ni qué decir de las de punta, auténticos instrumentos de tortura para sus delicados pies. Aborrecía también las redecillas en el pelo, las mallas enterizas de tela sintética y los arrepollados tutús rosa que debía llevar en los Festivales Artísticos Integrados de Final de Curso -FAIFICUR, según el algo arbitrario anagrama del evento-, donde, indefectiblemente, a Amalita le tocaba bailar el pas de deux de "El Corsario" junto a su compañera de curso Miryam Esther Zarudiansky, disfrazada año tras año de niña pirata con pretensiones: raso rojo para la camisa deshilachada y el pañuelo anudado en la nuca, terciopelo verde cotorra para los pantalones de pescador bien pegados al cuerpo y un cinturón ancho de cuerina dorada para "hacer efecto". Por suerte para Amalita, una semana antes de empezar su cuarto año de curso, la profesora de Danzas Clásicas y Folklóricas, doña Bebita Lofiego de Seguí, decidió mudarse a otro barrio con más posibilidades en la zona alta de la ciudad, y a la madre de Amalita, Raquel Winocourt de López, le pareció que llevar a la niña hasta el nuevo estudio significaba demasiado esfuerzo y un incremento más que considerable en su ya muy abultada lista de gastos mensuales.





