No busquen aquí dentro menciones especiales al señor que da título a esta página. Está allí, en el titular, porque fue noticia y su premio me pareció interesante, novedoso, aunque -y lamento ser tan "toca toca"- también algo injusto. Huele a condecoración con intención mediática, ya que a la cobertura propia del premio en si, prestigiado y prestigioso, se une la de un nombre que no necesita ni un solo galardón más para tener la difusión que sin ninguna duda sus canciones, y sus textos, merecen.
Su nombre quedó allí, como título de un post que no se centrará en su persona, porque a veces me pongo recordatorios de algunos hechos que parecen definitivos, que tienen relativa importancia por dos o tres días -algunos no llegan ni a eso- y luego se disipan haciéndonos pensar que tal vez fueron sólo una alucinación de nuestras castigadas vigilias o un sueño mal digerido de nuestras agitadas noches. Como ejemplo de esto que digo: ¿no empieza a olvidarse esa carga de los malos mossos catalanes -comandados a la distancia por un señor con apellido de perfume e ideología de desagradable aroma- contra los hasta el momento insobornables Indignados de la habitualmente fea, desangelada y por una vez útil, cálida y viva, Plaza Cataluña?
Además, debo confesarlo, una vez puesto en la cabecera, el nombre del cantautor premiado quedó allí como una estrategia doméstica, de lo más económica y casi con seguridad poco efectiva, para la captación de navegantes despistados. Un canto de sirena sin escamas, lanzado al mar por un señor maduro, yo, que cuando se lanza a cantar ahuyenta hasta a su gato.
Sigo mirando todo tipo de películas, ergo: mis tormentas interiores siguen casi tan lozanas y vitales como el primer día. Es así como me trago
Los chicos están bien, convencido de que Annette Bening y Julianne Moore pueden ser una convincente pareja de lesbianas con hijos adolescentes, y Mark Ruffalo, el guapo maduro de los dientes excesivos, encaja de forma perfecta como anónimo donante de semen. Todo se desarrolla con gracia de buena comedia americana hasta el final, cuando el macho es apartado de la historia por el simple hecho de serlo, ¿o acaso volvemos a los tiempos previos al otro mayo, el del 68, y resulta que una relación sexual extra-matrimonial está condenada necesariamente a los infiernos?
Son tiempos estúpidos, sin ninguna duda. Parece que un grupo de mujeres Indignadas de Plaza Cataluña se ha quejado a viva voz y en público de las actitudes sexistas de algunos de sus compañeros de acampada. El señor del apellido perfumado debe estar más que contento, esperando que las rencillas personales minen definitivamente lo que las porras, las balas de goma, los empujones y arrastramientos con tirón de pelo, expresivo retorcimiento de nariz y amoroso apretón de huevos, no lograron.
Dejo el cine para la noche y durante el día leo poemas de compatriotas -casi todos ellos vivos, algunos ya inevitablemente desaparecidos- para una antología que estoy preparando y que se editará gracias al apoyo del Consulado barcelonés. Más allá de sus valores específicos, todos estos poetas muertos me suenan siempre cercanos, me llegan al corazón, me emocionan.
Será porque compartimos el mismo idioma materno y, en muchos casos, parecidas experiencias migratorias.
Zorzales criollos, gorriones sureños, golondrinas inquietas que buscan veranos algo más acogedores lejos de su tierra.
Esta mañana, la última posible
del ciclo de Itinerarios por la ciudad, dedicado este año a los escritores sudamericanos que han pasado por Barcelona, me acerqué hasta el encantador jardín del Hotel Palace de la calle Boquería: quería escuchar uno de mis poemas en boca de otro y ese otro resultó ser un muchacho alto, guapo y ruso llamado Andrei. Lo dijo de forma perfecta, con el tono exacto y la triste rabia contenida que intenté transmitir al escribirlo.
Al escucharlo allí, acompañado por otros textos de Lamborghini y Bolaños y una canción de Daniel Viglietti cantada por Pablo Andrés Giménez, bajo la sombra acogedora de palmeras, magnolios y castaños, de pié junto a una treintena de personas espectantes y al grupo de actores-músicos vestidos de riguroso negro, sentí que aquellas palabras ya no me pertenecían, que empezaba a convertirme en un fantasma de estas calles que, flaneur incorregible, incorregible dilapidador de tiempo, tanto he caminado.
¿Por qué ilustro este post con una foto de Jimmy Dean? ¿Otro capricho? No. Sólo que en medio de mi dieta curativa de películas y rompiendo mis costumbres habituales, he visto hoy mismo por la tarde un documental que se llama
James Dean, Forever Young y en él aparecen escenas de sus numerosas apariciones televisivas, de sus cástings y publicidades filmadas -¿no era que apenas había trabajado en tres películas?- además de una buena cantidad de fotos que al menos yo, antiguo admirador de su extraño carisma juvenil, de su salvaje elegancia natural, auténtico
hors d'oeuvre del
casual look actual, ni siquiera conocía, como esta de Sandford Roth, con pequeño gato incluido.
Muerto antes de cumplir los 25 años, la prensa carroñera no tuvo posibilidad de retratar su decadencia física, sus arrugas, papadas, calvicies y demás desmoronamientos. Yo ya he perdido esa posibilidad de
eterna juventud, pero juro que no se la envidio.
Para capricho, este: había dicho que no mencionaría otra vez al señor Cohen, pero de pronto encontré este video -refinado, elegante, bien fotografiado- con subtítulos en castellano, y me dije
-La música es muy pegadiza y bailona, me gusta, sin embargo, ¿metáforas como las del violín ardiendo merecen un premio
literario de semejante cuantía?
¿No hubiera sido más propio uno a toda su trayectoria?