(Imagen desenfocada de luces navideñas.)
Como fondo sonoro suenan varios villancicos superpuestos, entremezclándose con voces, ladridos y ruidos callejeros de radios y gritos. La imagen va abriéndose lentamente sobre un charco de agua donde se reflejan las bombillas intermitentes de un abeto festivo, desgajado de pronto por unos zapatos de hombre de buena hechura, negros y no demasiado lustrosos.
La cámara, caprichosa, salta sobre ellos para trepar como una sanguijuela por las piernas del que los conduce con ritmo desmañado, para muy poco, en realidad poquísimo después, deslizarse como una yarará correntina por sus caderas, por su torso y por su cuello, hasta detenerse, azul un ala el águila aún guerrera, en lo alto de la despeinada y no demasiado frondosa cabellera.
Es como un pájaro curioso en la cumbre misma de una torre humana; la improbable visión panorámica de una gorra provista de ojos, observando la escena circunDante desde el punto más alto de la más lógica, definitiva ubicación posible.
El personaje principal, al que llamaremos Simplemente Tipo, acaba de perder un sueño y está desesperado por la vana espera de aquella misma noche, ciega que no aciaga, que lo devolverá, según él ensueña, al sueño perdido.
"No tengo más tiempo", se dice, y enseguida repite una y hasta dos veces más: "No tengo más tiempo, no tengo más tiempo".
Un río turbio de personas lo persigue sin propósito alguno; otro lo enfrenta, pasa por su lado, se abre a su paso sin siquiera salpicarlo.
El pobre tipo lleva gafas negras; camisa, pantalón, reloj, cartera y abrigo negros.
Es una sombra oscura de lo que alguna vez, tiempo ¡AH! fuera.
"Sombras nada más, entre tu amor y mi amor...", susurra.
"¡Tango!", le grita la vieja loca que fuma cigarrillos de color en la esquina más Roma del mercado, mientras gira que gira sobre si misma, siguiendo el ritmo caracoleante de la danza del fuego que brilla furiosa, y furioso, en su mente.
Ciego de impotencia, sordo de dolor, el hombre oscuro vestido de negro vuelve la cabeza y le contesta, aunque probablemente no debiera hacerlo:
"¡Te equivocas, mujer! ¡No tengo ni tango! ¡Acaso no entiendes que lo he perdido todo!"
Confundida, gaseosa, la mujer fumadora se traga un pucho-colilla color de frutilla y, ¡dios!, por pura vanidad, por vulgares celos y tan descomunal altanería, comienza a difundir infundios.
"¡Ese libro sucio no sirve para nada...! Todo lo que está escrito allí lo tengo ya en mi cabeza, en mis alacenas, en mis anaqueles...Es una sucia copia de mis pensamientos mágicos, de mis malignas invenciones, de mis latinfundios más extendidos...¡Atrapa el trapo que te lanzo con la precisión de un lancero arrojando su lanza y cúbrete el rostro, bonito! ¡O lanza tu tropa, lancero bonito, y atrapa preciso el rostro que cubres con tanto arrojo!"
El hombre de negro la mira asombrado y, por no saber qué hacer frente a tamaña infamia, se cala el sombrero.
"No cuela, no cuela", dice por lo bajo, y un señor petiso que pasa a su lado responde; sin que haya pregunta, con voz de responso:
"¡Ya te gustaría que cuele mi cola entre esas tus nalguitas cochinas, mimosas, sanas y sabrosas, de carne sedosa y piel de mariposa!"
Avisado, -avispado, avieso-, un hombre de vientre macizo y tono cobrizo se asoma al barullo desde el conventillo. Es Don Leonardo Ángel Pirulero, profeta, catador y almacenero:
"¡Me importa un comino tu sucio pepino, enano ladino! ¿No ves que es enero, el mes de la cuesta? Sigue tu camino y atiende tu juego, que, lo juro, apesta. ¿Lo demás? ¡Molesta!"
ilustran obras de Saul Steinberg
A no perderse la exposición de su obra en la Galería A/34, calle Aribau 34, Barcelona. Tel 934 515 579