En estos días alguien, muy al pasar y en evidente tono de broma, me llamó "extremófilo". Yo me quedé mudo; no pude contestarle nada porque ni siquiera sabía de qué me estaba hablando.
"Debe haber tenido en sus manos mi prontuario juvenil", pensé.
"O te habrá observado con atención esta mañana, mientras leías el diario en la terraza del
Italian Job."
Tal vez se haga necesario aclarararlo de inmediato: esta última opinión no procede precisamente del mismo tipo que está escribiendo este post. Es apenas la voz de mi conciencia, la insobornable voz de mi otro yo. Según dijera Antonio Machado y cantara el joven Serrat cuando era un tipo más tierno, anterior a sus actuales apasionamientos taurinos, la de "ese otro hombre que siempre va conmigo". En España lo llaman Pepito Grillo
por ese pequeño personaje de Pinocho al que los dibujantes de Disney vistieron como un dandy del novecientos, con frac negro, galera, polainas y un bastón-paraguas.
Grillo o superyó, nunca le hago demasiado caso. Siempre está lanzando frases molestas en un intento a todas luces innecesario de hacerme sentir incómodo. Seguramente lo dice porque esta mañana me mostré indignado al encontrar en la primera plana de La Vanguardia a nuestros mandatarios globales plantando retoños de árboles en una isla japonesa que, a juzgar por lo que permitía ver la fotografía, no tenía demasiada necesidad de ellos. Todos estaban oficialmente vestidos (traje-chaqueta y corbata, menos la canciller Merkel, que evitó el colgante artilugio masculino), pero mientras algunos blandían la pala en plan
Scorsese Factory, otros esperaban su turno jardinero mostrándose de lo más divertidos, riendo como sólo suelen hacerlo ciertos niños satisfechos del primer mundo frente a las películas
Gore de asesinatos masivos. Sí; no exagero. Se carcajeaban a mandíbula batiente, igual que los personajes supuestamente anónimos que ilustran los últimos carteles publicitarios del Ayuntamiento Barcelonés. Hace pocos días un columnista del
vanguardista diario de la familia Godó se quejaba de esas risas tan grandilocuentes, compañeras a todo color de una frase-eslogan con doble sentido:
¡Visc(a) Barcelona!; algo traducible como
¡Viva (a) Barcelona! El periodista catalán estaba convencido de que toda la campaña era una auténtica burla para los sufridos habitantes de la Ciudad Condal, hartos de cortes de luz, incidentes ferroviarios, repentinos hundimientos sin explicación ni disculpas, talas injustificadas de árboles centenarios, obras faraónicas inacabables e ilusionantes promesas incumplidas. El periodista recordaba el viejo refrán de las hienas y terminaba pidiendo, enfervorizado, una disculpa, pública y a toda voz, del senyor Hereu y sus ingeniosos publicistas distribuidores de carcajadas.
Uno se pregunta por qué están contentos los mandamases. Es como si la actual y muy difundida Crisis, dispuesta, según ellos mismos anuncian, a instalarse entre nosotros por varios años, les devolviera las ganas de vivir y ser felices. Hasta la nueva máscara plástica de Berlusconi lleva ahora una sonrisa fluorificada, de amplia e impecable dentadura.
Acabo de pasar unos días de descanso en bellos rincones de
Gerona, primero en
Cadaqués y después en
Besalú, cálidamente acompañado de buenos amigos. Entre nosotros no faltaron los risas, por supuesto, pero ninguno llevaba sobre su conciencia una moratoria de otros cuarenta años para un problema que quema la piel y desertiza el alma, al mismo tiempo y en estos mismos momentos. No sé qué pensará de ello la gente que hoy tiene más o menos veinte años. ¿Llegarán a conocer ese futuro incierto? Mis amigos y yo lo tenemos difícil. Si se nos ocurriera sumar nuestras edades obtendríamos como resultado varios siglos de aprender a vivir capeando temporales y desastres de muy diverso tipo. Y ninguna otra cosa es -acabo de enterarme- un
extremófilo, sino un ser que vive en condiciones extremas, alejadas de las consideradas normales. Posiblemente este sea el destino de todos los que no consiguen, y/o ni siquiera intentan, convertirse en dirigentes de nadie ajeno a ellos mismos. Finalmente el sujeto que me llamó extremófilo tenía razón. He decidido asumirme como tal y hasta vanagloriarme de serlo. Al menos en este momento me parece aceptable, y mañana... mañana con seguridad nos olvidaremos de todas estas pequeñeces. Arranca
Barcelona Harley Days, un multitudinario encuentro de propietarios de motos
Harley-Davidson. Serán más de quince mil participantes y cada uno llegará cabalgando su vociferante cacharro. Prometieron por email hacer temblar toda Barcelona. Quien esto firma, además de extremófilo, es un auténtico adelantado. Ya está temblando.
Ilustración encontrada en la red. Autor anónimo.Posdata: una nueva reseña al libro de poemas infantiles de Carson McCullers ilustrado por mí:
http://www.icatfm.cat/ (sección Llibres de Jordi Cervera)
Gracias, muchas gracias.